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DIEGO MONTAÑA CUELLAR: IN MEMORIAN

Alfonso López Michelsen
3 de junio de 1991


EL SENTIMIENTO QUE INSPIRABA DIEGO MONtaña Cuéllar a sus interlocutores era el del afecto. Difícil será olvidar su sonrisa incomparablemente acogedora y sus ojos maliciosos, de una simpática picardía. Antes de que desplegara los labios, cuando hablaba, irradiaba franqueza, claridad, carácter firme como pocos seres humanos en nuestro medio.

Ya fuera estando de acuerdo o en medio de la controversia, el contendor sabía que tenía por delante un adversario leal. Tan diáfano, aún consigo mismo, que aceptaba con un humor rayano en el estoicismo las más adversas circunstancias. Así ocurría cuando, en asocio de Gerardo Molina, lo llevaban precautelativamente a la cárcel, sin motivo alguno, distinto de pertenecer al partido comunista. Al comentar el hecho decía que ya tenía en su casa una maleta preparada para tales emergencias.
Cuando era inminente su destitución como alcalde encargado de Bogotá, por ausencia del titular Pardo Dávila, optó por dictar la más divertida de las medidas. No contaba 30 años y el gobierno estimulaba las audacias de menores de 40, cuando, por medio de un decreto, ordenó la expulsión de los jesuitas de la ciudad capital. Y no de cualquier modo sino llamándolos socios de Iñigo López