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¿Después de Moncayo qué?

Tras la epopeya de los Moncayo se ve difícil la liberación de los otros 21 policías y soldados que llevan hasta12 años secuestrados en la selva.

2 de abril de 2010

Cuando Pablo Emilio Moncayo dio un pequeño salto para salir del helicóptero que lo trajo de vuelta a la libertad un profundo suspiro de alivio se sintió en todo el país. Su secuestro se había convertido, como pocos, en una verdadera tortura para los colombianos, y con su liberación por parte de las Farc se le puso punto final a una agonía de 12 años, 3 meses y 2 días.

El sargento Moncayo se había convertido en la figura más simbólica en poder de la guerrilla, después de Íngrid Betancourt, gracias a que su papá, el profesor Gustavo Moncayo, hizo de su vida un víacrucis, y con cadenas en los hombros construyó de sí mismo una metáfora del secuestro que conmovió al mundo.

Pero así como la libertad de su hijo cierra con notas alegres este capítulo, también deja al país ante la realidad de que se abre otro aún más difícil: ¿Qué va a pasar con los 21 secuestrados que continúan en poder de las Farc?

La situación parece más trágica para ellos que para los demás. En primer lugar, por una razón de sicología elemental: mientras los otros mantuvieron siempre expectativas de libertad porque el tema estaba en la agenda pública, para los que quedan el panorama es desesperanzador porque las condiciones políticas no son fértiles para un acuerdo humanitario ni para otras liberaciones unilaterales. A partir de esta semana se abre un terrible stand by en el que ni ellos ni nadie sabe qué va a pasar.

La realidad política es aún más compleja. Las Farc ya advirtieron que la liberación de Moncayo y la del cabo Josué Calvo, que se produjo dos días antes, eran las últimas del paquete de liberaciones unilaterales. En total fueron 13 desde que comenzaron con Clara Rojas y Consuelo González hace poco más de dos años. Ese mismo martes, cuando dieron la libertad a Moncayo, la guerrilla dejó planteado un ultimátum en un comunicado: “El inmediato canje de prisioneros de guerra es la única forma viable para que vuelvan a la libertad quienes todavía siguen en la selva”.

Por el lado de la Casa de Nariño el panorama tampoco es halagüeño. Sólo quedan cuatro meses para que termine este gobierno y no se ve fácil que de la noche a la mañana Álvaro Uribe quiera cambiar la mano dura por el corazón generoso. Aunque muchos creen que nada perdería con hacer ese gesto como cierre de su mandato, la respuesta del Presidente el martes, cuando el país todavía festejaba la liberación de Moncayo, fue una sola y categórica: “No se puede desconocer la relación entre la persistencia en la firmeza y la derrota del secuestro en nuestro país. Invito a los colombianos a que mantengamos toda la firmeza”.

La única esperanza que queda, del lado del gobierno, es un golpe de suerte del alto comisionado Frank Pearl. Esta semana dijo a los medios que el gobierno ha “adelantado iniciativas” y dejó claro que lo va a hacer sin mediadores –léase el grupo de Colombianos y colombianas por la paz que lidera la senadora Piedad Córdoba– y en el más completo hermetismo. Más allá de las buenas intenciones, aunque se llegaran a facilitar las cosas, es prácticamente imposible que se den nuevas liberaciones en este gobierno. Si para el caso de Calvo y Moncayo se demoraron un año completo, no hay razón para pensar que una nueva negociación se pueda hacer en menos tiempo.

A estas razones para el pesimismo se les suma el hecho de que en el grupo de los secuestrados ya no quedan ni extranjeros ni personajes tipo Íngrid o Moncayo, que provocaban una especial presión sobre las Farc y el gobierno. Lo cual hace temer a los familiares de los hoy todavía secuestrados que el tema deje de ser taquillero y condene a sus hijos a un cautiverio aún más prolongado en el tiempo.

En campaña ni fu ni fa
La historia del intercambio humanitario está hoy en un punto crítico. Esa cruel idea se le ocurrió al fallecido comandante de las Farc ‘Manuel Marulanda’ a mediados de los años 90, cuando la guerrilla estaba en plan de expansión. Por eso comenzaron a hacer secuestros masivos, como el de Las Delicias en 1996, y unos meses después le mandaron al país mensajes de canje de secuestrados por guerrilleros presos. El proceso ha sido lento. La propuesta de canje comenzó con 528 policías y soldados plagiados, el presidente Uribe heredó 57 y ahora sólo quedan 21.

Hasta ahora lo que se ha visto es que han primado los cálculos políticos y los intereses tanto en las Farc como en el gobierno. Uribe utilizó el tema del intercambio humanitario para echarles tierra a polémicas en las que de vez en cuando se vio enfrascado. Como ocurrió en 2007 cuando se vio agobiado por uno de los escándalos de ‘chuzadas’ y por el huracán de la parapolítica, y de repente sacó del sombrero la liberación de ‘Rodrigo Granda’ y de 300 guerrilleros más. En ese momento la agenda noticiosa cambió radicalmente y en el país ya no se habló de nada distinto que de acuerdos humanitarios.

Las Farc también han intentado capitalizar para su beneficio político las liberaciones. Las comenzaron a hacer de manera unilateral como un gesto con el presidente Hugo Chávez para ganar aliados internacionales. Y luego, cuando la película cambió por completo, cuando la fuerza pública dio de baja a ‘Raúl Reyes’ y comenzaron en rosario una serie de bajas de mucho peso para las Farc, el intercambio con cuentagotas les ha servido como una manera de mantener cierta vigencia política.

No es gratuito que las liberaciones unilaterales hayan terminado en plena campaña presidencial. ¿Será que las Farc quieren poner el tema en la agenda electoral? ¿Será que creen que pueden, como lo han hecho muchas veces, volver a ser las encargadas de definir la elección?

Si ese es el cálculo están completamente equivocadas. Una cosa era hace 12 años cuando ‘Tirofijo’ se puso un reloj de la campaña de Andrés Pastrana y definió las elecciones, y otra muy distinta es hoy, cuando hasta el mismo candidato del Polo Democrático, Gustavo Petro, le da un no rotundo al intercambio humanitario. Los únicos dos candidatos que dejan abierta la puerta a algún tipo de acuerdo son Sergio Fajardo y Rafael Pardo, que hoy figuran de últimos en las encuestas.

Pero el hecho de que no se vea fácil la salida de los 21 uniformados secuestrados no quiere decir que no vaya a pasar nada. En primer lugar la guerrilla tiene una presión muy grande encima. Precisamente el martes, tras la liberación de Moncayo, tanto la ONU como la Unión Europea les mandaron a las Farc un mensaje con tatequieto incluido. Les pidieron liberar a los secuestrados sin ninguna contraprestación, e incluso la ONU les recordó que es un crimen de guerra y de lesa humanidad. Es decir, delitos que las podrían llevar a la Corte Penal Internacional.

Otro elemento que da pie a la esperanza es que los secuestrados, hablando en términos de real politik, se pueden convertir en una carta gana-gana para iniciar un proceso de negociación con el próximo presidente. Por el lado de las Farc, una liberación masiva al comienzo del gobierno sería un gesto muy poderoso de confianza. Y para el nuevo gobierno, llevar a cabo una negociación exprés para liberarlos le garantizaría arrancar con pie derecho una nueva era de diálogos.

Lo peor que le puede pasar al presidente que llega, y por supuesto al país, es dejar que ese puñado de colombianos se pudran en la selva.

El propio Pablo Emilio Moncayo, como si estuviera entregando el relevo, señaló quiénes deberían ser los próximos liberados. En las escasas palabras que pronunció el martes, tras su llegada al aeropuerto de Florencia, transmitió una petición de “mi coronel (Édgar Yesid) Duarte y mi primero (José Libio) Martínez”. Dijo que sus vidas corrían peligro y necesitan que alguna organización les ayude a buscar su libertad.

Los dos llevan, como Moncayo, más de 12 años secuestrados. José Libio es el más antiguo de todos. Y en las últimas pruebas de supervivencia sólo dice una cosa: le pide a su esposa Claudia que por favor cuando vaya a los programas de radio a mandarle mensajes le ponga al teléfono a Johan Steven, el hijo que no ha conocido y que apenas tenía seis meses de concebido cuando lo secuestraron. El pequeño, de 12 años, no ha dejado de pedirles a los guerrilleros que quiere conocer a su papá. Incluso el 29 de mayo del año pasado caminó 100 kilómetros intentando seguir los pasos del profesor Moncayo.