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El desagravio

Reparar los daños causados a las víctimas del conflicto podría compensar la relativa impunidad de los responsables. Pero hacerlo es mas difícil de lo que parece.

13 de marzo de 2005

Los muertos están muertos y ya nadie los resucita. ¿Pero y los vivos? ¿Quién les compensa el daño causado al perder un hijo en una masacre?¿Cómo hacer para que recuperen las tierras que les arrebataron a punta de fusil?

El tema de la reparación es la tercera 'pata' del proceso de paz con las autodefensas. Y a medida que florecen en la discusión sobre la Ley de Verdad, Justicia y Reparación en el Congreso los obstáculos para esclarecer la verdad o para lograr una condena proporcional a los crímenes atroces, muchos piensan 'compensar' con reparaciones. Pero el asunto no es tan fácil. Primero, las reparaciones no son independientes de que se haga justicia y se conozca la verdad. Y segundo, hacerlo en medio del conflicto supone unos retos grandes que hay que tener en cuenta.

Así quedó claro en el reciente seminario 'Reparación en medio del conflicto', organizado por la Fundación Ideas para la Paz y la revista SEMANA con los expertos Pablo de Greiff, director académico del Centro Internacional de Justicia Transicional de Nueva York; Christian Tomuschat, ex coordinador de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala y el miembro de la misión encargada de la devolución de los bienes usurpados en Bosnia Herzegovina Rhodri Williams, tres de las personas que más saben sobre el tema en el mundo.

Según el derecho internacional utilizado por los tribunales en casos individuales y lo que prometen de manera ligera casi todos los proyectos en el Congreso, el derecho de las víctimas a la reparación implica restablecer la situación previa de la víctima. Es decir, el retorno de los desplazados a sus tierras, la recuperación del empleo que perdieron al desplazarse o al ser secuestrados, etc. El derecho a ser indemnizadas por los daños y perjuicios sufridos, tanto económicos como sicológicos, el de acceder a servicios de rehabilitación como atención médica, sicológica e incluso jurídica. Y por último, a que el Estado les garantice que los agravios no se repetirán.

Pero lo cierto es que cuando se trata de violaciones masivas, los programas administrativos de reparación son mucho menos ambiciosos y casi nunca logran reparar a cabalidad el daño causado pues no hay dinero que alcance.

La reparación implica varios desafíos, como lo expuso en el seminario Pablo de Greiff, autor de un completo estudio sobre el tema. El primero es cómo determinar el universo de víctimas. Por ejemplo, el proyecto de Justicia y Paz del gobierno establece que sólo procederá la restauración si la víctima se encuentra viva y la solicita. Los de Pardo y Parody, Benedetti y Moreno de Caro no contemplan limitación para exigir el derecho. Mientras que el de Piedad Córdoba ofrece reparación a las víctimas y a sus familiares, hayan o no demandado.

Suponiendo que tuvieran derecho a reclamar sólo los que están vivos, la cuestión no sería simple. Comenzando porque en Colombia ni siquiera se sabe con certeza cuántas víctimas hay. Por ejemplo, mientras que la Red de Solidaridad Social dice que hubo 1.565.765 desplazados entre 1995 y 2004, la ONG Codhes calcula 2.690.041.

Pero además está la pregunta de si se debe reparar sólo a las víctimas de los grupos que están negociando -en este caso las autodefensas- o también a las de las guerrillas.¿Sería justo que una familia que perdió un hijo asesinado por las autodefensas recibiera una indemnización y sus vecinos, desplazados por las Farc, esperaran a un eventual proceso de paz?

La reparación también supone un gran desafío económico. El programa más ambicioso lo hizo Alemania, cuando destinó 80.000 millones de dólares para reparar dos millones de víctimas del nazismo. Argentina le otorgó 220.000 dólares a cada víctima de la dictadura. En Colombia no se ha hablado todavía de montos, pero es claro que este tema será muy espinoso.

Para dar una idea del impacto financiero que tendría la reparación, es ilustrativo analizar el caso de los desplazados. El Departamento Nacional de Planeación estimó a mediados del año pasado que hacían falta 877.000 millones de pesos para cumplir las obligaciones legales con los desplazados. Basta trasladar este ejemplo al universo total de víctimas para apreciar el desafío que enfrenta el Estado colombiano. Según cifras recopiladas en el estudio 'El Conflicto, callejón con salida', entre 1997 y 2002, ocurrieron 2.680 desapariciones forzadas, 17.716 homicidios fuera de combate, 1.325 torturas, 5.285 víctimas de masacres, 16.543 secuestros y 1.565.765 desplazados. Es decir, que sólo desde 1997 habría 1.600.000 víctimas.

Esto, sin contar, claro, con las demandas que llevarán las víctimas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuyas sanciones a los Estados han sido de varios cientos de miles de dólares para reparar cada víctima.

El gobierno colombiano espera cooperación internacional para crear un fondo de reparación que además será nutrido con los bienes ilícitos incautados a los grupos armados. Pero los expertos creen que eso es una ilusión. La recuperación de bienes ilícitos es muy complicada dada la complejidad del testaferrato, y la comunicad internacional tiende a considerar que esa es una responsabilidad del Estado porque en la medida que éste repara, queda claro su compromiso y el de la sociedad con las víctimas.

El informe 'Callejón' calculó que en los años recientes la tierra abandonada por los desplazados suma cuatro millones de hectáreas que tendrán que ser devueltas a sus antiguos dueños. ¿Tendrá el Estado capacidad para recuperar esas tierras? En Bosnia -según Rhodri Williams- se restituyeron 200.000 bienes, lo que demuestra que cuando hay voluntad, las cosas se pueden hacer.

Al Estado -logre o no recuperar los bienes malhabidos- igual le tocará resarcir a las víctimas. El problema de hacerlo en medio del conflicto es que éstas siguen creciendo. Por eso quizás hasta será más fácil lograr algo de justicia y algo de verdad que una reparación realmente proporcional al daño sufrido.