Home

Nación

Artículo

PORTADA

De la selva al Congreso

Casi todos los secuestrados liberados se la juegan por el intercambio humanitario en la próximas elecciones. Confían en que su calvario los convierta en un fenómeno electoral.

7 de febrero de 2009

Cuando Sigifredo López se bajó del helicóptero y se fundió en un abrazo con sus dos hijos, Colombia entera lloró. El jueves, los canales de televisión pasaron una y otra vez en cámara lenta la imagen que mostraba cómo su rostro pasaba de la sonrisa al llanto incontenible, y su familia se aferraba a él con toda su fuerza.

Pocos minutos después, López empezó a hablar ante la multitud que lo aclamaba. Micrófono en mano, pronunció un discurso largo ante una plaza abarrotada de gente, al que le siguió una rueda de prensa en tono de campaña, que seguían millones de colombianos por la televisión. Literalmente, y sin escalas, pasó del aislamiento infernal del secuestro a la tribuna pública que lo conectaba con las masas.

Es un epílogo usual en la tragedia de los conflictos. Basta recordar cómo Nelson Mandela, después de 20 años de cárcel salió directamente a la Presidencia de Sudáfrica, y la influencia que tuvo su condición de víctima del apartheid para que se convirtiera en figura mundial. Lo mismo que el dramaturgo Vaclav Havel, quien después de años de cárcel y de ser proscrito por los comunistas, se reivindicó al ser elegido Presidente de Checoslovaquia, cuando colapsó el régimen.

En Colombia, guardadas las proporciones, podría estar pasando algo similar con los políticos que han recuperado la libertad y cuya condición de víctimas de la guerrilla los ha proyectado nacionalmente, ha incrementado su capital político y les ha dado opciones reales de ser protagonistas de la política de primera plana. Si bien algo va de Mandela a Jorge Géchem, lo que está demostrado es que la política se construye en lo emocional y que una historia humana cargada de dolor, como el secuestro, con adecuadas dosis de discurso y una estrategia política sencilla, los puede catapultar en las próximas elecciones.

Así ocurrió, por ejemplo, con el ex ministro Fernando Araújo, quien estuvo secuestrado durante seis años y se fugó en enero de 2007. Por su condición de víctima de inmediato fue nombrado Canciller, para que diera testimonio en el mundo entero sobre los métodos inhumanos que usan las Farc con sus rehenes. Aunque su gestión no ha merecido muchos elogios, ahora es un firme aspirante a la candidatura conservadora para la Presidencia.

Íngrid Betancourt era también un personaje controvertido y radical, y su marcación en las encuestas para Presidencia no llegaba al 2 por ciento. No obstante, ya libre, llegó a ser la persona con más preferencia entre la opinión, después de Álvaro Uribe.

En el plano regional, el fenómeno se puede repetir. Los políticos liberados, aunque hayan sido en el pasado apenas pequeños manzanillos o parlamentarios sin figuración, hoy están investidos de valores que identifican a la gente, como la estoica capacidad de sufrir, la dignidad como arma para doblegar la barbarie, y los intentos épicos de fuga, como la de Araújo, cuyo coraje quedó anclado en el alma de los colombianos. Pero, sobre todo, encarnan el valor supremo de la libertad.

Uno de los intelectuales más influyentes actualmente en teorías sobre comportamiento electoral, el neurolingüista George Lakoff, les da un enorme valor a las emociones como parte del conocimiento y de la experiencia política, y, según sus estudios, nada influye tanto en las decisiones electorales de la gente como las metáforas. A través de ellas, las personas comunes se identifican con el candidato y deciden su voto. Tal como ocurrió con Obama en Estados Unidos, donde no influye tanto lo que él diga, sino lo que él es y lo que representa. Como podría ocurrir con los secuestrados que, aunque no mencionen en campaña su cautiverio, llevan la metáfora de un país en guerra impresa en su rostro.

Íngrid Bolívar, profesora de la Universidad de los Andes especializada en emociones y política, comparte esta visión y dice que sólo con su presencia "los liberados ratifican un sentimiento popular contra las Farc" y eso es lo que la sociedad quiere ver y escuchar. Por eso no sería extraño que personas como Luis Eladio Pérez, Alan Jara, Jorge Géchem o Consuelo Perdomo se conviertan en las estrellas de las próximas elecciones.

Es cierto que a ellos el secuestro no los convirtió en políticos, puesto que ya lo eran, y justamente por eso los secuestraron. Pero el cautiverio sí les da un aura y un magnetismo con la opinión que ningún hombre en busca de votos puede despreciar. La gente los quiere y los admira, los medios de comunicación todavía tienen sus reflectores sobre ellos y sus palabras son escuchadas con respeto porque desde la autoridad moral triunfaron sobre la violencia.

SEMANA habló con casi todos los liberados y es prácticamente un hecho que todos se van a lanzar al ruedo. Unos a gobernaciones, pero la mayoría al Congreso.

Uno de los políticos que ha tenido mayor protagonismo después de su liberación es el ex gobernador de Meta Alan Jara, de filiación liberal. Por un lado, puso a todo el país a hablar sobre su discurso, en el que le hizo duras críticas al presidente Álvaro Uribe. Estas tuvieron tanto impacto en la opinión, que el propio Uribe fue el miércoles a Villavicencio para hablar con él y responder a sus comentarios. Si bien Alan Jara ya era popular en Meta, ahora tiene el espacio para lanzarse a lo que quiera, bien sea el Congreso o la Gobernación. Aunque es prematuro saber qué decisión política tomará Jara -no ha pasado ni una semana en libertad-, lo que sí ha dejado claro es que volverá a la política y que apostará duro por el intercambio humanitario y el diálogo con las Farc.

Algo similar ocurre con el conservador Sigifredo López. Al igual que Jara, envió un mensaje claro de que no va a tomarse un descanso demasiado largo, y de que empezará a moverse pronto en política. Quedó claro desde cuando agarró ese micrófono, a los pocos minutos de su liberación, y se echó un largo y emotivo discurso. Como único sobreviviente de la masacre de los diputados del Valle, tiene el momento más alto de reconocimiento y popularidad, y una candidatura suya podría ser un homenaje a los 11 diputados que nunca volvieron.

Por su parte, el ex ministro Fernando Araújo confirma sus aspiraciones. "Voy a participar de la consulta interna del Partido Conservador, para la selección de candidato presidencial". Araújo, quien es uribista declarado, es el único ex secuestrado que no apoya el intercambio humanitario y se declara continuador de las políticas de Seguridad Democrática. Se sabe que cuenta con el apoyo de muchos conservadores de la Costa, pero se enfrentará en su partido a una dura competencia en la que quizá podrán estar políticos de mucho peso, como Noemí Sanín, Andrés Felipe Arias y Carlos Holguín. No sería extraño que la figuración en la consulta interna lo deje bien posicionado para el Senado.

Entre tanto, Luis Eladio Pérez es uno de los pocos liberados que aseguran que no se volverán a medir en las urnas. Pero su proyecto tal vez es más ambicioso que el de los demás. Quiere crear un nuevo partido para el cual ya tiene nombre, Movimiento de Reconstrucción Nacional; aspira a recoger 500.000 firmas a partir de marzo y su propósito es "representar a 15 millones de colombianos que no salen a votar" porque no se identifican con los políticos.

Aunque Íngrid Betancourt se ha mostrado distante en los últimos meses, no sería extraño que este movimiento le sirviera de plataforma en caso de que decidiera lanzarse a la Presidencia. Al fin y al cabo, Íngrid y Luis Eladio dedicaron meses enteros de su cautiverio a discutir un programa de gobierno. El ex senador nariñense no revela el portafolio de su partido, pero anticipa que "hay muchísimas figuras públicas y políticas del país y serán muy sorprendentes".

Entre los ex secuestrados, la representación más grande es la de Huila. La clase política de este departamento fue una de las más golpeadas, en gran medida por la cercanía con la zona de retaguardia de las Farc que le facilitó a esa guerrilla tener la información necesaria para llevar a cabo los secuestros. De los cuatro liberados de Huila, dos se demoraron más en salir de la selva que en volcarse a las calles para dedicarse de nuevo al proselitismo político. Jorge Eduardo Géchem fue liberado en febrero y en abril ya estaba recorriendo los 37 municipios del departamento, 10 de Caquetá y otros pueblos de Putumayo.

Géchem es el único de todos los secuestrados que ya hizo público su interés de lanzarse al Senado y en su región es vox populi que su fórmula a la Cámara sería Orlando Beltrán, otro de los secuestrados, que ya también ha dejado clara su candidatura. "Es una obligación moral llegar al Congreso de nuevo para trabajar por quienes siguen en las selvas de Colombia. Vamos a pelear por la paz y el intercambio humanitario, y el Congreso es el mejor escenario para exigirle al gobierno", dice Beltrán, un ingeniero industrial que ha estado dos períodos en el Parlamento. En el caso de Géchem, parece pesarle mucho el bicho de la política, no en vano ha estado cuatro períodos en el Congreso. "Vuelvo a lo mismo que he hecho toda mi vida", anota el liberal de origen turbayista que en marzo decidirá por cuál partido se lanza.

Consuelo González no ha tomado una decisión final, pero es altamente probable que también se lance al Senado. Curiosamente, su experiencia en la selva hizo que se distanciara de Géchem -su jefe político regional y a quien su esposo, un hombre adinerado, financiaba-, y ahora va de la mano del gobernador liberal Rodrigo Villalba. Consuelo, una mujer centrada y a la que las Farc le interrumpieron su primera experiencia en el Congreso, dice que no quiere utilizar su condición de ex secuestrada para ganar elecciones: "Tengo muy claro que si vuelvo al ejercicio de la política no quiero aprovechar mi tragedia para conseguir votos. No quiero ser la víctima en una campaña".

El caso de Gloria Polanco es distinto porque nunca ha sido política. Ella fue congresista estando secuestrada, gracias a una jugada de su esposo, Jaime Losada, quien con las mejores intenciones de que la liberaran, la hizo elegir, pero la estrategia terminó yéndose en su contra. Sin embargo, Gloria sí quiere medirse en las urnas. Podría ser como candidata a la Gobernación, pues la gente tiene un buen recuerdo de ella como primera dama del departamento de Huila, y tampoco se descarta que haga parte de las listas a la Cámara del conservador Hernán Andrade, hoy presidente del Congreso.

En el grupo de Huila también habría que contar con otros dos personajes que si bien no estuvieron secuestrados, sí padecieron la reclusión de sus familiares y tuvieron un protagonismo en medios suficiente para estar hoy en la jugada política. Se trata de Jaime Felipe Losada, el hijo de Gloria Polanco, quien se lanzaría al Congreso, y Lucy Artunduaga, hoy separada de Géchem, que participa en una campaña antagonista de su otrora esposo.

Caso aparte merece Clara Rojas. Aunque en el momento del secuestro era prácticamente desconocida, su amistad con Íngrid Betancourt y la apasionante historia del hijo que tuvo en cautiverio, la pérdida del pequeño y su feliz reencuentro, la pusieron en un nivel de interés nacional e internacional que muchos envidiarían. Clara siempre ha sido una persona independiente y de centro, y esa actitud se ha reflejado en estos meses, pues aunque ha mantenido su presencia en los medios y defendido la idea de un intercambio humanitario, nunca ha sido radical frente a las políticas del gobierno. Aunque Clara no está en campaña, ya está en la mira de varios partidos que la quieren en sus listas futuras.

Quizá la excepción es Óscar Tulio Lizcano. Pese a que en el momento de su secuestro estaba en la mitad de su carrera política, ocho años en la selva lo dejaron sin ganas de volver a la tribuna pública. El ex representante a la Cámara, que protagonizó una heroica fuga de un campamento de las Farc hace pocos meses, asegura que aunque ha recibido propuestas políticas por parte de dirigentes del partido de La U, ha declinado, pues "todo el mundo sabe que necesito un largo proceso de recuperación". Lo que no descarta es ponerse al servicio de la carrera de su hijo Mauricio Lizcano, quien salió elegido a la Cámara en 2006 por el Partido de La U, apoyándose en el legado de su padre y en el juego mediático que le permitió el secuestro. No obstante, Lizcano hijo está siendo investigado por la Corte Suprema de Justicia, lo que podría dar al traste con sus aspiraciones.

Ante ese hecho ya consumado, el de que los secuestrados ahora en libertad quieren sumergirse de nuevo en el berenjenal de la política, quedan tres preguntas por resolver: ¿Saldrán elegidos? ¿Qué tan bueno puede ser que ganen? ¿Qué papel van a jugar en el Congreso?

A la primera pregunta, la respuesta obvia sería pensar que es casi seguro que todos los ex secuestrados que pongan su foto en el tarjetón van a salir elegidos. En particular quienes se lanzan al Senado, pues la circunscripción nacional termina favoreciendo a los personajes más mediáticos. Nunca antes un representante a la Cámara, ni siquiera un senador, había tenido más exposición y un tratamiento tan benévolo como los que los liberados han tenido por parte de los medios.

No cabe duda de que durante la campaña, con su etiqueta de ex secuestrados y sus increíbles dramas personales, seguirán siendo muy taquilleros. Y, finalmente, no se descarta que una buena parte del electorado interprete que apoyarlos es dar voto a favor de la libertad y en protesta contra unas Farc que hoy tienen unos índices de rechazo más bajos que los del propio demonio.

Pero no es suficiente tener el carné de secuestrado para que lluevan los votos. Si bien las emociones son importantes, en política no bastan. Mandela y Havel no sólo tenían sufrimiento en su historia personal, sino un legado político, atado a causas democráticas muy poderosas, que interpretaban el sentir de sus pueblos en coyunturas específicas. En el caso de los políticos colombianos que estuvieron secuestrados está por verse si el valor simbólico que son, y la credibilidad que tienen, son suficientes, por ejemplo, para convencer a la gente de que hay que negociar con las Farc. Algo que la mayoría de ellos defiende.

Hay que tener en cuenta además que todavía queda un año para las elecciones al Congreso y eso en política es mucho tiempo; se podría enfriar el entusiasmo de la gente y decaer la sintonía con su dolor. De no ser, por supuesto, que las historias de otros colombianos que siguen secuestrados en la selva mantengan clavada la espina del secuestro en el corazón del país.

Pero una cosa es que el secuestro los haya convertido en candidatos más atractivos en las urnas, y otra, muy distinta, que siete años en la selva los haya transformado en mejores políticos o les den credenciales más sólidas para ejercer su cargo. En muchos de los casos, no en todos, se estác hablando de personajes que en sus regiones no recuerdan con especial gratitud, algunos por ser caciques tradicionales, y otros por ser políticos sin mayor impacto.

Y por eso, más allá de su desempeño como políticos, se podría perfilar para las próximas elecciones a Congreso una especie de bancada por el intercambio humanitario y la negociación política con las Farc. Si bien en número la bancada de liberados no sería representativa, es difícil pensar que su voz no sea escuchada por el resto del Congreso y no se produzca un efecto de contagio entre sus compañeros.

La bancada de los liberados es una clara demostración de que el bicho de la política resiste la intemperie más furiosa de la selva. Esa inquebrantable vocación y la experiencia cruel e inédita que vivieron los ponen ante una oportunidad de oro. Aunque no se trata de exigirles nada a ellos, sin duda tienen por delante el desafío de lograr tener una voz única en el Congreso con una autoridad moral que ningún otro político tiene para lograr una transformación duradera en la guerra.