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Dos o tres cosas sobre el clítoris

27 de agosto de 2001

¿Sabían ustedes que la palabra clítoris, de reciente aparición en los diccionarios, se dice clitoris en francés, clitoris en italiano y Klitoris en alemán?… Y viene de la palabra griega kleitoris, que significa cerrar… Nadie me pudo explicar por qué, pero es así. El clítoris nos abrió las puertas del placer pero su etimología parece no reconocerlo…

Lo interesante es que en el Diccionario hispánico universal se define así esta extraña palabra: "Clítoris: cuerpecillo carnoso eréctil en la vulva del apa-rato genital femenino". Punto. Pero lo que nunca se encuentra en los diccionarios, por lo menos en los que consulté, es que ese cuerpecillo, como elegantemente lo llaman los españoles, tiene como única y exclusiva función proporcionar un intenso y prácticamente inefable placer a las mujeres. Claro, los diccionarios, y más los de las reales academias, han sido elaborados por reales varones que no tienen mucho tiempo que perder en la definición de una palabra que, por cierto, no les puede evocar gran cosa.

¿Sabían ustedes —como nos lo recuerda la filósofa feminista francesa de los años sesenta, Annie Leclerc— que las niñas no tienen sexo? Lo que ellas descubren cuando entreabren con las puntas de sus inquietos dedos sus labios, sin nunca verlo, no tiene nombre, es verdaderamente innombrable. El sexo del niño, aunque también reprimido, ha sido visto, tocado, manipulado, cogido, pero sobre todo nombrado, poco importa cómo, pero nombrado: pipí, pito, pene, penecito, etc. Lo que los adultos hacen con los varoncitos —nombrar su sexo—, no lo hacen nunca con las niñas. El clítoris, la vagina, nunca son vislumbrados, visual, táctil, ni verbalmente. De entrada, lo que la mano ciega aprehende es indecible: vergonzoso, escondido, sucio, feo y malo. La niña nació expulsada, exiliada de su propio cuerpo. En lugar de cuerpo le regalan moños, zapaticos de charol y faldita almidonada. El único recurso que le queda para para sobrevivir es olvidar.

¿Sabían ustedes que la palabra clítoris no aparece en los libros de anatomía del mundo occidental sino hasta el final del siglo xix? Sin embargo, se-gún historiadores preocupados por encontrar con precisión las fechas de nuestros descubrimientos, parece que el clítoris fue descubierto el mismísimo día en que Colón puso un pie en tierras americanas, por un célebre anatomista que trataba de reanimar a una mujer moribunda. Ella, al delicado tacto del galeno en partes no muy católicas, no sólo resucitó sino que estremeció a toda la comarca con sus gemidos de placer… Y santo remedio: nunca más se volvió a enfermar… O por lo menos, ya sabía cuál era la cura.

¿Sabían ustedes que en la actualidad hay millones de mujeres —en Sudán, Yemen, Egipto, Arabia Saudita, Irak, Afganistán y en muchos otros países de África y de otros continentes— cuyos labios vaginales han sido infibulados o a quienes se les ha escindido el clítoris?… En otras palabras, mujeres y niñas cuyos labios genitales han sido cosidos y cuyo clítoris ha sido extirpado… en general con cuchillas de afeitar y en condiciones totalmente sépticas. Los varones de estos países se aseguran así dos cosas: la virginidad de sus futuras esposas y la imposibilidad de que ellas gocen durante las relaciones sexuales. Y después, los hombres nos dicen con una seriedad insoportable que las feministas exageran cuando recuerdan a todo el mundo que el cuerpo femenino ha sido y sigue siendo el lugar por excelencia del ejercicio del poder patriarcal. Lo ha sido, y para lograrlo muchas veces ni siquiera han tenido que recurrir a la ablación física: existen tantas mutilaciones simbólicas… ¿o debo recordarles qué le paso a Ángela Vicario en Crónica de una muerte anunciada?

¿Sabían ustedes que hoy día, en los albores del tercer milenio, millones de hombres consideran que no vale la pena perder el tiempo en buscar este pe-queño órgano, no siempre fácil de encontrar, lo confieso, y que van a lo que van? Ellos gozan, esto debe ser suficiente… Además, sabemos que la palabra orgasmo es un concepto masculino que se inscribe en un imaginario masculino de la sexualidad occidental. Un imaginario que exilió el placer femenino durante siglos para asegurar el de los varones.

Sí, definitivamente el saber y el placer para las mujeres tienen, aún hoy, un enorme poder subversivo… Una mujer que sabe y que goza… es una mujer tenazmente subversiva para una cultura de hombres que ha alejado a las mujeres del saber y del placer durante tantos siglos. Y, de alguna manera, entiendo que los varones-machos tiemblen hoy: la recuperación de nuestro cuerpo, aun si es más simbólica que real, y nuestra irrupción en el mundo del saber marcan un hito en la historia occidental, una bifurcación inédita del pensamiento, un desorden inevitable frente a una ideología y a un placer monolíticos.

Hoy es posible un deseo que puede ir de la mujer a la mujer, y no, como ha operado durante siglos, exclusivamente del hombre hacia la mujer, ya que el hombre ha sido constructor de la sombra de irrealidad donde la mujer se ignora, como lo dice tan bellamente José Lorite Mena en El orden feme-nino. Hasta hace poco las mujeres se hacían mujeres a través del deseo del hombre. Hoy existe, gracias a su acceso al saber y al placer, una bifurcación del pensamiento y del deseo. Nunca más el varón-sujeto estará solo. Tiene al frente una mujer-sujeto que sabe, habla, desea y goza…

Pero volviendo al clítoris… Habría que intentar describir lo indecible y contar a los varones lo que ellos nunca podrán saber del todo. Me refiero a un saber que pasa por el cuerpo, que es el saber que tratan de construir hoy las mujeres. ¿Y cómo hago para hablar de ese pequeño órgano aún tan mal visto por una literatura totalmente sorda al de-seo femenino, ese sexo-clítoris nuestro que no resiste la comparación con el valiente órgano fálico, ese no-sexo nuestro o sexo masculino atrofiado que hizo repetir durante siglos a los más grandes filósofos, de una u otra manera, que las mujeres eran pobres varones mutilados… ese algo más del goce femenino que ni siquiera se pudo inscribir en el lenguaje? Sí, y me pregunto: ¿cuál es el problema, señores, frente a un goce tan extraño para ustedes que prefieren negarlo antes que escucharlo, reconocerlo y nombrarlo desde lo indecible…? ¿Cuál es el verdadero problema? Cuéntenme: ¿qué quieren conocer?, ¿qué quieren saber del clítoris que no les podré contar nunca?

El clítoris nos regaló un deseo que no habla el mismo lenguaje que el deseo masculino. El abe-cedario nuestro no es el de ustedes. La lógica masculina del deseo se instala en la prevalencia de la mi-rada; la nuestra, no. El goce de la mujer es un goce de tacto, de olores, de texturas, no de mirada, no de forma. Y la lógica masculina de la sexualidad, el discurso oficial del goce masculino, de la libido masculina, terminó por exiliar del todo nuestro goce, que se quedó por fuera como ese famoso algo más indecible, según Jacques Lacan… Mientras los hombres se inscriben en una sexualidad visible, re-conocible, puntual, silenciosa y nombrable, mientras van con una desoladora repetición de la excitación a la erección, de la erección a la penetración, de la penetración a la eyaculación-orgasmo, del orgasmo al cigarrillo y del cigarrillo al sueño, nosotras soñamos, volamos, tenemos olasmos, mareamos, musicamos, locuramos, semantizamos, divagamos y gozamos más allá de las posibilidades del orgasmo vaginal o incluso clitoriano… Nuestro goce no tiene lugar, y nadie lo puede atrapar, mucho menos las 27 letras del alfabeto, pues los dioses están presentes en todas partes y no en el único lugar de la oración eyaculatoria.

Todo esto es el clítoris, y a la vez es muchísimo más, pero habría que evocar a la desaparecida Marguerite Duras para que ella les explicara que el goce femenino, como la escritura femenina, no tie-ne nada que ver con una razón y una mirada desesperadamente patriarcal que se han encargado de instalar el goce al lado de la muerte. Gozar no es morir. Sólo a los hombres se les ocurre semejante barbaridad. El goce llega como el viento, es desnudo, es otra tinta que se inscribe sobre la piel y "pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida", como dice la Duras refiriéndose a la escritura femenina.

No quiero hablarles más del clítoris. Me pregunto por qué acepté hablarles de él. No debe hablarse del clítoris, como no se debería hablar del goce. Son experiencias sin alfabeto. Al menos para las mujeres. ¿Y saben qué? Ojalá se queden sin alfabeto, porque el día que aprendamos a hablar del goce fe-menino, lo habremos domesticado y uniformado y exiliado, y se volverá políticamente correcto, siendo que lo único que puede mantener en vida a las mujeres es una propuesta erótica subversiva y ojalá absolutamente incorrecta. De lo contrario nuestra sexualidad, nuestro goce y nuestro recién inaugurado clítoris seguirán muriéndose en los más triviales manuales de sexualidad que se encuentran a la venta en los supermercados Carrefour o el Éxito…

Señores, no sabrán nada más del clítoris.

Tal vez una noche, a la una de la mañana, embriagado por los olores de una mujer, enloquecido por la textura de alas de mariposa de la piel de una mujer, ahogado feliz en todos los líquidos del cuerpo marino de una mujer, en un largo silencio de noche de verano, uno de ustedes estará al lado del goce femenino y sabrá entonces que no hay nada más que saber, nada más que decir, y tal vez podrá inventar lo que nunca pudo ser: un posible encuentro entre ella y él, una posible reconciliación de la piel femenina y del falo masculino en la música de sus risas por fin confundidas… Siempre y cuando las miles de guerras que han inventado los hombres no nos maten antes.