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El ingenio de las "mulas"

Los métodos inventados por los colombianos para llevar droga en el cuerpo parecen de ciencia ficción.

30 de noviembre de 1992

SU CUERPO ESTA DESGONzado sobre una pequeña cama. El rostro, pálido y demacrado, todavía refleja los estertores de la muerte. Hace apenas una semana, Beatriz, una mujer de 45 años, viuda y madre de seis hijas, emprendió una aventura que por poco le cuesta la vida. Pero su odisea todavía no ha terminado. Cuando logre levantarse de la cama la espera un juicio que la llevará a prisión por lo menos 15 años. Ella está sindicada de ser una "mula" del narcotráfico que utilizó su cuerpo para tratar de sacar dos kilos de heroína con destino a Estados Unidos y que segundos antes de abordar un vuelo comercial en el aeropuerto internacional de Eldorado fue detenida por los agentes de seguridad del DAS.
Todo comenzó una mañana de abril pasado, cuando una amiga la visitó en su casa y le dijo que tenía la solución para sus problemas económicos. "Me contó que en una discoteca del norte de Bogotá había conocido a dos hombres que le habían ofrecido un trabajo que consistía en viajar a Miami, llevar un encargo, permanecer una semana en un hotel y al regreso pagaban ocho millones de pesos. Que lo pensara y que si estaba interesada, volvíamos a hablar y nos reuníamos con ellos".
Dos semanas después, Beatriz se reunió de nuevo con su amiga en su pequeño apartamento. A la cita acudieron dos hombres que fueron directo al grano: "Sabemos que usted atraviesa por una difícil situación económica -me dijeron- nosotros le ofrecemos una oportunidad para que salga del problema. El riesgo es mínimo y la ganancia muy buena". Hablaron durante una hora más y antes de que se despidieran, Beatriz ya lo tenía decidido. Iba a aceptar la propuesta. Esta fue muy clara: debía ingerir vía oral 37 bolsas de plástico repletas de heroína, que sumadas pesaban dos kilos. Algo así como 140.000 dólares, que es su precio en el mercado de los Estados Unidos.
Pero su trabajo requería de una preparación física y sicológica. Tenía que someterse a una dieta a punta de uvas durante un mes hasta que su organismo asimilara una pequena dosis de comida. Diariamente comía dos docenas de uvas y cada ocho días tenía que purgarse. Pasaba las noches en vela para acostumbrar el estómago a no pedir nada de comer. Cuando estuvo lista se comunicó con los dos hombres y acordaron una cita dos días después. "Nos reunimos en una casa desolada en las afueras de Bogotá. Allí me mostraron la mercancía que tenía que tragar. Era una especie de cápsulas, un poco más grandes que las vitaminas. Tenía que dejar de comer 24 horas antes de ingerirlas y una vez comenzara el proceso debía dejar pasar un tiempo de 15 minutos. Empecé a las ll de la noche e ingerí la última como a las tres de la mañana", cuenta desde su lecho de enferma, protegida por agentes de la Policía.
A las nueve de la mañana del día siguiente, Beatriz llegó al aeropuerto con el fin de abordar un vuelo con destino a Miami. "Estaba muy nerviosa. Sentía náuseas y ganas de vomitar. Cuando ingresé a la sala de inmigración tenía jaqueca, taquicardia y sudaba profusamente. Entregué mi pasaporte al funcionario del DAS y cuando me disponía a pasar a la sala de espera, dos mujeres policías me detuvieron. Me llevaron a una sala y me interrogaron. Al principio fuí cortante y directa en las respuestas. Pero de pronto sentí ganas de vomitar y no me pude controlar. Frente a los detectives expulsé cuatro cápsulas. Luego me desmayé y cuando recobré la conciencia estaba acostada en una cama del hospital de La Hortúa. El médico me explicó que estaba muy débil por el grado de anemia en que me encontraba. Y que había estado a punto de un infarto".
Pero el drama de esta mujer no paró ahí. En su estómago todavía quedaban más de 30 bolsas repletas de heroína. Se necesitaron cinco días más para que expulsara el resto de las cápsulas. Para ello tuvo que ingerir dos frascos de laxante.
LA RULETA RUSA
La historia de Beatriz es una de las tantas que hoy se cuentan en los cuartos de los hospitales y en los pasillos de la cárcel de mujeres. Pero también muchas de estas historias son contadas por familiares que hoy lloran frente a las tumbas . Porque muchas de ellas han logrado burlar los sistemas de seguridad, pero han muerto unas horas después porque las bolsas con heroína o coca han estallado dentro de sus organismos. Es el caso de Sandra Lucía Cano, una jovencita de 20 años que abordó el 15 de julio un vuelo de Iberia con destino a Madrid. En pleno vuelo la joven comenzó a convulsionarse y minutos después se desplomó sin vida sobre su silla. Cuando los médicos legistas practicaron la necropsia, encontraron en sus vías digestivas cinco bolsas de plástico que habían estallado y que estaban repletas de cocaína.
De acuerdo con informes de las autoridades, de cada 10 "mulas" que logran salir del país con droga en sus vías digestivas, dos terminan en los anfiteatros de Miami, Madrid, Franckfurt o París, y tres de ellas son detenidas por los agentes de la DEA o la Interpol que vigilan los terminales aéreos. Las que logran "coronar" y después de entregar la mercancía, son ultrajadas, les roban sus pasaportes y el tiquete de regreso.
MUCHO INGENIO
El boom de las mulas ha llevado a las autoridades a redoblar los controles de salida en los aeropuertos del país. Pero esto también ha dado pie para que se las ingenien para lograr sacar la droga. Las historias son suficientes como para una película de ciencia ficción. Hace un mes un ciego fue detenido en el aeropuerto de Miami. Era su quinto viaje a los Estados Unidos en lo que va corrido del año. Cuando dos guardias del aeropuerto lo guiaban para encontrar la salida, el hombre tropezó con unas maletas y cayó al piso. Al levantarse, quedó al descubierto una faja que rodeaba su espalda. Los agentes lo requisaron y encontraron tres kilos de cocaína que estaban adheridas a su cuerpo con bandas de esparadrapo. Los agentes de la DEA también descubrieron que no era ciego a pesar de que portaba documentos médicos de un hospital de Miami que certificaba que había sido sometido a tres operaciones para recuperar la vista.
Pero no sólo las autoridades de Estados Unidos han dado golpes. Las colombianas también tienen un buen récord. Entre los casos más espectaculares están los siguientes: Un hombre de 35 años que llegó en silla de ruedas con sus piernas cubiertas vendadas con gasa por quemaduras de primer grado que supuestamente había sufrido en un accidente de tránsito. Los agentes del DAS y la Dijin no creyeron el cuento y decidieron retirar el vendaje. Efectivamente, había quemaduras, pero descubrieron una gran protuberancia en sus dos piernas y decidieron que un médico lo examinara. El hombre llevaba un kilo y medio de heroína implantada.
Hace dos meses en el Puente Aéreo de Bogotá fue detenida una familia conformada por los dos padres y su dos hijas, una de 14 y otra de 15 años. Minutos antes de abordar el avión con destino a Nueva York, la niña menor entró a uno de los baños del aeropuerto y 15 minutos después fue encontrada desmayada por una aseadora. La pequeña tenía una hemorraguia vaginal. Al ser examinada, los médicos encontraron dos kilos de coca metidos entre un tubo plástico. Los demás miembros de la familia fueron revisados y se encontró entre sus órganos genitales la misma cantidad de droga por cada uno de ellos.
Otro caso descubierto por las autoridades ocurrió hace apenas tres semanas. Un hombre de origen arabe se presentó con su pasaporte en el despacho de inmigración. Un fuerte olor a materia fecal llamó la atención de los detectives. Lo condujeron a una sala y antes de comenzar la requisa el hombre se hizo en los pantalones. Sin embargo, el detective decidió requisarlo. Llevaba kilo y medio de heroína en el ano.
Y el último caso que dejó perplejos a las autoridades de inmigración fue el de Dennys Aguilar. Cuando fue requerida para una requisa y una de las agentes pasó sus manos por las nalgas, la mujer se quejó del dolor. Fue llevada a una sala donde la desnudaron y ante la mirada atónita de los agentes, la piel se rasgó y comenzó a salir pus. Ella se había sometido a un tratamiento quirúrgico, mediante el cual le succionaron la grasa de los glúteos para crear una cavidad donde posteriormente le implantaron la droga.