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EL CEPEDIN

Se acabó el sanedrín y Fernando Cepeda es el hombre de las galletas

2 de mayo de 1988

¿Se acuerdan del sanedrín? ¿De ese legendario grupo de eminencias grises de Virgilio Barco, que se supone decide todo en el país? Pues ya no existe. En forma gradual e imperceptible, sus integrantes han ido desapareciendo del panorama, allanando el camino para que, hoy por hoy, ese poder colectivo haya sido remplazado por un poder individual comparable: el de Fernando Cepeda Ulloa.
"La prensa siempre se la pasa inventando cosas de esas", afirma el ministro Cepeda, para desvirtuar el poder que se le atribuye. Sin embargo, es el único que pretende desvirtuarlo, porque en círculos palaciegos y políticos, todo el mundo reconoce que hoy en día, "el hombre de las galletas" es el ministro de Comunicaciones.

UNO A UNO
¿Qué se " hicieron" entonces los miembros fundadores del sanedrín como Gustavo Vasco, Mario Latorre, Eduardo Mestre, Rafael Rivas, Enrique Peñalosa, César Gaviria y Juan José Turbay? En sólo año y medio y por diversas razones, han ido quedando por fuera. Tal vez el caso más notorio es el de Vasco. Las colas de ministros, funcionarios y políticos haciendo antesala en su residencia del norte de Bogotá, ya no se ven. Los corrillos de personas alrededor suyo en los cocteles, tampoco. Y el contacto telefónico entre él y el Presidente, antes permanente y casi oficial, hoy es esporádico y más informal. Según amigos comunes, no es que Vasco haya perdido la confianza del Presidente, sino que una serie de circunstancias que culmina en un doloroso episodio de luto familiar, lo ha hecho perder gradualmente la líbido del poder. La opinión pública llegó a pensar que el episodio del "sicario moral" con Daniel Samper y su respaldo a Juan Martín Caicedo en la pasada campaña por la Alcaldía de Bogotá, le habían hecho perder la neutralidad necesaria para mantenerse como el poder detrás del trono. Sin embargo la verdad parece ser más bien que su condición de particular sin cargo, aunque muy glamorosa, no siempre le permitia vivir los episodios por dentro, ni mantener el grado de información de los que sí los vivían. Teniendo en cuenta que la función de consejero tiene como pre-requisito el máximo grado de información. Los de adentro le van cogiendo ventaja a los de afuera, y eso es en cierta forma lo que pasó en el caso de Vasco. Hoy puede todavía ser el único colombiano que tiene acceso irrestricto a Palacio, pero más en su condición del amigo de toda la vida que de poder alterno.
Cuando se hablaba de politólogo en el sanedrín, la referencia automática fue siempre Mario Latorre. Gran estratega electoral de la campaña de Barco e inspirador ideológico de buena parte de su programa, tenía reservada para sí la posición del gran gurú. Quebrantos de salud lo han obligado a ejercer un papel menos activo que el que le tenían asignado y hoy, sus opiniones siguen siendo las más respetadas sin tener la influencia del día a día.
En cuanto a la relación de Eduardo Mestre con el Presidente, ha tenido la evolución de todos los matrimonios que arrancan con grandes expectativas: luna de miel, desilusión, separación y reconciliación. Como toda desaveniencia tiene sus secuelas, el nivel de entrega en la reconciliación nunca es igual al original. Hoy, más que un consejero universal, Mestre es el enlace clave con la clase política.
Al dejarse tentar por atractivos cargos diplomáticos, Rafael Rivas y Enrique Peñalosa se han enfrentado a la realidad de ser embajadores: que se está allí más por servicios prestados que para prestar servicios.
La mítica discresión de Juan José Turbay parece ser la explicación de su marginamiento del mundo del poder. Para describir su temperamento, el columnista Jorge Padilla lo comparó una vez con un gato que puede deslizarse por entre la cristalería sin romper una sola copa. Cumplida su misión durante la campaña, el gato una vez más desapareció silenciosamente.
César Gaviria y el Presidente hablan mucho. Pero a diferencia de lo que sucede con Cepeda, los temas que tratan cada vez se circunscriben más a los propios de la cartera de gobierno. Cuando Barco quiere hablar de gobernaciones, orden público y proyectos en el Congreso, marea el número del Ministerio de Gobierno. Pero cuando quiere pensar en voz alta, marea el del Ministerio de Comunicaciones.

CUESTA ARRIBA
Siempre ha ejercido una singular fascinación saber con quién piensa en voz alta un Presidente. La combinación de acceso permanente y diálogo es un privilegio del cual pocos gozan con los mandatarios. En este tipo de relaciones se define mucha cosa importante durante un gobierno. De ahí las leyendas de Rafael Naranjo Villegas en tiempos de Pastrana, Diana Turbay, en la administración de su padre, y Bernardo Ramírez en el gobierno de Belisario.
En el caso de una personalidad enigmática, imprevisible y huraña como la de Barco, la identificación y el perfil del consejero de turno adquiere mayor suspenso. Por eso hoy, los ojos de los observadores políticos están clavados en este bogotano de 49 años, que hasta hace dos era considerado más bien un ratón de biblioteca en la cima de su carrera académica.
La llegada a esa cima no había sido fácil. Hijo de una familia modesta de 13 hijos y madre trabajadora -secretaria toda la vida de Otto de Greiff en la Universidad Nacional-, el campus de la Ciudad Blanca fue su parque de diversiones. Por falta de recursos para las pensiones, saltó de colegio en colegio hasta lograr su grado en el San Bartolomé Nacional. En 1958 comenzó a estudiar derecho en la Nacional, en donde además de destacarse como el mejor alumno de la clase, hizo sus pinitos en periodismo en la revista de la Universidad. A pesar de la fiebre estudiantil de la época, nunca tuvo veleidades marxistas y su condición de hijo bipartidista (madre liberal-liberal y padre conservador), determinó tal vez su obsesión por no dejarse encasillar en partido alguno.
A principios de los sesentas, había logrado una beca para Lovaina de las que conseguía entonces el cura Camilo Torres. Pero un encuentro inesperado con Mario Laserna en el Parque Santander un día cualquiera de 1961, habría de sacarlo para siempre de los predios de la Nacional, de la que nunca logró que lo nombraran profesor.Había conocido a Laserna como rector de la Universidad y las largas conversaciones que sostenian en los corredores de la rectoría habían estrechado la relación con este hombre que ahora estaba al frente del ambicioso proyecto académico de aquellos días: la Universidad de Los Andes. En la corta conversación en el parque, Laserna le descartó de una el viaje a Lovaina, y dándole un nombre y un teléfono de Nueva York, lo embarcó en una beca de la New School for Social Research. Creada por intelectuales emigrantes del régimen nazi la Universidad, radical, heterodoxa y liberal, era una escuela para adultos que funcionaba en las noches. "No recuerdo el nombre de un solo compañero. Fue una pesadilla. Sólo duré tres semestres", dice Cepeda llevándose las manos a la cabeza. Eso apresuró una decisión que había tomado ya antes de salir de Colombia: casarse con su novia Gloria Espinosa. No había pasado un mes de su llegada a la capital del mundo, cuando tomó la exótica decisión de casarse por poder.
A su regreso a Bogotá en el año 63 ,y previos contactos con la fundación Rockefeller, establecidos a solicitud de Laserna, Cepeda fue invitado a colaborar en la creación de un departamento de ciencias sociales en la Universidad. Era el comienzo de una larga carrera de obstáculos en la elitista Universidad de los cerros bogotanos.Ramón de Zubiría había remplazado a Laserna en la rectoría. "Pasé mucho tiempo sentado sin hacer nada al lado de Emperatriz, la secretaria del rector", recuerda Cepeda.
Por esos días, el vicerrector tuvo que ausentarse y de Zubiría le permitió a Cepeda ocupar el escritorio vacío. Este cambio de oficina desencadenó la primeras acusaciones de "toma del poder". Ciertas o no las acusaciones, la realidad es que, una vez nombrado secretario adjunto -cargo que inventaron para él-, Cepeda comenzó a mover los hilos para la creación del primer departamento de ciencia política del país. Los primeros pasos los dio con una cátedra que dictaba a los alumnos de ingenieria industrial en el año 63 y sólo logró redondear su propósito, torpedeado innumerables veces, hasta el año 68.
No fue su última fundación. Luego vendrían varios centros de estudios y la Facultad de Derecho de la Universidad. Fue vicerrector y rector encargado, y como secretario general le tocó en suerte la primera huelga en la historia del centro de estudios en 1968. Capoteando temporales, habría de prolongar su estadía 10 años más, hasta el año 78, cuando fue nombrado consejero del presidente Alfonso López Michelsen el segundo cargo público que desempeñaba en su vida.De esta experiencia, afirma, aprendió una gran lección: "Uno nunca llama al Presidente, el Presidente lo llama a uno". Antes y por pocos meses, había sido viceministro de Desarrollo de la administración Pastrana. Terminado el gobierno de López, volvió a la Universidad, de donde saltaría en 1980 a Washington, como ministro plenipotenciario. De esta gestión recuerda el haber sacado adelante un congelado tratado de Cayos entre Colombia y Estados Unidos, y dice:"Jamás volvería a aceptar un puesto de número dos en una embajada".
En el 82, de nuevo en Bogotá, se asomó sin éxito a la campaña de López y finalmente ancló en su tradicional caldo de cultivo: la Universidad de Los Andes. Alternaba la cátedra con columnas para El Tiempo y artículos para revistas especializadas.

Tal vez la poca acogida en la campaña de López tuvo su origen en un memorando de 20 páginas sobre las posibilidades de Barco de llegar a la presidencia que, por iniciativa propia y sin amistad personal alguna, le envió al precandidato en 1981. A pesar del esfuerzo enorme que representó conceptualizar una estrategia para que Barco llegara al poder, el candidato nunca le hizo el menor comentario sobre el escrito. Pero desde ese momento quedó matriculado como barquista. A tal punto, que apareció en la famosa caricatura de Osuna de 1982, en la cual evocaba "La Creación" de Miguel Angel de la Capilla Sixtina. Mientras Barco hacía el papel de Adán, Alberto Lleras hacía el del Creador, rodeado por ángeles representados en Hernando Santos y Cepeda. Cuando López acabó de candidato y Barco quedó descabezado, Cepeda se limitó a darle un consejo: "No pelée con los políticos y espere cuatro años".
Tres de esos cuatro años pasaron para Cepeda entre libros, columnas de prensa y alumnos, hasta que un día Mario Latorre lo llevó de pupilo suyo al ya formado sanedrín para la campaña barquista del 86. De un hombre que inicialmente sólo se preparaba memorandos, pasó a jugar cada vez un mayor protagonismo, a tal punto que el 5 de agosto, Barco lo desconcertó a él, como lo haría dos días después con todos los colombianos, informándole que sería el próximo ministro de Gobierno.

POLITOLOGO AL PODER
La selección de un politólogo sin ninguna experiencia en real politik, fue tal vez una jugada demasiado audaz. El nuevo ministro metió la pata en su primera declaración minutos después de ser nombrado, cuando afirmó en tono solemne que "los grandes anuncios del gobierno se harán no ante la prensa sino ante el Congreso, que es el foro natural de la democracia". Esto, que nadie entendió, irritó a los periodistas y no fue agradecido por los parlamentarios.
Menos agradecidos aún quedaron buena parte de los congresistas liberales cuando comenzó a nombrar gobernadores. Esta responsabilidad, que de por sí es inmanejable para cualquier político avezado ante la imposibilidad de darle contentillo a todo el mundo en el caso de Cepeda podía ser ridiculizada como la lógica consecuencia de poner a un profesor universitario a manejar manzanillos. A los problemas con los liberales, se sumó, a partir de su segundo debate en el Senado, el mutis por el foro que hicieron los conservadores ante su negativa a conceder las interpelaciones de rigor. A partir de ese momento, el obstáculo para cualquier entendimiento entre el gobierno y la oposición era ni más ni menos que el mi nistro de la política, quien se había convertido en el símbolo de la intransigencia y el no-diálogo.
El no-diálogo tal vez era sólo con la clase política. Porque con el Presidente, los contactos y la relación iban intensificándose día a día. Cuando Barco tuvo que salir de él en el Ministerio de Gobierno, lejos de dejarlo caer, decidió volverlo su Bernardo Ramírez: ministro de Comunicaciones con poderes de superministro.

Y ¿COMO LO HACE?
¿Cómo puede explicarse que entre personas que escasamente se conocían en el momento de llegar al poder, se hubiera podido forjar en menos de dos años, una relación de esta naturaleza? Al respecto se escuchan varias explicaciones. La menos gloriosa es que Cepeda es un intelectual diletante, vanidoso e intrigante, con una gran capacidad de descrestar calentanos, uno de los cuales sería ni más ni menos que el propio Presidente. Esta interpretación, que sus críticos manejan sotto voce, es, por decir lo menos, simplista. La realidad es que Fernando Cepeda es un hombre muy útil. Su utilidad se da en dos direcciones: hacia adentro y hacia afuera del gobierno. Internamente, es un hombre que desmenuza rápidamente cualquier problema, sintetizando los pros y los contras. Para una mente de ingeniero como la de Barco, ajena a la carreta y las divagaciones, un interlocutor que va directamente al punto como los anglo-sajones, presta un gran servicio.
No menos importante es su inmensa capacidad de articular con lucidez, cualquier cosa, llámese esquema gobierno-oposición, plebiscito, etc.Los rutinarios episodios de la administración pública que, en boca de la mayoría de los funcionarios, suenan generalmente improvisados y sosos, en boca de Cepeda adquieren la dimensión de piezas claves de un todo coherente diseñado de tiempo atrás por mentes privilegiadas. Esto permite que el gobierno proyecte la imagen de tener una estrategia global con rumbo fijo, en donde nada se ha dejado al azar. Admiradores y críticos coinciden en reconocerle a Cepeda su habilidad para defender, con la misma vehemencia y brillantez, una tesis hoy y la contraria mañana. Así como es capaz de sustentar con argumentos convincentes la necesidad del esquema gobierno-oposición, mañana podría, con la misma cancha y efectividad, defender la necesidad de echarlo para atrás. Esta, que puede ser su gran virtud, puede ser al mismo tiempo su talón de Aquiles, ya que en Fernando Cepeda es difícil llegar a establecer las fronteras entre el ideólogo y el sofista.
Pero el hecho fundamental es que hoy Fernando Cepeda está viviendo su momento de gloria. En estas situaciones, generalmente los poderosos de turno comienzan a hacerse preguntas existenciales: ¿Y después qué? En el caso de Cepeda, la respuesta parece estar ya dada. Sabe exactamente que, después de haberse paseado por los corredores de la Casa de Nariño, le gustaría volver a subir las escaleras de la Universidad de Los Andes.

EL CEPEDA DE CEPEDA
Si Barco cuenta hoy con una especie de sanedrín integrado por una sola persona,el ministro Fernando Cepeda Ulloa, lo mismo se podría afirmar del Ministro. El Cepeda de Cepeda no es ni más ni menos que su propio hijo:Manuel Cepeda Espinosa.
Es difícil encontrar un hijo que esté tan cerca de ser una réplica de su padre, como Cepeda Jr. de su progenitor. No tanto en el físico, ya que el joven es más buen mozo que el viejo, sino en su formación, carrera y aspiraciones. Ambos son catedráticos consagrados con ambiciones políticas, "pero llegando por arriba, como mi papá", afirma Manuel José, para dejar en claro que la plaza pública tampoco será "su foro".
Con escasos 25 años, es abogado Cum laude de la Universidad de Los Andes y tiene un postgrado de la Escuela de Leyes de Harvard. Autor de cuatro libros y de más de una docena de ensayos académicos, así como de varios artículos de prensa en los diarios El Tiempo y El Mundo, es considerado por muchos como un experto en derecho constitucional, rama que presumiblemente jugará en su vida el papel que la ciencia política ha jugado en la de su padre: de servir de enlace entre la cátedra y la política.
La comunicación entre padre e hijo es permanente y sorprendente. Discuten todo. Es casi una reacción inconsciente para el Ministro llamar a su hijo cada vez que se le prende el bombillo. Hablan hasta tres veces al día y comen juntos, por lo menos, una vez a la semana. Cuando Manuel José estaba en Estados Unidos, Cepeda lo llamaba periódicamente para enterarlo de la situación y para pedirle asesoría legal en propuestas como la de la conformación del Tribunal Especial, tema sobre el cual el joven tenía experiencia, porque había demandado al que se creó después de los sucesos del Palacio de Justicia.
Si el ministro Cepeda cranea instancias o alternativas políticas, su hijo hace de carpintero, indicándole la mejor forma de presentarlas para que tengan viabilidad jurídica.
Aunque son muchos los que le achacan la paternidad del plebiscito, él dice: "Mi participación se limitó a ayudarle a mi padre a presentar la propuesta y luego, junto con otros abogados, presenté tesis jurídicas para que la iniciativa estuviera suficientemente sustentada como para que no corriera el riesgo de hundirse en la Corte". Sin falsa modestia afirma, sin embargo, que "gran parte de la propuesta del plebiscito es de mi inspiración", así como que "le he metido la mano a discursos, ideas y proposiciones presentadas por mi padre".
"Mientras la mayoría de los constitucionalistas colombianos tienen un enfoque francés, el mio es anglosajón, más norteamericano. Esta es una ventaja frente a la competencia". Y es esta ventaja frente la competencia lo que lo ha convertido no sólo en asesor de su padre, sino el de César Gaviria, en temas como la consulta popular o la nueva jurisprudencia en torno al estado de sitio. Esto en lo que se refiere a asesorías no remuneradas, porque a diferencia de su padre, Manuel José ejerce su profesión de abogado como asesor legal de diferentes empresas y personas.
Interrogado por SEMANA sobre la opinión que le merece la posición de "gran gurú" de su padre, contesta "Independientemente de la posición a que ha llegado, es la persona que más admiro. Me siento muy honrado de que nos comparen. Aún cuando debo aclarar que tenemos una gran diferencia: mi padre por tímido tiene, en ocasiones, una apariencia distante y altanera. Yo nunca asumo esa actitud ".