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De ser presidente Capriles prometió que no iba a desmontar los programas sociales de Chávez.

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El mundo sin Chávez

SEMANA analiza cómo sería una Presidencia de Henrique Capriles: tendría que hacer malabares para gobernar mientras lidia a Hugo Chávez como líder de la oposición.

29 de septiembre de 2012

Hasta hace un mes nadie se imaginaba a Hugo Chávez fuera del poder. El presidente es una figura tan omnipresente, que a manera de chiste, dicen que van a extrañar sus interrupciones permanentes en la radio y la televisión para hablar de su lucha contra el imperialismo, del legado de Bolívar, de la consolidación de la independencia y el socialismo del siglo XXI, o para resumirlo, del triunfo de su revolución.

Y es que Chávez quiere ser recordado como una figura épica, como un mito fundacional que reconstruyó la historia del país, y del mundo, al resucitar tres ideas en desuso en América Latina cuando llegó al poder: lo militar, lo bolivariano y la izquierda. Armó un caleidoscopio ideológico con esas tradiciones y las adaptó a su proyecto personalista y autocrático. “Chávez entendió que votamos por él no para gobernar sino para cambiar la historia”, dice Alberto Barrera, autor de la biografía no autorizada Chávez sin uniforme. Pero como dijo alguna vez el expresidente brasileño José Sarney, “A Chávez le falta historia y le sobra petróleo”.

Y es que Chávez ha tenido, como ningún otro presidente, la buena suerte de contar con los mejores precios internacionales del petróleo para su proyecto. Según los investigadores Michael Penfold y Javier Corrales, entre 2003 y 2008 la empresa estatal petrolera Pdvsa asignó 23.000 millones de dólares a programas sociales. Venezuela siempre ha sido un petro-Estado, pero en otras épocas de bonanza, la riqueza no se compartió con toda la población. Por eso el gran legado de Chávez no será haber inventado una nueva ideología planetaria, a pesar de que ha querido exportarla a punta de barriles, sino haber cambiado para siempre el foco de la política nacional hacia la pobreza.

Sus programas de asistencia social, conocidos como Misiones, hoy son cuestionadas en varios sectores porque no han logrado superar la pobreza ni necesariamente elevar la calidad de vida. Pero Venezuela sí ha logrado avanzar en ciertos índices, como lo ratifica el informe de Naciones Unidas sobre los Objetivos del Milenio: cobertura educativa, nutrición, atención en salud. Que hoy día esas mismas misiones se hayan politizado y burocratizado y sean utilizadas como chantaje por funcionarios, es una de las críticas que más le hacen al gobierno. Pero entre los pobres ese ‘socialismo’ que Chávez creó, que en realidad es más asistencialismo, los puso en el centro de la construcción de las políticas públicas, y nadie les puede quitar ese lugar.

Eso es algo que la oposición por fin entendió e incorporó en su programa, al que el chavismo critica porque no tiene ‘ideología’. “Es un programa pragmático, porque era la única forma de poner de acuerdo a todas las fuerzas políticas que lo acompañan”, dice Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual y uno de los más agudos analistas opositores. Según Ricardo Villasmil, coordinador del programa de Capriles, el problema de Chávez es que dejó de mostrar interés por resolver lo concreto por su obsesión ideológica. Al contrario, la gente de Capriles quiere aterrizar soluciones palpables a esos problemas. El plan de los primeros 100 días de gobierno que piensa poner en marcha apunta a ejecutar desde el primer momento obras que no solo son relativamente fáciles de hacer, como reconstruir carreteras y puentes, reparar bombas de agua, dotar hospitales, entre otros, sino que tienen un impacto inmediato en las comunidades. Esto demostraría desde el primer día, que a pesar de la inestabilidad política de la transición, el Ejecutivo tiene capacidad de gobernar.

Pero el desafío no está solo en la facultad de ejecutar, sino en la habilidad para maniobrar la tensión entre el poder popular y el poder económico. En Venezuela hay un empoderamiento político real de los sectores sociales, que aunque no empezó con Chávez, sí se multiplicó, como explica Fernando Giuliani, investigador y psicólogo del Centro de Pensamiento Gumilla de los jesuitas. Estos sectores, articulados hoy en Consejos Comunales, temen quedarse por fuera del proceso de decisión, porque ven con sospecha que el de Capriles sea solo un gobierno de tecnócratas y que responda a los intereses económicos por encima de lo social.

Villasmil es consciente de esa dimensión, y dice que van a explorar todo tipo de fórmulas y alianzas con esas instancias, y también con el sector privado, pero es claro en diferenciar que los temas estructurales de servicios públicos, como la gestión del agua, deben ser responsabilidad del Estado y no de la comunidad. “El Estado debe estar al servicio del ciudadano, no el ciudadano al servicio del Estado”, dice.

Otro de los grandes retos de un eventual gobierno de Capriles sería recomponer el balance con los otros poderes, particularmente el Judicial y el Legislativo, y los pesos y contrapesos del Estado en organismos de control hoy en poder del chavismo o dependientes de la Presidencia. Para no hablar de la necesidad de recuperar la libertad de prensa coartada por Chávez. Además, hay temor de que en los tres meses que transcurrirían antes de entregar el poder, Chávez cambie de nuevo las responsabilidades de la figura del presidente, para dejarle a su sucesor un cascarón inservible. Hoy Chávez, como comandante militar, ha ido aislando a figuras críticas y promoviendo generales leales, así no tengan las credenciales. Incluso hay un sector de oficiales involucrado en el narcotráfico. Sin Chávez ese podría ser un peligro, al igual que otras mafias que han florecido con la complicidad o por la falta de control, la impunidad y la ausencia de transparencia del chavismo.

Es difícil decir si Capriles es consciente de los peligros y las clases de enemigos que enfrentará. Él ha utilizado un tono conciliador y ha insistido en que no habrá una purga con su llegada al poder. Eso puede ayudarle a tender puentes y negociar con sectores adversos. No le queda otra alternativa. La pregunta es si con tanta polarización y tras 14 años sin diálogo, hay mediadores que faciliten el acercamiento. Puede que incluso se necesite un acompañamiento internacional.

Es probable que en un gobierno de Capriles la agenda internacional pase a un segundo plano ante los retos internos.Pero para inyectarle recursos a la economía venezolana, disminuir su dependencia al petróleo, y reactivar la producción, va a tener que reformular su diplomacia. “Venezuela es para el resto de los gobiernos de América Latina un negocio”, dice el politólogo José Vicente Carrasquero. Capriles tendrá que decidir si el país permanece en Mercosur, en donde tiene una desventaja competitiva, o si regresa a la CAN, sabiendo las imposiciones que hoy tiene Colombia por el TLC con Estados Unidos. Más allá de la dimensión económica, es probable que Venezuela regrese a organismos internacionales de los cuales Chávez se retiró y que su diplomacia pase por la institucionalidad, más que por las afinidades personales.

A Chávez le ha permitido gobernar el culto a la personalidad, no los partidos. La popularidad que goza hoy Capriles seguramente le da una legitimidad real entre millones de venezolanos que lo apoyan como figura política individual. Pero a diferencia de Chávez, Capriles sí necesita el apoyo de todos los grupos que hoy integran la Mesa de Unidad Democrática, y a ellos les corresponde apoyarlo y evitar caer en las rencillas internas por la repartija burocrática. Con Chávez como líder de una oposición implacable, más vale estar unidos.

El reto de Capriles será entonces balancear simultáneamente los poderes económicos, sociales y políticos, como un equilibrista que camina sobre una cuerda floja, pero con el pesado legado de Chávez a cuestas.