Home

Nación

Artículo

A N A L I S I S

El papel de Washington

Analistas del CIP, que han seguido en detalle el Plan Colombia, dicen que una mediación salvaría el proceso.

22 de octubre de 2001

Hace dos años, cuando Estados Unidos estaba debatiendo el paquete de ayuda de 1.300 millones de dólares para el Plan Colombia, con frecuencia escuchamos un argumento peculiar: “La ayuda militar acelerará las negociaciones, forzando a las Farc a negociar de buena fe”. Sin embargo el proceso de paz no se ha acelerado sino que ha colapsado. Aunque la ayuda militar estadounidense por sí sola no hizo que las conversaciones se rompieran el proceso de paz de Pastrana ofrece importantes lecciones para las futuras acciones de Washington en Colombia. El martes pasado la embajadora Anne Patterson entregó 14 helicópteros Black Hawk al Ejército colombiano. Es importante recordar que estas naves y otras armas donadas por Estados Unidos son para la lucha contra las drogas. Esto quiere decir que aunque Colombia regrese a la ‘guerra total’ la ley estadounidense prohíbe que se usen estos helicópteros y otros aportes para combatir a las Farc. Es posible, no obstante, que los políticos de línea dura en Washington puedan ver en la ruptura de los diálogos una luz verde para cambiarle el propósito a estas armas y enviar más y más asesores estadounidenses al país. Puede ser que inclusive muchos apoyen iniciativas como esta. Los colombianos deben recordar, sin embargo, que son sus hijos —y no los militares estadounidenses— quienes darán la pelea con esas armas donadas y los que pondrán los muertos. Si Colombia regresa a la ‘guerra total’ el costo humano puede sobrepasar cualquier cosa que el país haya visto antes. Creemos que las conversaciones de paz redujeron en algo la intensidad de la violencia. Las Farc, con 17.000 guerreros y cientos de millones de dólares de ingresos, son claramente capaces de mucho más que secuestros, ataques ocasionales a pueblos aislados y voladuras de oleoductos. Mientras tanto los militares han incrementado dramáticamente su capacidad de guerra en los últimos tres años. Un regreso a la ‘guerra total’ puede multiplicar el número de colombianos muertos y doblegar la economía colombiana. Estados Unidos no debería estar girando cheques para hacer realidad este panorama. La solución, en últimas, está en manos de los colombianos. Y deberían empezar por ver los últimos acontecimientos no como el fin del proceso sino como el fin de un modelo. Los últimos tres años demuestran que los colombianos no pueden manejar las negociaciones por sí solos. Es poco razonable esperar que dos pequeños y aislados grupos de negociadores superen una historia de desconfianza y enemistad y progresar por sí mismos. Las conversaciones tienen que volver a empezar con un mediador que pueda hacer que los negociadores sigan un cronograma y se enfoquen en cada tema que se esté discutiendo en vez de estar enfrascados en discusiones sin fin sobre las precondiciones de una negociación. Las Naciones Unidas pueden jugar este papel mediador y Estados Unidos debe incentivarlas a que lo hagan. Más armas estadounidenses no traerán de vuelta un proceso de paz. Todos los esfuerzos de Washington deberían concentrarse ahora en lograr que los diálogos vuelvan a comenzar tan pronto como sea posible bajo un modelo viable. Estados Unidos está ya muy ocupado con otras misiones militares, no puede darse el lujo de verse involucrado en forma más profunda en el conflicto colombiano.