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A mediados de este año, la senadora y precandidata demócrata llegó de sorpresa a una recepción en la residencia de la embajada de Colombia en Washington. Allí tuvo la oportunidad de conversar con la embajadora Carolina Barco

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El efecto Hillary

La oposición de la precandidata demócrata Hillary Clinton al TLC es más un truco de campaña que una desgracia para Colombia.

17 de noviembre de 2007

No ha sido un año fácil para el gobierno colombiano en Washington. Cuando arrancó 2007, reinaba el optimismo y las cuentas alegres sobre la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Pero luego del desplante de Al Gore en abril y el tratamiento poco amistoso que sufrió el presidente Álvaro Uribe en sus dos periplos por la capital estadounidense en mayo y junio, las expectativas sobre el TLC se derrumbaron. Aunque esa visión fatalista sigue rondando, especialmente dentro de los analistas, el pasado jueves 8 de noviembre, por primera vez en muchos meses, la embajadora de Colombia en Estados Unidos, Carolina Barco, tenía motivos para pensar que lo peor había pasado y que el TLC ya no era una quimera.

Ese día la Cámara de Representantes le dio su visto bueno al acuerdo entre Estados Unidos y Perú. Lo sorprendente: 109 demócratas votaron a favor, el mayor número de congresistas de ese partido en apoyar un tratado comercial en 14 años. Se estima que Colombia necesita alrededor de 35 a 40 demócratas para sacar adelante el TLC. Entonces, el resultado de Perú demuestra que no es un imposible lograr esa meta. Pero ese hecho real y trascendental fue opacado por un comunicado de la senadora y precandidata presidencial Hillary Clinton. Clinton, la gran favorita para ganar las elecciones presidenciales el próximo año, dijo que no apoyaría los TLC con Colombia y Panamá.

De inmediato los analistas colombianos le dieron un entierro de tercera al tratado con las típicas frases tremendistas: "Sin el respaldo de Hillary, no hay nada que hacer". Y a la negativa de la precandidata se sumó otra polémica cuando se conoció que la firma de su mano derecha, Mark Penn, es la encargada de manejar la imagen del gobierno colombiano en Washington. Con la superficialidad que suele dominar el debate público en Colombia, no faltó el que exigiera al gobierno desvincular a esa empresa porque Penn no logró que Hillary se pusiera del lado del país. El mismo ministro de Comercio, Luis Guillermo Plata, ayudó a atizar el fuego en entrevistas radiales el pasado martes. Aceptó que valdría la pena revisar la conveniencia o no de seguir con Burson-Marsteller, cuyo presidente es Penn.

Aunque la angustia mediática dejó la sensación de una nueva crisis -de esas que han afectado a la embajada en Washington en las últimas semanas-, es más una tormenta en un vaso de agua. Ni la frase de Clinton significa el acabóse ni sería sensato salir de Penn y compañía por una declaración de su candidata. Y es precisamente este hecho -que sea candidata- lo que le quita trascendencia a la afirmación de Hillary.

A pesar de que ella encabeza ampliamente las encuestas nacionales, tiene una apenas pequeña ventaja en Iowa, el estado donde arrancan las elecciones primarias de su partido. De perder allí, se le complicaría su camino a la Casa Blanca. En Iowa, la gran mayoría de los demócratas se opone al libre comercio, en especial los sindicatos, cuyo voto es fundamental para ganar la primaria. El comunicado de Hillary nace precisamente por una crítica que le hizo el ex senador John Edwards, uno de sus principales rivales por la candidatura. Edwards, un enemigo acérrimo de los TLC, la atacó por el apoyo de ella al de Perú. No queriendo regalarle ese espacio político, la aspirante demócrata anunció su oposición tanto al de Colombia como al de Panamá.

No es la primera vez que un candidato gringo se muestra reticente a un acuerdo comercial durante una campaña. El mismísimo Bill Clinton juró y rejuró en 1992 que no firmaría el tratado con México (el Nafta) antes de hacerle unas modificaciones radicales al texto. Un año después y luego de hacerle unos cambios en la parte laboral y ambiental y sin tocar lo esencial del acuerdo, el presidente Clinton promovió su aprobación en el Congreso, aliado curiosamente con los republicanos.

Otros países han tenido que soportar la retórica de los hombres (Clinton es la primera mujer con posibilidades reales de llegar al poder) que aspiraban a la Presidencia estadounidense. Incluso hace unos meses, Barack Obama, otro rival de Hillary, dijo que bombardearía Pakistán si era necesario para combatir el terrorismo. Aunque generó algo de preocupación en Islamabad, finalmente se interpretó como una de las típicas frases de campaña. Por eso en época electoral, en Washington les recomiendan a los gobiernos extranjeros aguantarse y no casar peleas innecesarias que pueden finalmente ser contraproducentes si llegara a ganar el político locuaz.

Es diciente que la frase de Hillary tuvo eco en los medios norteamericanos sólo después de la airada reacción del presidente Uribe, quien dijo que era "muy grave, muy grave. Es una imperdonable incomprensión contra Colombia". Dada la reñida contienda en Iowa, no sería raro que la retórica de Clinton se volviera aun más radical y proteccionista, pero de allí a que sea determinante para el TLC de Colombia hay mucho trecho. Al fin y al cabo, el ala demócrata a la que le está coqueatando la candidata en este momento, fue la que se opuso al acuerdo con el Perú y siendo realistas no votaría por el TLC aunque el mundo se fuera acabar.

Incluso si Hillary llegara a la presidencia y mantuviera su oposición al TLC colombiano, tampoco todo estaría perdido. Para empezar, está su marido, el ex presidente Bill Clinton, posiblemente el político más influyente de Estados Unidos y un connotado aliado del país. Y segundo, y tampoco insignificante, es la relación que ha establecido el gobierno con Mark Penn, cerebro gris de Hillary y cuya empresa asesora en imagen a la embajada colombiana en Washington desde principios de este año.

El gobierno decidió contratar a Burson-Marsteller luego de determinar que la firma Weber Shandwick, que había estado vinculada durante varios años a Colombia, ya no estaba cumpliendo con las expectativas. Se recibieron seis ofertas y se optó por Penn y compañía. Según le comentó la embajadora a SEMANA, un factor determinante fue que Penn ya hubiera trabajado con Colombia en el pasado durante la administración de Virgilio Barco en los años 80.

Y hubo otro factor evidente: Penn es un reconocido personaje en la capital estadounidense. No sólo porque asesoró a Tony Blair en su segunda y muy difícil reelección como primer ministro británico, ni porque en la lista de sus clientes figura Bill Gates, el dueño de Microsoft. Todo el mundo sabía que Penn era muy cercano al ex presidente Clinton, desde cuando le sirvió de encuestador en 1995. Con 53 años y dueño de una mansión de cinco millones de dólares en el elegante barrio de Georgetown en Washington, la revista Time lo llama 'el maestro del mensaje' y hay quienes consideran que si la senadora de Nueva York sucede a George W. Bush, él ocuparía el lugar del todopoderoso asesor Karl Rove.

En una columna reciente de Dick Morris, antiguo gurú de Bill Clinton y quien luego cayó en desgracia de éste, salieron a relucir Penn y Colombia. Según Morris, el gobierno colombiano contrató a Penn por sugerencia de Bill Clinton, luego de la visita del ex mandatario a Cartagena en marzo de este año para el cumpleaños de Gabriel García Márquez. Aunque las fechas no coinciden -el contrato se acordó antes-, sí demuestra que subsiste la relación entre Penn y Clinton. Y eso, para la administración Uribe, no puede ser malo en caso de triunfar Hillary. Entonces la próxima vez que a la candidata se le suelte la lengua en su campaña con el país, es recomendable aplicar la sabiduría popular: en boca cerrada no entran moscas.