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El sacerdote Ramón Torrado fue el encargado de recibir a la periodista Salud Hernández, junto a una comisión humanitaria, en El Tarra, el viernes en la tarde. | Foto: Twitter de Juan Roberto Vargas

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ELN: ¿Y ahora qué?

A pesar de la liberación de Salud Hernández, el diálogo con ese grupo guerrillero no se ve cercano. Ante la indignación del país, reconstruir la confianza no será fácil.

28 de mayo de 2016

Las primeras palabras de Salud Hernández-Mora, al ser liberada el viernes pasado cuando viajaba rumbo a Tibú, cayeron como un bálsamo para aliviar un ambiente enrarecido por la zozobra y la incertidumbre: “Estoy perfecta”, dijo. Con dos palabras y su imagen tranquila, sonriente y sobre todo libre, quedaron desechadas hipótesis apocalípticas que habían llegado a surgir sobre las consecuencias de un cautiverio prolongado o sobre la suspensión definitiva de la etapa pública de diálogo entre el gobierno y el ELN.

En un escenario político tan polarizado como el que vive el país, de inmediato surgió el debate sobre las intenciones del ELN con este episodio. ¿Fue un secuestro? Más allá de la batalla semántica y de la pugna ideológica, Salud Hernández fue muy clara: “Estuve retenida contra mi voluntad”, afirmó. Lo cual, sin más ni menos, significa que estuvo secuestrada una reportera que se ha caracterizado por no tragar entero y, en consecuencia, por visitar todos los rincones del territorio nacional en busca de testimonios propios y directos para sus reportajes. Las restricciones que sufrió la semana pasada, y el cautiverio de casi siete días, son inaceptables.

Y sin embargo, en medio de todo fue la mejor salida posible. Al privar de su libertad a la periodista Salud Hernández- Mora, el ELN había encendido la ira nacional hasta niveles que no se habían visto en mucho tiempo. También en el exterior y sobre todo en España, el país de origen de la reportera, quien además es corresponsal del diario El Mundo. Los medios de comunicación alcanzaron a poner en marcha intensas campañas para pedir su inmediata liberación. Organizaciones que abogan por la libertad de prensa, como la Flip, se unieron a la protesta. Los directores de El Tiempo y de RCN Televisión, Roberto Pombo y Claudia Gurisatti –porque también fueron privados de la libertad Diego D’Pablos y Carlos Melo, quienes trabajan para este medio-, hicieron vehementes pronunciamientos.

El presidente Juan Manuel Santos reaccionó con prontitud el viernes después de la liberación. Celebró la noticia, con cierta moderación, pero condenó el secuestro y exigió el inmediato regreso de D’Pablos y Melo, previsto para unas horas después. El mandatario agregó que en un país en posconflicto, como el que avizora para un futuro cercano, la amenaza del secuestro deberá estar totalmente erradicada y le insistió al ELN en que liberar a todas las personas que tiene en su poder es un requisito previo para la mesa de diálogo anunciada para llevarse a cabo en Quito, Ecuador.

La retención de Salud Hernández tuvo un alto impacto y fue el centro de atención de los medios de comunicación durante toda la semana. En parte, por las características de la víctima, que siempre ha sido una mujer desafiante y reconocida por hablar sin rodeos, por cuestionar sin mesura a los grupos guerrilleros y por ser una de las principales detractoras del gobierno de Juan Manuel Santos (ver recuadro).

Por otra parte, el viejo libreto de los secuestros cometidos por grupos armados se consideraba superado, en especial porque el país está esperando la inminente firma de un acuerdo con las Farc para terminar la guerra. Seguramente la propia periodista colombo-española confiaba en que no incurría en un riesgo para cumplir su tarea de reportera a pesar de tratarse de una zona de reconocida presencia de grupos armados. En el Catatumbo conviven desde hace años las Farc, el ELN, un reducto del EPL, paramilitares, bacrim y narcotraficantes. Con el proceso de La Habana a punto de terminar, y con el ELN en vísperas de comenzar, se había formado la idea de que las condiciones de seguridad mejoraban. Pero Norte de Santander sigue siendo una región compleja, donde la violencia se mantiene en niveles muy altos.

Las consecuencias

Algunos consideran que un desenlace feliz de este episodio debería ser la decisión del ELN de abandonar la abominable práctica del secuestro. Así se despejaría el escollo que surgió después del anuncio conjunto del gobierno y esa guerrilla en Caracas de entrar en una fase pública de negociación con miras a ponerle fin al conflicto. En todo caso, esta hipótesis contrastaría con las más recientes declaraciones de los voceros elenos, que se han quejado porque el gobierno incorporó como condición para abrir el diálogo la liberación de todas las personas secuestradas, punto que no formaba parte de los acuerdos alcanzados en la fase previa.

Sin embargo, hay que tener en cuenta también que el principio de acuerdo entre el gobierno y la guerrilla para negociar un fin del conflicto armado contempla el diálogo en medio del conflicto y bajo esa premisa cualquier acto de guerra está dentro de las reglas de juego acordadas. Pero aunque eso técnicamente es cierto, si el ELN aspira a iniciar un diálogo de paz, cometería un error estratégico enorme al recurrir al secuestro político. La opinión pública está llegando a su límite en materia de tolerancia frente al proceso de paz con las Farc y cualquier desafuero de la guerrilla en las actuales circunstancias podría poner en peligro los diálogos ya anunciados.

Los secuestros de Hernández-Mora y de los periodistas de Caracol y RCN que fueron a cubrirlo dejaron en claro que el país no acepta actitudes tolerantes frente a esta práctica. Se trata de nuevas realidades políticas que las Farc, en cambio, parecen haber asumido plenamente, lo cual ha permitido progresar a la Mesa de Negociación de La Habana. El jefe de ese grupo guerrillero, Timoléon Jiménez, ante una pregunta de SEMANA sobre si consideraba que el secuestro había sido un error -en una entrevista publicada en febrero -, contestó: “Sí, hombre. Si tocara volver a reiniciar, yo creo que no lo volveríamos a hacer”. El viernes pasado, a raíz de la incertidumbre creciente sobre la situación de Hernández-Mora, Timochenko trinó: “Hoy es Salud Hernández, mañana cualquier colombiano. Esas prácticas deben terminar para siempre en Colombia. La paz impone su libertad”, escribió. En boca del jefe de una organización que secuestró sin piedad, esas afirmaciones tienen un significado político trascendental. Dejan en claro que en el país se agotó por completo la flexibilidad de la autoridad frente al secuestro.

Si el ELN aspira a abrir una negociación formal, no puede desconocer ese cambio en la opinión pública. Hoy son contraproducentes las viejas costumbres de buscar una mayor capacidad de negociación o acorralar al gobierno mediante el aumento de la violencia. Los elenos dieron un paso en falso en el atentado contra la libertad de Salud Hernández, Diego D’Pablos y Carlos Melo, que sin un mensaje claro sobre sus intenciones inmediatas puede enrarecer el ambiente hacia sus diálogos en un futuro próximo. La conclusión más contundente de los traumáticos eventos de la semana pasada es que la cúpula elena debe sintonizarse tanto con la opinión pública como con lo que está ocurriendo en la Mesa de La Habana, donde ya no cabe ni siquiera contemplar la posibilidad de que las Farc secuestren periodistas o ciudadanos en general.

De igual manera, queda claro que la libertad de expresión es un bien altamente valorado. Colombia ha sido uno de los países en los que es más riesgoso ejercer el periodismo. En los últimos años ha disminuido el número de comunicadores muertos en la práctica de su oficio, pero no se han acabado del todo y en cambio se han incrementado otras como la presión de mafias locales y la acción de grupos ilegales que conducen a la intimidación o a la autocensura. Si algo queda claro con lo sucedido esta semana en el Catatumbo, es que allí no hay garantías para el periodismo ni libertad de prensa. Y si el ELN pretende fortalecer su imagen política mal haría en asociarse con este fenómeno.

La tensa situación del Catatumbo, en la frontera con Venezuela, donde tienen presencia tantas organizaciones criminales, obliga a mirar con realismo los alcances de los acuerdos con las Farc y los que se puedan adelantar con el ELN. El fin de la guerra con la primera–la más dura en varias décadas– no implica que cesarán las acciones de otras que pueden seguir alimentando la violencia. Sin las Farc en armas, esta tendrá una dimensión menor, lo cual es trascendental para el país, pero no es una paz completa ni absoluta. El posconflicto es preferible a la guerra, pero no será un camino de rosas.

Una de las crisis más difíciles que ha atravesado el proceso de paz entre el gobierno y las Farc fue el secuestro del general Rubén Alzate, en noviembre de 2014. Su epílogo sin embargo –su rápida liberación acompañada de mensajes positivos contra el secuestro y en favor del desescalamiento del conflicto- fue satisfactorio y a la postre aceleró las negociaciones. ¿Podría ocurrir lo mismo ahora con el ELN? Gabino, García y compañía tienen la última palabra.