Home

Nación

Artículo

M E D I O S    <NOBR> </NOBR>

Cuartilla en blanco

Los 21 periodistas asesinados en el último año y medio prueban que los violentos le tienen pavor a la verdad.

13 de agosto de 2001

A mediados de la semana pasada cinco periodistas de Florencia, Caquetá, se reunieron casi que en secreto en la Universidad de la Amazonia. Todos tenían miedo y no sabían qué hacer después del asesinato de su colega José Duviel Vásquez, director de noticias de la emisora La Voz de la Selva. Vásquez fue asesinado de tres impactos de bala en la mañana del viernes 6 de julio por dos hombres que huyeron de la escena del crimen en una motocicleta. Fue el tercer periodista de esta empresa asesinado en menos de un año.

Al finalizar el encuentro en la universidad los cinco participantes acordaron no hablar de lo que habían decidido hacer. Sus lacónicas palabras para describir lo que está ocurriendo fueron, como le contó a SEMANA uno de los asistentes, “no sabemos quiénes nos están matando”. Casi al mismo tiempo, en otro lugar de Florencia, se desarrollaba otra escena de este drama. Omar García, el periodista que acompañaba a Vásquez el día del atentado y que desde entonces permanecía escondido, salió de la ciudad gracias a un cinematográfico operativo policial. García fue amenazado por ser testigo del crimen.

Para la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) esta fue la gota que rebosó la copa. En menos de 15 días habían tenido que registrar el asesinato de cuatro periodistas. El miércoles 27 de junio Pablo Emilio Parra, de 50 años, propietario de la emisora Planadas Cultural Stereo y colaborador del diario tolimense El Nuevo Día, fue interceptado a la salida de su casa por dos hombres en moto y asesinado en las afueras de este municipio de dos disparos. El 4 de julio Arquimedes Ariza, de 39 años, dueño de la emisora Armonía Stereo, del municipio de Palocabildo, y director desde hacía dos meses de Fresno Stereo, recibió tres impactos de pistola en el local donde trabajaba. Dos días después tuvo lugar el homicidio de Vásquez y el domingo 8 de julio Jorge Enrique Urbano, de 53 años, y con más de 20 años de experiencia en radio, fue asesinado de cuatro tiros en Buenaventura.

Eso para no hablar de los 28 que han sido amenazados en lo que va corrido del año. Una cifra que ya superó el total del año pasado. Las fuentes de las amenazas son los paramilitares, los funcionarios públicos, la guerrilla y la delincuencia común. Esto lo que refleja es que los medios se han convertido en un instrumento más de los actores armados en su lucha por el poder. Así que cuando éstos pueden manipular a la prensa logran avances tácticos por medio de la intimidación o la legitimación de sus actos violentos. Pero cuando los periodistas no se dejan manipular y mantienen su independencia se convierten en objetivos militares ya que la verdad es uno de los peores enemigos de la guerra.

Ante este panorama, y como la situación lo ameritaba, la Flip le solicitó al Ministro del Interior una reunión extraordinaria de los 10 miembros que conforman el comité encargado del Programa de Protección a Periodistas. Este ente fue creado en agosto del año pasado pero comenzó a operar en forma sólo hasta hace seis meses. Como resultado de su puesta en marcha ha entregado 11 ayudas humanitarias para quienes tienen que escapar de su región (cada una por tres meses), 10 pasajes internacionales, seis nacionales y varios equipos de comunicaciones.

El miércoles de la semana pasada el comité estuvo reunido casi todo el día. Estudió todos los casos, en particular el de Omar García, y concluyó que no ha efectuado labores de prevención adecuadas. Por eso se decidió la realización de talleres de autoprotección y profesionalización en las regiones más complicadas. El objetivo es que los propios periodistas identifiquen si están en riesgo y qué hacer desde su oficio para mejorar sus condiciones de seguridad. Con esta medida el comité cumple uno de los requisitos que la Federación Internacional de Periodistas (IFJ, por sus siglas en inglés) incluyó en el segundo punto del Código internacional profesional para el ejercicio seguro del periodismo.



¿Talleres antibalas?

Son varias las razones por las cuales los periodistas regionales están más amenazados que el resto de sus colegas. La primera, y más obvia, es porque son los más cercanos a las zonas de conflicto y por tanto soportan las presiones de uno u otro actor. “Estamos al vaivén de los grupos armados al margen de la ley”, dice Carlos Meyer, de la emisora de RCN en Florencia. Los periodistas regionales sostienen la pirámide jerárquica e inequitativa del escalafón periodístico en cuya cima están las estrellas que trabajan en la capital, quienes ocasionalmente viajan a cubrir algún evento por fuera de las ciudades con el pretencioso título de enviados especiales. Su posición se hace mucho más vulnerable, además, por el desamparo laboral en el que trabajan, que repercute en su desempeño profesional.

“Están peor que cualquier obrero”, dice el periodista Arturo Guerrero, quien, junto con Eduardo Márquez, ha dictado casi 30 talleres de capacitación diseñados por la Corporación Medios para la Paz. “En las regiones les prestan asesoría a los políticos, que son la fuente de empleo y de publicidad, reciben comisiones por pauta y al mismo tiempo son corresponsales de algún medio”, dice Márquez. El resultado de este pragmatismo es, según Elizabeth Vargas, directora de la Flip, “que por la prisa dejan de consultar fuentes o por interés suprimen datos. Hay un mal ejercicio del periodismo”.

Los periodistas regionales no niegan esta realidad y reconocen, como lo dijo uno de Florencia que no quiso ser identificado, “que el periodismo no se puede hacer como es”. ¿Cuál es la opción entonces? “No profundizar mucho en los temas de orden público u obviarlos para evitar retaliaciones de uno u otro grupo”, dice Jairo Benítez, de la emisora caqueteña Cristalina Stereo. En casi todos los talleres de Medios para la Paz los participantes dicen que como no pueden cubrir la guerra se han dedicado a los temas comunitarios. Los periodistas sostienen sin ambages que su estrategia para sobrevivir es quedarse callados, guardar silencio sobre lo que ven (como las relaciones que tienen en algunas zonas del país los paramilitares con miembros de la fuerza pública) o lo que se enteran (como los planes estratégicos de la guerrilla). Muchos se han dedicado a guardar historias con la esperanza de algún día poder recopilarlas y contarlas en un libro.

La consecuencia de todo lo anterior es que el país no se entera de lo que verdaderamente ocurre en más de la mitad del territorio. “Ya sea por la vía de amenazas o por la clandestina complicidad de líneas editoriales, las lógicas informativas están siendo prácticamente dirigidas por los responsables del conflicto desde la contrainsurgencia, el Estado y la insurgencia, produciendo una grave distorsión sobre el principio del interés público como derrotero de la noticia”, escribió Márquez en uno de los capítulos de Las Trampas de la guerra: periodismo y conflicto, el libro que lanzará esta semana Medios para la Paz con la recopilación del trabajo realizado en los talleres.

Es probable que la vorágine en la que están inmersos los periodistas colombianos sea única en el mundo. Por eso la comunidad internacional tiene puestos sus ojos en el país y está pendiente de lo que sucede para exigir soluciones. Este año Abid Hussain, relator especial de la Comisión de derechos humanos sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, le manifestó al gobierno su deseo de ser invitado a visitar el país. Ojalá que cuando venga no tenga que recibir sólo partes de periodistas muertos, exiliados o callados porque sus palabras fueron silenciadas con balas.