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El laboratorio de la Fiscalía es uno de los más modernos de América Latina. En los últimos años han trabajado con casi 7.000 cadáveres. La mitad han sido identificados y unos 2.000 entregados a sus familias. | Foto: Juan Carlos Sierra

JUSTICIA

El CSI colombiano

Un equipo de médicos, antropólogos y odontólogos forenses en la Fiscalía buscan en los huesos y hasta en los restos de la ropa quiénes son y cómo murieron miles de colombianos. Han trabajado en 7.000 cadáveres.

23 de julio de 2016

Sus huesos yacen en una de las mesas. Al lado se puede ver un uniforme raído, probablemente de un soldado, unos calzoncillos azules, unas medias y una bayetilla amarilla. Su cráneo deja ver las piezas de un complejo rompecabezas armado con extremo cuidado. Dos agujeros lo atraviesan de un lado a otro: uno en el frente, encima de la ceja derecha y otro en la parte de atrás. Se sabe que su muerte fue violenta y, por la posición del disparo, probablemente a quemarropa. Lo que no se sabe es quién es, aunque hay una pista que podría permitir confirmar su identidad: una dentadura completa que tiene una gran particularidad: dos muelas que –al mismo tiempo– ocupan el lugar que le correspondería a solamente una de ellas.

Tener ese rasgo es como una bendición en la Unidad de Identificación de cuerpos de la Fiscalía General de la Nación. La mayoría de restos que llegan a sus instalaciones tienen muchos menos elementos. A veces tan solo llegan un par de falanges o vértebras, si hay suerte con pedazos de la ropa que llevaban puesta, desenterrados en algún rincón de Colombia. En los últimos años este equipo ha trabajado con casi 7.000 cadáveres. Cerca de la mitad han sido identificados y unos 2.000 entregados a sus familias.

Los 21 profesionales que integran esta fuerza en Bogotá, compuesta por médicos, antropólogos y odontólogos forenses, han visto lo peor de la guerra en el país. Recogen sus vestigios a veces décadas después de que se produzcan los hechos e intentan entregar la mayor verdad que se pueda encontrar en estos. La mayoría lleva más de 20 años ejerciendo esa labor. Por sus manos han pasado casos emblemáticos: la tragedia del Palacio de Justicia, las víctimas de asesinos en serie como Luis Alfredo Garavito, los principales magnicidios y los miles de muertos que ha dejado el conflicto interno de guerrilla, paramilitares y bacrim. “Colombia tiene una deuda con sus muertos: buscarlos y regresarlos a sus familias. Ese es nuestro trabajo”, explica el antropólogo Jaime Castro Bermúdez.

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Para que un cadáver llegue hasta ese laboratorio, ubicado en el búnker de la Fiscalía y el más moderno de América Latina, su muerte debe estar siendo investigada en el marco de un proceso penal. En ese momento ya se han surtido las etapas de investigación del caso y la exhumación del cuerpo, ordenada por un juez y llevada a cabo por estos mismos profesionales. A algunos los desentierran en los cementerios, pero a otros los van a buscar a la mitad de la selva. A veces se necesitan hasta dos helicópteros, el acompañamiento de un escuadrón del Ejército y una operación de varias semanas para recuperar los cuerpos. Por eso, el trabajo de este equipo mezcla un poco de Indiana Jones con el de científico de microscopio.

El proceso es complejo porque como explica el médico forense Erick Rodolfo Ruiz “no existe una máquina en la que uno meta un hueso y salga la fotocopia de la cédula de la persona”. El primer problema es que la magnitud del conflicto armado ha desbordado esta tarea. Según el Registro Único de Víctimas, 265.000 colombianos han sido asesinados y según el Informe Basta Ya, entre 1958 y 2012, 25.000 fueron registrados como desaparecidos. Por eso, Ruiz asegura que “aun si vinieran todos los equipos forenses del mundo, no alcanzarían a terminar el trabajo que nos ha dejado la guerra”.

El médico Ruiz y el antropólogo Bermúdez estudian detenidamente otro esqueleto en la mesa contigua a la del hombre con el uniforme camuflado. Si bien cada equipo debe estar conformado también por un odontólogo, en ese caso no se necesita pues en la exhumación no encontraron el cráneo. Solo algunos huesos, un jean al que solo le quedan los bolsillos y una camiseta de Millonarios rasgada por la mitad en el lugar en el que quedaría el abdomen, de la cual, ellos dicen, se podría concluir que fue víctima de una evisceración o de varias puñaladas. Al lado reposa el cuerpo de un niño de 16 años con impactos de bala en su mano derecha y en diagonal, apenas menos de una decena de huesos, con algunos calendarios de almacenes, un dije en forma de mariposa y una tarjeta de un asesor de pensiones.

Ruiz explica que cada uno de esos detalles puede ser fundamental para encontrar la verdad. Muchos reconocen a sus familiares por las prendas que tenían el día que desaparecieron y, por eso, la Fiscalía tiene un inventario con fotos de todo lo que van encontrando. A otros les han podido determinar su ciudad de origen o la posible fecha de su muerte por un recibo guardado en un bolsillo. Estos elementos se vuelven más relevantes cuando el cuerpo no está completo. El médico explica que algunos grupos al margen de la ley suelen desmembrar los restos de sus víctimas para sembrar terror o para entorpecer las investigaciones de los hechos. “Aquí uno se impresiona de lo malos que podemos ser los colombianos”, concluye Bermúdez.

La labor científica que ejerce cada uno de los miembros del equipo es muy específica. A grandes rasgos, el antropólogo lidera al grupo en la exhumación y realiza el posible perfil de las víctimas. El médico analiza las lesiones y puede concluir con base en la evidencia hace cuánto se produjo la muerte y sus causas. El odontólogo, a través de la carta dental, que es una especie de cédula que tienen todos los seres humanos, puede determinar el sexo, el patrón racial, la edad y hasta la identidad de las personas. El caso luego pasa al departamento de genética en el que se analiza el ADN. Todos los profesionales que intervienen en esta cadena sirven como peritos después en los procesos penales, algo así como unos testigos científicos de lo que leyeron en los restos de las víctimas. “Le dedicamos mucho tiempo a cada caso. Esto no es CSI en donde todo se resuelve en una hora”, dice Ruiz.

La odontóloga Marta Vélez Vásquez cuenta que, a diferencia de lo que parece, el trabajo forense es muy gratificante. “Puede que se trabaje con la muerte todos los días, pero no existe un momento más feliz que cuando podemos devolverle a una mamá al hijo que ha estado buscando por años”, relata. La doctora, que lleva 12 años en esa labor, asiste a muchas de las entregas de los cuerpos que logran identificar. Las ceremonias suelen ser sencillas pero muy emotivas. Los restos se entregan en una caja discreta con un pequeño moño. Solo si los familiares le preguntan, ella les explica con detalles, pero sin morbo, cómo murieron sus seres queridos.

El proceso de paz con las Farc seguramente implicará un nuevo capítulo en el trabajo forense en Colombia. La mayoría de muertos que este grupo ha podido identificar vienen de los ejercicios de verdad que se hicieron con los paramilitares. Se sabe que en los acuerdos de La Habana este también es un punto fundamental y se da por descontado que la justicia transicional le entregará al país información sobre otros tantos miles de colombianos. No solo para encontrar a las víctimas de esa guerrilla, sino también a miles de combatientes de ese bando a los que sus familias tampoco han podido enterrar.

Los profesionales de este cuerpo elite aseguran que los equipos humanos y técnicos que tiene Colombia están más que preparados para ese momento. Tantos años de violencia les han dado una experiencia quizás única en el planeta. “Esta es una profesión muy particular. Uno a veces simplemente quisiera quedarse sin tener con qué trabajar”, concluye Bermúdez.

En video: el CSI colombiano