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Debate sobre la desigualdad

El centro del debate económico y político mundial gira en torno al tema de la desigualdad y cómo frenarla. ¿Empiezan a tener eco las protestas de los indignados? Y si es así, ¿tendrán algún efecto tangible?

11 de febrero de 2012

La desigualdad y la pobreza están aumentando aceleradamente en todos los países del mundo, sin distinción alguna. Estados Unidos, el espejo donde se querían mirar muchas economías, tiene hoy más de 46 millones de pobres, la mayor cifra en los últimos 52 años. La clase media, la base de la prosperidad norteamericana en la posguerra, se ha estrechado dramáticamente. Mientras sus ingresos aumentaron 21 por ciento entre 1979 y 2005, para los más ricos se incrementaron en 400 por ciento. A medida que se empobrece la clase media, se enriquecen los más ricos de los ricos. Según el Nobel de Economía Paul Krugman, la concentración de la riqueza es de tal magnitud que una superélite que representa el 0,1 por ciento de los más ricos de la población se lleva la mayor tajada de la torta.

Por su parte, la desigualdad en los países de la OCDE -club de las 33 economías más avanzadas y desarrolladas del planeta, pues representan casi el 80 por ciento del PIB global- llegó al nivel más alto del último medio siglo. Según un informe del organismo, la inequidad llegó a tal punto que, "lo que gana el 10 por ciento de la población más rica es nueve veces lo que gana el 10 por ciento de los más pobres. Hace 25 años, la diferencia era siete veces mayor". La brecha entre ricos y pobres ha crecido incluso en países tradicionalmente igualitarios, como Alemania, Dinamarca y Suecia. Y naciones ricas como Canadá, Reino Unido, Alemania y Japón se han vuelto más inequitativas.

La concentración de la riqueza también ha aumentado en los antiguos países comunistas como Rusia y China, que se movieron a economías de mercado. Un dato es ilustrativo: China es el país con el segundo mayor número de millonarios del mundo con poco más de un millón de personas (se estima que subirán a 2 millones y medio en 2016), luego de Estados Unidos, pero su ingreso per cápita es sólo de 4.300 dólares frente a los 46.390 de los estadounidenses (según medición del Banco Mundial). Se estima que en China existen cerca de 5.000 personas con una fortuna mayor a los 50 millones de dólares, pero el chino promedio gana algo más de 300 dólares, lo que muestra la fuerte inequidad.

Por supuesto, América Latina no es la excepción. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) esta es la región más desigual del planeta, sin ser la más pobre (es difícil encontrar un lugar más pobre que África). En la región, Colombia se lleva las palmas por la inequidad. Incluso, según Naciones Unidas, estaría entre los primeros del mundo por la pésima distribución del ingreso (ver recuadro).

Como se ve, el fenómeno de la desigualdad tiene dimensiones universales y está polarizando al planeta entre ricos y pobres. La frase "somos el 99 por ciento", que acuñaron los manifestantes neoyorquinos, se ha convertido en la expresión más elocuente de la alta concentración que reina.

El desarrollo y el crecimiento desigual ya no solo inquieta a voces aisladas de académicos, analistas sociales y destacados economistas como los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes desde hace una década vienen alertando sobre este fenómeno. El tema ya pasó del escenario económico al político y de la academia a la calle.

A casi un año de las primeras protestas que por la inequidad surgieron en España, se extendieron a Europa y se trasladaron a Estados Unidos, el tema ha comenzado a hacer parte de la agenda de los políticos más influyentes y de los más poderosos líderes económicos del mundo.

Hace tres semanas el presidente estadounidense Barack Obama, en su discurso sobre el Estado de la Unión -el último antes de la elección del 6 de noviembre-, catalogó la creciente desigualdad en su país como el factor que definirá el futuro de la primera potencia del planeta. Casi simultáneamente, el Foro Económico de Davos (Suiza) -el encuentro que reúne a los políticos y economistas más influyentes- escogió como tema central la brecha entre ricos y pobres y advirtió que la disparidad en los ingresos se erige como la gran amenaza para la estabilidad económica y social del mundo.

Todo tiene un principio

Al actual estado de desigualdad no se llegó de la noche a la mañana. Hay un amplio consenso en cuanto a que, en buena parte, las malas decisiones de los políticos llevaron al mundo a este grado de concentración de la riqueza.

Según Krugman, desde hace 30 años comenzó a perderse lo que había construido la sociedad norteamericana a partir de la Gran Depresión de los años treinta y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial: un estado en el que predominaba la clase media y había una cultura de moderación. Según el Nobel, las decisiones que tomaron presidentes como Ronald Reagan y George W. Bush fueron llevando a un empobrecimiento de las clases medias, a la destrucción de los programas sociales y a extremos crecientes de desigualdad. En las últimas tres décadas, dice Krugman, el salario promedio de un trabajador norteamericano subió solo un 10 por ciento, mientras que los ingresos de los altos ejecutivos de las grandes corporaciones crecieron casi 3.000 por ciento. En 1970 el presidente de una compañía ganaba 39 veces el salario promedio de un trabajador, hoy gana más de 1.000 veces ese salario.

Stiglitz afirma que la mala gestión económica y financiera de los gobiernos estadounidenses ha llevado al mundo a la crisis actual, y ha provocado pérdidas millonarias y quiebras de grandes empresas. Los más afectados han sido los ciudadanos. En su libro Caída Libre señala que el mercado financiero estadounidense creó un riesgo excesivo y fomentó el endeudamiento elevado, y acusa al gobierno y a la Reserva Federal (banco central estadounidense, bajo la dirección de Alan Greenspan) de adoptar una postura antiregulatoria, con normas laxas y políticas monetarias muy suaves, que generaron burbujas. Todo eso, bien mezclado, terminó por desatar la crisis financiera de 2008, la peor en los últimos 80 años, que acabó en recesión mundial. Paradójicamente, esta crisis amplió la desigualdad, pues los más pobres, que entregaron sus casas y sus empleos, terminaron perdiéndolo todo -era lo único que poseían-, pero los más ricos, si acaso, vieron desvalorizar sus activos.

También los ciudadanos de a pie están pagando los platos rotos de la crisis de la Eurozona. En España más de 5 millones de personas no tienen empleo, es decir el 22,8 por ciento de la población económicamente activa. El caso más crítico es el de los jóvenes educados, que alcanza alrededor del 50 por ciento. El número de pobres ascendió en 2009 a 19,5 por ciento; en 2010, a 20,7, y la tendencia al aumento es evidente.

Los griegos han llevado la peor parte de la crisis. Las escenas son dramáticas. Recortes de salarios, despidos, jubilados sin recursos y las calles de los barrios pobres de Atenas recuerdan los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Se estima que un tercio de los griegos perdió su casa como consecuencia de la crisis, casi uno de cada dos jóvenes está sin empleo y ya más de 250.000 personas dependen de la caridad de la Iglesia y las ONG.

Juan Carlos Ramírez, director de la Cepal en Colombia, afirma que lo que más le puede doler a una sociedad es el deterioro de sus condiciones de bienestar. "Más que no avanzar, le duele retroceder". Y sin duda duele mucho más ver que mientras los ciudadanos de a pie perdieron el bienestar que habían alcanzado, los banqueros, quienes causaron la crisis, siguieron gozando de privilegios.

Se esperaría que después de la crisis financiera hubiera algún tipo de escarmiento frente a los salarios que pagan las grandes corporaciones, pero todo indica que no ha sido así. Un cálculo de Anif muestra que en 2010, en promedio, las compensaciones anuales de un grupo de CEO, en varias compañías, superaron en 1.778 veces lo recibido por un trabajador medio en Estados Unidos. Un solo caso es sorprendente, el CEO de Viacom In (conglomerado de medios) recibió 84.515.308 dólares ?

¿Existe otro modelo?

Más allá del claro diagnóstico de que el mundo es cada vez más desigual, lo realmente importante es si esta situación puede revertirse o, por lo menos, evitar que siga aumentando. No es sencillo dar marcha atrás al modelo económico que ha propiciado la alta concentración de la riqueza, pero cada vez hay más consciencia de que hay que buscar otros caminos.

Alejandro Gaviria, decano de Economía de la Universidad de los Andes, afirma que "el centro de gravedad de la economía mundial se está moviendo claramente hacia una consciencia de que hay que frenar la desigualdad".

El presidente Obama está basando su campaña a la reelección en la tesis que señala que se debe tener un capitalismo domesticado, donde los ricos no disfruten de privilegios fiscales como los que tienen actualmente y las clases medias no carguen solas con las consecuencias de las crisis. El ambiente político en la primera potencia esta caldeado para asumir este debate sobre la desigualdad, pues uno de los candidatos a la Presidencia es un multimillonario. El republicano Mitt Romney no pertenece precisamente al '99 por ciento' y, por el contrario, hace parte del grupo que, como dice Obama, paga menos impuestos que la clase media. Romney paga una tasa de alrededor del 15 por ciento, cuando la máxima en ese país es del 35 por ciento.

Existe un amplio consenso entre los economistas en cuanto a que la mejor manera de lograr una más efectiva distribución de la riqueza es por la vía de los impuestos. Un sistema tributario progresivo, en el cual las personas y familias con mayores ingresos pagan un porcentaje mayor de sus rentas que aquellos que tienen un nivel más bajo, es esencial para una sociedad más igualitaria.

Pero eso está ocurriendo cada vez menos. El propio Obama dijo que, debido a las exenciones en el código fiscal, una cuarta parte de todos los millonarios de esa nación pagan tipos impositivos más bajos que millones de hogares de clase media.

Según el mandatario, una reforma fiscal debería seguir la regla Buffet: "Si gana un millón de dólares al año, no debería pagar menos del 30 por ciento de impuestos…de hecho, si gana un millón de dólares, no debería disfrutar de subsidios fiscales, ni deducciones".

Aunque algunos han calificado los planteamientos de Obama como populistas y otros lo han criticado por estimular con sus comentarios la lucha de clases, la verdad es que el mandatario ha recogido un sentimiento que ya había empezado a calar entre los poderosos.

Multimillonarios como Warren Buffet y Bill Gates ya habían puesto el dedo en la llaga. Buffet dice que mientras las clases más pobres, así como la clase media, luchan por alcanzar sus metas, los "megarricos" obtienen "exenciones fiscales". Reconoce que él, que gana millones como inversionista, paga una tasa de impuestos menor que su secretaria.

También Bill Gates, creador de Microsoft, considera que los impuestos deben subir más para los ricos que para el resto. "Eso es simplemente justicia", dijo en una entrevista a la BBC de Londres.

Hasta en China el tema inquieta. El año pasado el gobierno introdujo un cambio al impuesto de renta que gravó más los salarios altos, en un esfuerzo por redistribuir la riqueza. Esto no es suficiente, pero muestra que los chinos están preocupados por el tema, que es especialmente sensible para los trabajadores que migran del campo a la ciudad.

Lo cierto es que a nadie le queda duda de que el capitalismo salvaje generó enormes desequilibrios y en esa medida falló. El economista colombiano Mauricio Cabrera afirma que muchos de los paradigmas de la economía se rompieron. Por ejemplo, el de la teoría que dice que hay que hacer crecer la torta primero para distribuirla después, y la llamada 'teoría del goteo' o del derrame ('trickle-down effect') -tan extendida durante los años noventa por los neoliberales- según la cual, el crecimiento económico va llegando necesariamente a las capas sociales inferiores, generando empleo y más ingreso y consumo. Se suponía que estas teorías producirían un aumento del bienestar general y reducirían la desigualdad, pues las capas bajas de la sociedad irían creciendo rápidamente, incluso más que las superiores, y la brecha se iría cerrando hasta reducir la desigualdad.

Pero, como dice Cabrera, claramente está quedando demostrado que no ocurrió así. La tajada más grande ha ido quedando en menos manos. Señala que incluso los ricos se beneficiaron más de la reducción de la inflación porque sus activos se valorizaron más, mientras que los salarios de los pobres aumentaron menos.

Krugman da el ejemplo más palpable: las 13.000 familias más ricas de Estados Unidos han visto incrementar de una manera desproporcionada sus ingresos y su riqueza. Según el Nobel, antes recibían "solo" 70 veces el ingreso de la familia promedio, mientras que hoy reciben 300 veces más. Así las cosas, la repartición de la torta no es para nada equitativa: "Si los ricos cada vez tienen más, eso deja menos para todos los demás".

Ahora bien, aunque hay más críticas que fórmulas que apunten a un nuevo modelo de desarrollo, resulta llamativo que el debate sobre la desigualdad haya comenzado a ocupar cada vez más espacios. Lo sucedido en el reciente Foro de Davos es sorprendente. Durante las últimas cuatro décadas el encuentro se había vuelto sinónimo de globalización, a tal punto que sus contradictores habían creado un foro alterno para discutir los temas de desigualdad y pobreza.

Pues bien, este año se planteó por primera vez el debate sobre si el capitalismo del siglo XX es apto para la sociedad del siglo XXI. La conclusión es que hay varias cosas qué corregir. Los ciudadanos esperan que se moderen las ganancias del sistema financiero, que se regulen las compensaciones de los ejecutivos en las grandes corporaciones y, lo más importante, que se refuerce el papel del Estado como nivelador de las desigualdades sociales. Y como dice el director de Planeación, Mauricio Santamaría, hay que romper el gran cuello de botella de la educación. Sin igualdad de oportunidades para todos en cuanto a la educación, será difícil superar la trampa de la desigualdad.

Ya todos parecen advertidos sobre las consecuencias que podría tener no solucionar los desequilibrios. A los ricos les preocupa la desigualdad porque gran parte de su mercado depende de que haya quién les compre, y a los gobiernos no les gustan las protestas sociales que se vienen dando a lo largo y ancho del planeta, pues bloquean ciudades, generan disturbios y pueden ser focos de violencia. Pero, sobre todo, tumban gobiernos, como ha ocurrido en ocho países de Europa. Ahora la duda se refiere a si de los discursos y debates saldrán efectos tangibles que permitan regresar a una sociedad más igualitaria.
 
La inequidad en Colombia
 
El índice Gini –el método técnico más usado para medir la desigualdad, en el que ‘0’ representa la perfecta igualdad y ‘1’, desigualdad– muestra que la inequidad en Colombia, en lugar de reducirse, avanza. Pasó de 0,546 en 1991 a 0,578 en 2009. Aunque el incremento no parece grande, sí llama la atención que, en contraste, en la mayoría de países de América Latina la inequidad ha ido disminuyendo. Según el informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, Colombia es el segundo país más desigual de la región después de Haití y muy similar a Bolivia. Más de la mitad de la población colombiana se encuentra en la informalidad, es decir, no goza de protecciones sociales ni económicas, y de la población ocupada, más del 30 por ciento está subempleada.

La desigualdad tiene diferentes caras. El hecho de que el Estado tenga que gastar 25 billones de pesos al año para pagar las pensiones de 1.800.000 personas es una clara muestra de inequidad. En el país hay casos de pensiones desproporcionadas, como las de magistrados y congresistas, frente a casi el 80 por ciento de los pensionados, quienes reciben máximo dos salarios mínimos. Según el director de Planeación, Mauricio Santamaría, en el tema pensional hay una tremenda inequidad porque muchos colombianos no tienen siquiera acceso a una jubilación. Para romper la desigualdad, el país tiene que mejorar el mercado laboral y la educación. Y un asunto clave son los impuestos. Santamaría considera que el sistema tributario colombiano debería contribuir a que haya mayor recaudo a través de una base más amplia. Esta es la dirección en la que se está moviendo el mundo.