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EL EXPRESO DE LA COCAINA

A través de su compañía aérea, Rik Luytjes conectó a los capos de la mafia colombiana con los grandes mercados urbanos gringos .

2 de mayo de 1988

Con cerca de 40 empleados y ventas superiores a un millón de dólares al año, Air America realizaba la más grande operación en el aeropuerto Scranton en Pensilvania. Y Frederick J. Luytjes, su fundador y presidente, con apariencia de niño a pesar de sus 36 años de edad, era un hombre de negocios con reputación de generoso. Contribuía con obras de caridad locales y apoyaba las campañas políticas repúblicanas. En su oficina, para no ir más lejos, estaba colgada una fotografía suya con el presidente Gerald Ford y otros líderes del partido.
Pero Frederick Luytjes no era lo que parecía. En diciembre de 1986 fue sentenciado a 10 años de prisión. Era el cerebro de una cadena de traficantes de droga . Entre 1981 y 1984, Luytjes y su equipo introdujeron en los Estados Unidos cerca de 10 toneladas de cocaína embarcada en Colombia. A los precios de 1984, la carga podría estimarse en 300 millones de dólares al por mayor y 2 mil millones al detal. Las ganancias para Luytjes y Cía.:cerca de 40 millones de dólares libres de impuestos.
De acuerdo con Gordon A.Z.Zubrod, un asistente del Tribunal de Pensilvania y el jefe de la misión especial designada para el caso por el Departamento de Justicia, Luytjes tenía "un negocio de transporte aéreo que ofrecía a tos colombianos un servicio de alta calidad para recoger y llevar cocaína a los Estados Unidos".
En el curso de cerca de 40 operaciones adelantadas durante cuatro años, la cadena de entrega no falló.
El recuento siguiente de un vuelo típico hecho por Luytjes en el verano de 1984, se basa en documentos obtenidos del juicio y en entrevistas logradas con miembros de la organización y agentes federales que trabajaron en el caso. Luytjes no aceptó ser entrevistado. El está ahora sirviendo en un programa de protección de testigos, ayudando al Departamento de Justicia a recoger evidencia contra sus antiguos socios y los clientes colombianos. Dentro de los acusados se encuentra Jorge Luis Ochoa, uno de los capos del Cartel de Medellín, a quien Colombia no ha podido extraditar para que sea juzgado en los Estados Unidos.
El sol estaba saliendo. Luytjes volaba a 8 mil pies de altura sobre Virginia y las Carolinas en su ruta de 11 horas hacia Colombia, con sus 1.87 metros de estatura y sus 102 kilos acomodados en la cabina de su pequeño avión.
Normalmente un Cessna 310 tiene una autonomía de vuelo de cerca de mil millas, pero el de Luytjes podía hacer el vuelo de 2.500 millas sin escalas. Estaba provisto de tanques adicionales de combustible en la nariz y en los compartimientos de las alas. Esto requería conductos extras de combustible, bombas, válvulas y switches, y un complicado sistema de regulación de combustible computarizado. El incremento de combustible -tres veces la capacidad normal- agregaba cerca de 1.200 kilos de peso, que habían demandado algunas modificaciones: motores de 350 caballos, un tren de aterrizaje más fuerte, llantas pesadas y flaps para decolar y aterrizar montados bajo las alas. En la cabina, Luytjes tenía frente a si una cantidad de instrumentos que no se encuentran en un Cessna corriente: un radio de alta frecuencia, un altímetro para bajas altitudes, un analizador de mezcla de combustible y un sistema computarizado de navegación de 46 mil dólares.
Air America pronto gano reputación de confiable entre los pilotos que hacían las rutas de la droga hacia Colombia, y así los negocios prosperaron. Pero Luytjes sabía que sus clientes hacían mucho más dinero que él. En 1980, a través de un cliente de Air America que estaba retirandose del negocio de la droga, hizo contacto con el clan Ochoa de Colombia.
A comienzos de los 80, con una demanda que crecía rápidamente, a los colombianos les costaba trabajo encontrar transportadores confiables. A precios entre 3 mil y 4 mil dólares el kilo, no faltaban pilotos que se le quisieran medir al asunto. Pero lo que los narcotraficantes colombianos necesitaban era pilotos hábiles y confiables. "La mayoría de esos pilotos traficantes drogados eran amateurs de fin de semana", dice uno de los pilotos que cayó con Luytjes. "La mitad del tiempo eran incompetentes a estaban drogados, o ambas cosas. Los aviones con frecuencia no estaban en buenas condiciones o salían tan sobrecargados que muchos de ellos no lo volvieron a intentar. Cuando lo lograban, cobraban su dinero y se lo gastaban a manos llenas en carros, drogas, trago y mujeres. Seis meses más tarde se encontraban de nuevo en la quiebra y se arriesgaban, entonces, a hacer otro viaje".
Rik Luytjes, pronto descubrieron Ochoa y sus lugartenientes, era diferente. Tenía excelentes capacidades administrativas, incluso la difícil habilidad para saber escoger hombres de confianza entre los cientos de pilotos que pasaban por los hangares de la compañía.
Luytjes seleccionaba las rutas, negociaba con los colombianos, suministraba los aviones y escogía los pilotos. En 1984, los colombianos pagaban 1.5 millones de dólares por cada viaje. Cuando alguno de sus socios hacía el vuelo, Luytjes deducia una cuota de administración de cerca de 300 mil dólares. El resto iba para el piloto que pagaba el combustible y los costos del servicio, lo mismo que el personal adicional necesario.
Además de Luytjes, quien realizó él mismo más de una docena de vuelos, sus pilotos regulares eran Cornelius Ashley Jr., hijo de un neurocirujano de Jacksonville, Florida, y Thomas Keen Edenfield, un antiguo piloto de Air Jamaica, oriundo de Albuquerque. El socio más cercano de Luytjes era John F. Robertson III, un amigote suyo desde el colegio.
En 1981, Robertson vivía en California y ganaba 50 mil dólares al año en el departamento de mercadeo de la I.B.M. Cuando Luytjes le ofreció 60 mil dólares por manejar Air America Robertson aceptó. Cuánto sabía sobre el tráfico de droga cuando llegó a la compañía, es algo que no se ha podido establecer. Pero para 1984 ya tenía una licencia de piloto y estaba haciendo la ruta hacia Colombia.
En sus vuelos regulares a Colombia en 1984, Luytjes mantenía contacto con un socio, a través de un radio de alta frecuencia que estaba en el sótano de la casa de Luyties en Deer Lake. Las comunicaciones codificadas, que se hacían cada hora, eran breves y las frecuencias se cambiaban periódicamente. El hombre de la radio reportaba el progreso del vuelo a personal de tierra en Colombia, donde Luytjes había instalado un equipo similar. Volando sobre las Bahamas, Luytjes pasaba la isla Gran Inagua donde en 1981 hacia escala, porque volaba un avión más pequeño, un Cessna 210. La isla les gustaba a los pilotos de la droga, por su ubicación, a mitad de camino entre Florida y Colombia, y porque el personal del aeropuerto cargaba combustible a horas extrañas sin hacer preguntas. Sin embargo, cobraban 25 mil dólares por el servicio. Pero cuando los traficantes colombianos instalaron bombas de combustible en sus pistas en medio de la selva y los pilotos de Air America comenzaron a volar los Cessnas 310 modificados, los vuelos pudieron hacerse sin escala.
Las seis bolsas de lona verde que estaban detrás de Luytjes, representaban un servicio especial para los clientes colombianos. Para el Cartel de Medellín sacar sus ganancias de los Estados Unidos era, en algunos aspectos, más difícil que introducir la droga.
Los traficantes colombianos invertían parte de sus ganancias en finca raíz en los Estados Unidos, particularmente en el área de Miami, pero preferían acumular su dinero en efectivo para tenerlo cerca. Bajo las leyes norteamericanas, ninguna persona puede legalmente depositar en un banco o retirar de una cuenta más de 10 mil dólares en efectivo, sin llenar unas formas que ordena el gobierno. Esta es una restricción para detectar grandes movimientos de efectivo que, con frecuencia, son indicio de actividades criminales.
Inicialmente, los aviones de Luytjes viajaban desocupados a Colombia, pero en 1984 ya estaban llevando algunas de las ganancias de los Ochoa. Aparentemente Luytjes no les cobraba a los narcotraficantes por este servicio, probablemente como señal de buena voluntad. "La tarifa regular para sacar del país dinero proveniente de la droga es entre el 3 y el 6%, lo cual significa que Luytjes y su gente hubieran podido hacer unos miles de dólares más por cada viaje", afirma un agente de aduana que formó parte de la misión que investigó el caso.
En 1981 y 1982, los aviones de Air America aterrizaban en las diversas pistas que los narcotraficantes tenian para cargar la droga. En ocasiones el tráfico era tan pesado, que los pilotos tenian que esperar turno. En una oportunidad, cuando Robertson se estrelló al aterrizar, un bulldozer simplemente barrió el avión de la pista, para que el siguiente pudiera tocar tierra. Algunas veces los aviones aterrizaban en el aeropuerto de Montería, donde los Ochoa lograban la cooperación de las mismas autoridades aeroportuarias. Otras veces lo hacían en la Guajira. La carga llegaba en camiones, empacada en bolsas de lona, cada una marcada con una etiqueta codificada que indicaba su destino final.
Los despegues eran tensionantes aún para Luytjes quien, según sus socios, era un piloto extraordinario. Pesado con la carga y el combustible extra, su Cessna escasamente lograba emprender el vuelo. A medida que tomaba altura podía observar restos de aviones que no habían logrado decolar.
El avión con su pesada carga sólo podía ganar altitud gradualmente. Luytjes pasaba sobre las montañas de Haití y continuaba directamente hacia el norte, volando cientos de millas al oriente de la costa de Florida. Trazando esta ruta, Luytjes se convirtió en el Cristóbal Colón del comercio de la cocaína. Los primeros pilotos que hicieron las rutas desde Colombia, aterrizaban en pequeñas pistas de Florida o Georgia, porque sus aviones no podían volar más lejos.

A comienzos de los 80, la administración Reagan empezó una gran campaña contra el narcotráfico.Aumentó la vigilancia a través de radares y de patrullas aéreas y maritimas en el Caribe y a lo largo de la costa de Florida. Detectar los aviones de la droga era una tarea difícil. Un agente federal sostiene que "los radares parecían pantallas llenas de mosquitos. Aún de noche había cientos de aviones volando. Uno no podía pararlos e investigarlos a todos".
La campaña surtió algún efecto y las ganancias de los capos colombianos se redujeron. Pero aún los aviones más pequeños entraban con embarques que, vendidos al menudeo, podian significar cifras superiores a los 10 millones de dólares.
Con los aviones de mayor autonomía de vuelo, Luytjes podía, simplemente, evitar la red de radares de Florida. Para los colombianos mandar la droga hasta Pensilvania tenia una ventaja adicional: acercar la cocaína a los grandes mercados urbanos del noreste. "Luytjes fue una verdadero innovador", dice Gordon Zubrod."Revolucionó la industria de la droga".
A causa del peso de la carga, el viaje al norte tomaba dos horas más que el vuelo hacia Colombia. Una vez que Luytjes alcanzaba una altitud de crucero -entre 8 mil y 10 mil pies de altura- ponía el piloto automático. Podía entonces leer una revista e inclusive pensar en fumarse un cigarrillo. De hecho nunca lo hizo. Sabía que volaba prácticamente en un tanque de combustible. Luytjes nunca podía realmente relajarse y descansar. "Uno tiene que ser endemoniadamente bueno, para hacer un vuelo sobre el agua en una avión sobrecargado", dice un piloto de la droga. "Uno va oyendo cada sonido de los motores, mirando todos los indicadores, a sabiendas de que si algo funciona mal, uno termina en el agua sin nadie al lado para ayudar. En momentos como esos uno no encuentra dificultad alguna para mantenerse despierto ".
Tarde en la tarde, aún a muchas millas de la costa, Luytjes apagaba el piloto automático y daba un giro hacia Nueva York, descendía y se mezclaba con el fuerte tráfico aéreo de fin de semana de Long Island. Al poco tiempo hacia la aproximación a las montañas del noreste de Pensilvania, donde se ponía en contacto con otro Cessna de Air America que venía para servir de señuelo en caso de que fueran detectados por un radar. A eso de las 8:30 p.m., Luytjes podía dirigirse hacia Bloomsburg, una población al suroeste de Scranton, uno de los varios pequeños aeropuertos que utilizaba. El avión señuelo lo seguía hasta tierra
Un camión, manejado por Anthony E. Deck, un socio de Keen Edenfield, esperaba a Luytjes. Deck había llamado al hombre del radio en Deer Lake para averiguar cuál pista iba a utilizar Luytjes y su tiempo estimado de llegada.
Una vez que la cocaína era cargada en al camión, Luytjes despegaba y volaba hasta Scranton. Deck llevaba la droga hasta una solitaria cabaña de caza que había alquilado al norte de Bloomsburg y la descargaba. Llamaba al contestador de "Peter" en Nueva York, para notificarle que el cargamento había llegado.
Al día siguiente, los colombianos llegaban en varios automóviles, acompañados por sus esposas y novias, aparentando que iban en plan de paseo.
Uno o dos días después de su regreso, Luytjes recibía otra llamada de "Peter" y de nuevo volaba al aeropuerto de Teterboro, para recibir el dinero del viaje: 1.5 millones de dólares en efectivo, empacados en una caja de cartón. .
En el verano y el otoño de 1984, Luytjes y sus socios realizaron cerca de 20 viajes a Colombia sin problemas. Pero pronto se econtraron con los mismos obstáculos con los que habian tropezado los colombianos: qué hacer con tanto efectivo. Algunos, simplemente, lo enterraban, otros lo gastaban en autos y casas muy costosas, en parte como una forma de lavar el dinero.
Edenfield, el antiguo piloto de Air Jamaica, hizo por lo menos 7 millones de dólares, que invirtió en una cadena de hoteles en Idaho, y Utah, y en finca raíz en Albuquerque. Compró cerca de una docena de carros antiguos y vivia en Albuquerque con sus cuatro hijos y su esposa en una casa que un agente de aduanas describió como "un castillo medieval ".
Robertson se habia impuesto una meta para retirarse: 10 millones de dólares. Cuando la alcanzó, se mudó a California y compró una inmensa villa estilo español en Palos Verdes, un lujoso enclave en Los Angeles. En el verano de 1985, cerca del aeropuerto de Long Beach, fundó las industrias Robertson, una compañía de remodelación de aeronaves que vendía radares y equipos para incrementar la capacidad de combustible de los aviones.
Luytjes compró tierra en Alaska, un restaurante en Atlanta y una casa de descanso en Jamaica. Su más preciada adquisición, dicen sus antiguos socios, era una tierra de los Poconos. Llevaba a amigos para sofisticadas expediciones de caza a Alaska y Wyoming, ofreciéndoles la oportunidad de usar cualquiera de las armas de su costosa y extensa colección.
En el verano de 1984, Luytjes empezó a depositar más de 10 mil dólares en efectivo en su cuenta del United Penn Bank de Harrisburg, diciendo que había vendido su compañía de aviación a un brasilero de apellido Ortega por 13.2 millones de dólares. Ortega estaba representado por una firma de abogados en las Bahamas y nunca se presentó personalmente en Harrisburg. Entonces el gobierno determinó que Ortega y la venta de la compañía eran una mentira de Luytjes.
En el otoño de 1984 fue acusado de tráfico de drogas en un caso relacionado con Air America en Tampa, Florida, del cual fue posteriormente absuelto. Pero aún entonces continuaba haciendo viajes a Colombia.
El evento que llevó directamente a la caida de Luytjes no ocurrió en Florida o Pensilvania, sino en Georgia.En marzo de ese mismo año, un piloto free lance llamado James Cooper, volando una carga de marihuana, se estrelló al aterrizar en una pista al norte de Georgia. El conductor del auto cuyas luces iluminaban la pista murió en el accidente. Enfrentado a cargos de homicidio involuntario y tráfico de drogas, Cooper les dijo a las autoridades sobre una operacion de tráfico de droga mucho más grande en la que había trabajado antes con Air America. En noviembre de 1984, basado fundamentalmente en esas revelaciones, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos creó una misión espdecial, encabezada por Zubrod, para investigar a Luytjes.
Hay evidencia en el sentido de que Luytjes pensaba que estaban tras su pista. En el otoño de 1985 vendió sus inversiones y transfirió sus fondos a bancos de las islas Caimán y luego a bancos en Suiza, más allá del alcance de las cortes norteamericanas. No volvió a hacer vuelos a Colombia en 1985.
La forma como llevaban sus negocios Luytjes y sus socios fue valioso para las autoridades federales. La cadena había dejado pistas en cuentas de gasolina, recibos de tarjetas de crédito, recibos de consignaciones, facturas de Air America... La misión especial realizó también vigilancia mediante grabaciones de video y monitoreo telefónico.
En diciembre 23 de 1985, un gran jurado general en Harrisburg acusó a Luytjes de complicidad en el tráfico de drogas. La acusación se hizo pública el 10 de enero, pero para ese entonces Luytjes había salido del país. El gobierno inició su búsqueda y lo encontró finalmente en la isla de San Eustasio en el Caribe. Fue expulsado y enviado a Nueva York. Enfrentado a la posibilidad de cadena perpetua, Luytjes cooperó con la misión que investigaba el caso y que estaba tras la pista de otros socios de Air America y sus clientes colombianos.
En agosto de 1986, un segundo jurado general acusó a docenas de norteamericanos y colombianos en los Estados Unidos y a los miembros del clan Ochoa de Medellín. La gente de Air America y colombianos de menor rango fueron encontrados y arrestados.
Después de la acusación de agosto del 86, agentes federales excavaron en el jardín de la casa de Robertson y encontraron 4.2 millones de dólares en efectivo, empacados en tubos plásticos para evitar la humedad. En la casa de uno de sus colaboradores, encontraron en un sótano otros 3.1 millones. En total, las autoridades lograron incautar cerca de 20 millones de dólares. Todos los miembros de la cadena de Luytjes se declararon culpables y, a excepción de Robertson, aportaron evidencia contra sus colegas a cambio de reducción de las sentencias. Luytjes recibió 10 años; Bird, uno de sus colaboradores, 5 años; Edenfield, 15; los que habían apoyado las operaciones con el control de radio y los descargadores, recibieron entre 5 y 8 años. Robertson fue sentenciado a 24 años.
En diciembre de 1986, en la audiencia para sentenciar a Luytjes en Scranton, el juez dijo: "No hay palabras para explicar la magnitud del daño que se ha hecho a muchas personas con el veneno que usted ha traído a este país".

Versión adaptada de The New York Times Magazine.