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El vicepresidente Germán Vargas Lleras y el ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas han tenido varios enfrentamientos, cuyo denominador común es la diferencia de criterios sobre el gasto en obras de infraestructura. | Foto: Alejandro Acosta

POLÍTICA

El cabeza a cabeza entre Vargas Lleras y Cárdenas

Se tensiona el pulso entre el vicepresidente y el ministro de Hacienda. Uno tiene la ejecución y el otro la billetera, los dos quieren ser presidentes.

16 de mayo de 2015

Me cansé del minis-tro de Hacienda”, dijo el viernes el vicepresidente Germán Vargas Lleras. Estaba en visita en Norte de Santander, donde encontró quejas de la población local por la lentitud en la construcción de algunas obras, en su mayoría carreteras. Cárdenas contestó con mesura: “Entiendo la frustración, que es de todos los ministros porque estamos en una época en la que hay menos ingresos fiscales por la caída en los precios del petróleo”. La pelea motivó una lluvia de críticas al gobierno y el presidente Juan Manuel Santos intervino para bajar el tono: “La ropa sucia se lava en casa”, dijo, y les dio instrucciones a los dos funcionarios para que se reunieran y manejaran sus diferencias.

El pulso no es nuevo. El año pasado ya se habían presentado capítulos previos en dos ocasiones. Uno, por quejas de Vargas Lleras sobre la falta de recursos en el Plan de Desarrollo para las obras de infraestructura. Y otro, por la lentitud de su colega de Hacienda para, según Vargas, no aprobar las APS (alianzas público-privadas) con las que se financian las obras.

Las disputas de los miembros de gabinete en público perjudican la imagen del gobierno porque proyectan una idea de falta de liderazgo y de coordinación. En los últimos días, los ministros que tienen que ver con el programa de fumigación de cultivos ilícitos con glifosato habían dado declaraciones contradictorias, según el punto de vista institucional de cada uno. Pero se podría decir que eso es normal, pues cada funcionario defiende intereses y públicos distintos. En ese caso, al final en el Consejo de Estupefacientes se tomó una decisión definitiva y acatada por todos. Se puede cuestionar que hubo un exceso de debate público, pero al fin y al cabo así funcionan los gobiernos en todas partes.

La pelea entre Vargas Lleras y Cárdenas, en cambio, tiene visos particulares. Cada uno tiene sus razones para argumentar su posición. El ministro de Hacienda tiene que cuidar los recursos y en épocas de vacas flacas –como las que ya se empiezan a sentir en las finanzas públicas- su deber es evitar que los gastos y las inversiones superen los ingresos. El vicepresidente, en contravía, recibió de su jefe un mandato claro para convertirse en gestor de un impulso pronto y palpable en la ejecución de obras públicas y así mejorar la competitividad del país. Cada uno tira para su lado, de forma legítima.

Pero el pulso también tiene un componente político. Ambos atraviesan momentos de sus carreras en los que el próximo paso lógico es una aspiración presidencial. Los dos son figuras en la baraja de 2018. El vicepresidente, quien se abstuvo de participar en la competencia de 2014 a pesar de tener una alta evaluación en las encuestas, se considera la carta de la Unidad Nacional y sucesor natural del presidente. Encabeza los sondeos, maneja los ministerios con más presupuesto, ha demostrado capacidad de gestión y posee una gran disciplina verbal: elude los temas espinosos, no se desgasta y aparece en fotos y videos firmando acuerdos para hacer obras en todo el país.

Cárdenas, por su parte, ya ha desfilado por las carteras de Desarrollo, Transporte, Minas y, ahora, Hacienda. Ningún otro colombiano se ha desempeñado en tantos ministerios en los últimos años. En cinco carteras ha descubierto que tiene gusto por la política y no desaprovecha oportunidades para inaugurar obras. Los dirigentes de su partido, el conservador, lo mencionan abiertamente como una carta en la competencia presidencial.

En una coyuntura de estrechez fiscal, Vargas es el tigre y Cárdenas el burro amarrado. El vicepresidente, con un peso político ya ganado, cabalga su recta final sobre las obras que ejecuta y todo lo que no se haga será culpa del ministro de Hacienda. Y éste último, golpeado ya por la reforma tributaria, es el malo de la película pues cuidar las finanzas públicas en momentos dificiles es ser el doctor ‘No’. A mediano plazo se recuerda más a quien lidera la modernización, que a quien evitó una posible catástrofe.