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Foto: Cortesía Pradip J. Phanse (EL PAÍS) | Foto: Archivo particular.

ENTREVISTA

"Esto es un teatro político": Marco Palacios

El reconocido historiador habló con SEMANA sobre el ciclo histórico entre guerra y paz en el país, el laberinto del posconflicto, el Brexit y los triunfos del miedo.

*Camilo Jiménez Santofimio
9 de octubre de 2016

SEMANA: Profesor Palacios, ¿está Colombia predeterminada a no encontrar la paz?

Marco Palacios (M.P.): Yo no creo en determinismos de ningún tipo. Pero sí pienso que hay un ciclo del que los colombianos no salimos desde 1982. Ese año, la guerra y la paz comenzaron a servir para opacar todo lo demás que ocurre en el país porque fue la primera vez que una campaña electoral giró en torno al conflicto. Veníamos de la mano dura de Turbay, cuando de pronto se hizo posible una salida no militar al conflicto. Al final, el esfuerzo fracasó, y así, oscilando entre el conflicto y la salida negociada, estamos hasta hoy.

SEMANA: ¿Por qué cree que se estableció este patrón?

M.P.: Porque las elites siempre han logrado manipular, fabricar sus opiniones e imponer sus intereses. Cosa que ha perfeccionado ahora la tecnología que los políticos han aprendido a usar para sus manipulaciones, sin importar que la paz para muchos colombianos sea un asunto de vida o muerte, de vivir mejor o vivir desarraigado. Francamente, el domingo 2 de octubre lo único que pasó es que arrancó la campaña electoral de 2018, con Uribe a la delantera.

SEMANA: ¿Siente que el acuerdo que fracasó en las urnas le ponía un fin a ese oscilar entre guerra y paz?

M.P.: Sí, Santos quiso romper el círculo. Ningún presidente había logrado derrotar a la guerrilla militarmente o acordar un pacto para para hacerla desaparecer. El triunfo de Santos fue firmar el pacto en Cartagena y haber estado al borde de cerrar el ciclo de guerra y paz. Desgraciadamente, lo que sucedió es que las élites políticas, en este caso representadas por los líderes del No, repitieron su comportamiento de siempre. Y sorprende porque estos mismos buscaron la paz con las Farc. Uribe, que les dio plomo y por eso procuró el acercamiento a la guerrilla, optó no por la grandeza, sino por una campaña desleal. Ahora lo estamos viendo más suave porque él se sofistica cuando le conviene. Uribe, de hecho, es un mago.

SEMANA: ¿A usted, que ha dedicado su vida al estudio de la historia del país, el acuerdo lo convenció?

M.P.: Mire, en ninguna acción humana hay algo perfecto, y menos en la política si uno la entiende política como una forma de hacer transacciones. Y en La Habana, por supuesto, debió haber transacciones que no le gustan a nadie, ni siquiera a un guerrillero, pero que eran necesarias. Desde el comienzo, las dos posiciones eran maximalistas. La negociación permitió reducirlas y al final llegar a un acuerdo. Como ciudadano, yo solo le tengo agradecimiento al equipo que con tanta paciencia, profesionalismo, seriedad y sistema de pensamiento negoció por parte del gobierno. Ellos sacaron lo máximo de las Farc porque estas cedieron en cosas fundamentales como someterse al sistema capitalista y a la constitución, sin cambiar el sistema económico, ni militar, ni electoral del país. En el acuerdo no hay nada revolucionario, ni extremoizquierdista, ni siquiera izquierdista. Yo reconozco ese trabajo enorme de las partes.

SEMANA: El acuerdo prometía una paz estable y duradera. ¿Creyó en eso?

M.P.: Si el Sí hubiera ganado, solo se habría abierto una oportunidad. El propio presidente lo dijo: tras una victoria del Sí solo comenzaría lo difícil. La implementación de esas 297 páginas habría tomado años e implicaba una participación muy activa del Congreso, además de largas labores de la Comisión de la Verdad y la Jurisdicción Especial de Paz. Entonces, incluso con un triunfo del Sí, habría habido un campo de incertidumbre. La diferencia es que habría sido una incertidumbre acotada porque iba a funcionar dentro del diálogo y, al final, iba a cambiar al país. El No, en cambio, es solo incertidumbre. La irresponsabilidad y el oportunismo de los voceros del No son enormes porque no tenían listas sus alternativas y nos dejaron en un limbo absoluto. Yo hoy no veo salidas por ningún lado, y esto desasosiega.

SEMANA: ¿No lo alivia el Nobel de paz a Santos?

M.P.: El lunes 3 de octubre, Carmen Aristegui le preguntó a Pastrana qué pasaría si Santos y Timochenko ganaban el Nobel. Él respondió así: ‘No puede ser. Si la paz se cayó… y Santos perdió gobernabilidad’. Obviamente, el Nobel le da bastante oxígeno a Santos y refuerza en especial su autoridad moral en contraste con las declaraciones del gerente de la campaña del No, Juan Carlos Vélez, conocido lugarteniente uribista, quien no tuvo problema en revelar con arrogancia las tácticas sucias de esa campaña.

SEMANA: Más allá de sus voceros, ¿usted entiende a quien votó por el No?

M.P.: Yo quiero evitar calificar moralmente o dar la impresión de que me siento superior al otro. Uno no puede decir, a priori, que ellos, los del No, están mal porque seguro muchos de ellos actuaron por convicción. Dicho esto, las preguntas sí deben dirigirse a la figura del plebiscito. ¿Debió votarse algo tan complejo en un plebiscito de Sí o No?

SEMANA: ¿Qué dice usted?

M.P.: El presidente aceleró el proceso y no logró explicar bien los acuerdos antes de la prueba del plebiscito. Recuerde que los últimos puntos, el de la refrendación y algunos aspectos del de justicia, se pactaron a última hora. Así fue difícil hacerle pedagogía al acuerdo. Además, al ponerlo en un plebiscito, Santos debió saber que también ponía en el plebiscito su persona y su gestión. Pienso que quizá habría sido necesario buscar otra forma de legitimar un acuerdo difícil, cuyas complejidades eran fáciles de manipular. Porque así fue. Cómodos desde la otra orilla, y sin la responsabilidad de tener que manejar el Estado, los líderes del No hablaron de castrochavismo, polarizaron al país a punta de retórica e hicieron triunfar el miedo.

SEMANA: ¿Qué alternativa ve hoy?

M.P.: Ninguna. Rectificar o corregir el acuerdo no es posible. Lo que ocurrió el miércoles en el encuentro entre Uribe y Santos fue puro juego maquiavélico en la edad de medios de comunicación para presentar un caso grave de una forma suave. Yo quiero invitar a la gente a ver esto con realismo político. Este es un teatro político, nada más que eso.

SEMANA: Pero hubo quienes votaron por odio a las Farc.

M.P.: Claro. Desde la primera operación en Inzá en 1963, cuando mataron a unas monjas en un bus, las Farc no tienen presentación. Yo entiendo sus raíces, pero las Farc optaron muy temprano por una posición dogmática y arrogante, y cuando uno tiene un dogma, uno supone que los demás están equivocados y se vuelve una especie de pontífice de la verdad. Entonces siempre han sido odiados, y perdonarlos no es fácil. Y sin embargo, hay que preguntarse por qué entonces Bojayá, donde hay motivos claros para el rencor y el miedo, votó por el Sí. El domingo, muchos colombianos se superaron y abrazaron la esperanza de buscar, sin vanidad, una legitimidad más profunda del estado colombiano y una reflexión seria sobre límites de acción política. Pero no se pudo. Lo que yo veo, tristemente, es más bien otra vez lo peorcito de la política colombiana, que solo busca saber cómo ganar en 2018.

SEMANA: Con el triunfo del No, ¿triunfó también una Colombia más católica y conservadora?

M.P.: Hay que diferenciar. Ya solo la iglesia es ambigua porque tiene posiciones que oscilan entre el lefebvrismo del siglo XVI de mentalidad de cruzada del exprocurador Ordóñez y el catolicismo enraizado en la feligresía como cuerpo social como el del papa Francisco o los jesuitas. Pero, en el fondo, hay asuntos fundamentalistas en toda la religión que jugaron un rol, comenzando con el tema de género, y eso tuvo un efecto en el acuerdo. En cuanto al conservadurismo, piense en lo siguiente: en cualquier sociedad todos tenemos miedo a cambiar. Más en un país como Colombia donde ya muchos han hecho un pacto con la realidad tal y como es. Para ellos la oferta de cambio de difícil. Pero esa oferta debió haber sido siempre fiel a la realidad y al acuerdo, y no fue así. No se trata de que todo el mundo hubiera debido leer las 297 páginas, pero sí de que todos los que votaron debían entenderlas.

SEMANA: ¿Le gusta la comparación con el Brexit?

M.P.: Antes quiero subrayar una diferencia. A diferencia del Brexit, en Colombia lo que está en juego es de vida o muerte. Cosa que nos pone a una distancia enorme de lo sucedido allá. Sin embargo, la comparación sí es útil en términos formales porque allá como acá surgió la pregunta de si los plebiscitos son realmente el camino para este tipo de decisiones. Otra similitud es que en el Brexit no votaron solamente por salir de la Unión Europea, sino en contra de Cameron, quien, como Santos, en una jugada de corto plazo típica de un político, buscaba apaciguar fuerzas opositoras a su línea a través de las urnas. En tercer lugar, el Brexit y el No colombiano se parecen porque ni lo unos, ni los otros han tenido una fórmula o una agenda de cómo salir del problema.

SEMANA: Irlanda del Norte llevó a cabo un plebiscito con bastante éxito.

M.P.: Sí, pero allá hubo tiempo. Tras la firma del Acuerdo de Viernes Santo transcurrió cerca de un año, durante el cual las partes hicieron pedagogía para aterrizar los pactado no solo en las emociones, sino en la mente de las personas porque un acuerdo es, en primer lugar, un documento con una racionalidad. También hay que decir que la calidad del discurso del IRA era muy superior que la de las Farc. Su lenguaje político era más articulado, sofisticado y fino, mientras que las Farc hasta hoy no salen de puntos bastante arcaicos. El acuerdo de Irlanda del Norte redujo la violencia, a pesar de que el conflicto religioso sigue. Basta visitar Belfast para notar las divisiones. Al fin y al cabo, ese es el posconflicto, no aquel del que llevan hablándonos alegremente en Colombia. Un posconflicto no es un reino divino, es, más bien, un laberinto.

SEMANA: ¿Qué le depara a Colombia el futuro?

M.P.: No quiero jugar a la bola mágica y creo que necesitaremos no menos de un año para entender qué fue todo lo que ocurrió. Pero en este momento solo veo en el horizonte a Uribe como el gran ganador. Sin embargo, quiero decir algo: Uribe debe ser muy cuidadoso. Él ya no puede jugar tan tranquilamente porque ahora va a haber una lupa muy grande sobre lo que haga y sobre su pasado. Él viene haciendo política desde chiquito, es un político avezado y consumado con una larga biografía, y está expuesto a un electorado crítico, pero también a la comunidad internacional. Estar bajo tantos reflectores será difícil porque la dinámica política es fuerte, y Santos también es un político consumado que tiene las armas de ser el presidente y que sabe usar ese poder. Al final, no hay que olvidar que a los políticos los contribuyentes les pagamos para que hagan prodigios cuando son necesarios.

SEMANA: ¿Siente que en la historia hay oportunidades perdidas?

M.P.: Siempre se buscan y se encuentran. No están ahí, en el vacío, ni caen del cielo. Como dice el dicho: ‘Para hacer una tortilla hay que partir los huevos’. Yo creo que el domingo los colombianos, sin duda, perdimos una oportunidad.

*Editor de SEMANA.