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Cuando escribo, sentada en el sofá

A la memoria de mi padre, quien me enseñó las primeras palabras y también las últimas

13 de julio de 2003

(Arte poética)

Igual que la imagen de mi cara en el espejo

me recuerda cómo me ve la luz,

en mis palabras busco oír el sonido

de las aguas estancadas, turbias

de raíces y fango, que llevo dentro.

No eso, sino quizás un recuerdo:

¿volver a estar en uno de aquellos días

en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,

las tardes de domingo y todavía el sol?

El golpe en la escalera de los pasos

que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura

como disco rayado quiero oír en mis palabras.

O tal vez no sea eso tampoco:

solo el ruido de nuestros dos cuerpos

girando a tientas para sobrevivir apenas

el instante.

Yo escribo sentada en el sofá

de una casa que ya no existe, veo

por la ventana un paisaje destruido también;

converso con voces

que tienen ahora su boca bajo tierra

y lo hago en compañía

de alguien que se fue para siempre.

Escribo en la oscuridad,

entre cosas sin forma, como el humo que no

vuelve,

como el deseo que comienza apenas,

como un objeto que cae: visiones del vacío.

Palabras que no tienen destino

y que es muy probable que nadie lea

igual que una carta devuelta. Así escribo.