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EL HOMBRE CLAVE

En medio de la difícil situación originada por el secuestro de Gómez, el ministro Gaviria afila su perfil político.

8 de agosto de 1988

Diálogo fue, sin duda, la palabra que más se utilizó la semana pasada en el pais. La palabra había estado out desde que el famoso Diálogo Nacional del proceso de paz del gobierno de Betancur había terminado en la tragedia del Palacio de Justicia. Este gobierno prácticamente había proscrito este término del vocabulario de su política de mano tendida y pulso firme, a menos que fuera para la desmovilización de los grupos guerrilleros. Y lo increíble es que también un hecho violento le devolvió a la palabra su categoría de in: el secuestro de Alvaro Gómez.

Pero el hecho de que todos hablaran de diálogo no necesariamente quería decir que le dieran el misma sentido. Primero había que resolver con quién y luego para qué. Las interpretaciones iban desde dialogar con el M-19 para liberar a Alvaro Gómez, hasta dialogar "hasta con el diablo" para arreglar los problemas del país, en medio de todas las combinaciones posibles. Pero no sólo se usó la palabra, sino que se dialogó. Los partidos entre ellos, los partidos con los gremios, los sindicatos, los indígenas, los campesinos, la iglesia... El gobierno con García Márquez y Fidel Castro. El senador Alvaro Leyva con Antonio Navarro Wolf del M-19, Felio Andrade con el comandante Raúl, el ex procurador Carlos Jiménez Gómez con el número uno del movimiento guerrillero, Carlos Pizarro, y así todos con todos, mientras en el resto del país el diálogo de las armas también continuaba: 17 muertos en una masacre en el Meta y 11 en una en Boyacá.

Ganadores claramente definidos no hay todavía y los diálogos parecen estar enredados en discusiones como la que hay entre los partidos y el M-19, que han demostrado que el orden de las factores sí altera el producto.
Mientras los partidos ponen como condición para dialogar con el movimiento guerrillero la liberación de Alvaro Gómez, el movimiento guerrillero sostiene que hay que dialogar para liberarlo.

Pero si bien no hay ganadores, hay protagonistas a los cuales hasta ahora no les ha ido mal. En primer lugar, el M-19, que no sólo recuperó el protagonismo que había perdido y que ha logrado mojar más primeras páginas en el último mes que en los últimos dos años y medio, desde la toma del Palacio de Justicia, sino que volvió a poner sobre el tapete la cuestión del diálogo, su caballito de batalla desde las épocas de la embajada dominicana. Pero al M-19 también le ha salido su gallito de pelea. Se trata del ministro de Gobierno, César Gaviria, quien en medio de la dialoguitis ha sostenido, como vocero del gobierno, una caña coherente desde que Gómez fue secuestrado por el M-19.

A los 42 años, Gaviria ha logrado trazarse una veloz carrera política que, sin embargo, ha tenido sus momentos de gloria y sus momentos de eclipse. Si bien su Ministerio de Hacienda, gracias al éxito de la reforma tributaria, lo subió en el ranking, su paso por el Ministerio de Gobierno había sido más bien gris. Opacado primero por el Sanedrín y luego por el Cepedín, Gaviria pudo finalmente brillar con luz propia tras la última crisis de gabinete que significó el retiro de Fernando Cepeda y que le devolvió al Ministerio el papel que le corresponde: el manejo de la política interna y del orden público. Esto se puso a prueba aun antes de la crisis ministerial y tras el secuestro de Gómez que cogió a Gaviria no sólo como ministro de Gobierno, sino como ministro Delegatario. "Con Cepeda y Barco en el exterior, Gaviria comenzó a cumplir un papel de puente entre el gobierno en Bogotá y el gobierno viajero y ahí, por cuenta de tener toda la información, adquirió no sólo un papel protagónico, sino que se ganó el respeto de los demás funcionarios del alto gobierno", dijo a SEMANA un allegado a Palacio.

El protagonismo de Gaviria se mantuvo aun después del regreso de Barco al país. A lo largo de las difíciles semanas del secuestro de Gómez, el ministro se ha convertido en el eje del proceso de toma de decisiones.
"El ministro recoge las distintas opiniones, habla con el consejero Pardo, con los ministros Samudio y Low Murtra, con el secretario general Germán Montoya y muy especialmente con el director del DAS, el general Maza con quien ha hecho muy -buenas "migas". Analiza la información, la discute con todos ellos y finalmente le presenta opciones de decisión al Presidente", le contó a SEMANA un funcionario que ha sido testigo de este manejo.

Pero el ascenso en el ranking que este proceso le ha permitido a Gaviria, no sólo ha sido en el interior del gobierno, sino también hacia afuera.
Aparte de su papel decisorio, Gaviria ha sido prácticamente el único funcionario gubernamental que da declaraciones sobre el secuestro de Gómez.
Los dos comunicados que en los últimos 15 días Gaviria leyó frente a micrófonos y grabadoras de los periodistas, han sido catalogados, incluso por los críticos del gobierno, como calculados y coherentes. SEMANA ha podido establecer que el gobierno ha tenido dos convicciones sobre las cuales ha basado su acción en este caso: bajarle los humos al protagonismo alcanzado por el M-19, y de ahí la censura al programa de Germán Castro Caycedo, basado en una entrevista con un dirigente del movimiento; y buscar contactos directos y no muy publicitados dentro y fuera del país para lograr la liberación de Gómez lo más rápido posible con el mínimo de concesiones. "Para el gobierno es muy difícil dejar que se inflen las expectativas de un diálogo nacional de resultados inciertos y antecedentes fracasados conocidos, a sabiendas de que, en el momento en que Gómez sea liberado, todos los que hoy están hablando de diálogo desde fuera del gobierno, empezando por los partidos políticos, logrado el objetivo concreto, le saquen después el cuerpo a los compromisos y dejen al gobierno con la papa caliente entre las manos", explicó a SEMANA un alto funcionario oficial.

Sin embargo, todo esto no significa que el gobierno esté cerrado a la banda en contra del diálogo. Lo entiende sobre cosas muy concretas y puntos muy específicos, empezando por la liberación del dirigente conservador.
Esto explica los viajes de Gaviria a Panamá y Cuba en los cuales, para muchos, el gobierno habría errado el tiro por tocar a las puertas equivocadas y no lograr finalmente un contacto con el M-19. Para muchos otros, sin embargo, lo que el gobierno quería con ello era hacer un gesto, para demostrar con hechos al M-19 que estaba dispuesto a dialogar.

Gaviria ha sido el responsable del diseño de esta estrategia. Con ello, sin duda, ha mejorado su perfil político y se ha ganado el respeto de vastos sectores de opinión, especialmente de su propio partido que son los que, a la larga, definirán su futuro político.
Claro que Gaviria, al aparecer como el hombre de las galletas en este difícil episodio, arriesga a quemarse casi tanto como el M-19 que está buscando recuperar espacio político, si al final las cosas no salen bien. Pero este es, finalmente, el juego de la política y Gaviria, a quien aún le quedan muchas manos por jugar, parece haberlo entendido. --