NACIÓN
¿A qué juega Santos?
El presidente se prepara para la recta final de su gobierno con nuevas caras pero el mismo rumbo.
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El presidente Juan Manuel Santos sabía que su decisión sobre la terna de candidatos para la Fiscalía tendría repercusiones políticas. La competencia entre los aspirantes había sido dura, había enfrentado a los más poderosos y lo que estaba en juego era la joya de la corona. Cualquier decisión necesariamente abriría heridas. Pero lo que que no se podía imaginar Santos es que lo que se produciría sería un terremoto y no un temblor, y que el epicentro estuviera tan cerca del despacho presidencial: en el de la superministra María Lorena Gutiérrez, hasta ahora la mano derecha del primer mandatario y su más leal colaboradora.
El impacto que causó la terna en el círculo interno del gobierno fue enorme. El presidente acababa de llegar a Nueva York para asistir a la sesión especial de la Asamblea General de la ONU sobre política contra las drogas, un evento convocado con el liderazgo de Colombia. La noche de su llegada recibió una llamada de María Lorena. El contenido de esa conversación no se sabe pero se asume que ella le presentó su renuncia con motivo de la presencia en la terna de Néstor Humberto Martínez. Lo que sí se sabe es que esa noche en la Casa de Nariño hubo un gran revuelo y se rumora que hubo llanto, cajas de cartón y trasteo a la medianoche. Una salida de portazo, que puso al presidente en una situación incómoda, le generó una crisis en palacio, le opacó la agenda de Nueva York y le revolvió el avispero político en Bogotá.
La renuncia se convirtió en el tema de la semana y le quitó protagonismo al discurso de Santos en Nueva York, en el que abogó por un cambio en la estrategia mundial antidrogas. El mundo político se llenó de reacciones. Pero el propio Santos –usualmente reacio a la idea de ‘crisis ministeriales’– dijo en forma amable pero escueta que la salida de su mano derecha obedecía simplemente a la terminación de un ciclo que cumplen todos los funcionarios. En otras palabras, que el relevo de su ministra formaba parte de una serie de cambios que buscarán alinear el equipo para los tiempos que vendrán después de la firma de la paz con las Farc.
Normalmente una renuncia de un funcionario de palacio no hace tantas olas en la política. Menos se habría esperado en el caso de María Lorena Gutiérrez, una workaholic disciplinada con grandes talentos como ejecutora y sin ningún interés futuro en política. Ella, como microgerente, era el complemento perfecto para Santos, un hombre que tira línea y delega. Pero tal vez la mayor virtud de la exministra de la Presidencia era su lealtad. No solo hacia el presidente sino hacia la primera dama, que la consideraba parte de la familia. Por eso su sorpresiva renuncia dolió tanto. Como la designación de la terna era una facultad presidencial, desconcertó que se hubiera presentado una renuncia de una subalterna de la conformación de la misma.
A Gutiérrez le disgustó la decisión del presidente porque de alguna forma desconoció la convocatoria pública que ella condujo, por orden del propio Santos, y porque haber incluido a Néstor Humberto Martínez puede ser interpretado como una concesión al vicepresidente Germán Vargas Lleras, con quien ella tenía una animadversión de conocimiento público. Pero la verdad es que desde tiempo atrás se veía venir algún desenlace para la guerra fría que se venía incubando entre el vice y un grupo de los colaboradores más cercanos al primer mandatario en la Casa de Nariño. En el sanedrín consideran que Vargas tiene agenda propia, que no está comprometido con la paz y que puede llegar a ser desleal con su jefe. La tensión venía creciendo entre Vargas Lleras y miembros del alto gobierno como el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, la canciller, María Ángela Holguín, la ministra de Educación, Gina Parody, la de Comercio, Cecilia Álvarez, y el de Hacienda, Mauricio Cárdenas. Algunos episodios conflictivos, por ejemplo con este último, llegaron a ser públicos.
Pero María Lorena también tuvo episodios conflictivos. Hacía ocho meses no tenía ningún contacto con Vargas Lleras. Había tenido meses de rompimiento con Cecilia Álvarez y acababa de declararle la guerra a la ministra de Transporte, Natalia Abello. Como si fuera poco, estaba circulando la versión de que también había tensiones con el hijo del presidente, Martín Santos, y su secretaria, Claudia Yolima Jiménez.
Eso, sin embargo, no era lo único que estaba circulando. Se decía también que el presidente había discutido hasta último momento la integración de la terna con María Lorena Gutiérrez, e incluso que la autorizó a entrar en contacto con los partidos políticos para intercambiar opiniones. En los últimos días, sin embargo, la marginó del tema y tomó sus decisiones autónomamente. Ese parece haber sido el detonante de la renuncia.
Pero es un hecho que había una guerra declarada entre María Lorena y Germán Vargas. Santos ha permanecido neutral ante ese pulso de poder y ha dado todas las muestras posibles de que quiere evitar la vieja novela –de comprobada inconveniencia– de peleas entre el presidente y su segundo a bordo. Con su popularidad cercana al 20 por ciento lo único que no le conviene es un choque de trenes con su posible sucesor. Por eso, al conformar la terna para fiscal e incluir a Martínez Neira, no tuvo objeciones al hecho de que fuera de la entraña del vicepresidente. Además, el primer mandatario ha tenido una relación cercana con Néstor Humberto desde antes de que este fuera nombrado en palacio como superministro.
Santos tiene superávit de apoyo parlamentario y déficit de aprobación en las encuestas. Pero el episodio de la terna deja en claro que quiere mantener a toda costa la Unidad Nacional con todos sus componentes –La U, los liberales, Cambio Radical y un sector del conservatismo–, para enfrentar los últimos dos años de su gobierno en los que espera firmar la paz y poner en marcha lo que se acuerde en La Habana. Por eso, para Santos mantener a todos en el redil es mayor prioridad que dar un golpe de opinión, como el que hubiera podido dar con una terna para fiscal compuesta por nombres con menos vínculos políticos y de mayor simpatía entre columnistas y círculos académicos. Fue una jugada de realpolitik.
Pero mantener alineada la Unidad Nacional no es tan fácil. César Gaviria estaba tan indignado con la decisión de no incluir al fiscal encargado Jorge Perdomo, que en protesta se había abstenido de participar con Santos en eventos relacionados con la cumbre de las drogas en Nueva York. Y no era solo una consideración personal. El Partido Liberal quedó herido pues sintió que ha salido desfavorecido en las últimas reparticiones burocráticas y que, al quedar por fuera de la terna, perdía acceso a los órganos de control. La Procuraduría está en manos conservadoras y todo indica que a la Defensoría del Pueblo irá Carlos Negret, secretario general de La U.
Para curar heridas, el jueves pasado el presidente Santos buscó a Gaviria para explicarle sus decisiones y calmar las aguas, pero este rechazó la llamada. También se ha especulado que llamó amablemente a Perdomo para explicarle las razones para no haberlo incluido y ofrecerle otras alternativas. Él habría manifestado que lo que le interesaba era la Fiscalía.
La U tampoco estaba muy contenta. Los congresistas de ese partido le enviaron una carta a María Lorena para pedirle que reconsiderara su decisión. La bancada estaba descontenta no solo con Santos, sino con el presidente del partido, Roy Barreras, pues muchos consideran que no los representa. La designación que Santos le hizo de representante del Congreso en la Mesa de La Habana fue interpretada como un contentillo insignificante frente a las aspiraciones burocráticas que tenía.
La sensación general fue que Vargas Lleras fue el ganador de la semana pasada. Esa es una apreciación prematura pues la corte aún no ha elegido al fiscal. Yesid Reyes al fin y al cabo es liberal y Mónica Cifuentes, muy cercana a Sergio Jaramillo. Sin embargo, la identificación de Néstor Humberto Martínez con Germán Vargas ha sido percibida como un triunfo de Cambio Radical y en política la percepción con frecuencia tiene el mismo peso que la realidad.
Esta impresión es bastante discutible. En primer lugar, porque meterle partidismo y muñequeo político a la terna del fiscal en momentos en que se busca despolitizar a la justicia es un contrasentido. En segundo lugar, porque los liberales tienen la mayor representación en el gabinete. Y en tercer lugar, porque en la gabinetología que se disparó a finales de la semana aparecen varios nombres de ese partido y se considera que incluso una de las carteras que ha estado bajo control del vicepresidente Vargas Lleras podría cambiar de color.
De hecho, el presidente acaba de hacer relevos en cargos de segundo nivel, incluídos viceministerios, y por lo menos en cinco de ellos hay reconocidos representantes del Partido Liberal: Guillermo Rivera, viceministro del Interior; Zulia Mena García, viceministra de Cultura; Dimitri Zaninovich Victoria, viceministro de Infraestructura; Miguel Samper, director de la Agencia Nacional de Tierras, y Alan Jara, director de la Unidad de Víctimas.
Y aún falta el revolcón en el gabinete que tendrá lugar en los próximos días. Se anticipa que habrá cambios por lo menos en los ministerios de Justicia, Comercio Exterior, Transporte y Relaciones Exteriores. También habrá que llenar la vacante que dejó María Lorena, lo que no será fácil. Para este cargo se ha rumorado el nombre de Cecilia Álvarez, la actual ministra de Comercio Exterior. De la canciller, María Ángela Holguín, se sabe que su salida se dará en algunas semanas para hacerle el homenaje de que su retiro no será colectivo sino individual.
Por eso, más que apagar un incendio producido por una renuncia, Santos tiene en sus manos el diseño de la estrategia para dos años y cuatro meses en los que deberá poner en marcha acuerdos con las Farc (si se firma el acuerdo final, que es lo más probable), iniciar negociaciones con el ELN, y sacar adelante una reforma tributaria. Una agenda política compleja que implica decisiones impopulares en un momento de pesimismo entre la opinión pública. Sin duda alguna es un reto cuesta arriba.