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La vereda Los Pozos de San Vicente del Caguán se convirtió en 1999 en Villanueva Colombia, epicentro de los diálogos de paz. Allí funciona hoy una institución de educación rural, donde muchos todavía llegan en busca de la supuesta guaca que las Farc escondieron. | Foto: José Malagón

NEGOCIACIONES

La vida hoy en El Caguán

Mientras un acuerdo de paz con las Farc parece estar cada vez más cerca, ¿qué ocurre en la zona que hace casi 17 años sirvió de casa a unas negociaciones fallidas?

26 de diciembre de 2015

En menos de dos meses se cumplirán 13 años desde que el expresidente Andrés Pastrana decidió acabar con la zona de distensión. A las personas que vivían en dicha franja, compuesta por los municipios de La Macarena, La Uribe, Mesetas y Vistahermosa, en Meta, y San Vicente del Caguán, en Caquetá, la vida les cambió de un momento a otro, cuando se iniciaron los diálogos y cuando fracasaron. Sus habitantes recuerdan los días en que caminar por las calles al lado de los guerrilleros era algo común y muchos de ellos aseguran que se acostumbraron a vivir con ellos, pues no había otra opción.

Hoy, que las negociaciones del gobierno con la guerrilla en La Habana han avanzado mucho más que en el pasado, SEMANA viajó a La Macarena y San Vicente del Caguán para constatar qué ocurre en dos de las zonas donde las Farc ejercieron su poder durante tres años del antiguo proceso de paz.

“No somos el trapo sucio”




El comercio está prácticamente en cada calle de San Vicente del Caguán. Taxis y mototaxis recorren el pueblo mientras sus habitantes transitan tranquilamente por donde tiempo atrás se veían hombres y mujeres de camuflado andar sin problemas. La zona de distensión parece ser un mito en la memoria de los más jóvenes, mientras que los adultos prefieren no hablar sobre ese episodio de su municipio, algunos porque quieren olvidar lo vivido y otros porque no saben quiénes están cerca escuchando lo que hablan.

Solo los mayores se animan a conversar con tranquilidad. Ómar Salas, de 84 años, comenta que está cansado de repetirle a la gente que las Farc no nacieron en San Vicente del Caguán, que no se le han borrado de la memoria los episodios de asesinatos y secuestros, pero que le preocupa saber que nunca podrán eliminar el estigma que los persigue. “Es como si San Vicente fuera el trapo sucio del conflicto. Mi cédula es como un castigo cada vez que hay un retén. Creen que toda persona nacida aquí es guerrillera”.

Y la mayoría de los habitantes comparte esa opinión. Aseguran estar acostumbrados a que el mandatario de turno coadministre con la guerrilla o que por lo menos les consulte muchas de sus decisiones. Por eso, la elección de Humberto Sánchez, candidato del Centro Democrático a la Alcaldía, fue una gran sorpresa para San Vicente el 25 de octubre pasado. Como dice Sánchez, los habitantes se cansaron de estar atados a la presencia guerrillera, aunque sabe que no le será fácil gobernar. “El fallido proceso de paz nos hizo mucho daño. A nosotros no nos preguntaron si queríamos ser sede de unos diálogos y menos si queríamos vivir al lado de la guerrilla. Hoy tenemos que hacerlo pues tienen cientos de familiares asentados en el pueblo”.

Tanto las autoridades locales como los habitantes dicen que las Farc han cumplido su promesa del cese al fuego. Sin embargo, confirman que las extorsiones van en aumento. “Aquí pagan vacuna el cura, la Alcaldía, el comerciante y el campesino”, dice Salas. Pero una cosa es lo que se vive en el casco urbano y otra en la zona rural. A 45 minutos por vía destapada se encuentra la vereda Los Pozos, donde antes funcionaba Villanueva Colombia, epicentro de los diálogos, y donde hoy cientos de niños reciben clases en la Institución Educativa Rural Los Pozos.

Este lugar alberga un poco de mito y un poco de tragedia. Carmarx Vicente Rojas, rector de la escuela, recuerda que hasta hace pocos meses la gente llegaba en busca de la famosa guaca de las Farc con la que supuestamente pagarían la deuda externa de Colombia en caso de que se firmara la paz. Por otro lado, no olvida que, aunque hoy los niños estudian en paz, hace solo cuatro años pasaba reportes de cuatro o cinco alumnos reclutados al año por grupos armados. “Los combates sí se han apagado. Aun así, el temor de la gente es que se aprueben los territorios de paz y las Farc se muevan de nuevo con libertad en San Vicente. Aquí ya vivimos un posconflicto y no estamos dispuestos a retroceder”, afirma.

Entre el estigma y la lejanía





Hace 15 años nadie podía asentarse en La Macarena sin tener un conocido que viviera en el pueblo. “Los enseres tenían que venir a la vista y el camión del trasteo debía mostrar dos banderas blancas en las ventanillas en señal de paz y de que se aceptaban las condiciones que las Farc imponían”, comenta Diana Luna, quien llegó al municipio desplazada de Valparaíso, Caquetá.

El dilema de La Macarena es que aún se le considera zona roja pero a la vez es cuna de hermosos paisajes. No solo alberga a Caño Cristales, uno de los tesoros de Colombia, sino otras grandes joyas de la naturaleza a las que todavía no se puede acceder por cuestiones de seguridad.

Hasta hace unos diez años, en este municipio del sur del Meta se veía el dinero del narcotráfico y las Farc eran la ley. Si había un pleito entre dos personas el juez natural era el comandante guerrillero más cercano. Sin embargo, las cosas no han cambiado tanto como se creería. “La presencia militar ha replegado a la guerrilla, pero en las zonas rurales es innegable su presencia y eso es de conocimiento de las autoridades”, comenta Isaac Arce, rector de Nuestra Señora de la Macarena, única escuela en el pequeño casco urbano del municipio.

Desde La Macarena y a lo largo de todo el río Guayabero sigue siendo posible observar la presencia de las Farc, pero estudiantes y profesores dicen que esta ha disminuido, ya que si antes era común encontrarse con grupos de 50 y hasta 80 guerrilleros, hoy no pasan de ocho.

Su ubicación geográfica aislada, pues el municipio más cercano es San Vicente del Caguán a casi seis horas por trocha, convirtió a La Macarena en un refugio estratégico para las Farc. Muy cerca del casco urbano se encontraba la base El Borugo, donde vivían miembros de esta guerrilla, entre ellos alias Mono Jojoy, y donde incluso ocultaron por algunos días a Íngrid Betancourt y otros secuestrados.

Esta base trae recuerdos dolorosos para algunos de sus habitantes. Carolina Grajales cuenta que en la época de los diálogos, las Farc les asignaron a los presidentes de los barrios, entre los cuales estaba su mamá, la tarea de cuidar El Borugo. Cuando el presidente Pastrana dio la orden de retomar la zona, la guerrilla se fue y la gente saqueó la base. Sin embargo, como el Ejército no se asentó de inmediato, las Farc volvieron y les pasaron cuenta de cobro por el desastre a los líderes del pueblo. “Entraron a la casa y le dijeron a mi mamá que se arrodillara y que rezara mucho porque se iba a ir de este mundo. Le dispararon tres veces en la cara y murió. Al otro día sí llegó el Ejército”.

Luego de que las Fuerzas Militares retomaron el control de la zona, El Borugo pasó a ser sede de la Agrupación de Operaciones Puma del Ejército, perteneciente a la Fuerza de Tarea Conjunta Omega, creada en 2003 con la intención de replegar a las Farc hacia la selva, luego de que lograron subir la cordillera y rodear Bogotá.

El mayor general Nicacio de Jesús Martínez, comandante de la Fuerza Omega, asegura que los bloques oriental y sur de las Farc se han debilitado en los últimos 12 años gracias al plan estratégico diseñado para recuperar el occidente del Guaviare, el sur del Meta y el norte de Caquetá. “Treinta frentes han desaparecido y las Farc pasaron de tener más de 10.000 hombres en 2004 a poco más de 2.000 a la fecha”.

No cabe duda de que la violencia en San Vicente del Caguán y La Macarena se ha reducido y que se vive con más tranquilidad. Sin embargo, los habitantes aún tienen tres grandes preocupaciones. La primera es que las extorsiones no dan tregua y han aumentado, según ellos, a raíz del cese de otras actividades de la guerrilla. La segunda es que temen volver a convivir con los guerrilleros en caso de que se alcance un acuerdo de paz. Y la tercera es que por más de que pasen los años, siguen viviendo con el estigma de nacer en el sur del país. “Que te digan guerrillera y te echen de todo lado porque tu cédula dice expedida en La Macarena, duele, y duele mucho”, concluye Diana.