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La marcada y fortalecida oposición que le tocará a Duque

El uribismo, sumado a la Unidad Nacional, garantiza en el Congreso mayorías gobiernistas sólidas. Pero con Petro, Mockus y Robledo a la cabeza, las otras fuerzas políticas tendrán un escenario muy valioso.

18 de junio de 2018

Desde el triunfo de Iván Duque en la primera vuelta se veía venir un cambio en el balance de fuerzas políticas. En las semanas previas a la segunda vuelta, las adhesiones del Partido Liberal, la bancada de Cambio Radical, los conservadores en pleno y los partidos evangélicos le dieron al presidente electo la posibilidad de contar con respaldo político en el Congreso en el que la fuerza del uribismo se suma a la Unidad Nacional santista. Las dos fuerzas enfrentadas en los últimos ocho años en una profunda polarización tienden a converger en torno a Duque.

El presidente electo evitó tomarse fotos con líderes políticos en los días previos a la segunda vuelta. Consciente del cansancio de los colombianos con las estructuras tradicionales, se limitó a sostener reuniones privadas con César Gaviria o a recibir discretamente el apoyo de congresistas de La U, Cambio Radical y el conservatismo. Pero así no exista una foto de unidad, tiene mayorías amplias a su favor. Y eso se reflejó ya en el Congreso, cuando la semana pasada el uribismo ganó su pelea en el Senado para que los partidos políticos sigan teniendo incidencia en la elección del contralor general y para que un ente independiente (una universidad) valore, pero sin decidir, las hojas de vida de los aspirantes.

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Históricamente los presidentes en Colombia han tenido las mayorías parlamentarias al comienzo de sus gobiernos. Para el politólogo Fernando Cepeda esa tradición es tan marcada, que incluso ha acuñado el término “partido del presidente” para definir las reagrupaciones políticas alrededor del candidato triunfador. Esa realidad suele tener causas más burocráticas que ideológicas, aunque en esta coyuntura se vieron fortalecidas por la desconfianza que la mayoría de los congresistas tuvieron ante el esquema propuesto por Petro. De alguna manera, los partidos mayoritarios vieron en el exalcalde una figura de izquierda, con una propuesta de gobernabilidad impredecible. Como resultado de esas adhesiones de último momento, el nuevo presidente tendrá a su favor al menos el 60 por ciento del Senado y el 75 por ciento de la Cámara.

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En todo caso, mantener la gobernabilidad le exigirá hacer un trabajo conjunto con los senadores y representantes. Una cosa es tenerlos en la trastienda –como hizo durante la campaña– y otra muy diferente la interlocución institucional que deberá abrir como presidente. Tendrá que contar con un ministro del Interior capaz de mantener la armonía del bloque mayoritario, para lo cual deberá entender que entre los apoyos políticos del presidente varios vienen de orígenes diferentes al uribismo. En particular los liberales y un sector amplio de La U, que durante los dos mandatos de Santos se dieron las más duras peleas por legitimar en el Congreso los acuerdos de La Habana.

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Pero así como contará con mayorías iniciales, Iván Duque también tendrá que capotear una oposición marcada y beligerante. En el Congreso elegido en marzo creció la participación de fuerzas alternativas, entre las que se destacan el Polo Democrático, la Alianza Verde y los representantes de la Lista de la Decencia, que lideró Gustavo Petro. A ellos se sumarán al menos dos senadores de La U y cinco liberales, que no dieron el salto a la derecha y siguen defendiendo la implementación de los acuerdos. Y por supuesto la Farc, que por primera vez y como respuesta al fin de la guerra tendrá diez curules con voz y voto en el Legislativo. Después de su llegada a la segunda vuelta y de la alta votación obtenida, Gustavo Petro será el jefe natural de estos grupos.

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Más allá del número de congresistas, lo crucial de la oposición que enfrentará Iván Duque tiene que ver con el tipo de figuras que la encarnarán: Petro, Robledo, Mockus, la Farc. Todas tienen alcance nacional, ejercen la jefatura sobre sus propios partidos, hablan duro y tienen votos y credibilidad para hacer control político.

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Pero si Duque y su futuro ministro del Interior deberán afianzar la unidad de fuerzas tan disímiles como el Centro Democrático y partidos que apoyaron a Juan Manuel Santos durante ocho años, la oposición también tendrá que trabajar arduamente para asegurar su convergencia. El trabajo conjunto entre la Lista de la Decencia y la Alianza Verde será más fácil de articular que la unión de los petristas y el Polo Democrático. Aunque la mayoría de las toldas amarillas estuvieron con Petro en la segunda etapa de la campaña, Jorge Enrique Robledo mantuvo la idea de votar en blanco. Entre él y Petro existen diferencias que se remontan a las exigencias que hacía Petro de expulsar a Samuel Moreno del Polo cuando salieron a la luz los primeros indicios del cartel de la contratación (Robledo defendía la expulsión después de que la justicia se manifestara), y a los acercamientos de Petro con Santos en 2010, apenas este último fue elegido.

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Durante la campaña Duque insistió en que en su mandato no habrá mermelada ni se repartirá burocracia a cambio de apoyos políticos. Sin embargo, deberá sacar adelante una agenda legislativa compleja. Además de ajustar los acuerdos de La Habana, una reforma tributaria que incluye reducir impuestos a las empresas, cadena perpetua para abusadores de menores, reforma judicial que podría incluir unificar las Cortes, cambios en el régimen de pensiones y modificaciones en las reglas de juego de la política.

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La agenda es muy ambiciosa. Duque habló, durante la campaña, de un gran pacto para sacar adelante las grandes reformas pendientes. Es claro que un clima de pugnacidad como el que imperó durante el gobierno de Juan Manuel Santos hace poco probable sacar adelante iniciativas tan complejas, que además pisan grandes intereses. El nuevo gobierno no tendrá problemas en construir mayorías sólidas para su etapa inicial, pero necesitará también asegurar apoyos en una opinión pública que, después de la elección a dos vueltas, quedó dividida. Y que además dio muestras de insatisfacción con las tradiciones políticas. El nuevo mandatario también deberá asegurar la gobernabilidad y las mayorías para las reformas, y al mismo tiempo demostrar que no lo hará mediante los desgastados mecanismos clientelistas, y sin mermelada.

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El esquema político cambió. El presidente Duque tendrá que jugar en varias mesas simultáneas, no solo en el Congreso, sino en la opinión pública más amplia. La relación gobierno-oposición tendrá connotaciones de grandes coaliciones de derecha –con el gobierno– y de izquierda –en la oposición–. Esa estructura no será igual a la de los últimos años, cuando Juan Manuel Santos enfrentó dos oposiciones, la del uribismo en la derecha y la del Polo Democrático en la izquierda.