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| Foto: Valentín Sierra Arias

GENTE

De la plaza de mercado de Manizales a la escuela de Gobierno de Harvard

La historia de Valentín Sierra Arias es la de tantos colombianos que nacieron con todo en contra y aún así lograron destacarse más allá del promedio.

25 de noviembre de 2017

Por: Juan Pablo Vásquez*

La catedra de estadística a cargo del profesor Teddy Svoronos está a punto de empezar y los últimos alumnos en llegar terminan de acomodarse en sus asientos. En la segunda fila, a mano derecha, se encuentra Valentín. Él, que llegó con quince minutos de anticipación, ya tiene lista su libreta para tomar apuntes y una sonrisa dibujada en el rostro. Es una bendición poder estar ahí, en el Starr Auditorium del Harvard Kennedy School.

Mira a través de los amplios ventanales y se da cuenta de la inminente llegada del otoño. Observa cómo los peatones, arropados con abrigos y bufandas, caminan sobre las hojas de tonos rojos que cubren los andenes. Las bajas temperaturas que embargan las calles de Cambridge durante esta época del año contrastan con el cálido ambiente que ofrece la calefacción del salón.

Se siente privilegiado por estar adentro, en un ambiente acogedor, y no puede evitar acordarse del frío que soportaba cuando, en los fines de semana, ayudaba a su papá a vender tubérculos en una plaza de mercado en Manizales, allá en La Galería.

El inicio del camino…

Pese a los doce grados centígrados de aquellas mañanas, guarda excelentes recuerdos y atribuye gran parte del éxito en su vida a las enseñanzas que allí adquirió. Rodeado de graneros, bultos de papa y víveres aprendió a saludar a todo el mundo, desde los dueños de los locales hasta la señora de los almuerzos. “Un buen apretón y mirando a los ojos”, le repetía William Sierra, su padre, con frecuencia.

En aquel mercado también desarrolló un talento que, hasta el día de hoy, mantiene y lo vincula estrechamente con su papá: el canto. En los momentos en que no había movimiento de clientes o cuando la jornada acababa, aprovechaban para entonar baladas, boleros y vallenatos, su género favorito.

Por momentos eran un dúo de folclor colombiano, al mejor estilo de Garzón y Collazos, y al rato ya cantaban baladas, como Qué por qué te quiero del venezolano Carlos Mata. Los pasillos de La Galería no serían suficiente escenario para su repertorio, por lo que las canciones se trasladarían a los shows de talento del Colegio de Cristo, en donde cursó primaria y bachillerato.

Travesía a Estados Unidos…

Las pantallas donde se proyectan los contenidos de la clase en el Starr Auditorium distan mucho de los tableros de tiza donde Marcela Garcés, docente titular de inglés del grado once, explicaba la conjugación de verbos en sus lecciones de inglés. Su método de enseñanza fomentaba la participación de los estudiantes y, al momento de solicitar un voluntario para hacer algún ejercicio en el tablero, el primero en levantar la mano para ofrecerse siempre era Valentín.

Y es que esa fórmula trae sus frutos. Lo sabe mejor que nadie. De no ser por su intrepidez y curiosidad, no habría conseguido llamar la atención de su maestra. Ella le dio un espaldarazo que le cambió la vida.

“Este muchacho tiene una estrella. ¡Brilla solito!”, dijo Marcela cuando contactó al Centro Colombo Americano de la ciudad para que le guardaran un cupo en sus clases de inglés. En el Centro, después de quedar completamente fascinados por la facilidad con la que Valentín aprendía esta segunda lengua, tomaron la determinación de comunicarse con una profesora bogotana, Gloria Ruiz.

Gloria, además de dictar clases en un colegio de la capital, también se encargaba de buscar y reclutar estudiantes colombianos de último año de bachillerato para estudiar becados por un año en un colegio privado de Estados Unidos. Más específicamente el Cathedral High School en Saint Cloud, Minnesota.

Cuando Valentín fue postulado, la beca corría peligro ya que el último estudiante colombiano que pasó por Cathedral presentó sendos problemas y nunca pudo adaptarse al colegio. Sin embargo, la institución decidió dar un último voto de confianza y, después de evaluar y estudiar las solicitudes de aplicación de jóvenes de todos los rincones del país, Gloria se decantó por ese muchacho de Manizales que se distinguía por su excelencia académica y despertaba tan buenos comentarios entre sus compañeros y profesores.

Un milagro llamado Vern…

Corría la primavera del 2006 y el año escolar estaba próximo a terminar. Para entonces, la comunidad judía de Saint Cloud había levantado quejas acerca de unas esvásticas ubicadas en la iglesia católica del pueblo, Saint Mary´s Cathedral. Este símbolo, acogido hace varios siglos por comunidades cristianas antes de que los Nazis se lo apropiaran, produjo discordia entre la población por lo que se llegó al acuerdo de removerlas. Se organizó un acto conmemorativo y el colegio decidió hacer parte del mismo. Necesitaban un estudiante que los representara.

Valentín, quien disfrutaba de sus últimos meses en Norteamérica y planeaba regresar a estudiar derecho en la Universidad de Caldas, se ofreció a ser ese estudiante. Sí bien su inglés no era el mejor se sentía capaz de hacerlo. Preparó las palabras, grabó su voz, escuchó la grabación muchas veces, perfeccionó la pronunciación y, finalmente, habló ante todos los asistentes al evento. Su intervención fue objeto de elogios y llego a ser reseñada en un diario local.

Mientras todo esto ocurría, una de sus profesoras y creadora de la beca para colombianos en el colegio, Myriam Mansell, tocaba puertas en distintas universidades de Minnesota para que recibieran a Valentín y contribuyeran con una beca. Ella fue testigo de su desarrollo y mejoría.

En una oportunidad, llegó a ser citada por la junta del Cathedral High School debido al asombro que generaban las notas que recibía aquel estudiante colombiano. Creían que sus buenas calificaciones se debían más a la simpatía que despertaba entre sus educadores y no a una verdadera dedicación y excelencia académica. Se llevaron una sorpresa aún mayor cuando descubrieron que su presentimiento no tenía base porque era el mejor de sus clases.

Impulsada por este suceso, continuó en la búsqueda de colaboración, pero no encontró mayor apoyo. El único ofrecimiento vino por parte de la Universidad Saint Johns que, a pesar de no dar ninguna ayuda económica, incorporó la historia de Valentín en el boletín anual que enviaban a sus benefactores para recaudar fondos.

Dicho boletín llego a manos de Vern Dahlheimer, un americano reconocido en la comunidad por apoyar enérgicamente obras sociales, y que por cosas del destino también había estado en la iglesia el día que Valentín dio su discurso. Emocionado de ver a un joven extranjero con tanto liderazgo, llamó a la universidad y expresó su deseo de hacerse cargo de la mitad de la matrícula. Así las cosas, las directivas y demás benefactores accedieron a poner la otra mitad.

Emprendiendo vuelo…

La vida universitaria en Saint Johns fue supremamente grata. En vez de las leyes, Valentín se inclinó por ciencia política y alcanzó resultados inimaginables.

De la mano de Matt Lindstrom, profesor de política doméstica que identificó virtudes en él y decidió apadrinarlo, llego a ser nombrado como gerente estudiantil del Centro de Políticas Públicas de la universidad (The Eugene J. McCarthy Center for Public Policy & Civic Engagement). No le importó mucho estar en su primer año y rápidamente tomó la iniciativa. Montó un programa de discusiones, foros e investigaciones que atrajo a un importante sector del estudiantado y le ayudó para darse a conocer. Pronto, ya todos los catalogarían como un líder.

Con el paso del tiempo se hizo acreedor de una beca para adelantar un semestre en Chongqing, China. Esta ciudad expandió su mente y le sirvió para encontrarse de nuevo con talentos suyos que trascendían el campo netamente académico.

En una competencia de karaoke que reunió a más de 1.000 participantes, Valentín recreó esos momentos libres que le quedaban durante sus labores en la plaza de mercado, varios años atrás. Cantando letras en inglés, español y mandarín, pese a ser muy rustico, causó sensación. Llegó a ser la imagen publicitaria del certamen y su rostro estuvo impreso en grandes avisos ubicados a lo largo y ancho de las principales vías de Chongqing. El segundo puesto que ocuparía sería un detalle menor en esta increíble experiencia.

De vuelta en Estados Unidos, finalizaría sus estudios sin percances. Después de su graduación Matt le aconsejó presentarse a la convocatoria de una importante firma de comunicaciones de Washington D.C que buscaba un practicante analista de mercados. Contrario a lo que sucede en la gran mayoría de estos puestos, este si sería remunerado y le serviría para subsistir en la capital estadounidense. De nuevo, Valentín sería el elegido.

En una ocasión, asistió a un foro económico sobre América Latina en el Instituto Brookings. Ese día, notó que entre los panelistas había un colombiano y se acercó a hablarle después del evento. Lo invitó a tomarse un café y le comentó sobre sus sueños y metas. El entusiasmo y el empuje con el que se presentó llevo a que siguieran en contacto e intercambiaran correos para ser posteriormente nombrado colaborador en un proyecto que se estaba consolidando, una plataforma virtual de economistas de América Latina y el Caribe.

Valentín continuaría como el editor y responsable de la página web después de que aquel hombre que conoció renunciara, a los pocos meses, para volver a Colombia y ser nombrado ministro Minas y Energía. Hoy por hoy es ministro de Hacienda. Se trataba de Mauricio Cárdenas Santamaría.

En 2014, viendo el primer partido de la Selección Colombia en el mundial, conoció a una americana, Madeleine LaPointe, su actual esposa. Ella, aparte de ser una gran bailarina y mostrar mucho interés por Colombia, es su principal apoyo y no pensó dos veces cuando lo ayudó a empacar maletas para volver a su hogar en Manizales.

¿Harvard? Sí, Harvard…

Renunció a su trabajo y regresó, a la casa de su padre, con las mismas dos maletas que se fue. “¿Por qué no llego rico?”, le preguntaban en su barrio.

Jamás se molestó porque entendía que para cualquiera eso sería un retroceso, pero él tenía entre ceja y ceja un objetivo muy bien definido: ingresar a la mejor universidad del mundo. Para eso se prepararía y estudiaría sin descanso.

Los compromisos laborales y sociales de Washington le impedían dedicarle el tiempo necesario a su preparación para el Graduate Record Examination, el examen estandarizado de ingreso para programas de posgrado en Estados Unidos. Por eso prefirió su antiguo cuarto, en el que creció y al que retornaba con muchos sueños cumplidos, pero en busca del más grande de todos.

Imprimió una foto suya y la colocó en su mesa de noche. En ella se le veía con un gorro de lana, una chaqueta gruesa y una felicidad desbordante junto a un letrero que rezaba Harvard Kennedy School. La imagen se remontaba años atrás cuando visitó Harvard para liderar la delegación de Saint Johns en un modelo de Naciones Unidas. Todas las mañanas cuando despertaba y se observaba allí, sentía que estaba un paso más cerca.

Los siguientes doce meses fueron de muchísima dedicación. Madrugaba, se acostaba tarde y solo hacía pausas para dedicar tiempo a su papá y Madeleine, quien lo visitaba una o dos veces por mes. Alternar el cariño de la familia con su estudio fueron claves y los increíbles resultados fueron prueba de ello.

Recuerda que cuando envió la aplicación a Harvard sintió nervios y que estos aumentaron hasta el día que se enteró de su admisión. Saltó, lloró y gritó. Pensó en su mamá viéndolo desde el cielo; abrazó a su papá, al que también se le escurrían las lágrimas, besó a Madeleine, el amor de su vida, y llamó a Myriam y Matt, sus mentores, para darles la buena nueva. Lo más llamativo del asunto sucedería tan solo unos días después cuando revisaba la bandeja de entrada de su correo.

Tomando precauciones, Valentín había aplicado también a una maestría en economía y finanzas de la universidad Johns Hopkins. Fue admitido, incluso unos días antes de la noticia de Harvard, pero ahora recibía un mensaje donde le comunicaban la intención de becarlo con 60 mil dólares para que ingresara.

Le costó trabajo tomar una determinación, pero ante la realidad de que los fondos para costear sus estudios en Harvard aun no eran suficientes, decidió solicitar que le guardaran el cupo por un año. De esta forma, mientras estudiaba en Johns Hopkins, podría encontrar los medios para cumplir su meta. Quizá no fue muy positivo y pensó que perdería la oportunidad. Por eso, la alegría se triplicó cuando la oficina de admisiones le respondió diciéndole que no existía ningún problema y que lo esperaban con gusto en el verano de 2017.

El año de estudio en Johns Hopkins fue fugaz y pudo conseguir los apoyos financieros que le faltaban. Entre una beca parcial de Harvard y un crédito de Colfuturo pudo materializar su sueño. Se graduó de la maestría con una tesis sobre Colombia, el país que ama y al que desea regresar a servir. Logró reunirse y recibir asesoramiento de personajes como Alejandro Gaviria, actual ministro de salud, y Simón Gaviria, quien para entonces era el Director Nacional de Planeación.

Todas estas vivencias fueron esenciales para llegar fortalecido y con ánimos a la escuela de gobierno de Harvard, el Kennedy School, el mismo lugar por el que han pasado premios nobel y presidentes de diferentes naciones, pero nunca un hijo de La Galería de Manizales.

(…)

El profesor Svoronos da por terminada la primera sesión de estadística y los estudiantes abandonan el salón dejando una estela de ruido y conversaciones. Valentín, en cambio, se toma su tiempo. Quiere disfrutarlo. Luchó mucho por ese momento y tiene derecho a vivirlo al máximo.

Mira al techo y se ríe porque sigue sin creerlo. La vida es muy generosa y él disfruta de sus bondades. En unas semanas tendrá una más entre sus manos, su primera hija, Allegra Sierra LaPointe, viene en camino.

*Colaborador de SEMANA en Boston.