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Juan de Dios Úsuga, Giovanni Jefe de Los Urabeños murió en enfrentamiento con la Policía en los primeros días de enero. Héctor Germán Butrago, Martín Llanos, Fue capturado en Venezuela el 6 de febrero.

ÓRDEN PÚBLICO

El fin de los capos

La captura de los últimos grandes jefes mafiosos del país en 2012 marcó el fin de una era en la guerra contra el narcotráfico y demostró que la 'vida útil' de los narcos cada día es más corta.

15 de diciembre de 2012

Las capturas de Héctor Germán Buitrago, alias Martín Llanos y su hermano Orlando, alias Caballo, en febrero, fueron premonitorias de lo que iba a pasar en 2012.

Eran los jefes de lo que se conocía como Los Buitragueños, un grupo narco paramilitar que durante más de una década manejó gran parte del negocio de la coca en el oriente del país. Fueron los únicos paramilitares que rechazaron negociar con el gobierno de Álvaro Uribe y en los últimos cinco años se escondieron por fuera del país confiando en que podían eludir a la Justicia. Se equivocaron. La Policía colombiana, luego de perseguirlos por varias poblaciones, los arrestó en Venezuela.

La oleada de arrestos -y de entregas de narcos—siguió y al final de 2012 en total 30 narcos de primera línea fueron a dar a la cárcel y eso significó el fin de la era de los grandes capos. La mayoría de las capturas tuvieron lugar en el vecino país. En esa cifra se incluyen algunos arrestos de 2011, como el de Maximiliano Bonilla, alias Valenciano, jefe de la temida oficina de Envigado, capturado solo ocho semanas antes de Martín Llanos, también en Venezuela por oficiales colombianos.

A sabiendas de que Venezuela había dejado de ser un refugio para ellos y que la Policía colombiana les pisaba los talones, algunos capos optaron por entregarse a Estados Unidos. Ese fue el caso de Javier Calle Serna, alias Comba, jefe de la banda criminal Los Rastrojos, quien a comienzos de mayo se entregó a agentes de la DEA. Unas semanas más tarde hizo lo mismo su hermano Luis. A comienzos de junio Diego Pérez Henao, alias Diego Rastrojo, el jefe militar de ese grupo y quien ante el sometimiento de sus patrones había quedado al frente del imperio criminal, fue capturado en territorio venezolano gracias a una operación de inteligencia de la Policía colombiana. Esto marcó el fin de esa banda criminal. 15 días más tarde, el 18 de julio, Alexander Montoya Úsuga, alias el Flaco, uno de los jefes de la banda de Los Urabeños, fue arrestado tras una operación de la Policía en Honduras. Era el segundo golpe a la cúpula de ese grupo pues el primero de enero había muerto en un enfrentamiento con la Policía Juan de Díos Úsuga, alias Giovanni, líder de ese grupo criminal.

Los golpes a los jefes no cesaron. Tres semanas más tarde, el 7 de agosto, la Dipol, capturó en Sabaneta, Antioquia, a Ericson Várgas, alias Sebastián, la única figura relevante de la llamada Oficina de Envigado que aún quedaba libre. Ese arresto marcó el punto de quiebre de esa estructura que durante años tuvo la hegemonía del crimen en Antioquia.

Tan solo seis semanas más tarde, el 18 de septiembre, la Dipol asestó otro contundente golpe. En Venezuela capturó a quien es considerado el último de los grandes capos: Daniel el 'Loco' Barrera. Jefe de su propia organización desde hace años, este hombre, según las autoridades, manejaba la exportación del 40 por ciento del total de la cocaína que se produce en el país. Socio de las Farc, paras, narcos y bandas criminales, su importancia en el mundo del narcotráfico está fuera de cualquier duda.

El 31 de octubre, en Argentina, gracias a la inteligencia de la policía de Colombia y el apoyo de autoridades gauchas cayó Henry de Jesús López, alias Mi Sangre. Vinculado desde hace una década al mundo del narcotráfico se había transformado en pieza fundamental y en el motor financiero de Los Urabeños. Ese grupo quedó herido de muerte tras el arresto del hombre que se encargaba para ellos de negociar la droga en el exterior.

¿Cómo se explica esta oleada de arrestos?

Desde la llegada de Juan Manuel Santos a la Presidencia se produjo un drástico cambio en la cooperación con autoridades venezolanas y esto se tradujo en capturas. La Dirección de Inteligencia de la Policía -Dipol- y la Dijín tenían localizados a muchos de esos mafiosos desde hace años. Pero solo la reactivación de las relaciones entre los dos países permitió que se consolidaran esas capturas.

Estos arrestos fueron claves no solo para acabar las organizaciones de narcos sino que significaron un duro golpe a las estructuras de las Farc que tenían sociedades y negocios con los capturados.

En 2012, la labor de la Dijín y de la Dipol, liderada por uno de los oficiales más condecorados en la historia, el coronel Jorge Luis Vargas, dejó claro la gran capacidad que ha desarrollado la Policía, desde la época del general Óscar Naranjo, legado que continuó su sucesor el general José Roberto León, para acortar dramáticamente la 'vida útil' de los mafiosos. Desde el momento en que un narco asume la cabeza de una organización hasta cuando es capturado o dado de baja no pasan más de dos años. Atrás quedaron las épocas de Pablo Escobar y el cartel de Medellín o de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela con el cartel de Cali, quienes duraron más de 15 años delinquiendo y burlando a las autoridades.

Paradójicamente, la Policía enfrenta un desafío producto de su propio éxito. Sin grandes capos en el panorama y con un negocio tan rentable como el narcotráfico, el país empieza a vivir una nueva etapa criminal. Los primeros brotes muestran el surgimiento de pequeños grupos de delincuentes comunes que a sangre y fuego, y con violencia extrema, intentan ocupar los espacios que han quedado libres tras el fin de los grandes capos. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Podría el Estado ofrecer otras alternativas para que la historia no se repita en una versión más escalofriante?