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De Uribe I a Uribe II

El Presidente logró todo lo que quería en 2006, incluida una contundente reelección, pero sus anhelos para 2007 son más difíciles de alcanzar.

Rodrigo Pardo?Director Editorial de SEMANA
16 de diciembre de 2006

No es fácil explicar por qué el año que termina no fue el mejor en toda la carrera política del presidente Álvaro Uribe. Tuvo todo a su favor. Ganó fácilmente la reelección, con una votación histórica y acompañada de mayorías en el Congreso. Diseñó un gobierno a su medida, sin demasiadas concesiones. Mantiene cifras de aprobación cercanas a un 70 por ciento que nunca vieron la mayoría de sus antecesores. ¿Qué más puede pedir?

Y sin embargo, el panorama político no está totalmente despejado. El segundo período arrancó sin impulso. La elogiada política de seguridad democrática se empañó con la insólita revelación de los 'falsos positivos'. La bancada gobiernista fue la más desordenada en el Congreso, y el más caótico de sus miembros fue el partido más uribista: La U. Hace muchos años no se veía una rapiña burocrática como la que acompañó el inicio de la segunda presidencia de Uribe. El resultado de la primera legislatura, que normalmente es una dulce luna de miel y la más productiva de cada cuatrienio, es presentable en términos de cantidad, pero deplorable si se analiza la calidad de las leyes aprobadas.

El segundo tiempo no llegó con paz política. El escándalo generado por el destape de los vínculos entre el paramilitarismo y la política se tomó la agenda, y el gobierno respondió con vacilación y sin estrategia, dejando la inevitable sensación de que lo cogió por sorpresa. Las primeras informaciones aparecieron durante la campaña presidencial, pero fueron puestas bruscamente a un lado para que no entorpecieran la estrategia reeleccionista. La de una campaña sin problemas, sin debates, sin retadores de peso y sin ideas, para que simplemente la gente dijera 'Adelante Presidente'. Pero las revelaciones quedaron latentes y al ser asumidas por la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, resucitaron en forma incómoda después de la posesión.

El escándalo de la para-política se convirtió en el principal desafío para el segundo período de Álvaro Uribe. Hasta el momento, todas las personas formalmente vinculadas por la Corte y por la Fiscalía, e incluso las que se mencionan en versiones informales, pertenecen al uribismo. Todo un lío, después de que el propio Uribe descalificó en marzo las evidencias que hoy la Corte Suprema se toma en serio, y después de que en la campaña hubo un debate sobre la presencia de candidatos proparas que terminó con una 'depuración' que a la luz de los últimos acontecimientos parece más un insuficiente sacrificio de unos nombres hecha para salvar la cara.

¿Logrará Uribe evitar que lo salpique el escándalo? ¿Podrá, al estilo del presidente brasilero Lula Da Silva, desviar toda el agua sucia hacia el Congreso y la clase política? El Presidente ha reaccionado con un discurso que busca bajarle el tono al problema, mantener la normalidad de su agenda gubernamental y apoyar (no sin ambigüedad) las investigaciones de la justicia. La crisis política no ha afectado la popularidad del Presidente, pero sí ha debilitado el optimismo de los colombianos hacia el futuro. Y las decisiones más difíciles de la Corte Suprema y de la Fiscalía se producirán en el primer semestre de 2007. Hay moros en la costa.

El 2006, en fin, es contradictorio para el Presidente. De victoria histórica en las urnas a un comienzo de segundo mandato que sugiere que Uribe II será menos popular que Uribe I. No sólo por la crisis de la para-política. También por el mito de que segundas partes nunca fueron buenas y porque las responsabilidades de 2006 a 2010 son más difíciles que las de los cuatro años anteriores: ordenar la economía, reinsertar a las AUC, buscar aproximaciones con la guerrilla, diversificar la política exterior. La opinión pública en el segundo gobierno pedirá más realizaciones que promesas.

Si el tono de la segunda presidencia de Uribe está definido por sus primeros 100 días, es previsible que se agudice la división de la opinión pública frente al gobierno, que se fortalezca la oposición y que se desgate el famoso 70 por ciento de popularidad. Pero hay distintos análisis sobre la situación actual. Mientras en el círculo más cercano al palacio presidencial creen que el para-escándalo es pequeño, pasajero e inflado por los medios de comunicación, en la oposición esperan un elefante que puede llevar al presidente Uribe a una situación tan delicada como la que padeció Ernesto Samper hace una década.

Las dos interpretaciones extremas están equivocadas. El gobierno no puede subestimar la dimensión del problema paramilitar, ni las consecuencias políticas que generará en el próximo año. La oposición no debe olvidar que Uribe es un mandatario audaz, innovador y hábil, y que sabe manejar el poder. Pero es inevitable concluir que Uribe II será diferente a Uribe I.

El Presidente no ha perdido su capacidad de sorprender. Al terminar el año llamó al director del Partido Liberal, César Gaviria, para invitarlo a apoyar el gobierno. Apenas días antes lo había acusado de tolerancia con los 'Pepes' durante la persecución de Pablo Escobar. ¿Cambió de táctica? ¿Se contradice? ¿Tuvo una tentación navideña? Uribe ha sido contradictorio en el manejo de la oposición. Hay momentos en que la enfrenta con franqueza y dureza propias de países con un esquema gobierno-oposición maduro y consolidado. Pero hay otros en que busca controlarla como en los peores tiempos del Frente Nacional: llevó a la diplomacia a sus rivales de la primera campaña -Horacio Serpa y Noemí Sanín- e intentó meter a esos mismos corrales a Ernesto Samper y Andrés Pastrana. Ha nombrado gente que fue del Polo Democrático: Everth Bustamante, por ejemplo, director de Coldeportes.

Su actitud hacia la oposición no es la única que está salpicada de contradicciones. Con la guerrilla pasa, de un día a otro, de ofrecer contactos y hasta constituyentes, al discurso feroz contra los terroristas. Con Ecuador plantea un acuerdo sobre el espinoso tema de la fumigación en la frontera y luego da la orden perentoria de iniciarla sin previo aviso. Defendió las condiciones de reclusión de los jefes de las AUC en La Ceja para finalmente llevarlos a una cárcel de alta seguridad y evitar una supuesta fuga. ¿Falta de norte? ¿Estrategia?

Que después de 52 meses de gobierno existan tantas preguntas sobre Uribe significa que no se ha agotado su capacidad de innovar. Este mandatario es más político -y politizado- que el que fue elegido por primera vez en 2002. Pero mantiene su sintonía con la opinión y sus obsesiones. Una de ellas es demostrar que su reelección fue útil y que no tuvo las desastrosas consecuencias institucionales que causó en otros países. Que no era un proyecto personal, sino un camino para consolidar el crecimiento económico, herir de muerte a las Farc y desmantelar el paramilitarismo. Uribe no va a bajar la guardia para que el desgaste de los años de gobierno lo conviertan en un impopular mandatario, comparable a los que aparecen en su apreciado espejo retrovisor.

El panorama, sin embargo, tiene más escollos, y más complejos, de los que el Presidente y sus gente reconocen. Ni las intenciones ni las condiciones de Uribe bastan para superarlos. Lo que sí se puede predecir es que las dificultades llevarán a este Presidente que no acepta hipótesis distintas a la victoria a reaccionar ante la crisis con medidas audacias. El 2007 producirá sorpresas desde el Palacio de Nariño. n