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Durante años ‘Simón’ fue el terror del oriente antiqueño, y en medio de la guerra por sacar a la guerrilla de la zona, cometió un rosario de delitos. | Foto: Fotomontaje / SEMANA

REPORTAJE

El hombre que sabe la verdad de 1.000 asesinatos

Un exjefe paramilitar sabe el paradero de decenas de víctimas, pero pocos quieren oír su relato.

1 de abril de 2013

En Granada, un pueblo del oriente de Antioquia, la gente mira con desconfianza. No es una prevención infundada. Más de una década de cruenta guerra les sembró ese hábito. Sus 12.000 habitantes no dejan nada al azar. Todo lo observan, lo detallan. Miran al visitante de arriba abajo con el rigor natural de saber que un detalle les puede salvar la vida.

En 13 años de horror, aprendieron a esfumarse cuando olfateaban la inminente presencia de un guerrillero o de un paramilitar. Allí atacaban esos grupos escalonadamente y el pueblo nada podía hacer, solo recoger a sus muertos y llorar en silencio a los desaparecidos.

“Si alguien tenía cara extraña, los paras lo escogían y lo sindicaban de guerrillero”, recuerda el personero de Granada, Héctor Mario Correa. Luego, sin fórmula de juicio, los asesinaban. Lo mismo ocurría del otro lado: la guerrilla.

Buena parte de las decenas de víctimas de Granada son recordadas en un espacio de 20 metros cuadrados al que llaman 'La casa del nunca jamás'. El pequeño sitio está situado a un costado de la iglesia y tiene una angosta entrada que pasa casi inadvertida para los pobladores habituales de la plaza y las cafeterías cercanas, e incluso, para los pasajeros que esperan los buses intermunicipales.

En el fondo del salón hay un mural de pared a pared con cerca de 250 fotografías con los rostros de los muertos que cayeron en la última década. Entre ellos hay 60 fotografías de más de un centenar de desaparecidos de los paramilitares que, quizá, se encuentran enterrados cerca a Granada o en alguna vereda de los municipios vecinos. Adentro se siente un sobrecogimiento y se respira un ambiente luctuoso en el que se resume la época de terror de Granada.

“Fuimos víctimas de todos los actores que dejaron una población desplazada del 93 por ciento en la zona rural y del 73 por ciento en la zona urbana. 1.250 muertos y 263 desaparecidos y un territorio completamente minado.  Es un pueblo realmente golpeado”, dice Gloria Elsy Ramírez, representante de Asovida, la asociación que creó 'La casa del nunca jamás'.

A ese sitio llegan los familiares de los desaparecidos a buscar una voz de aliento o una respuesta por la pérdida de su ser querido. Pero pasan los días y nadie logra, además de consolarlos, darles una información certera sobre lo que habría ocurrió con su pariente.

Es el caso de María Imelda Urrea, una madre que en octubre del 2002 vio cómo un grupo de paramilitares actuó con una implacable impunidad.

Bajaron de un bus escalera a su hijo Francisco Giraldo, de 18 años, y se lo llevaron. En su memoria guarda las imágenes diáfanas de los raptores, el instante cuando los bajaron y la voz de hierro que le dijo a Giraldo que debía quedarse con ellos. María Imelda quiso reaccionar, pero los armados le pusieron un revólver en la cabeza y le dieron la orden de subirse al vehículo.

Ella preguntó qué iba a pasar con Francisco y estos le dieron un parte de alivio: “Tranquila que ahora se lo mandamos en otro carro”. Desde entonces no volvió a saber de él.

La incertidumbre de María Imelda es la misma que habita en Cocorná, Santuario, Marinilla, Peñol, Guatapé, San Carlos y San Rafael. En toda esta vasta y espléndida región del oriente antiqueño aguardan a que alguien les cuente la verdad sobre la desaparición de cerca de 1.000 personas.

Pero la verdad no está cerca. Está en la cárcel de Itagüí, donde se encuentran algunos paramilitares que formaron parte del bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), al mando de Carlos Mauricio García, alias ‘Doble cero’, quien no se sometió al proceso de desmovilización.

El 'para' que dice tener la verdad

Uno de los excomandantes de ese bloque es Ramiro de Jesús Henao, alias ‘Simón’, un temido combatiente del frente Batallas del Centauro, adscrito al bloque Metro. Durante años ‘Simón’ fue el terror del oriente antiqueño, y en medio de la guerra por sacar a la guerrilla de la zona, cometió un rosario de delitos. Henao, por ejemplo, tiene cuatro condenas por los asesinatos de una profesora, dos sindicalistas y un conductor de un bus.

Hace unos días este hombre estuvo al frente de los enviados especiales de Semana.com, y dijo que quería contarlo todo. No se trató de un desahogo momentáneo con los periodistas, sino de que está listo para confesar y contribuir con el hallazgo de los cuerpos de cerca de 800 personas procedentes de esa zona del departamento de Antioquia.

¿Eso es posible? “Sí”, afirma. ¿Cómo? La respuesta es sencilla. Puede hacerlo porque varios paramilitares que estuvieron bajo el mando y que están detenidos junto a él, podrían dar las coordenadas de ubicación de las fosas en las que enterraron a sus víctimas.

Lo sorprendente de esta historia es que a Henao pocos lo escuchan. El 12 de junio del 2012 envió una carta al despacho del fiscal general de la Nación, Eduardo Montealegre, en la que le pide que “evalúe la posibilidad de asignar un fiscal para que reciba una confesión de aproximadamente 150 hechos cometidos durante su permanencia en el bloque Metro”.

En la misiva, Henao se refiere a varias masacres en Granada, San Carlos, Marinilla y Cocorná, y a decenas de homicidios selectivos del bloque Metro entre los años 1999 y 2003. En la carta también asegura tener la voluntad de “colaborar con el esclarecimiento de entre 800 y 1.000 homicidios”.

Con esa intención, Henao le mostró a Semana.com un cuaderno en el que hay una realidad macabra: nombres, fechas y datos exactos del número de víctimas caídas en cerca de diez masacres.

En esta libreta, que al leerla da escalofrío, podría estar la clave para entender el paso criminal del bloque Metro. Allí están escritas las principales masacres cometidas por este grupo en la región: 24 de octubre de 1998 en San Carlos, 17 víctimas; 26 de noviembre de 1999 en la vereda La Esperanza, seis personas asesinadas; 9 de noviembre del 2001 en la vereda Buenos Aires de Cocorná, siete personas asesinadas; 5 de junio del 2002 en Granada (Antioquia), cinco personas; 31 mayo del 2001 en la vereda Salto Arriba, ocho personas asesinadas y dos desaparecidos: Rodrigo Marín  y Rodrigo Suárez.

Y así Henao habla sobre una dura relación de muertos y desaparecidos, un testimonio que estremece. “Desde hace cuatro años he manifestado en diferentes despachos la voluntad de esclarecer, no solamente los homicidios, sino las masacres, la entrega de cuerpos de personas desaparecidas y todo el accionar en la lucha a sangre y fuego contra la guerrilla, pero en Justicia y Paz dicen que no son competentes para escucharme o que me escuchan pero no pueden avanzar porque no es competencia de ellos”.

“Yo que estoy hablando como comandante y no me escuchan, ¿qué dirá un pobre muchacho que tiene personas desaparecidas?” Se preguntó Henao.

¿Qué dice la Fiscalía?

Semana.com habló con Albeiro Chavarro, coordinador de la Unidad de Justicia y Paz en Medellín, para establecer la veracidad de lo dicho por Henao y el resultado es desalentador. El funcionario reconoce a este jefe paramilitar como uno de las cabezas visibles del otrora bloque Metro, pero asegura que como no es desmovilizado ni postulado en la Ley de Justicia y Paz, no es competente para recibirle la declaración sobre esos hechos.

“Hay personas que lo han señalado como autor y partícipe de hechos en el oriente antioqueño y lo que hemos hecho es oficiar a la justicia ordinaria para que lo investiguen. El competente de esos casos es la Fiscalía Seccional de Antioquia”, dijo Chavarro.

Henao y otros excombatientes han buscado otras alternativas. En la cárcel de Itagüí, donde Henao está recluido con otros jefes paramilitares, ha logrado verse frente a frente con representantes de organizaciones civiles que buscan a sus muertos o que quieren reconstruir la verdad histórica de la violencia.

Hace poco, las Madres de la Candelaria asistieron a un evento en ese penal, donde se encontraron frente a frente con jefes paramilitares. Hubo abrazos, llanto, flores y mucho perdón. Y si bien algunos exparamilitares contaron sus experiencias y reconstruyeron la dolorosa historia, otros como Henao no pudieron llegar a acuerdos con esas madres porque sin el aval de la Fiscalía es prácticamente imposible reconstruir la verdad.

Ahora Henao cree que de la mano de fundaciones como Asovida o Semillas de paz y progreso, podría lograr que las autoridades miren el problema en toda su dimensión.

Pero, ¿qué busca a cambio Henao y otros exparamilitares del Bloque Metro que quieren  desenterrar muertos? Henao reconoce que él no podría acceder a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, con los cuales recibiría una sustancial rebaja de los 40 años de condena que enfrenta. “Mi interés es lograr subsanar el dolor de las víctimas al menos entregándoles sus cuerpos. Lógico que yo como persona busco una oportunidad con mi familia y la sociedad”.

El tema no es de poca monta. Se trata ni más ni menos de la desaparición de cerca de 800 personas en el oriente antiqueño que cayeron víctimas de una guerra que nadie entendió. Mientras la Justicia se pone de acuerdo en cómo atender este caso, decenas de familias continúan sufriendo con el dolor de no saber el paradero de sus seres queridos.

Hace pocos días y por cuenta del grito desesperado de miembros de la fundación Semillas de paz, un funcionario de la Fiscalía responsable de las exhumaciones de Antioquia y Chocó, se puso en contacto para advertir que había un interés en resolver este asunto. Nadie sabe si en el corto tiempo podrán desenredar el ovillo de una tragedia que aunque es común en algunas partes del país, internacionalmente es vista como un horror incomprensible.

“La verdad está presa entre los muros de las cárceles”, dice, al terminar la entrevista, Henao, un hombre al que todos le temen en el oriente antioqueño y que se va a su celda con la ilusión de que alguien lo ayude a exorcizar sus penas por unos muertos que hoy están registrados en un simple cuaderno de colegio, unos apuntes que carga como su mayor tesoro.