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El año de los Garzones

Luis Eduardo en Bogotá y Angelino en el Valle han demostrado que les sobra carisma y liderazgo, pero les falta en gerencia para hacer realidad su discurso social.

José Fernando Hoyos E.*
19 de diciembre de 2004

A Luis Eduardo Garzón, alcalde de Bogotá, y Angelino Garzón, gobernador del Valle del Cauca, les ha tocado bailar a dos ritmos y con diferente pareja. Mientras que Lucho llegó a una ciudad embellecida, con enormes problemas sociales pero con recursos para hacer transformaciones, Angelino ha tenido que bailar con la más fea: recibió un departamento quebrado, en guerra y una población indiferente con respecto a la suerte y futuro de la región.

Por primera vez Bogotá y el Valle tienen gobiernos de mandatarios de izquierda, dos hombres que vivieron una infancia dura y apretada, que fueron caddies de golf, que crecieron bajo la sombrilla del sindicalismo y el apoyo incondicional de sus madres. También los identifica el gusto por buscar consensos antes que la imposición. Estos primeros 12 meses han sido de altibajos, con popularidades altas, especialmente en Bogotá, y con resultados basados más en la esperanza de lo que puede venir que en los hechos de gobierno.

Sin embargo, este tiempo puede ser considerado un período de transición. Tanto en Bogotá como en el Valle los equipos de gobierno se conformaron con base en la coalición política que apoyó las candidaturas, lo que significó que los Garzones llegaran con un equipo ajeno que han tenido que acoplar y ajustar en la marcha. Han ido aprendiendo el manejo político y del andamiaje de la burocracia administrativa.

Con menos experiencia que Angelino, Lucho ha logrado obtener mejores índices de popularidad, aunque con cierta polarización. En los estratos bajos su aceptación llega al 75 por ciento, motivada por obras sociales y por su liderazgo popular, mientras que en los estratos 5 y 6 ha perdido adeptos, pues creen que temas como el manejo del espacio público, vendedores ambulantes y movilidad están en retroceso.

El primer año deja a un Lucho con un liderazgo político basado en su carisma y en su credibilidad, pero con una debilidad en la gestión. En general ha sido responsable en el manejo de los recursos, en darles continuidad a muchas de las obras y políticas de las administraciones anteriores, como la Fase II de TransMilenio, y ha tenido la valentía política de ponerles el pecho a problemas heredados, como el de las losas de las vías de TransMilenio, o a otros delicados, como la tragedia de los niños del Colegio Agustiniano. Pero aún en las acciones no se percibe una idea clara de la ciudad que quiere ni le ha dado el giro a la izquierda que se esperaba.

Buena parte de la munición de popularidad y de recursos está siendo gastada en programas sociales como Bogotá sin hambre, Salud a su hogar, nutrición, educación y en aumentar la solidaridad entre los bogotanos, pero aunque estos ayudan en lo temporal, no atacan efectivamente las causas que generan las diferencias sociales que hay entre el norte y el sur.

Las buenas posibilidades que ha tenido Lucho de sacar adelante su programa social gracias al buen estado de las finanzas de la ciudad, y con mayor razón después del recién aprobado cupo de endeudamiento de 1,7 billones de pesos, hacen esperar para 2005 la consolidación del plan de gobierno, pero también la necesidad de solucionar serios problemas como la invasión del espacio público, la inseguridad, el desempleo y las demoras en la movilidad.

Otra melodía

Para Angelino Garzón, la crisis fiscal del Valle ha sido la dura realidad de su mandato. La defensa del puerto de Buenaventura, el apoyo a la desmovilización del Bloque Calima de las autodefensas y el mejoramiento de la administración han sido avances, pero las fuertes peleas con la Asamblea Departamental y la demora en la ejecución de la inversión social son debilidades que inquietan a la comunidad.

Angelino recibió el cargo con una contratación cercana a los 30.000 millones de pesos firmada por su antecesor, Germán Villegas, en los dos últimos meses de gestión y deudas con la banca cercanas a los 700.000 millones de pesos, que de entrada le frenaron la posibilidad de arrancar con sus políticas sociales. Aunque ha buscado renegociar la deuda con el sector financiero sin éxito y ha logrado disminuirla a 550.000 millones, probablemente la situación financiera no mejorará sustancialmente en 2005. Angelino será el estandarte de un gran departamento en crisis, que en un año preelectoral recibirá poca ayuda del gobierno central, que ve en el partido de Garzón una amenaza a su reelección.

Aunque es verdad que los planes de inversión social del Valle se han retrasado, hay avances como el aumento a de la cobertura de desayunos escolares a 400.000 niños y el rescate de los subsidios de vivienda. Angelino parece ver en la retórica y el discurso la esencia de la administración y no en la gestión pública eficiente y admirable. "No ha planteado temas fundamentales como la fusión de los ingenios, el regreso de las grandes empresas al Valle, la redefinición de la región ", dice el ex gobernador Gustavo Álvarez Gardeazábal.

Otro de los grandes problemas ha sido el de las relaciones con la política tradicional, que no le perdona ni su procedencia, ni que haya nombrado un gabinete mayoritario de personas fuera de la región. En marzo pasado las relaciones entre la Asamblea y el gobernador llegaron a un punto muerto cuando el mandatario no acudió al cierre de las sesiones ordinarias tras aducir que no le llegó invitación escrita. A su vez, la mayoría de los diputados no asistió a votar la adición presupuestal por 52.000 millones para inversión social. Ahora, tras un acalorado debate, en el que se trenzaron toda clase de insultos y ataques, Angelino parece tener las mayorías aseguradas en la Asamblea para 2005.

El gobernador ha logrado liderar la defensa de Buenaventura como principal puerto del país y unir a los vallecaucanos frente al autismo del gobierno, que parece estar más inclinado en apoyar un nuevo puerto en el Chocó, con inversión paisa, que ajustar y ampliar el de Buenaventura.

Sin embargo, los vallecaucanos se están cansando del discurso en el que la convivencia pacífica y el acuerdo humanitario ya suenan a lugar común, y quiere ver acciones concretas. Al igual, una parte de los bogotanos espera recibir señales definitivas y políticas de hacia dónde va la ciudad y cómo se va a hacer. En las obras que beneficien a la mayoría y una política social que ayude a cerrar las enormes brechas entre pobres y ricos, más allá del asistencialismo, está el éxito de cualquier alcalde de Bogotá, y eso es lo que ha entendido Lucho. Por ahora, los bogotanos confían en él y en que cumpla lo que prometió, y para eso tiene aún tres años.

En los Garzones no sólo está la suerte de la izquierda, sino la de las elecciones presidenciales de 2006. Su desempeño el año entrante, los logros que obtengan y la posibilidad de ser candidatos o apoyar públicamente a uno pueden marcar la continuidad o la salida de Uribe. Entre Bogotá, Cali y el Valle está la mitad del censo electoral del país, y eso lo saben los Garzones, que entienden el servicio público como un acto político.

* Editor de Especiales de SEMANA