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EL CIELO CON LAS MANOS

Sesenta y nueve días después de ser elegido Betancur asume el reto de cumplir sus promesas

6 de septiembre de 1982

La plaza estaba inundada de banderas. Sobre la acera de la catedral, los invitados especiales: desde una señora de zapatos raídos que Belisario conoció en una lejana manifestación del Quindío, hasta despectivos burócratas que miraban por encima del hombro a sus vecinos casuales. Y burgueses y mujeres de abrigos y visones: un total de dos mil personas que, tarjeta en mano, esperaban estrechar la mano presidencial después de las ceremonias.
Más cerca de él, a la izquierda, de la tribuna que ocuparía frente a la plaza luego de posesionarse, estaba el selecto grupo que Betancur compuso a través de invitaciones personales Rocky Valdés, el maestro Grau, Pambelé, Fernando Botero, "Cochise" Rodríguez, Arenas Betancur,"Caimán" Sánchez, Carmiña Gallo, Helmuth Bellingrot... Todos, boxeadores, cantantes, pintores y futbolistas, estaban allí, como en un cuadro imaginado por Eduardo Zalamea, en las escalinatas, atisbando al hombre cuyas manos alcanzaban el poder tras perseguirlo durante treinta años.
Sólo faltaba Gabo. Ahí, en la carrera séptima con calle séptima, soportando la brisa bogotana de las seis de la tarde, estaba la crema máxima de la sociedad colombiana, a las puertas del palacio, esperando que se les abriera, Invitación en mano, entremezclados con docenas de loteros y zapateros de La Concordía y Las Cruces, que bajaron en oleadas de sus cercanos barrios a presenciar la posesión del hombre que, como ellos, había dormido en bancas de parque y ahora, por un artificio del destino llegaba a ocupar los salones del palacio de Nariño.
Finalmente, a todos ellos, a Alenjandro Obregón, a Carlos Ardila Lulle y sus guardespaldas, a Bob Kennedy jr... que vagaba por la carrera séptima como si estuviera perdido, pero que en realidad trabajaba como reportero de un periódico norteamericano, a los nuevos ministros y a los que aspiraban a serlo, no les abrieron las puertas. El nuevo presidente surgió momentáneamente por un balcón lateral y los saludó: después, un extraño joven, de chaleco azul y copa de champaña en la mano, les indicó (a todos, a los industriales y a los zapateros, que más tarde lograrían colarse al palacio), que no, que la entrada era por la carrera octava. Y todos, a pie, seguidos fielmente por sus Mercedes Benz vacíos hicieron el tránsito a la puerta trasera del Palacio. Finalmente, algunos de ellos (incluídos los zapateros) lograron entrar y estrechar la mano de Betancur. Pero la mayor parte desertó, mientras en la plaza de Bolívar inmensos camiones recogían las banderas, los parlantes, los centenares de sillas, los tapetes y los restos de las banderas agitados por los miles de fieles que esperaron estoícamente desde el medio día para ver allí, frente al Capitolio y ataviado con una banda presidencial cortada en Francia, al hombre por el cual habían votado.
EL DIA "D"
Para él (Betancur) el día había empezado en forma corriente, aunque era el más importante de su vida; como siempre, se levantó a las cinco de la mañana, escribió cuatro cartas, asistió a una misa especial, y a las diez de la mañana, justo antes de que se cambiara de traje, dos limusinas negras y largas llegaron hasta la base de la escalera que conduce a su casa, en la calle 87. Era el vicepresidente norteamericano George Bush, seguido de una decena de nerviosos hombres de la CIA, que se entrevistó con él por espacio de 40 minutos.
Finalmente, poco antes de las dos de la tarde, Belisario Betancur se ajustó --por tercera vez en la semana--la banda presidencial que le hicieron en (ver recuadro) Francia, se puso la chaqueta azul con leves rayas blancas que llevaría en la ceremonia, y se marchó hacia la cancillería encabezando una comitiva de cincuenta automóviles.
En la plaza de Bolívar todo estaba preparado con una semana de antelación. Augusto Ramírez Ocampo, antes de pensar en su nombramiento de alcalde, se había ocupado de coordinar el último acto político de la campaña que llevó a Betancur a la presidencia. Allí estaban los centenares de metros de tela tricolor, donados por Coltejer y cortados en forma de banderitas por las pacientes tijeras de las mismas personas que arreglaron las plazas de decenas de ciudades en innumerables manifestaciones; los mullidos asientos color naranja de un hotel bogotano, un atril, un tapete rojo del Capitolio y una multitudd que algunos estimaron en 15 mil personas, otros en 40 mil, pero, en todo caso, respetable. Muchos llevaban las camisetas blancas que alguna vez recibieron en una manifestación, los cascos plásticos con el emblema del Movimiento Nacional y la banderita de rigor que agitaron a la orden del animador.
El animador, ese personaje anónimo que tuvo alguna participación en el triunfo electoral, se llama Mariano Porras. Ha acompañado a Betancur por todos los rincones de Colombia levantando multitudes en todas las plazas, escondido tras un micrófono.
El siete de agosto gritó por última vez: "¡Belisario! ¡Colombia!". Enardeció la plaza, que había aguantado viento y sol durante varias horas, en treinta segundos. Y le dio al acto de posesión el sabor populista que tuvo la campaña.
LA LEGION EXTRANJERA
El momento fue sólo para los colombianos. Nadie entre la multitud se ocupo de la presencia de los 69 invitados especiales de todo el mundo, entre los que se contaban cuatro presidentes y cuatro primeros ministros, un antiguo ministro japonés, un diplomático egipcio y un "ministro sin cartera" israelita.
Todos ellos estaban en el salon Elíptico, y todos salieron discretamente, por la puerta trasera, cuando apenas comenzaba la ceremonia popular.
Habían reservado un total de 300 habitaciones en los dos principales hoteles bogotanos. Durante los dos días anteriores a la posesión, tánto el Hilton como el Tequendama--y sus cercanías--se vieron poblados de vistosos agentes de tránsito, tenientes de la policía ataviados de cuero y botas, y misteriosos hombres, muchas veces extranjeros, que susurraban claves para sus intercomunicadores.
Nadie podía parquear un carro frente a los hoteles, nadie podía tomarse un trago en el bar "Chispas" sin antes identificarse.
Una legión extranjera, integrada por quinientos periodistas de todo el mundo, invadió también los hoteles "de segunda línea" durante una semana. Todos ellos estuvieron tramitando papeles en la presidencia de la República para acreditarse y obtener una credencial de prensa, que a la hora de la posesión sirvió de bien poco.
Habrían podido evitarse molestias quedándose en casa. Los 60 países que reciben la señal del satélite del Atlántico, pudieron percibir en directo, el larguísimo discurso del doctor Bernardo Guerra y los vivas tropicales al nuevo presidente. Pero sólo tres España, Ecuador y Venezuela--la retransmitieron por sus canales locales. Respetando los estrictos horarios del satélite, el programa se cumplió con relativa puntualidad. Telecom arregló también,en el último acto de su actual administración, la postura de seis aparatos telegráficos en el Hotel Tequendama, desde los cuales una parte de la legión de periodistas extranjeros transmitió, en cinco idiomas diferentes, el mismo "lead" de la noticia sobre la posesión.
Los presidentes de Venezuela, Bolivia, Ecuador y España, y el vicepresidente panameño tuvieron a su disposición, en todo momento una "hot line", o línea caliente telefónica que les permitía comunicarse con la sede de su respectivo gobierno con sólo levantar un auricular, dentro de su automóvil o en las embajadas.
Y, finalmente no hubo el anunciado juramento popular. El maestro Rodrigo Arenas Betancur, cuya larga barba gris contrastaba con el bigote refilado del campeón ciclístico "Cochise" Rodríguez, su vecino, permaneció oculto. El, que iba a ser el encargado de tomar el juramento popular a su coterráneo, el presiente Betancur, se contentó con escuchar su corto discurso. Dos veces resonó el himno nacional, en las voces de Carlos Julio Ramírez, de Carmiña Gallo y del tenor Jesús Rincón, a través del mismo micrófono utilizado por Mariano Porras para levantar la multitud.

DESPEDIDA
Turbay, el presidente saliente, esperó en el palacio todo el tiempo.
Finalmente, hacia las seis de la tarde escuchó--una vez más--el himno nacional y la marcha que la guardia de palacio interpreta en honor a los presidentes. Betancur entró a la Plaza de Armas por la puerta de la carrera séptima. Lo recibió a la entrada, lo abrazó y se despidió de él. Minutos después, envuelto en un discreto abrigo y seguido por su familia y su gabinete, se dirigió a la puerta opuesta, la de la carrera octava, en medio de los acordes de la última marcha que la banda de la Guardia Presidencial le dedicara. Abordó un modesto Fiat azul, estrellado en su guardafangos delantero, y se fue al club militar, donde tenía lugar un coctel--para los "nuevos exministros". Todos sus efectos personales habían sido ya empacados y trasladados a su casa de la calle 90, que tendrá ahora, además del inexpugnable muro que se le construyó, la guardia permanente de los expresidentes.
Durante los días siguientes, Betancur no tuvo tiempo de quedarse un minuto a solas. Un atiborrado programa, que incluyó una pequeña "cumbre" de presidentes del área andina, un concierto especial en el que se oyó la Novena Sinfonía y cuatro actos diferentes de saludo, comida y despedida a las 69 delegaciones extranjeras y a todas las misiones diplomáticas presentes en el país, se lo impidió. Sólo el martes pudo comenzar a gobernar en forma, enfrentándose por primera vez al reto gigantesco de sus promesas.-
Y TAMBIEN IZARON BANDERA
El 7 de agosto, Amagá vivió un extraño carnaval; todos los amagueños que, viven en otros lugares del país emprendieron una peregrinación hasta su pueblo, con el único objeto de asistir a las ceremonias programados por la alcaldla.
Pero--inevitablemente--hubo una paradoja; al lado de la casa donde nació Belisario, una familia estaba de duelo.
Un antiguo vecino de Betancur, don Gabriel Chalarca, acababa de morir, sin poder ver a su antiguo compañero de juegos vistiendo la banda presidencial.
Pocos se dieron cuenta de ese duelo, sin embargo. La casa del Morro de La Paila, a diez minutos de Amagá, donde nació Belisario, estuvo todo el día repleta de turistas, curiosos y periodistas
Desde temprano desfilaron por la plaza central del pueblo delegaciones y colegios de otros municipios. Las calles se llenaron de automóviles, de gentes, de caballos, del ruido de pitos y de bandas campesinas. Se izaron banderas, se soltaron globos, Unas tres mil personas colmaron la plaza, y escucharon una misa celebrada por el párroco de Amagá, el mismo que había integrado el dia anterior la comisión de amagueños que saludaron a Betancur en Bogotá, entregándole una carta que resume los problemas del pueblo.
Amagá, pueblo minero por excelencia, tiene el carbón más barato del mundo, tal vez porque se extrae en forma poco técnica y barata. Existe el temor de que el pueblo pueda sufrir hundimientos, cuando los socavones de las minas pasen por debajo de él. Sin embargo, los dueños de las minas están interesados en acallar las denuncias,
En Amagá, todo el mundo resultó ser pariente de Belisario. Todos tienen un "Cuartas" refundido entre su tercer y quinto apellido, todos lo conocieron de joven, todos son sus amigos personales. Y todos ellos desaparecieron como por ensalmo a las cuatro de la tarde, cuando simultáneamente se desgajó un aguacero sobre la región contrastando con el soleado día-y entró la transmisión televisiva de la ceremonia del Congreso.
El único habitante de Amagá que no es belisarista se llama Majija. Es el bobo del pueblo, y se precía de su liberalismo subido. Cree firmemente en el hundi miento del pueblo y en las virtudes curativas de no bañarse jamás.
Las premonicionesde Majija no son tan descabelladas. Un largo tramo de la carretera Fredonia-Amagá se hundió, a causa de los socavones. Y ya en la década pasada se vivieron dos grandes tragedias en hundimientos de la mina.
Sin embargo, los habitantes del pueblo estuvieron ajenos a este problema, a partir del crepúsculo, cuando se sumergieron en una fiesta extraordinaria que se prolongó hasta el amanecer del domingo.
LA BANDA PRESIDENCIAL
Enteramente bordada a mano, en pura seda, aderezada con hilos de oro y plata, conformada por los colores de la bandera nacional y con el escudo de armas integrado en su trama. Así nos describió el director comercial de "Arthus Bertrand", un pedido proveniente de Colombia que, a la postre, resultó ser la banda presidencial del nuevo jefe de estado.
Los nombres de los expresidentes Lleras Restrepo y Pastrana Borrero, quienes también hicieron fabricar sus bandas en París, no figuran en los archivos de la casa comercial. El del presidente Betancur tampoco.
Aparecen, en cambio, las insignias de la Cruz de Boyacá,de la Orden de San Carlos, de la Condecoración del 13 de junio que había creado el gobierno militar y las medallas al mérito militar e industrial; conjunto de distinciones que Colombia hizo producir por Arthus Bertrandhasta mediados de los años cincuenta.
Discreto, el senor Dumoland nos advierte que, en su empresa, nadie sabe a quién son destinados sus trabajos.
Haciendo un esfuerzo, nuestro interlocutor recuerda que Arthus Bertrand fabricó las coronas y los cetros de los más recientes reyes de Africa (Bokassa y Haile Selassie), el bastón de mando de Hussein de Jordania y en junio pasado, las insignias para los siete jefes de estado reunidos en Versalles.
Arthus Bertrand realizó, en efecto, trabajos para diversos emperadores en Europa y fabrica, desde hace años, los bastones de mando de los mariscales, las espadas de los académicos, los collares de la "Legión de honor" el collar presidencial, la copa de fútbol de Francia y Europa, las medallas de algunos juegos olimpicos, las reproduciones de piezas y joyas históricas para los museos