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Antonio Martínez Negrete, director del parque del Nudo de Paramillo. | Foto: Cortesía. Archivo El Espectador.

RECONOCIMIENTO

El héroe del Paramillo

Por su trabajo al frente de uno de los santuarios naturales más amenazados por la guerra, Antonio Martínez Negrete, el director del parque del Nudo de Paramillo, recibió uno de los premios de conservación más prestigiosos del mundo.

15 de septiembre de 2012

La semana pasada Antonio Martínez Negrete fue galardonado con uno de los reconocimientos más importantes de medio ambiente del mundo.
 
El pleno del Congreso de la Naturaleza, que se reunía en Jeju (Corea del Sur), le dio a este colombiano su premio anual a la conservación porque consideró que su historia de vida, al dirigir una zona protegida en las más adversas condiciones de guerra, es un ejemplo de coraje y valentía en la lucha por la protección de recursos naturales que puede inspirar al planeta. Martínez no pudo ir a recogerlo porque no alcanzó a hacer los trámites administrativos que como funcionario se requerían para el viaje. Pero desde la distancia, se llevó todos los aplausos.

Antonio lleva 16 años trabajando en el Paramillo, una especie de joya de la geografía colombiana. A este ingeniero forestal oriundo de Montería, ese vasto territorio lo enamoró desde muy joven. Afirma orgulloso que esa es la fábrica de agua del norte del país, pues allí nacen el río Sinú y el San Jorge. Pero lo que debería ser un santuario de la biodiversidad es desde hace unos años un epicentro de la guerra. Carlos Castaño tenía allí su refugio y este fue el escenario de varias de sus peores masacres. También han estado la guerrilla, los narcotraficantes y ahora las 'bacrim'. Todos estos grupos han plagado esa tierra de coca y minas antipersonales para evitar que alguien se adueñe de sus tesoros. Antonio es el guardián de ese paraíso. Él mismo lo eligió. “Soy de los poquitos que sabía a que se enfrentaba”, cuenta.

Hace apenas un año, mientras el Ejército tenía en el lugar cerca de 8.000 hombres, él y su equipo despachaban a pie, sin mayor protección que una camisa azul que los identifica como miembros de Parques Naturales. El 11 de octubre del 2011, la guerra les arrebató a uno de sus más fieles compañeros. Un grupo de personas vestidas de camuflado esperaron que Jairo Antonio Varela Arboleda, uno de los guardaparques, llegara de una comisión, y lo asesinaron por la espalda. “Nunca hemos podido entender por qué. Hasta ese día yo no creía que pudiéramos morir de un balazo por lo que hacemos”, relata adolorido.

Con Varela, Antonio había vivido el momento más duro de su vida como guardaparque. Estaba en una misión en una zona alejada cuando les informaron que una vereda se la había tomado un grupo armado. Ambos decidieron emprender camino hacia allá. Cuando llegaron encontraron nueve cadáveres tendidos en la plaza del pueblo. Antonio cuenta que ese día conoció el rostro del miedo. La masacre había sucedido 24 horas atrás, pero nadie se atrevía a enterrarlos porque el grupo que la cometió lo había prohibido. Antonio le pidió al sacerdote que oficiara una misa y se ofreció con el equipo de Parques a dar cristiana sepultura a las víctimas. A la ceremonia sólo fueron los tres funcionarios de Parques Naturales. En menos de una hora, la gente del pueblo había desaparecido.
Cuando Antonio llenó el formulario para participar en ese premio, escribió que si se lo ganaba era realmente un reconocimiento para Jairo Varela y todos los que hacen su labor. Actualmente, 900 personas como él tienen como función cuidar las 56 áreas protegidas del país, el 12 por ciento del territorio nacional. “La dura realidad que viven nunca ha afectado el amor, la mística y la entrega que ellos tienen por las tareas cotidianas para conservar el patrimonio natural y cultural del país”, dice Julia Miranda, directora de la entidad, quien también fue galardona en esa ceremonia.

Por el heroísmo de ese trabajo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza decidió que este año esos dos colombianos se llevaran su premio anual. Antonio dice que su sueño es poder llevar a sus hijas a todos los lugares donde él pudo estar, a conocer las dantas, los jaguares y los osos. “No me voy de aquí hasta que este parque sea lo que imaginamos. Voy a seguir a pesar de todos los chicharrones porque creo que el país necesita conservar el Paramillo. Puede que sea una utopía, pero es mi compromiso de vida y quiero verlo hecho realidad”.