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El alcalde Garzón tiene un cerrado grupo de trabajo, conformado en su mayoría por periodistas y comunicadores. De izquierda a derecha: Martha Beltrán, Paola Tovar, Enrique Borda, Rolf Perea, Constanza González, Martha Carvajal. En la siguiente ventana: Patricia González, María Fernanda Sánchez, Luis Eduardo Garzón, Carolina Triviño, Húbert Ariza.

Política

El kínder de Lucho

Luis Eduardo Garzón ahora gobierna con un pequeño grupo de jóvenes. La fórmula ha sido más eficaz para cultivar su imagen que para estimular un trabajo de equipo.

11 de marzo de 2006

Si la alcaldía de Luis Eduar-do Garzón terminara hoy, ¿cómo se le recordaría? ¿Cuál ha sido el sello de su administración? Aunque existen argumentos para defender la tesis de que sí hay una impronta -lo 'social', los comedores populares, la cercanía del mandatario con la gente-, Lucho no ha generado aún muchas razones para ser recordado en el futuro. No hay símbolos ni obras comparables al TransMilenio o a las ciclorrutas de Peñalosa, ni a la cultura ciudadana de Mockus. Banderas que gustan a unos y molestan a otros, pero que dejaron huella.

Sería prematuro, y hasta injusto, hacer un balance de la gestión de Lucho Garzón. Tiene logros reconocidos hasta por la oposición (el impuesto de valorización) y una alta favorabilidad personal en las encuestas, especialmente en los estratos bajos. También tiene tiempo por delante, casi la mitad de su período, y planes por desarrollar de la importancia del TransMilenio en su segunda fase.

Pero nada de lo anterior reemplaza la falta de foco que ha tenido el gobierno de Lucho Garzón. Las prioridades no son claras, y una de sus más reconocidas fortalezas es a la vez una de sus peores debilidades: le sale a cada problema, pone la cara y lo resuelve. Gracias a ese estilo ha evitado grandes crisis y ha cultivado una excelente imagen personal, pero estos logros han tenido costos en la falta de una visión general y estratégica del gobierno.

Un ejemplo de lo primero es la política de seguridad. El año pasado, los indicadores sufrieron un preocupante deterioro y la percepción de inseguridad se disparó entre los bogotanos, según las encuestas. Esto lo llevó poner el tema dentro de sus prioridades. Estableció todos los martes reunión obligatoria del consejo de seguridad. Hasta el momento, estos esfuerzos han funcionado: las cifras volvieron a mejorar en los primeros dos meses de 2006.

Sin embargo, no todo ha sido positivo. Tras más de dos años en el Palacio Liévano y de un aprendizaje forzoso, Garzón adoptó una forma de gobernar que si bien es práctica, genera divisiones, incluso en el interior de su administración. Armó un grupo de trabajo cerrado que hace que lo perciban distante y con problemas de comunicación con los secretarios, directores y gerentes de las 42 instituciones que conforman la administración de la ciudad. No le gustan las reuniones largas, ni los consejos de gobierno formales. Muchos secretarios parecen actuar como ruedas sueltas o sin una línea clara.

El propio Lucho ha mandado mensajes equívocos. A principio de año hizo unos retiros espirituales con todo su equipo para afinar los planes de acción, y dos semanas después hizo crisis de gabinete y sacó varios funcionarios que acababan de ser 'alineados'. Desde el comienzo de la alcaldía se ha producido un alto número de cambios en el equipo, que han sacado del Palacio Liévano a figuras con experiencia y claridad, y a cambio trajo personas más jóvenes. Es ciclotímico, según un concejal del Polo: "Un día pone a una persona en el cielo y al otro día la baja al infierno, y así es muy difícil administrar a Bogotá. Además, gobierna en función de los medios y su aspiración presidencial".

El alcalde Garzón se siente cómodo con un pequeño grupo de colaboradores jóvenes, de entre 30 y 40 años, que trabajan con mística, tienen bien puesta la camiseta luchista y le ayudan, sobre todo, en el manejo de las comunicaciones. Son los puentes del Alcalde con los medios, y los encargados de informarlo sobre las percepciones que generan sus actos. Llegaron a mediados de 2005. El núcleo está compuesto por Martha Beltrán, Rolf Perea y Martha Carvajal quienes, a pesar de su edad, están curtidos como periodistas, especialmente en el tema de Bogotá.

El énfasis en periodistas tiene mucho que ver con una de las obsesiones más características de Lucho: la información. Siempre tiene a la mano desde los chismes políticos hasta los datos más trascendentales. Por eso, trajo del Idrd a la también periodista Patricia González como secretaria privada, para que trabaje muy cerca de él y junto a su permanente escudero, el intocable y leal Enrique Borda, secretario general, un compañero de muchos años.

Garzón reconoce que ha cambiado el perfil de sus colaboradores: "Me mamé -dice- de las 'vedettes' y los gurúes de comunicaciones que querían, más que ayudarme, someterme a sus criterios, además de pagarles cifras astronómicas. Por eso decidí tomar el riesgo de armar un equipo, y creo que los resultados han sido extraordinarios".

Uno de los problemas que más lo preocuparon desde un principio fue la falta de cifras. Desde 2004 contrató a la economista María Fernanda Sánchez, quien trabajaba en el proyecto 'Bogotá cómo vamos', y a la politóloga Carolina Triviño, para ese propósito. Si hay una función típica de los miembros del kínder, es datear al Alcalde.

Paola Tovar es la encargada de realizar, con su grupo, todas las estrategias y campañas de publicidad, mientras la abogada Elena Avendaño maneja las relaciones con las comunidades y es la avanzada de las visitas y reuniones que hace el funcionario en las diferentes localidades. El otro periodista que cierra este grupo es Húbert Ariza, quien hace las veces de sparring sobre temas de política nacional y local.

El kínder, pero especialmente Borda y González, ha sido positivo para Lucho. Le facilitan el trabajo y le evitan involucrarse en las naturales peleas entre secretarios y funcionarios. Lo protegen de lagartos y lo aíslan de los políticos de su partido y de otras fuerzas. Pero también tiene un lado negativo: se han convertido en un filtro que tienen que pasar los funcionarios encargados de las carteras ejecutivas antes de poder hablar con él. Y muchos se quedan allí. Solo unos pocos -el secretario de Hacienda, Pedro Rodríguez; el de Educación, Abel Rodríguez, o la directora del Dabs, Consuelo Corredor, entre otros- tienen línea directa.

Este esquema, "además de quitarle interlocución con sus funcionarios, está privando al Alcalde de enterarse de muchos temas, pues la realidad de la ciudad supera los documentos y las cifras por las que muchas veces se entera", advirtió uno los miembros del gabinete.

"Sí, son un filtro, pero para gobernar mejor", advierte el mismo Garzón. Antes, los secretarios y los funcionarios llegaban con problemas que vistos desde su perspectiva podían ser el fin del mundo, pero que al verlos en su conjunto, terminaban en otra dimensión. Por eso, hoy los grandes temas llegan con varias miradas y con soluciones técnicas. Además, Lucho es un hombre sumamente informado.

Este estilo de gobierno desconcierta y marca diferencias con los estilos gerenciales de Enrique Peñalosa y Antanas Mockus. "Ellos se sentaban a trabajar con sus funcionarios, a crear políticas, a discutirlas o a revisar los planes hasta el último detalle. Lucho es un hombre que conversa, que cree que el debate es conflicto. Creo que pocas veces se sienta en el escritorio a trabajar", dijo un importante concejal.

La aversión por las reu-niones largas y formales ha llevado al Alcalde a evitar, incluso, reuniones con la bancada del Polo. Un hecho que ha trastornado las relaciones y que va más allá de un asunto de estilo. También ha tenido connotaciones políticas y es un reflejo de la distancia que se ha ido abriendo entre el Alcalde y su partido, que se agudizó con el episodio de la conformación de listas para el Senado: la carta luchista, María Emma Mejía, se retiró ante el bloqueo que persistía en la definición de la cabeza de la lista para el Senado, que finalmente fue asumida por Gustavo Petro. Es decir, por el mayor contradictor de Garzón dentro del Polo. La distancia de Lucho con una parte de su bancada no es sólo burocrática, sino programática.

Bajo otras circunstancias, se habría esperado que en la campaña de los candidatos del Polo, al Congreso y a la Presidencia, se utilizaran símbolos, conceptos e imágenes alusivos al Alcalde de Bogotá. Pero con la notable excepción de Clara López -aspirante a la Cámara-, y a pesar de la alta popularidad de Lucho en las encuestas, los candidatos del Polo no se montaron en el bus luchista de la manera en que lo hicieron, por ejemplo, los candidatos uribistas, en el de Uribe.

La imagen de un Luis Eduardo Garzón solitario y aislado puede ser exagerada, y confundir el análisis sobre el estilo con un balance de resultados es un error desde todo punto de vista. Pero hay señales de alarma que ni los juiciosos miembros del kínder, ni los más eficaces luchistas, pueden desconocer. Sin un ajuste de tuercas en las prácticas gerenciales de la Alcaldía, los últimos 21 meses podrían seguir una tendencia confusa y desdibujada en lo que se refiere a la gestión del Alcalde sindicalista que en un hecho sin precedentes llegó al segundo cargo más importante del país. Lo 'social', además es, por definición efímero, difícil de cuantificar y siempre insuficiente en una comunidad con tantas necesidades.

¿Tiene Lucho la capacidad de hacer un giro? ¿Lo cree necesario, a pesar de que su imagen es tan positiva? ¿Propiciará un debate interno? La tarea no es fácil, pero sí se trata de darle un perfil de largo alcance al trabajo. Aunque lo importante en la gestión de gobernar no es el estilo sino los resultados, no se puede desconocer que los dos están ligados. Lucho y su kínder tienen que demostrar que pueden alcanzar los logros necesarios para merecer una promoción.