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De ‘admirable’ a predecible

Un Congreso que pintaba ser unos de los mejores en las últimas décadas terminó con más de lo mismo. La politiquería y el clientelismo siguen vivitos y coleando.

24 de junio de 2006

El Congreso que alguna vez se ganó la denominación de "admirable" de boca del ex ministro, del Interior, Fernando Londoño, se despide esta semana dejando mucho qué desear. Los congresistas se cansaron rápidamente del esquema 'no puestos-no contratos' impuesto por el gobierno y presionaron para volver al tradicional mercado persa, donde se regatean influencias, contratos y puestos. El encanto de un nuevo Congreso sólo duró 12 meses y a los corredores del salón elíptico volvieron las negociaciones al detal, el trasfuguismo y la defensa de los intereses electorales por encima de los nacionales. En poco tiempo, la promesa del presidente Álvaro Uribe de acabar con la politiquería se guardó en el baúl de los recuerdos y se volvió a lo mismo de siempre.

Todo empezó con la luna de miel entre Uribe y el Congreso. En 2002, este candidato independiente ganó la Presidencia en primera vuelta y con el apoyo del 53 por ciento de los electores. La gran aceptación que alcanzó Uribe en la última etapa de la campaña hizo que los congresistas lo buscaran a él, para contagiarse de su popularidad, y no al revés, como era la tradición. El día en que se posesionó ya tenía en el bolsillo el 60 por ciento del Congreso. Este capital político le permitió blindarse de los congresistas y empezar a gobernar sin ataduras.

La primera legislatura fue un éxito para la administración Uribe y para el Congreso. El gobierno logró, sin necesidad de costosas negociaciones, aprobar proyectos impopulares que eran fundamentales para cumplir su plan de gobierno. Entre ellos, la reforma tributaria, la laboral y el referendo.

Pero la luna de miel se acabó a mediados de 2003, cuando el gobierno se metió con algo intocable para los políticos: sus cuotas burocráticas. Como lo resaltó SEMANA, en ese entonces el gobierno cortó los tentáculos clientelistas de muchos congresistas, al elegir por concurso de méritos a los gerentes regionales de entidades descentralizadas. Sobre todo en dos 'joyas de la corona' para quienes dominan el mundo de los puestos: el Sena y el Instituto del Seguro Social. Para mayo de 2003, los políticos contaban con 6.227 cargos menos en el Estado para ubicar a sus amigos. Ante esta situación, los congresistas se rebelaron y presionaron para que sus intereses no siguieran siendo atropellados.

Al principio el Presidente no les hizo caso a las pataletas parlamentarias. Pero cuando se vio abocado a que su futuro político -la reelección- dependía del Congreso, la firmeza gubernamental le cedió espacio al voraz apetito burocrático de los congresistas. En el trámite de la reelección, el gobierno se volvió vulnerable y quedó en evidencia cuánto necesitaba de su bancada. Acto seguido, se 'valorizó' el voto de cada uno de sus miembros. Se rompió el círculo virtuoso y de ahí en adelante volvió el tradicional tire y afloje entre el Presidente y cada uno de sus congresistas, que terminó reduciendo la agenda legislativa a unos pocos temas fundamentales para Uribe: el referendo, la reelección, el estatuto antiterrorista y la Ley de Justicia y Paz.

Se volvió al viejo esquema. Los ministros iniciaron giras por las oficinas de los congresistas buscando 'voticos' para la reelección, ocurrieron los bochornosos episodios de Yidis y Teodolindo y, hasta en una ocasión, el ministro del Interior, Sabas Pretelt, tuvo que hacer de portero para que los uribistas no rompieran el quórum en los debates de la Ley de Justicia y Paz. La rebatiña llegó a tal nivel, que incluso el presidente Uribe ofreció disculpas por la repartición de puestos en el servicio exterior.

Otra muestra de la tradicional politiquería del Congreso que acaba de terminar fue el abuso de la vieja práctica del carrusel, donde los congresistas les entregan su curul a sus segundos renglones para cumplir con pactos políticos. Según el proyecto Congreso Visible de la Universidad de los Andes, en marzo de 2002 se eligieron 268 congresistas, pero, como varios de ellos les dieron una 'palomita' a los renglones inferiores de su lista, terminaron siendo más de 486. El carrusel es nocivo, pues no está bien que las curules y los sueldos por ocuparlas sean utilizados como pago de favores políticos.

Por fortuna, esta serie de prácticas nocivas no le llegan ni a los talones a escándalos de corrupción como el 'pomaricazo', el desfalco millonario al erario del Congreso por parte de sus directivas. O el mismo proceso 8.000, cuyo coletazo hizo que más de 10 congresistas perdieran su investidura. Eso sí, falta ver cuál es el grado de penetración real que ha logrado el paramilitarismo en el Congreso.

A pesar de las desilusiones causadas por este Congreso cuyos pronósticos eran muy favorables, hay tres cosas que se deben rescatar. La primera es que el gobierno logró aprobar la mayoría de los proyectos clave de su agenda. La segunda, que la polarización que generó la decisión del Presidente de promover su propia reelección -y otras posturas ideológicamente muy marcadas a la derecha- contribuyeron a sentar las bases para que se dé un esquema de gobierno- oposición dentro del Congreso.

Y la tercera, que los congresistas que se despiden en esta legislatura hay que reconocerles la aprobación de dos reformas constitucionales que cambian el mapa político: la reforma política y la reelección presidencial.

La reforma política saldó una deuda que tenía el Legislativo con la sociedad colombiana desde hace 10 años. Si bien una ley no cambia necesariamente las malas costumbres políticas, sí es un paso hacia la depuración de las viejas prácticas y el fortalecimiento de los partidos. Y la reelección presidencial que, con sus virtudes y defectos, sólo la historia dirá si el país agradecerá la continuidad de las buenas gestiones de los presidentes o lamentará el forcejeo de los malos gobiernos que siempre buscarán perpetuarse en el poder.

El nuevo Congreso se posesiona el próximo 20 de julio y Uribe, en su segundo mandato, ya no habla de acabar con la politiquería. Incluso ya empezó a repartir ministerios en los jefes de su coalición, lo que indica que en este cuatrienio que llega también habrá negociación de prebendas. Afortunadamente, la aplicación de la ley de bancadas puede hacer que estos acuerdos políticos sean más transparentes, pues el gobierno ahora deberá negociar con partidos y no con congresistas. La ley también puede traer debates más ordenados y con mayor contenido ideológico. Todo depende de la voluntad de cambio que tengan los congresistas