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En la ONU, ya Venezuela se puso a prueba frente a Estados Unidos. En octubre de 2006 compitió por un cupo en el Consejo de Seguridad con Guatemala (apoyado por Washington)y tras 47 rondas ninguno pudo lograr la mayoría. En su momento se dijo que Chávez gastó 1.300 millones de dólares en sus giras por el mundo consiguiendo los votos

Diplomacia

¿Cuál es la salida?

En la OEA se juega el primer ‘round’ entre Colombia y Ecuador. Sigue la ONU. En ninguno de los 2 se ve una salida clara porque los votos están divididos.

4 de marzo de 2008

Antes de que se dispare un tiro de los 100.000 fusiles Kalashnikov que el presidente Hugo Chávez le compró a Rusia o antes de que los aviones Sukhoi, de última generación, despeguen de territorio venezolano para bombardear a Colombia, es muy probable que se tenga que dirimir otra guerra: la de la diplomacia. Y de cómo se resuelva puede depender que se evite el derramamiento de sangre.
 
¿Cuáles son los escenarios? ¿Quién ganará en la OEA? ¿Podrá la diplomacia disuadir a Chávez de un ataque?
 
Lo primero que hay que decir es que Colombia empezó con el pie izquierdo: mientras el gobierno se concentraba –con toda razón– en festejar el triunfo más importante en sus casi 50 años de guerra contra las Farc, el presidente Rafael Correa desde Quito se dedicó a llamar a cuanto mandatario pudo encontrar para quejarse del vecino que se le había metido en su territorio.
 
Y logró el efecto. El lunes a primera hora, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, se pronunció de manera enérgica contra la incursión de Colombia. También Argentina y Brasil. Y el canciller francés cuestionó públicamente el triunfo: “Es mala noticia que el hombre con el que estábamos hablando (Raúl Reyes), con el que tuvimos los contactos, haya sido abatido” (ver reacciones en la página 23).
 
Para muchos de ellos era difícil entender por qué el presidente Álvaro Uribe no le pidió permiso a su homólogo Rafael Correa para la operación que acabó con el miembro de la cúpula de las Farc Raúl Reyes.
 
Uribe se confió, tal vez, porque esperaba que un Estado amigo entendiera las urgencias de la guerra contra el terrorismo y porque no era la primera vez que se metía en casa ajena para combatir a su enemigo. Ya había ocurrido con Rodrigo Granda, que fue capturado en la propia capital de Venezuela por agentes colombianos, y que al final se pudo sortear sin mayores problemas.
 
Esta vez, las excusas que presentó el canciller Fernando Araújo a Ecuador por violar su territorio no sirvieron de nada.
 
El chaparrón diplomático que parecía arreciar contra Uribe comenzó a amainar cuando se destapó, el domingo, el escandaloso contenido de los computadores de Raúl Reyes. Uribe ahora podía mostrar por qué no le confió a su vecino la operación contra la guerrilla –aparecían mensajes que comprometían tanto al gobierno de Hugo Chávez como al de Ecuador– y con esos hallazgos en mano, Colombia comenzó a hacer su defensa a través de los medios ante el mundo.
 
Hasta el cierre de esta edición se seguían peleando uno a uno los apoyos. El presidente Uribe había logrado el respaldo, además de Estados Unidos, España, México, Perú y casi toda Centroamérica, menos Nicaragua. El presidente Correa, por su parte, comenzaba una gira por cinco países y contaba con el respaldo de aliados tradicionales de Chávez como los países del Caribe y los del Mercosur, además de Nicaragua. Según una fuente diplomática de Colombia, Chile, tras conocer el contenido del computador, estaba revisando su posición.
 
Las soluciones en el terreno diplomático van de las más simples a las más complejas. En el primer escalón está la propuesta del ministro ecuatoriano Gustavo Larrea –el mismo que aparece en los documentos como el enlace con las Farc–, que dijo que bastaría con que Colombia se comprometiera a garantizar ante la comunidad internacional el respeto por la soberanía de los vecinos.
 
¿Qué tanto está dispuesto el presidente Uribe a disculparse con un gobierno que, según los indicios del computador, estaría buscando una alianza con las Farc? No se ve muy fácil. Y mucho menos si se tiene en cuenta que Colombia está construyendo una argumentación para demostrar que la culpa es de Ecuador por servir de santuario a las Farc. La disculpa podrá calmar la indignación de Quito, pero no resuelve del todo la crisis con el presidente Chávez.
 
El ex canciller Guillermo Fernández de Soto dice al respecto que “la situación no puede ser más absurda”. Y explica: “El asunto está perfectamente tipificado en la Resolución 1373 del Consejo de Seguridad de la ONU que es de obligatorio cumplimiento y que establece para los Estados miembros de la organización el deber de abstenerse de otorgar cualquier tipo de apoyo a los grupos terroristas, y en especial, como indica el aparte segundo, de impedir que utilicen sus territorios respectivos para esos fines, en contra de otros Estados”.
 
Un segundo escenario es la OEA. Y el primer paso se da el martes a las 3 de la tarde, cuando se reúne el Consejo Permanente de Embajadores por petición de Ecuador. A primera hora Bogotá tenía información de que se discutiría una resolución de condena a Colombia, lo cual, en el lenguaje diplomático, es grave. Para aprobarla bastaría con el voto de 20 miembros. La estrategia de Colombia era la de postergar la votación.
 
Al anochecer del lunes, la embajada colombiana manejaba una información menos comprometedora: Ecuador solicitaría simplemente una reunión de los ministros de Exteriores. Y en ese caso, Colombia pediría que se llevara a cabo el viernes de esta semana para que con las pruebas sobre la mesa, países como Chile terminen por cambiar su crítica posición inicial.
 
Para el ex embajador Humberto de la Calle, si bien es importante, no se deben hacer muchas ilusiones. “No debemos esperar una condena de la OEA a Ecuador o Venezuela. La petrodiplomacia de Chávez ha paralizado prácticamente a la OEA. Tiene los votos del Caribe y la neutralidad de varios suramericanos (Brasil, Argentina). Saldrá una típica resolución salomónica que pretenderá dejar contento a todo el mundo”.
 
De no llegar a una solución en la OEA, no se descarta que el caso llegue hasta Naciones Unidas. De cierta manera, ambas partes estarían interesadas. Colombia, para que la ONU haga valer su resolución antiterrorista (la 1373) y condene a Venezuela y Ecuador por no obedecerla. Y Ecuador buscaría que se condenara a Colombia por violar su soberanía en forma injustificada.
 
Y allí tampoco se vislumbra un claro ganador. Cabe recordar que en 2006, cuando Venezuela compitió con Guatemala por un cupo en el Consejo de Seguridad, se convirtió en un pulso histórico en la diplomacia entre Washington (que apoyaba a Guatemala) y Caracas. Tras 47 rondas de votaciones, ninguno de los dos países logró la mayoría necesaria (dos terceras partes).
 
La otra instancia de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, es un paso mucho más complicado, al que difícilmente llegaría el caso. Venezuela podría tener la simpatía de Rusia y China, Francia tendría que definir su posición, y Estados Unidos apoyaría a Colombia. Cualquiera podría vetar el caso según su conveniencia. A Estados Unidos no le interesaría que se internacionalizara la política antinarcóticos. Y Venezuela no estaría dispuesta a una condena, como la que se aplicó en el caso de los Grandes Lagos, por auspiciar grupos ilegales armados contra otros Estados.
 
De todas maneras no hay que descartar que así como la ONU y la OEA pueden servir para agudizar las diferencias (buscando condenas y sanciones), también pueden ser utilizadas para garantizar la paz con instrumentos como el envío de agentes especiales de buenos oficios (caso de Guyana-Venezuela o Haití en 1991). O soluciones más ambiciosas como sería una misión de mantenimiento de paz de carácter preventivo, como la que propuso la analista internacional Laura Gil para el caso de las fronteras colombianas, que seguiría el exitoso modelo aplicado en Macedonia (1999).
 
Lo cierto es que el presidente Uribe, que ha dado muestras de poner las relaciones internacionales al servicio de la resolución del conflicto armado, ahora tendrá que invertir las cargas y sacar a relucir sus mejores cartas para ganar la batalla diplomática. Que puede ser la decisiva.