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EL FIN DEL MUNDO

Con el cambio de milenio, la literatura sobre el fin de los tiempos gana cada día más <BR>adeptos. Kenneth Woodward analizó para 'Newsweek' las profecías de la Biblia sobre el Apocalipsis.

6 de diciembre de 1999

La Biblia cristiana comienza con la creación del mundo, antes inclusive del
comienzo del tiempo. Termina con una horrorífica visión del fin del mundo, cuando el tiempo deje de
ser. Durante la mayor parte de la historia delmundo occidental el comienzo del universo ha sido objeto
de curiosidad, en tanto que la creencia en la posibilidad de predecir su terminación ha llegado a
constituir una pasión arrolladora.
De todos los libros bíblicos ninguno ha desatado la imaginación tanto como el misterioso Apocalipsis.
Los cuatro jinetes, el libro celestial con los siete sellos, la Bestia con la marca del 666, la prostituta
de Babilonia, el taimado anticristo son tan sólo unas cuantas de las imágenes perturbadoras que
la Revelación ha inyectado en el arte y en la conciencia. Sus profecías han ejercido un impacto aún
más considerable: el retorno de los judíos a la Tierra Santa; el reino milenario de Cristo en la Tierra; la
batalla del Armagedón y la promesa de un nuevo Cielo y una nueva Tierra han servido de justificación
para muchas guerras y revoluciones. También han inspirado utopías y sectas religiosas de todo tipo.
Los sueños milenaristas y las pesadillas apocalípticas siempre han estado cerca de la superficie de la
siquis norteamericana, especialmente ahora que se aproxima el tercer milenio. Son pocas las personas
que creen seriamente que el Apocalipsis llegará a las 12:01 del 31 de diciembre de este año (¿hora
de Jerusalén, del meridiano de Greenwich o de Nueva York?). Algunas de ellas se desplazarán a
Jerusalén con expectativas milenaristas, colocando en alerta roja a la policía israelí. Un fenómeno
más profundo e interesante es el enorme papel que la profecía ha jugado en la cultura popular y
religiosa de Occidente. Una encuesta de Newsweek encontró que el 40 por ciento de los adultos
norteamericanos creen que el mundo se acabará algún día con la batalla del Armagedón, tal como
lo describe la Revelación. Cada vez que un coro entona el Himno de batalla de la República o el
himno del Ejército de Salvación, Adelante, soldados cristianos, está resucitando imágenes marciales
y temáticas de la antigua profecía cristiana. El libro más vendido de la década de los 70 fue El difunto
planeta Tierra, de Hal Lindsey, cuyo tono apocalíptico logró colocar 28 millones de ejemplares hasta
1990. Más recientemente una serie de novelas de Tim LaHaye y Jerry Jenkins, basadas en
profecías cristianas, vendieron más de nueve millones de ejemplares. Entre los académicos los
estudios de la tradición apocalíptica han producido docenas de nuevos libros. Bernard McGinn,
especialista en el medioevo del Divinity School de la Universidad de Chicago, dice que "en los últimos
30 años se han dedicado más recursos humanos de la academia a los movimientos apocalípticos que
durante los últimos 300 años".
Al igual que los cristianos y los judíos, los musulmanes también piensan que el mundo tendrá un final
apocalíptico, plagado por calamidades naturales que serán seguidas por la guerra de Armagedón,
liderada por el imán "oculto", un descendiente de Mahoma, y por Jesús, contra las fuerzas del mal,
que estarán bajo el mando de Dajjal, un personaje con las características del anticristo. Luego de 1.000
años de paz, tanto Jesús como el imán morirán y el juicio final tendrá lugar. Los hindúes y los
budistas tienen una noción totalmente distinta: para ellos el tiempo es cíclico, de tal modo que el
mundo se renueva a sí mismo después de cada ciclo; pero nunca se termina. La visión apocalíptica
del cristianismo procede de un misterioso libro escrito por Juan, un profeta cristiano que vivió en el
exilio en la isla de Patmos hacia el final del siglo I. Su intención fue de advertir a las nacientes
comunidades cristianas de Asia Menor para que no fueran a contemporizar con el Imperio Romano ni
ceder ante su culto por el emperador. Su mensaje, sin embargo, adoptó la forma de una revelación
personal de Cristo, en la cual abundan las bestias míticas, los ángeles vengadores y terribles
tribulaciones para la humanidad en medio de un escenario de choque de fuerzas cósmicas. Juan
profetizó que el mundo se llenaría de sufrimiento antes de que Cristo regresara personalmente a
derrotar a su adversario humano, el anticristo, en la batalla del Armagedón. Cristo establecería
entonces sobre la Tierra un reino que duraría 1.000 años, del cual participarían los justos. Finalmente,
luego de un último choque contra Satanás, Cristo juzgaría a todos los vivos y los muertos. Para los
justos se elevaría una Jerusalén celestial _habría una nueva Tierra y un nuevo Cielo_. Sin embargo el
significado exacto de la revelación alegórica de Juan quedó oculto en símbolos ininteligibles que los
cristianos han tratado de descifrar desde entonces. "La totalidad de la historia de Occidente puede ser
interpretada a través del prisma del Apocalipsis de Juan", dice el historiador McGinn, coeditor de una
Enciclopedia del pensamiento apocalíptico en tres volúmenes recientemente publicada. Por
ejemplo, en el siglo XII, los cruzados vieron en el rescate de Jerusalén de manos de los musulmanes
una derrota del anticristo. Cristóbal Colón inició su supuesto viaje a la India pensando que su
expedición apresuraría el retorno de Cristo a la Tierra. Por la misma razón Oliver Cromwell permitió el
regreso de los judíos a Inglaterra luego de vencer en la guerra civil, pues pensó que su victoria
establecería la Nueva Jerusalén en suelo británico. Isaac Newton escribió un libro sobre la profecía
bíblica con la esperanza de demostrar que "el mundo está regido por la Providencia". En la nueva
Inglaterra puritana Jonathan Edwards _el mayor teólogo de Norteamérica_ estudió el Apocalipsis de
Juan y concluyó que el milenio del reino de Cristo en la Tierra comenzaría en el año 2000.
La creencia apocalíptica, es decir, la noción de que Dios intervendrá pronto en la historia destruyendo a
los malvados e iniciando su reino en la Tierra, no comenzó con Juan de Patmos. El propio Jesús fue
un profeta judío "que enseñó y esperó el fin del mundo tal como él lo conoció". Esta afirmación la hace
Bart D. Ehrman, estudioso del Nuevo Testamento, en su nuevo libro Jesús, el profeta apocalíptico
del nuevo milenio. El apóstol Pablo, quien escribió 20 años después de la muerte de Jesús, pensó que
vería el retorno de Cristo a la Tierra. El Evangelio de Mateo, por el contrario, refleja el punto de vista
de los cristianos 60 años más tarde: allí Jesús le recomienda a los discípulos que estén atentos a los
signos del final _entre los cuales cita guerras, hambrunas y terremotos_ pero también advierte que "el
final aún no ocurrirá".
La cuestión de si el Apocalipsis de Juan (la palabra significa develamiento) es una anticipación del
futuro o una interpretación simbólica de la situación de los cristianos de entonces ha atormentado por
mucho tiempo a los teólogos cristianos. La cristiandad temprana había revivido el durmiente espíritu
de la profecía hebrea, y para hacerlo se basó en precedentes judíos. Muchas de las imágenes
arcanas de Juan están tomadas de Ezequiel, Zacarías y especialmente de los sueños de Daniel.
También utiliza los números como un código para las letras. De ese modo la Bestia, cuyo número es
666, se traduce como Nerón, el emperador loco que persiguió a los cristianos; sus siete cabezas se
refieren a los primeros siete emperadores romanos. Del mismo modo, el número 1.000 no denota un
período de 10 centurias sino que simboliza un largo período de duración indefinida. En pocas palabras,
la mayoría de los estudiosos actuales considera que Juan no estaba prediciendo un futuro distante
sino que más bien estaba contextualizando las vicisitudes de las iglesias del siglo I dentro de una
batalla cósmica de contenido mucho más amplio: una batalla entre Cristo y Satanás. Al igual que los
profetas anteriores a él, quería que los cristianos supieran que los fieles serían premiados y sus
perseguidores castigados. Durante todo el tiempo que duró la persecución contra la joven Iglesia la
visión de Juan de un rescate divino fue a la vez conmovedora y consoladora. Sin embargo, a la altura
del siglo III, el Apocalipsis de Juan era ampliamente considerado como un escrito menor, indigno de
ser incluido entre los libros canónicos de la Biblia. Jerónimo, al igual que otros padres de la Iglesia,
pensaba que la visión de Juan del final de los tiempos estimulaba el fanatismo religioso (luego de
leerlo, un obispo condujo a sus fieles al desierto para esperar el fin) y que su tono polémico antirromano
provocaba una innecesaria discordia civil. Agustín definió la posición que pronto se convirtió en la
doctrina oficial católica: la revelación de Juan no debía ser interpretada literalmente, ni como pronóstico
de un futuro, sino como una alegoría de la lucha cotidiana entre el bien y el mal, la Iglesia y el mundo.
Fue sobre esta base que el Apocalipsis fue aceptado oficialmente como Escritura.
Con todo, los cristianos medievales querían saber en qué punto del calendario divino se encontraban.
No contaban con relojes ni de pared ni de pulsera, ni tampoco con un calendario universal que les
permitiera registrar el paso de los siglos y menos aún marcar el final del primer milenio. Sin
embargo tenían abundantes guerras, hambrunas y catástrofes naturales, justamente los signos que
Jesús había indicado como precursores de los últimos tiempos. La sociedad medieval vivió a la
sombra de un Apocalipsis inminente; pero esa aprensión impulsó con frecuencia la actividad
misionera. Convencido de que el retorno de Cristo estaba cerca el Papa Gregorio I (590-604) envió a
un grupo de monjes al norte a convertir a Inglaterra. Allí el líder del grupo, Agustín, se convirtió en el
primer arzobispo de Canterbury y en santo.

La Edad Media fue rica en especulaciones elaboradas por monjes muy instruidos, quienes trataron de
situar a su propia época en relación con el final de los tiempos. Uno de los principales monjes que
jugaron este papel fue Joaquín de Fiore. El afirmó que una revelación personal le había permitido
descifrar el secreto del Apocalipsis de Juan que, según él, era la clave para la interpretación
de toda la Biblia. En esencia, Joaquín planteó que toda la historia se dividía en tres períodos de
espiritualidad progresiva: la era del Padre (el período del Antiguo Testamento), la era del Hijo (el
período que se inició con Cristo y en el cual nos encontramos) y una era del Espíritu Santo, que
estaría próxima a comenzar. En esta última era aparecerían nuevas órdenes religiosas que
renovarían la Iglesia y purificarían a toda la raza humana. Dijo que su propia época era de transición y
crisis: creía que el anticristo ya estaba vivo en Roma y que su derrota traería el final de la presente era
en el año 1260.
La concepción de Joaquín acerca del advenimiento de edades progresivamente más puras influenció
los movimientos milenaristas durante los 700 años siguientes. No importó que él _y otros_ erraran los
cálculos relacionados con las fechas. Lo que importó fue su visión de un mundo purificado, la cual
fascinó a los reformadores espirituales de todas las tendencias. Los seguidores radicales de San
Francisco (a quien algunos consideraron el sexto ángel del Apocalipsis de San Juan) propusieron la
abolición de la propiedad y de otras instituciones con el propósito de hacer surgir una sociedad
puramente comunista. En el siglo XVI un grupo de anabaptistas, convencidos de que el milenio se
acercaba, se tomó la ciudad de Leiden. Juan, su líder, se proclamó rey y mesías. Mediante el terror
abolió la propiedad privada de dinero, instituyó la poligamia y proscribió todos los libros, con excepción
de la Biblia. A finales del siglo XIX los primeros marxistas pudieron proclamar esta tradición radical
como precursora del verdadero comunismo.
Los sueños milenaristas fueron un problema constante para las iglesias establecidas de Europa.
Cuando un monje visionario le informó al Papa Benedicto XIV que el anticristo había llegado y que
tenía tres años de edad el Papa se mostró aliviado. "Si está tan pequeño podré dejarle el problema a
mi sucesor", dijo. La prolongada popularidad del Apocalipsis de Juan se explica porque cualquier
personaje odiado o reverenciado podría ser identificado como uno de los actores de esa parábola sobre
el fin de los tiempos. Para algunas personas de finales de la Edad Media el anticristo era el
emperador Federico II; para los seguidores de Federico era el Papa Inocencio IV, cuyo nombre se
podía transformar numerológicamente en la temida marca de la Bestia, el número 666. Para muchos
cristianos era Mahoma o, en términos más generales, los turcos, cuyos ejércitos amenazaban con
engullir Europa. Más tarde ingresaron en la lista de anticristos: Napoleón, Hitler, Stalin e inclusive
Mijail Gorbachov (de quien los más imaginativos dicen que tiene la "marca de la Bestia" grabada en
la frente).
Martín Lutero fue el primero en identificar al papado como tal con el anticristo. Primero tendió a
relativizar el valor del Apocalipsis de Juan, pero luego tuvo una visión en la que le fue revelado que la
Iglesia de Roma era el engañoso anticristo que fingía servir a Dios pero secretamente servía a Satanás.
Para él el papado era la "sinagoga de Satán" y "el reino de Babilonia y del verdadero anticristo". Este
punto de vista se convirtió luego en dogma para todas las iglesias protestantes. El historiador Eugen
Weber recuerda en su brillante y nuevo libro titulado Apocalipsis, que hasta 1641 "un clérigo podía ser
denunciado ante el Parlamento inglés por declarar que el Papa no era el anticristo".
Los puritanos que se establecieron en Massachusetts también fueron impulsados por la fuerza de las
profecías. Luego de soportar el penoso éxodo a través del Atlántico comenzaron a sentir y a
visualizar su colonia teocrática como un modelo, así fuera imperfecto, de la Nueva Jerusalén
profetizada por Juan. Muchos de ellos pensaron que participaban con Dios en la creación de un reino
milenario de Dios sobre la Tierra. Con el tiempo muchos de sus descendientes llegaron a creer en
una versión bastante modificada del final de los tiempos: Cristo regresaría después de que sus
santos norteamericanos establecieran una sociedad milenarista y no vendría a construir El dicha
sociedad. Esta visión optimista fue particularmente bien expresada en 1832 por Charles Grandison
Finney, presidente del Oberlin College. Pensó que si la Iglesia les ayudaba a los conversos a
educarse, a ganar salarios justos y a regenerar sus cuerpos a la par que sus almas, "el milenio
llegaría a este país en un plazo de tres años".Otros se mostraban más pesimistas. En los Estados
Unidos del siglo XIX, al igual que en la Europa del siglo XIV, el país se encontraba saturado de
visionarios, reformadores y profetas. Entre los más creativos se encontraba Joseph Smith, quien a
una edad bastante temprana concluyó que toda la empresa cristiana no era más que una deformación
de lo que originalmente había existido. En 1823 declaró haber tenido revelaciones por parte de ángeles
que le ordenaron reunir a un grupo de santos de los últimos días en preparación para el retorno de
Cristo a la Tierra. (Los mormones creen que Cristo aparecerá en Independence, Missouri, al tiempo
que en Jerusalén). Veinte años más tarde el converso bautista William Miller concluyó _luego de un
extenso estudio de las profecías bíblicas_ que Cristo retornaría en 1843. Luego revisó la fecha para el
22 de octubre de 1844. Miles de creyentes se retiraron de sus iglesias en medio de la ansiedad que
creaba la expectativa. Cuando Cristo no apareció el movimiento de Miller se hizo pedazos. Sin
embargo un pequeño grupo remanente, dirigido por Ellen White, reinterpretó el significado espiritual
de la fecha profetizada y creó el movimiento de los Adventistas del Séptimo Día. Los católicos
también recibieron profecías y advertencias de la llegada del final de los tiempos en el siglo XIX.
Vinieron en una serie de apariciones de la Virgen María en Lourdes y en otros lugares de Europa.
Luego de su aparición ante Catherine Laboure en París, en 1830, la Iglesia mandó acuñar una
medalla 'milagrosa' para que fuera distribuida entre los fieles. Sobre la medalla se veía una imagen de
la Virgen bajo la apariencia de "la mujer vestida con el Sol" mencionada en el Apocalipsis. Aunque
las profecías de San Juan fueron dirigidas a los cristianos han tenido enormes repercusiones sobre los
judíos. Según una vieja tradición cristiana el anticristo será judío; pero el mayor énfasis de esta
profecía cristiana se refiere a que los judíos regresarán a la Tierra Santa y reconstruirán el templo de
Jerusalén como preludio a su conversión a Cristo. Este punto de vista hizo que muchos cristianos
fundamentalistas, para quienes el cumplimiento de las profecías es una prueba de la literalidad de la
verdad bíblica, se contaran entre los principales defensores del sionismo a finales del siglo pasado.
También explica porqué la creación del Estado de Israel en 1948 hizo renacer la esperanza de que
hubiese comenzado ya la cuenta regresiva para el Armagedón.Los judíos, por supuesto, tienen sus
propias tradiciones apocalípticas construidas en torno a la llegada del Mesías. Una de las
interpretaciones al respecto _apoyada por el gran filósofo medieval Maimónides_ el Mesías será un ser
humano excepcional que gobernará a Israel en calidad de rey durante un período de 1.000 años, que
serán de libertad, paz y prosperidad, ya que esa es la promesa hecha por Dios a su pueblo. Otra
interpretación _más mística_ citada por el filósofo Shaul Magid, del Jewish Theological Seminary de
Nueva York, es que "la carne ya no existirá más y que todo será realidad espiritual pura". La tradición
talmúdica divide la historia en tres edades de 2.000 años cada una: una edad de la confusión (desde la
Creación hasta Abraham), la edad de la Torá (de Abraham hasta 2.000 años después) y la edad de
la redención (que antecederá al advenimiento del Mesías). Estamos en el año 5.760 del calendario
judío, por lo cual quedan todavía 240 años, durante los cuales el Mesías podría llegar. El
fundamentalismo cristiano le debe buena parte de su perdurable poder y atractivo a la creencia de
que las profecías de Juan, Daniel y otros escritores bíblicos anuncian una secuencia de eventos
históricos específicos. Pero los fundamentalistas también han mostrado una capacidad impresionante
para añadirle portentos al ya inmenso cúmulo de milagros apocalípticos. Una lógica bastante simple
indica que el anticristo necesitaría contar con los medios necesarios para controlar el mundo y por
eso muchas personas ven actualmente los avances tecnológicos como signos ominosos: los
números de identificación del Seguro Social, los códigos de barras, los cajeros automáticos, las
organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas y la Unión Europea. Todo puede volverse
obra del demonio cuando se tienen los ojos suficientemente prevenidos: ya han denunciado en esos
términos hasta a la red Internet. Cuando el ex presidente George Bush fue elegido en 1990 y anunció
de inmediato su intención de crear un "nuevo orden mundial" se dispararon las alarmas de infinidad
de intérpretes literales de la Biblia, quienes comenzaron a preguntarse si esas palabras no
constituirían la marca del precursor del anticristo.
El asunto de si los fundamentalistas y otros cristianos 'proféticos' sufrirán en el juicio final sigue siendo
para ellos un tema de debate. Han construido una cláusula de escape en el escenario apocalíptico:
cuando suene uno de los toques de trompeta del "momento de la verdad" todos los verdaderos
cristianos ascenderán súbitamente hasta la mitad del camino a los Cielos. Será ese el momento en
que Cristo inicie su descenso. Los carros se quedarán sin choferes, los aviones sin pilotos y huérfanos
los hijos de quienes pertenezcan al exclusivo y secreto grupo de los 'elegidos'. Otros piensan que
inclusive el selecto grupo tendrá que sufrir cuando menos una parte de los siete años de infierno en la
Tierra que Dios tiene preparados para los malvados. Hay por lo menos una iglesia en North Hollywood
que ha tomado precauciones para proteger sus propiedades si sus jerarcas desaparecen durante la
elevación de los elegidos. Las compañías de seguros de esta iglesia han aceptado diferir el pago de
las primas durante siete años, hasta tanto regresen los jerarcas de su ascensión. De todos quienes
dicen creer en las profecías bíblicas del juicio final probablemente pocos llegarán a convertir su
creencia en acciones directas de semejante calibre. La solidez de la economía norteamericana
tampoco alienta precisamente presagios de un cataclismo social milenarista. El mes que viene los
escritores La Haye y Jenkins publicarán otro ensayo alejado de la ficción cuyo título será ¿Estamos
viviendo el final de los tiempos? La respuesta es clara: "Todavía no". El último libro de su serie de
ficción saldrá a la venta en 2003. Parece ser que para la mayoría de los norteamericanos el recuento
bíblico del final de los tiempos seguirá resonando ante la ausencia de narrativas que puedan competirle
en grado de interés. Es que incluso la aniquilación nuclear y la implosión ecológica son
calamidades que caben perfectamente en el Apocalipsis. Paul Boyer, historiador de la Universidad
de Wisconsin y estudioso de los movimientos apocalípticos modernos, recuerda que cuando
Ronald Reagan fue presidente sugirió en un discurso que "podríamos ser la generación que
presenciará el Armagedón". Sin embargo, al dejar la Casa Blanca en 1989, Reagan dijo que "el
momento más grande de Estados Unidos aún está por venir", y está claro que no se refería al fin del
mundo.Exiliado en su isla, Juan de Patmos nunca se imaginó que sus escritos apocalípticos se
convirtieran en un manual de interpretación de eventos históricos. Al igual que la mayoría de los
cristianos del siglo I, pensaba que el fin era inminente. Uno se pregunta cómo reaccionaría ante el
espectáculo de todos los que a través de la historia utilizaron sus visiones místicas para justificar la
violencia, la guerra, la paranoia y el odio.
Aunque ha sido ampliamente leído por motivos equivocados el Apocalipsis de Juan insiste, no obstante,
en algunas verdades de fondo que ningún creyente serio puede negar. Una es que los pecadores
tienen razón de temerle a un Dios que, habiendo elegido crear el mundo también puede optar por
destruirlo. La segunda es que los justos tienen razón en conservar la esperanza en un Dios que
respalde a quienes le confían sus vidas. El pensar en el fin del mundo es un proceso doloroso, al
igual que el pensar en la muerte individual. Pero el estudio del Apocalipsis presupone que hasta el fin
del mundo está en manos de Dios. Además, ¿quién se atreve a afirmar que la mítica batalla descrita
por Juan entre Cristo y el anticristo no expresa una profunda intuición acerca de la esencia de la
historia de la humanidad?