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Dos ciudades al límite

La situación que tienen que afrontar Maicao y Cúcuta ya desbordó su capacidad. Diariamente miles de venezolanos invaden sus calles en busca de alimentos, trabajo, educación y salud, o para vender algo.

10 de febrero de 2018

Un mercado de 500 millones diarios

Maicao es uno de los municipios más grandes y más golpeados en La Guajira por la crisis de venezolanos. Sus habitantes dicen estar desesperados por el aumento de la inseguridad, la invasión, el contrabando y la prostitución.

El puesto fronterizo de Paraguachón está a solo 12 kilómetros de Maicao y a dos horas de Maracaibo, la segunda ciudad más grande de Venezuela. Diariamente ingresan 25.000 personas, pero solo 1.400 pasan por el puesto fronterizo de Paraguachón. Los demás ingresan de forma irregular por varias trochas.

Para el secretario de Gobierno de Maicao, Eliécer Quintero, “estamos viviendo una migración masiva y nuestra infraestructura pública no da para resistir tanta presión humana. Hay gente que llega en la madrugada y se va en la noche; algunos son habitantes de calle en Venezuela y les da lo mismo dormir también aquí en la calle”.En los 12 kilómetros que separan el puesto fronterizo de Paraguachón de Maicao hay tres retenes policiales que requisan a los migrantes, pero el desfile de vehículos es incontenible y la mayoría ingresa sin que les pidan la cédula o algún tipo de documento. A través de las trochas, los venezolanos entran con contrabando de comida, electrodomésticos de segunda, ropa usada, herramientas, cristalería, materiales de construcción y, claro, gasolina. Algunos habitantes dicen que la gasolina nunca había estado tan barata: la pimpina de cinco galones cuesta 12.000 pesos.El secretario de Gobierno afirma que esta avalancha de venezolanos que duerme en las calles está generando una crisis sanitaria: “El sida está disparado, tenemos brotes de tuberculosis y hasta difteria, erradicada desde 1975 en Colombia. y la preocupación de que brote una epidemia crece cada día”. A diario, según la administración, en la calles se mueven más de 500 millones de pesos, que antes eran de informales colombianos y ahora están en su mayoría en manos del rebusque venezolano.

El epicentro de todo

Los cucuteños no entienden cómo llegó a estar así Venezuela, el país que hace unas décadas era el paraíso al que muchos de ellos emigraron, que estaba lleno de oportunidades y donde la gente lo tenía todo. No se explican por qué, si en las noticias denuncian tal escasez de víveres al otro lado de la frontera, cada vez las calles de su ciudad están más llenas de vendedores ambulantes venezolanos que ofrecen mantequilla, malta, cigarrillos, condimentos y otras mercancías que traen de contrabando.

Esto, sumado a la delincuencia en la que han incurrido algunos venezolanos, al poco trabajo que hay en la ciudad y a la invasión del espacio público por parte de estos (algunos incluso se bañan y lavan su ropa en El Malecón, la zona rosa de la ciudad), ha generado un amplio rechazo por parte de los locales hacia esta población.

Tan grave es la situación que, a comienzos de año, el alcalde César Rojas propuso brindarles solamente albergues para que pasen la noche y no alimento gratis, pues, en su concepto, esto detonaría la llegada de muchos más. Según las autoridades colombianas, al día entran 45.000 venezolanos a la capital de Norte de Santander y se estima que casi 5.000 se quedan. La mayoría lo hacen por el puente internacional Simón Bolívar que conecta Cúcuta con San Antonio del Táchira y que desemboca en La Parada, el barrio que concentra la problemática. Allí es común ver colombianas comprando pelo a las venezolanas para después comercializarlo al triple del precio de compra; casas de cambio formales e informales; prostitución; alojamientos totalmente equipados para aquellos que van hacia Ecuador, Perú y Chile; ‘carreteros’ cargando mercancía y equipaje de lado y lado; y hasta se han presentado balaceras entre bandas criminales que se disputan el control de las trochas fronterizas, que utilizan para contrabandear.