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Crucificado por sus palabras

Con la salida de la columna del padre jesuita Alfonso Llano de 'El Tiempo' la Iglesia Católica demuestra una vez más su ortodoxia y anacronismo.

28 de abril de 2003

El padre Alfonso Llano Escobar tiene 77 años, 47 de los cuales se los ha dedicado de tiempo completo al trabajo sacerdotal en la comunidad jesuita, la congregación religiosa masculina más grande del mundo. Llano ha pasado más de la mitad de su vida dentro de la estructura eclesial. Esta ha sido su casa y como la conoce bien, con sus fortalezas y debilidades, sabe que cualquier cosa que diga puede tener la fuerza de un movimiento telúrico y fracturarla. Por eso, y porque siente que su carrera está próxima a finalizar, sumado a que su talante no es el de un lanzallamas, preferiría no hablar del tema. Pero, ¿cómo no hacerlo? Durante más de 25 años su columna dominical de opinión en El Tiempo, titulada 'Un alto en el camino', fue punto de referencia obligado para los creyentes y los no creyentes. Sin embargo el domingo pasado el texto no apareció en la sección editorial. Y no por falta de material. En la memoria de su computadora quedaron archivadas por lo menos 20 columnas inéditas en las que había estado trabajando. En su reemplazo apareció una carta abierta del escritor Philip Potdevin a Llano, en la que le pide que su silencio no sea muy prolongado. El sacerdote renunció en forma voluntaria al espacio que le había dado décadas atrás Hernando Santos Castillo y dijo que lo hacía porque estaba cansado. No obstante, sus lectores no le creyeron. Y tenían motivos de sobra para no hacerlo. Los hechos que precipitaron el retiro del religioso del periódico tuvieron muy mala presentación. Dejaron entre los colombianos un sinsabor de censura eclesial y la sensación de que el padre Llano fue crucificado por sus palabras.

Camino al calvario

Colombia es el noveno país del mundo con mayor número de católicos entre su población. La mayoría de estos fieles lo son por inercia histórica, lo cual los hace presa fácil de un mundo cada vez más secularizado o de las centenares de ofertas espirituales que hay disponibles en el mercado. El padre Llano era consciente de esta realidad. Por eso aprovechó su espacio privilegiado en los medios para dirigir su mensaje evangelizador a aquellas personas que creen a pie juntillas en la ciencia pero no en Dios, a aquellos que sienten tambalear su fe por los problemas terrenales que afectan a la Iglesia, a quienes sienten que el catolicismo no les da respuestas efectivas a sus inquietudes espirituales más profundas y están prestos a desbandarse hacia otras religiones. Con este propósito en más de una ocasión lanzó propuestas audaces, como la que presentó en febrero del año pasado. En una columna, titulada 'No confunda lo accidental con lo esencial', escribió respecto a los anticonceptivos: "Formen su conciencia y, si ustedes creen seriamente que pueden regular con métodos artificiales, continúen creyendo en Cristo, y seguirán perteneciendo a la Iglesia (?) ¡Cómo van a quedar ustedes fuera de la Iglesia por no observar esa norma marginal, que, por cierto, muchos juzgan equivocada!".

Este comentario no fue del agrado de los grupos provida (quienes de seguro se lo debieron haber manifestado al sacerdote porque hizo una anotación sobre el tema en un texto posterior) y es probable que haya marcado el inicio del viacrucis del padre Llano. Su siguiente aparición en la picota pública fue en abril de 2002. A propósito de su columna 'Pedofilia en la Iglesia: ¿Escándalo farisaico?', en la que hacía una vehemente defensa de la institución eclesial, le llovieron truenos y centellas por parte de columnistas como Rudolf Hommes. Después de la tormenta vino la calma hasta el 24 de noviembre pasado, cuando se desencadenaron los hechos que precipitaron su retiro este año. En un texto que tituló 'Lo esencial es invisible a los ojos' el padre Llano expuso algunas tesis sobre Jesús y la Virgen María que teólogos reconocidos vienen estudiando y reflexionando desde el Concilio Vaticano II, es decir, desde hace más de 40 años. En sí mismo el tema no era nuevo, lo novedoso era que lo presentara en un medio de comunicación masivo. Esta ha sido una constante en la Iglesia Católica, tal y como lo denunció por la misma época Enrique Miret, presidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, "siempre hubo dos clases de doctrina, la de las élites cultas y cultivadas, al cabo de la calle de todos los descubrimientos bíblicos, y la de la gente sencilla, a la que se mantuvo durante mucho tiempo en la ignorancia, quizás por no escandalizarla".

A la gente sencilla se dirigió el padre Llano, sin ánimo de escandalizarla, cuando escribió en la citada columna: "No busquemos la realidad de los hechos con los sentidos si no con la fe. Lo esencial de la virginidad de María y de la resurrección de Jesús es objeto de fe, no asunto de los sentidos". Lo que el sacerdote manifestó es que, en efecto, María concibió a Jesús siendo virgen pero que después tuvo otros hijos con José, de la cual era su legítima esposa, y eso explica por qué en algunos pasajes de San Mateo se menciona a los hermanos de Jesús. El segundo punto que tocó el religioso es más polémico. El no cuestionó que Jesús haya resucitado sino que no existe evidencia física de que lo haya hecho bajo la misma forma material que tenía de quienes lo conocieron antes de su muerte. En últimas, volvía a reiterar un punto en el que venía insistiendo desde febrero: no confunda lo accidental con lo esencial. Las palabras de Llano no eran resultado de un arrebato repentino. Cada una de sus columnas era revisada por un teólogo jesuita, designado por el superior de la comunidad, quien supervisaba que el contenido de los textos se ajustara a la doctrina católica.

Comienzo del fin

Dos días después de la aparición de la columna el padre Llano recibió dos cartas amonestatorias de alto nivel. En una el remitente era nada más y nada menos que el cardenal Pedro Rubiano Sáenz, arzobispo de Bogotá; en la otra, Octavio Ruiz Arenas, obispo de Villavicencio y presidente de la Comisión Episcopal de Doctrina. El remate de la misiva de monseñor Rubiano era amenazante: "Me dolería mucho tener que acudir a sus superiores, para que al escribir su columna no se aparte de la doctrina de la Iglesia". La controversia se mantuvo dentro de los límites eclesiales hasta el 8 de diciembre, cuando un grupo de laicos que pensó que la jerarquía católica no había hecho nada respecto a la columna del padre Llano, pagó un aviso de página entera en El Espectador en el que denunciaban que "algunos teólogos javerianos han dado en negar repetidamente dogmas de la Iglesia, utilizando columnas de importantes periódicos". Lo menos de lo que acusaron fue de herejía. El escándalo estaba armado.

El jesuita trató de minimizar la conflagración, por los daños que podía ocasionarle a la Iglesia, y con ocasión de un artículo sobre el tema que salió en SEMANA dijo que "todo esfuerzo por renovar verdades tradicionales suele impactar y a veces escandalizar. Mi artículo lo que pretendía era ayudar a entender unas verdades tremendamente difíciles de explicar". Como no tenía intención de polemizar con sus detractores y estaba seguro de la bondad de sus ideas, Llano no tocó el tema en su siguiente columna sino de manera tangencial cuando escribió a modo de epílogo una célebre frase de Don Quijote de la Mancha que expresaba la confianza que tenía en lo que estaba haciendo: "Sancho, hermano. ¿Ladran? Luego cabalgamos". Su optimismo duró poco pues el 17 de diciembre recibió un golpe aleve. El periódico El Catolicismo publicó las cartas que le habían enviado en privado monseñor Rubiano y monseñor Ruiz. Del malestar que este hecho le produjo sólo pudo hablar con el primero hasta año nuevo, cuando el cardenal Rubiano habló con el padre Llano en el santuario de San Pedro Claver, en Cartagena. Del encuentro fue testigo de excepción el superior de los jesuitas.

Después de esta reunión, en la cual Rubiano le dijo que no tenía errores doctrinales en sus artículos, parecía haber vuelto la calma. Nada más alejado de la realidad. El Domingo de Ramos, el 13 de abril pasado, Llano publicó una columna titulada 'Papá ¿qué es Semana Santa?'. Era un texto reencauchado que, salvo algunas pequeñas correcciones, había aparecido unos 10 años atrás. El jesuita jamás imaginó que estas palabras serían el detonante de su semana de pasión. Esa misma tarde el jesuita recibió la llamada de monseñor Rubiano, estaba escandalizado por lo que había escrito. El padre le explicó una vez más que su intención no era polemizar sino presentarles a los lectores temas que consideraba importantes. Al día siguiente el cardenal le envió una carta en la que le solicitaba rectificar lo que había escrito, le recordaba lo delicado que era escribir sobre estos temas para la masa de los creyentes y en un párrafo le recordaba el Credo. A renglón seguido le decía en tono de advertencia: "Si nos apartamos de esta profesión de fe, caemos, no solamente en el error sino también en la herejía". Monseñor Ruiz no se quedó atrás y también le envió una carta en la que le exigía que rectificara su posición.

La suerte del padre Llano estaba echada. El domingo 20 siguiente anunció su retiro de las páginas editoriales del periódico y se despidió con las siguientes palabras: "Soy audaz, pero no rebelde. Soy innovador y buscador de formulaciones nuevas de la fe, pero obediente al Magisterio. Por eso, como Ignacio (de Loyola), me someto hoy y siempre al juicio de la Iglesia". Los jerarcas de la Iglesia dicen que monseñor Rubiano actuó en la única forma que le era dado hacerlo y que no hubo censura de ninguna especie. Sólo una enérgica y vehemente defensa de los dogmas y de la tradición católica. Eso es verdad. Lo particular del asunto es que esta actuación se ha venido repitiendo en otras partes del mundo con el mismo argumento de defender la fe del pueblo, y el caso del padre Llano no es el único, contra otros teólogos que han expuesto ideas similares. "Los que escriben sobre moral, cristología, eclesiología o asuntos relacionados con la bioética están muy controlados", dijo a finales del año pasado el teólogo español Miret.

El padre Llano escribía de por lo menos tres de estos cuatro temas. ¿Quién tiene la razón entre el cardenal Rubiano y el jesuita? Este es un tema de expertos que sólo pueden dilucidar los teólogos expertos en la materia. Lo cierto es que con la salida de la columna del padre Llano perdieron todos: El Tiempo, un columnista valioso; los ortodoxos, el dardo de todas sus críticas; y los creyentes rasos, alguien que les escribiera en cristiano, es decir, en forma legible, la importancia de Jesús, el Hombre al que el jesuita exaltó con sus palabras hasta que lo crucificaron. No es por nada que de las más de 100 cartas que llegaron a El Tiempo sólo una criticaba a Llano. El resto fueron un vehemente plebiscito de respaldo.