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El hijo pródigo

Después de ocho años de división, los liberales aclaman a Turbay y acogen a Galán.

12 de septiembre de 1988

Hacia las once y treinta de la mañana, el ambiente en el Auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones de Cartagena, era de fiesta. Las famosas "caras alegres, caras liberales", que caracterizan siempre el inicio de las convenciones del Partido, buscaban lentamente su ubicación en el gran salón frente al escenario donde se habían dispuesto mesas para la Dirección Liberal, la Comisión Política Central, la secretaria del Partido y el Tribunal de Garantías. Pero detrás de cada sonrisa, estaba pendiente una pregunta, la única teniendo en cuenta que en esta convención casi todo estaba previsto, empezando por la proclamación unánime de la jefatura del ex presidente: ¿cómo iba a recibir la Convención al senador Luis Carlos Galán?
Las dudas comenzaron pronto a disiparse. Pasada la una de la tarde, después de la siempre lenta verificación del quórum, que implicó llamar a lista unos 1.300 convencionistas, tomó la palabra el senador Miguel Pineda Vidal, último presidente de la saliente Dirección Liberal. Galán había sido invitado al comenzar la sesión, a sentarse en la mesa que presidía la convención, al lado de los quíntuples. Su guayabera color caqui contrastaba con el riguroso traje y corbata de los miembros de la Dirección. Al iniciar su intervención, Pinedo le dio el saludo de bienvenida y el recinto estalló en un aplauso que primero fue tímido y luego se fue prolongando y convirtiendo en ovación. Duró un minuto y veinte segundos. Galán pudo entonces sonreir: se había roto el hielo.
A Pinedo lo siguió Aurelio Iragorri, de la Comisión Política, y luego Pinedo regresó a la tarima de oradores para leer un mensaje del presidente Virgilio Barco que anunciaba "un nuevo plan de paz". Volvieron los aplausos, pero no fueron particularmente generosos. De todos modos, el ambiente ya se estaba calentando y todo estaba listo para el primer plato fuerte: el discurso de Galán.
El arranque fue difícil para el jefe del Nuevo Liberalismo. Era la primera vez en toda su carrera política que Galán se enfrentaba a un auditorio en el que podía encontrar un ambiente hostil. Una cosa eran las cenas en el Hotel Tequendama, en las que hablaba ante tres mil furibundos galanistas. Una cosa distinta era también, ponerse de pie en el recinto del Senado, para hablar ante colegas que si bien se le oponían políticamente, de todos modos lo respetaban mucho. Pero aparte de difícil, el momento era definitivo. De lo bien librado que saliera, dependía el futuro de su carrera política. Si bien ser aplaudido por la convención no le garantizaba la Presidencia de la República en 1990, una silbatina general podía posponer sus aspiraciones por mucho tiempo.
Y hostilidades hubo. Mientras Galán hablaba, no faltaron los delegados del senador Alberto Santofimio que le gritaban "traidor" al ex ministro de Educación. Pero eran muy pocos. La inmensa mayoría de los convencionistas estaba del lado de Galán a los diez minutos de haber iniciado este su discurso. Los grandes aplausos sonaron cuando dijo: "Hemos comprendido que por la gravedad de la crisis, el Nuevo Liberalismo no puede alcanzar sus objetivos si no se une al resto del partido (...) si el liberalismo no se reorganiza con el esfuerzo de todos, Colombia no encontrará una salida pacífica". De ahí en adelante, el discurso de Galán fue el de un estadista. Pasó revista uno a uno a los grandes problemas nacionales y demostró por qué se dice de él que le cabe el país en la cabeza. Saludó la jefatura del ex presidente Turbay y hubo nuevos aplausos. Para cuando cerró su intervención, 58 minutos después de haberla comenzado, Galán había pasado el examen con muy buena nota. "Que el Partido Liberal sea el partido de gobierno --dijo--, pero que sea sobre todo el partido del pueblo colombiano. Viva Colombia. Viva el Partido Liberal". Recogió las tarjetas en las que llevaba notas en que basó su improvisación y volvió a su puesto al lado de la Dirección, en medio de una aclamación general, con todos los miembros de la directiva hubo abrazos apretados, salvo con Santofimio, con quien sólo hubo un tímido estrechón de manos.

Artillería pesada
Pero el parto para Galán estaba lejos de haber terminado. A las tres y veinte minutos, pidió la palabra el senador Alberto Santofimio. Sin mayores preámbulos, comenzó a disparar sus cañones. Las primeras cargas --y sin duda las más pesadas-- le tocaron a Galán. Con su hábil y picante oratoria, el dirigente tolimense se refirió al jefe del Nuevo Liberalismo --sin mencionarlo, del mismo modo que Galán había evitado mencionarlo a él-- y definió el estilo de su discurso como el de "hablar de todo y no definir nada". Poco a poco y no sin algunas pinceladas de buen humor, Santofimio le cobró a Galán los costos de su disidencia: "Por ahí tenemos embolatado un cuatrenio en el que el Partido Liberal no pudo gobernar por culpa de la división".
Sin embargo, los cañonazos no fueron sólo para Galán. En el discurso de Santofimio, había palo para muchos más, incluido el propio presidente Virgilio Barco, cuyo gobierno recibió duras críticas por monetarista y por seguir "contemporizando con las injusticias".
Más duro aún fue el ataque dirigido contra el ex candidato conservador Alvaro Gómez Hurtado. En medio de una enredada exposición sobre la cuestión del diálogo con la guerrilla, después de la cual nadie pudo saber si lo respalda o no, Santofimio sentenció "Gómez recuperó su libertad física, pero perdió la intelectual para el resto de su vida".
Los aplausos no le fueron esquivos al senador tolimense. Pero vinieron casi exclusivamente de su propia delegación. Al final, aunque nadie pudo desconocer la inteligencia del discurso de Santofimio, hubo consenso alrededor de dos aspectos: que se había extendido demasiado (35 minutos más que Galán, a quien entre otras cosas le había cobrado la extensión llerista de su intervención) y que le había faltado un gesto gallardo de cierre para con el recién llegado Galán. Sobre este punto Santofimio se limitó a disipar las dudas sobre una posible disidencia suya en 1990: "Se equivocan quienes creen que yo me voy a salir cuando otros lleguen".

Receso con sandwich
Hacia las cinco de la tarde se anunció el receso. El descanso fue aprovechado por los asistentes para almorzar. Pero pocos imaginaron que el plato que se estaba preparando para el reinicio de la sesión era un sandwich. Y el cocinero fue el senador Ernesto Samper, quien comprendió que no podía permitir que la última intervención antes de que se iniciaran las deliberaciones y la elección del jefe único, fuera la de Santofimio. Como le dijo a SEMANA un samperista: "La recepción a Galán por parte del Partido no podía limitarse a las poco amables frases de Santofimio. Por eso, el jefe decidió dejarlo en sadwich entre él y Galán". Samper quería además demostrar que contaba con buen respaldo entre los convencionistas. En un desayuno en la mañana, había logrado reunir 400 firmas para la presentación de su propuesta sobre la consulta popular para la designación del próximo candidato liberal a la Presidencia. Quería además situarse más a la izquierda que nadie en el Partido, y para eso habló más de una vez de "revolución". Pero la clave era encontrar el mejor momento para saludar a Galán y robarse los aplausos que hubieran podido ser de Santofimio. "A mí --dijo-- no me da miedo darle la bienvenida al doctor Galán".
Después de 25 minutos de un discurso populista y plagado de las citas coloquiales que caracterizan la oratoria de Samper (con todo y rancheras) leyó las tres propuestas que la Dirección quería someter a la convención y que después de algunas discusiones desordenadas, fueron aprobadas por aclamación: la consulta popular (delegando su reglamentación en el jefe único), la afiliación a la Internacional Socialista y el referendo como mecanismo para reformar la Constitución.
Pasadas la ocho de la noche, la convención había despachado estos temas pero esperaba una larga fila de oradores. Todo el mundo quería hablar y la lista de inscritos era ya bastante larga. Estaba en el uso de la palabra la dirigente Mercedes Rojas de Rivera, pero la verdad es que pocos la estaban escuchando. Si el desorden seguía, se corría el riesgo de desocupar el recinto. Fue entonces cuando el experimentado senador Hernando Durán se robó, literalmente hablando, el micrófono y postuló el nombre del ex presidente Julio César Turbay como jefe único. Sólo dos minutos bastaron para proclamar al ex mandatario. Después de esto y a pesar de que no se clausuró formalmente el evento, no tenía sentido que la convención continuara. Los asistentes a esas horas, estaban ya pidiendo rumba para esa noche y playa para desenguayabar al día siguiente.
Después de más de nueve horas de sesión, el balance era claro, pero paradójico: Galán, el hombre de la renovación, había regresado finalmente al Partido Liberal y en su retorno le había ido tan bien como al hijo pródigo de la famosa parábola; pero el Partido al que regresaba y que lo acogía, era el mismo que proclamaba la jefatura de Turbay, un hombre que representa muchas cosas como la estabilidad y la conciliación, pero no precisamente la renovación. Con él tendrá que entenderse ahora Galán. Tendrá seguramente que agachar la cabeza más de una vez ante el ex presidente. Pero después de la cálida recepción que le dio la convención, es muy posible que Galán esté dispuesto a someterse a ello.--