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Edilberto Pérez asegura que hay una bonanza gracias al fruto de la palma de aceite. | Foto: Samuel Salinas Ortegón/Semana

CRÓNICA

El aceite que resucitó a María la Baja

De la guerra entre paramilitares y la guerrilla en María la Baja (Bolívar) solo quedan malos recuerdos. Esta es la opinión generalizada de los campesinos cultivadores de una planta que en menos de seis años han cambiado su vida.

Samuel Salinas Ortegón
11 de mayo de 2012

La bonanza de María la Baja se refleja en los dientes de Edilberto Pérez. El costoso tratamiento de ortodoncia no lo hubiera podido pagar, si a la región no hubiera llegado un árbol cuyo fruto ha sacado de la miseria a casi un millar de campesinos que se arriesgaron a sembrar palma de aceite.
 
La nueva época requería otra forma de vida y así lo entendió Edilberto. Los dientes había que arreglarlos pues de una sola merienda -que generalmente era yuca cocinada- se pasó a comer tres veces al día.
 
Cuando este campesino de 50 años sonríe deja ver unos relucientes brackets de los cuales se siente orgulloso pues cada uno de ellos es un síntoma de progreso. Claro que no siempre fue así. En su memoria está fresca la guerra que dejó más de 200.000 desplazados y un sin número de muertos.
 
La guerra
 
"La gente estaba extrema" es la frase con la que Edilberto describe la época entre 1990 y el año 2005 en que los paramilitares y las guerrillas FARC, ELN y EPL, se enfrentaban por el dominio de los Montes de María y en cuya zona lo único que producía era muertos que quedaban a lado y lado de la carretera.
 
La zona de los Montes de María y los municipios que la circundan como María la Baja, fueron durante años el epicentro de la violencia del norte del país. En este lugar se presentaron las más aterradoras masacres entre las que se destacan la de El Salado, Ovejas, Chengue y Las Brisas.

La familia de Edilberto no fue ajena a la tragedia. Tras hacer una pausa y frotarse un poco los ojos para traer a la memoria una historia que cuenta sin detalles, este campesino recuerda cómo su suegro fue asesinado por los paramilitares.
 
Sin la sonrisa que mostraba unos minutos atrás, Edilberto cuenta que unos días después de la retención de su suegro este fue encontrado en el borde de un lago amarrado de pies y manos y con evidencia de que le habían atado con piedras para que no flotara. "Lo reconocimos por una muela de oro que tenía", resalta.
 
Los asesinos del viejo se ensañaron con él pues le quitaron algunos de los dientes y uñas y con un alambre de púas le amarraron la boca. Ante las amenazas los yernos de Edilberto salieron de la zona a refugiarse en Cartagena. Otros se fueron para Venezuela donde aún viven. "Esa muerte quedó impune".
 
"En esa época no se podía hablar con nadie, no se podía salir, en las tardes teníamos que acostarnos antes de las 6:00 p. m., eso era invivible", resalta mientras mira el reloj pues está ansioso por la llegada del presidente, Juan Manuel Santos, quien visita a los palmeros para conocer el proyecto productivo que cambió esta zona.
 
La palma

En los bordes de las vías solo se encuentran racimos de pepas color naranja y amarillo que son los frutos de un árbol del cual se extrae el aceite con el que se hace biodiesel para el combustible de los carros de la ciudad o los cosméticos de las señoras.
 
Casi todas las historias de los campesinos de María la Baja son parecidas. De las deudas y el fiado en las tiendas el pueblo, los agricultores -antiguos arroceros y ganaderos- pasaron a ser productores de una planta que según ellos, les cambió la vida a tal punto que como el negro Edilberto, pudo mandar a sus hijos al colegio y tener su casa a full con paredes de ladrillo y cerámica.
 
La historia de la palma arrancó a finales de los noventa cuando un estudio patrocinado por la gobernación de Bolívar determinó que las tierras eran apropiadas para el cultivo de este árbol. Edilberto fue uno de los primeros que se animó a cultivar pues "no había nada que perder". Unos años después vio los resultados.
 
Con el fruto de la palma y del cual no se desperdicia nada, Edilberto asegura que está recuperando lo que perdió con su padre pues en la década de 1990, la familia tuvo que vender una propiedad de 80 hectáreas para pagarle al banco la deuda de cinco millones de pesos. "El viejo murió estresado", relata con nostalgia.
 
Pero ese tránsito de ser un hombre que vivía con su esposa y sus hijos en una pieza en la casa de un hermano y que heredó parte de la deuda de su padre, tras el fracaso del cultivo del arroz, le cambió cuando en la hectárea que le quedó sembró palma de aceite e ingresó a la asociación de palmicultores.
 
Edilberto es una de las 929 personas que se reunieron en 11 asociaciones para apostarle al cultivo de un árbol de diez metros que en el 2011 produjo 88.000 toneladas de fruto de la palma que equivalen a 20.000 toneladas de aceite crudo.
 
"Acá nosotros somos dueños", resalta mientras señala con la mano la planta procesadora de la cual asegura que también es su propietario ya que el 49% pertenece a los campesinos. El 51% hace parte de un empresario y exministro de agricultura Carlos Murgas. Él fue el que les vendió la idea que trajo de uno de sus viajes al Asia.
 
Los detractores de la palma aseguran que en 30 años las tierras no serán fértiles y los campesinos volverán a la miseria. Sin embargo, este hombre no cree que eso vaya a ocurrir pues la abundante lluvia le tiene garantizado su progreso.
 
Edilberto tiene bien hechas las cuentas, en seis años pasó de tener una hectárea a cinco, estas le aseguran una renta de 3.000.000 de pesos mensuales, pero tal vez el mayor cambio es que la zona haya alcanzado una tranquilidad que hace 20 años no vivía. Hoy su sonrisa lo dice todo.