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EL HOMBRE DEL AÑO

21 de enero de 1991

César Gaviria puede llegar al final de este año con una sonrisa. Hace apenas 15 días, no se veían muchos motivos para que el Presidente sonriera. Las tres iniciativas con las que se había comprometido tenían visos de estar fracasando. La Constituyente con la inmensa abstención parecía haberse convertido en un baldado de agua fría; los narcotraficantcs no se entregaban, seguían secuestrando y exigían nuevos decretos, y la guerrilla hablaba de paz pero continuaba haciendo la guerra. Y cuando el Gobierno decidió hacer su propia guerra y bombardeó a Casa Verde, lejos de dar en el corazón del Secretariado destruyó unas chozas conocidas como la "sede social" de las FARC, pobre resultado para semejante riesgo.

Esos tres frentes que estaban torcidos, se le enderezaron de la noche a la mañana.
En cuanto a la Constituyente, hoy existe consenso en cuanto a que su integración no había podido quedar mejor. El "monstruo" de Navarro se desinfló y la baja votación acabó siendo interpretada más que como un problema de legitimidad, como mecanismo de control. En estas circunstancias, no cabe duda de que la batuta de las reformas quedó en manos de Gaviria.

Como regalo de Niño Dios, difícilmente el Presidente podía recibir algo tan bueno como la entrega de Fabio Ochoa.
El día anterior, todas las medidas tendientes a solucionar el problema del narcoterrorismo parecían haber fracasado.
El Gobierno daba la impresión de ceder cada vez más terreno y los narcotraficantes de exigir cada vez más beneficios. El último decreto, el 3030, que inicialmente fue percibido como una cesión de principios sin resultados, acabó siendo lo contrario. Fuera de algunas precisiones de carpintería, el Gobierno mantuvo la columna vertebral de su política, y a pesar de las críticas iniciales de los abogados de los narcotraficantes, acabó entregándose el primer pez gordo. La imagen internacional de todo este episodio ha sido negativa para Colombia, pero el manejo que el Gobierno le ha dado a este problema ha sido pragmático y realista. Aun que en el papel es posible que hubiera soluciones mejores, en la vida real el hecho es que se están consiguiendo resultados concretos.
Y en cuanto al bombardeo a Casa Verde, pasados los días las cosas comenzaron a percibirse de otra forma. Aun cuando el Ejército no acabó con el Secretariado, lo puso a correr y dejó en claro que si la guerrilla va a subsistir no va a seguir siendo con club social y betamax, sino en desbandada y durmiendo en el piso.

Pero aparte de que a Gaviria se le fueron arreglando rápidamente por el camino las cargas más pesadas, que es lo que más ha registrado la opinión pública, hay otro aspecto no menos importante en donde su gestión ha sido particularmente exitosa: el balance de la legislatura que acaba de terminar. En esta se batieron todos los récords, pues fueron aprobados 21 proyectos de iniciativa gubernamental. En su primera legislatura, Belisario Betancur apenas logró que le pasaran la amnistía y la ley de presupuesto de esa vigencia En el caso de Virgilio Barco, sólo resulto aprobada la reforma tributaria. En otros tiempos y en otras latitudes, John F. Kennedy se hizo famoso porque el Congreso no le aprobó ningún proyecto en su primer año.

En efecto, los que conocen la cuestión económica consideran que el paquete de leyes de corte neo-liberal aprobado en este semestre por el Congreso (reforma laboral, financiera y tributaria, y las nuevas leyes de cambios, de comercio exterior, de vivienda y de puertos) constituyen, en su conjunto, un verdadero revolcón. Aunque en términos generales, y ante la perspectiva de la Constituyente, lo que hace el Congreso despierta poca emoción, lo cierto es que éste y el Presidente se han "fajado" una faena de bandera.
En plata blanca, el nuevo paquete económico es más concreto y tangible, y tendrá efectos a más corto plazo, que la futura carta de derechos y las múltiples reformas a la Justicia, el Congreso, el régimen territorial y el control fiscal que pueda consagrar la Asamblea elegida el pasado 9 de diciembre.
Todo lo anterior hace, sin duda alguna, que César Gaviria merezca el título de "El hombre del año". El Primer Mandatario, sin ser un hombre genial, sin haber llegado a la Presidencia de la República con la dimensión de estadista que se le reconocía a un Alberto Lleras o a un Carlos Lleras, ha impuesto su propio estilo: nada de retórica, ir directamente al grano, tomar decisiones y asumir las consecuencias. La fórmula parece estar funcionando y en todo caso le está gustando a los colombianos.