Home

Nación

Artículo

DAVID O GOLIAT

Turbay Turbay deberá demostrar que en su nuevo cargo actuará más como el colegial del Rosario que fue, que como el manzanillo que ha sido.

29 de agosto de 1994

La elección de David Turbay como Contralor General de la Nación es un premio a la perseverancia y a la terquedad. Después de ocho años de aspirar a ocupar una alta posición del Estado, el jueves de la semana pasada el Congreso en pleno lo eligió, por 210 votos a favor, cuatro en favor de los otros dos candidatos y cuatro en blanco, como reemplazo de Manuel Francisco Becerra.
Y es que este abogado de 42 años -cartagenero, aunque nacido en Montería llegó a la vida pública nacional en 1986 decidido a no pasar inadvertido. En un gesto que nadie antes de él se había atrevido a hacer, por aquellos días el joven senador pidió audiencia con el presidente Virgilio Barco para manifestarle abiertamente su deseo de ser ministro. Sin embargo, y a pesar de que en las múltiples crisis de gabinete de ese gobierno su nombre estuvo siempre en el sonajero, la cosa nunca cuajó. Lo que consiguió con su labor de lobbying fue, en cambio, un premio de consolación: la embajada en Egipto.
Cuando en 1990 César Gaviria se disponía a conformar su primer gabinete, Turbay volvió por sus fueros e insistió en ser ministro. Y lo cierto es que, desde el punto de vista político, en esa ocasión se lo merecía: durante la campaña presidencial apoyó primero a Luis Carlos Galán y, tras el asesinato de éste, a Gaviria. Su votación para el Senado fue significativa, lo mismo que los votos que le endosó en su departamento a Gaviria para la consulta popular.
Para evitar sorprenderlo, el Presidente le pidió a uno de sus asesores que le comunicara a Turbay que en esta oportunidad tampoco sería ministro. El choque fue tan duro que muchos vieron a Turbay lamentarse hasta las lágrimas por lo que él mismo llamada "mi desgracia". En esa ocasión tuvo que conformarse nuevamente con un premio de consolación: la Gobernación de Bolívar.
Apenas la Asamblea Constituyente creó la figura del vicepresidente, comenzó a hacer carrera entre los liberales que el candidato a ese cargo debía ser un dirigente costeño. David Turbay decidió entonces apostarle a la vicepresidencia. No obstante, él era consciente de que no lograría dicho objetivo si antes no conseguía la segunda votación en la consulta liberal. Nació así su precandidatura presidencial, en la que demostró ser una verdadera locomotora política y tener la suficiente sangre fría como para aceptar el apoyo de dirigentes que los demás precandidatos habían rechazado, a veces por razones de imagen y a veces por razones de ética y moral. Aunque al final, y con la ayuda de los Escrucería, Name y Forero Fetecua, su votación fue importante, no le alcanzó para quedar segundo. Lo superó Humberto de la Calle, quien a la postre se convirtió en la fórmula a la vicepresidencia de Ernesto Samper.
Derrotado en la precandidatura y también en su deseo de convertirse en el primer vicepresidente de Colombia, Turbay se le midió a la Contraloría. Estaba seguro de que el Congreso -encargado de elegir para ese cargo a uno de los tres candidatos que le presentaran la Corte Suprema, el Consejo de Estado y la Corte Constitucional- lo respaldaría. El único problema era lograr que alguna de las tres instituciones lo postulara para la terna.
No tenía muchos amigos en el Consejo de Estado ni en la Corte Suprema, pero como en su calidad de senador había participado en la elección de la Corte Constitucional hacía año y medio, allí contaba con paisanos de la Costa como Fabio Morón y Hernando Herrera. De suerte que alrededor del bloque costeño de la Corte se consolidó la candidatura de Turbay. Una vez en la terna, la ventaja de Turbay era enorme y su elección segura: a diferencia de los otros dos candidatos, Hugo Palacios y Diego Moreno, era el único liberal ante un Congreso de mayoría roja y el único de extracción parlamentaria ante un Congreso en el que opera el espíritu de cuerpo.
Las críticas previas a la elección de David Turbay no faltaron. Para algunos, su designación por parte de un Congreso del cual formó parte no fue más que una componenda digna del viejo país. Sin embargo, resultaría injusto tener en cuenta sólo esa faceta de su perfil, pues es también un hombre estudioso, preparado e inteligente, colegial de la Universidad del Rosario -algo que muy pocos consiguen-, y con una gran experiencia administrativa.
En su desempeño al frente de la Contraloría durante los próximos cuatro años, a David Turbay le corresponderá demostrar que se parece más al colegial del Rosario que al campeón del manzanillismo y de la politiquería que algunos ven en él. En otras palabras, su gestión en el organismo de fiscalización dirá si va a hacer honor a su nombre y se va a parecer a David luchando contra el gigante de la corrupción, o si, por el contrario, va a terminar pareciéndose a Goliat. -