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| Foto: Pablo Andrés Monsalve / SEMANA

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Los héroes anónimos que con baldes ayudaron a apagar el incendio de Moravia

El esfuerzo que realizaban los bomberos y rescatistas para apagar la conflagración en el barrio de Medellín, fue respaldado por la comunidad, que en un gran trabajo de equipo, esparció baldes de agua por toda la montaña.

Daniel Rivera*
18 de agosto de 2017

Entre los escombros de los que todavía brotaba el humo, Flavio Echavarría —60 años, conductor de taxi— rescató una Biblia grande de mesa que sólo se quemó en los bordes y un manual de demonología escrito por un pastor carismático de Estados Unidos. De su casa no quedó nada: la nevera, la estufa y la licuadora se derritieron, y el resto de sus pertenencias quedaron hechas cenizas, así que entre los escombros sólo buscaba recuerdos. Y entonces, revolviendo entre el cascajo negro que queda sobre la materia que se quema, encontró una foto añeja de una niña rubia con un uniforme de colegio que mira a la cámara: “Se llama Gladys Elena, es mi hija”.

Fotos de Pablo Andrés Monsalve

La casa de Flavio Echavarría no era sólo una casa, era un templo donde se compartía la palabra de Señor, dice. Todos los jueves unos catorce vecinos llegaban para escuchar el evangelio de su boca, “y venían algunos niños y yo con plata de mi bolsillo los atendía, les hacía refrigerio, para que no estuvieran en las esquinas”, cuenta y en ese momento le suena el celular: “Aló. Hola, mija. Sí, estoy bien. Acabé de encontrar una foto tuya. Todo se quemó, esto quedó hecho un peladero, pero estoy atendiendo una entrevista”.

Flavio estaba en su cama cuando escuchó que los vecinos empezaron a pedir agua y sintió una ola de calor como si hubieran prendido un horno y como un animal que rehúye del fuego se tiró de la cama. “Yo creo que todas las cosas nos sirven a bien, como dice la Biblia, así que esto sucedió por algo”, dice sobre los escombros ya mojados de su casa mientras un muchachito hurga y él le grita: “Ois, dejame eso quieto que es mío”.

Foto: cortesía Policía

Para llegar hasta donde era la casa de Flavio hay que subir la mitad de la montaña del barrio El Oasis, en el morro de Moravia —un morro de basura que hace cuarenta años se convirtió en un barrio y en el que cada tanto una chispa de fuego provoca incendios temibles—, y lo que veía esta mañana mientras los bomberos extinguían el fuego era una cadena humana, como hormigas que arrastran hojas, de personas que se pasaban baldes con agua que llegaban a los más alto de la montaña para apagar los conatos de incendio que se resistían.

Sí, estaban los bomberos con sus uniformes y sus máscaras, pero también estaban los policías corriendo loma arriba con poncheras al hombro y muchachos que en otras situaciones parecerían mal encarados, cargando los pesados baldes para evitar las llamas, porque aunque las grandes lenguas de fuego ya no se levantaban, la tierra seguía ardiendo y emanaba un vapor que calentaba la cara.

Fotos de Pablo Andrés Monsalve

El alcalde Federico Gutiérrez, que llegó al lugar desde temprano, aseguró que eran cientos de familias las afectadas, todas ya sin un techo, sin nada más que la ropa que traían puesta. Los mismos miembros de esas familias fueron quienes ayudaron a controlar el incendio con la pura fuerza de sus hombros, con la pura histeria que les produjo que el incendio continuara loma arriba.

Al lado de la casa de Flavio está la única casa de madera que no se quemó, ahí vive John Parra, que después de que pasó el fuego estaba parado con la panza al aire en el pórtico, agradecido con Dios porque no lo perdió todo. “Yo también soy cristiano, pero el vecino es trinitario y yo unitario. Yo lo primero que hice fue encomendarme a mi Dios Jesucristo y empecé a echar agua, mucha agua”. Cuando empezó el incendio su hijastra Mélani Andrea Vargas estaba con su mamá en el barrio Caribe y cuando de lejos vio las llamaradas salió corriendo y temió lo peor cuando escucho una explosión de lo que parecía una pipeta de gas, cuando llegó vio lo imposible: su padrastro sin camiseta y con una olla mínima en la mano ahuyentado las llamas. “Es que él es muy creyente”.

Después de contener el fuego, John Parra sacó de la casa el televisor, la máquina de coser y la lavadora, las dejó en una pequeña calle que comunica a otro barrio y volvió a su casa, para ayudar al vecino trinitario, que trataba con impotencia de que no se le quemara la casa, “pero no pudimos hacer nada, y cómo le parece que cuando salí se me habían robado las cositas. Sólo le digo que aquí arriba a una señora se le metió un muchacho con cuchillo y le robó el televisor cuando se le estaba quemando la casa”.

Fotos de Pablo Andrés Monsalve

Nadie entendía muy bien qué había pasado, por qué había empezado el incendio. Se especuló que un cable de electricidad había chispeado e iniciado el incendio, que rápidamente se propagó, lo que es muy probable, pues en todo ese lado de la montaña las conexiones son ilegales y poco seguras. Algunos dijeron que se pudo haber evitado la expansión y que el problema estuvo en que los carros de bomberos se quedaban sin agua rápidamente, por lo que llegaron carros alimentadores de EPM para abastecer. Por ahora todo son conjeturas, pues la investigación apenas empieza, lo que sí quedó claro fue que la comunidad misma se encargó de que las llamas no arrasaran todo.  

*Corresponsal de Semana en Medellín