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S O C I E D A D

¿Dónde están los orgullos?

La principal crisis del país es la de tener una cultura democrática que nunca ha existido.

Antanas Mokus
10 de enero de 2000

En Colombia el valor de la vida es un valor realizado importante por las vicisitudes de la guerra y la violencia. En este sentido, la búsqueda de orgullos es en el fondo la búsqueda de valores importantes y al mismo tiempo realizados. Uno de los valores que en el país aparece muy escasamente es vivir en democracia o participar de procesos democráticos o haber sido beneficiado por procesos democráticos. Entonces, la principal crisis colombiana tal vez es la de una cultura democrática que posiblemente nunca ha existido.

Una manera de ver el problema es desde los semilleros de convivencia organizados por la Alcaldía de Bogotá entre 1994 y 1997, en los que con la asistencia de ciudadanos, transgresores y ciudadanos afectados (más o menos un tercio de cada uno en el auditorio), se hacía un juego de roles entre los participantes. Se rifaban los roles, se asignaban códigos al azar (por ejemplo a todos los números uno les correspondía el papel de autoridad, a los dos el de transgresor y a los tres el de ciudadano afectado) y luego en grupos pequeños cada cual asumía la defensa del rol que le había correspondido esgrimiendo argumentos, que se resumían y organizaban en listados.

Lo asombroso es descubrir que, en casi todos los casos, la lista de argumentos a favor de la transgresión resultaba más larga que la de argumentos a favor del cumplimiento de la regla. Dicho de otro modo, quizá venimos de una tradición monárquica, virreinal, de tipo autoritario, donde la ley es como es y punto, donde la autoridad se autoafirma, ordena el famoso ‘publíquese y cúmplase’ y se ahorra todo el proceso de argumentación que en cambio sí sufre un gran auge dado el grado de transgresión de las normas con el cual convivimos. Entonces los argumentos para transgredir las reglas se desarrollan fuertemente, más que los argumentos para cumplirlas. Si hubiera más cultura democrática, la gestación y la aplicación de las normas legales estaría rodeada de argumentación y compromiso de los ciudadanos con las normas y con las reglas.

Perdida de confianza

No he podido encontrar información sobre el grado de confianza que pudimos tener los colombianos en el pasado y hay algunas indicaciones literarias que mostrarían una gran variabilidad de esta confianza de región a región y de contexto urbano a contexto rural. Seguramente esta confianza también ha oscilado en términos de períodos históricos y en función de las guerras civiles que han atravesado el país. Sin embargo, cabe pensar que hay un deterioro de la confianza recíproca que ha llegado a su sistematización en términos de lenguaje vulgar con los famosos mandamientos 11 y 12 (‘no dar papaya’ y ‘tomar toda la papaya que el otro dé’). Lo curioso es que justamente las investigaciones sobre construcción de confianza interpersonal muestran que el mecanismo adecuado para crear confianza es dar papaya y no tomar la papaya que el otro dé.



Orgullo como opción

¿Cuál es el mayor orgullo en su vida? Es la pregunta con la que he iniciado casi un centenar de conferencias o talleres, casi todos en Colombia, con el siguiente resultado: un 2 por ciento a 4 por ciento de personas, según la región, consideran que su mayor orgullo en la vida es estar vivos; entre el 2 por ciento y el 15 por ciento consideran que su mayor orgullo en la vida es pertenencia (una sola excepción, un colegio en Manizales, donde la pertenencia obtuvo más de la mitad de las preferencias). Luego los dos tipos de orgullos más frecuentes, los que se disputan el primer lugar, son los orgullos de familia y los relacionados con el logro de metas personales. Cuando el auditorio es de mayor edad suele primar el orgullo por la familia; si es más joven y está ubicada en instituciones educativas competitivas es predecible que el orgullo predominante sea la motivación al logro. Una quinta categoría de orgullos (que debe estar entre un 2 por ciento y un 5 por ciento) es la que corresponde a la acción generosa hacia otras personas.

La situación colombiana corresponde muy de cerca de lo que los sociólogos caracterizan como el proceso de modernización, por el cual las identidades y lealtades derivadas de la pertenencia son reemplazadas por valores ligados al logro de metas personales alcanzadas mediante el esfuerzo personal. Un esfuerzo que para ser eficaz debe ser racionalmente organizado. También debe satisfacer algunas reglas sin las cuales el éxito no es reconocido como tal. Por ejemplo, el deportista de alta competencia que rompe un récord no ha logrado nada si usó el doping. Dentro de ese contexto, una variante sofisticada de la motivación al logro es el deseo de hacerle bien a los demás. .



Por un cambio

cultural

La fallida construcción gaitanista y luego la fallida construcción del M-19, así como los enviones de fuerzas independientes y la Constitución de 1991, habrán marcado hacia finales del siglo serias exploraciones en la dirección de una democratización de la sociedad colombiana, con enormes dificultades para construir confianza en los procedimientos y para construir y mantener procedimientos confiables. Bien lo dice Gómez Buendía, la caracterización básica de la democracia como “reglas ciertas, resultados inciertos” habría sido desplazada en Colombia con pavorosa frecuencia por “reglas inciertas, resultados ciertos”.

Por miedo a las consecuencias de la democracia, tendríamos una democracia de vez en cuando ‘enderezada’. No hemos entendido aún cómo la democracia se corrige a ella misma, o corrige ella misma sus eventuales errores. Pagamos unos costos muy altos por haber eludido los riesgos y las incertidumbres propias de la democracia. Ciertamente el ejercicio de la participación democrática en el país ha sido lesionado por la violencia pero también lo ha sido por la tolerancia de las élites y de una parte grande de la sociedad hacia mecanismos corruptos de reproducción política.

En la medida en que se atraviesan el poder del dinero o el poder de la violencia de la manera como lo han hecho en Colombia, se debilita radicalmente la crítica al sistema y, paradójicamente, eso lleva también a una enorme debilidad en la justificación del sistema. Justificación y crítica son como dos hermanas gemelas que se nutren mutuamente y ambas se derrumban ante la amenaza de violencia o ante la presión ejercida por el poder económico.

Aún así, están claramente puestos los insumos de una posible democratización del país por el lado de las organizaciones populares y movimientos sociales, por el lado de corrientes de opinión (especialmente en el marco del electorado urbano más educado), por el lado de una cierta tecnocracia que ha convivido de mala gana con la forma tradicional de hacer política en el país y por el lado de unos medios que luchan por profesionalizarse y por competir eficientemente entre sí.

Por eso uno de los mayores retos de Colombia para salir de la encrucijada es un cambio cultural voluntario, y esa es la gran apuesta del siglo entrante. De ahí que debamos alegrarnos porque los dos problemas tal vez más profundos de la sociedad colombiana, más difíciles de aclimatar incluso que la propia paz son, primero, aceptar la plena legitimidad del deseo de movilidad social y sus realizaciones siempre y cuando esa movilidad sea por la vía del trabajo honrado y del estudio, de la competencia limpia en el terreno educativo. Y, segundo, aceptar que la pretensión de acceder al poder es totalmente legítima siempre y cuando se ejerza limpiamente.

En todo esto, quizá el mayor reto de los colombianos se llame simplemente consistencia. Por ejemplo, no se puede pedir que los colombianos sean juzgados por jueces colombianos para luego, una vez logrado eso, tomar del pelo, arrinconar, acallar o sobornar a esos jueces colombianos. El mundo contemporáneo le puede dar cabida a muchas teorías pero no da cabida a la inconsistencia, a esa forma elemental de la trampa.