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El patriota

Un joven colombo-holandés dejó la tranquilidad de su vida en Europa para alistarse como soldado profesional. Ahora hace parte de las Fuerzas Especiales del Ejército. Esta es su historia.

9 de septiembre de 2002

Hacia el mediodia del miércoles de la semana pasada el Batallón Número 3 de las Fuerzas Especiales regresó a su base en Tolemaida. Ese día su comandante, el mayor Alberto Eulices Romero, estaba dando a sus superiores el parte de las operaciones que habían adelantado él y sus hombres durante tres días en una zona del occidente de Cundinamarca cuando apareció una sargento con un radiograma urgente. Necesitaba un soldado 'despierto' que hablara unos minutos por radio para la campaña de la Fundación Querido Soldado. El mayor Romero escogió a uno de los subalternos de su destacamento, un grupo de 14 hombres que él denomina 'la guardia de honor', para que cumpliera esta misión. El comando -como se llaman a sí mismos y entre sí los integrantes de las Fuerzas Especiales- David Böhn pasó al teléfono y habló. No algunos minutos, como estaba previsto, la charla se prolongó casi media hora y sirvió para que el país conociera la sorprendente historia de este joven militar. La misma que le permite decir al mayor Romero, quien primero fue su instructor y hoy es su comandante, "Ojalá hubiera 1.000 colombianos más como Böhn".

David Böhn nació hace 22 años en Buga, Valle. Su padre es un marino mercante holandés, con ascendencia alemana, que ingresó a Colombia por el puerto de Buenaventura. En su trasegar llegó hasta Buga, se enamoró de los paisajes de este pueblo y de una mujer, una morena vallecaucana llamada Margarita, con quien se casó. Cuando David, el hijo mayor de la pareja, cumplió 3 años la familia viajó a Holanda y se instaló en Rotterdam en la casa de los abuelos. Su estancia allí no fue muy larga porque el marino estaba empeñado, en contra de la voluntad de su esposa, que sus hijos se criaran y estudiaran en medio de los paisajes de Buga que tanto lo habían seducido. Esa es la razón por la cual David hizo su primaria en un colegio agropecuario de la zona rural de ese municipio.

Al cabo de ese período dio el salto de nuevo al Viejo Continente e hizo cinco años del bachillerato en Haarlem, Holanda. Para entonces ya hablaba con fluidez español, holandés e italiano. Perfeccionó el inglés durante el tiempo que vivió con su madre y su nuevo esposo en Encino, California. Allí estudió también poesía y actuación. Esta vida de holandés errante terminó para David hace cuatro años cuando decidió que las becas en universidades de La Haya o de Utrecht podían esperar mientras cumplía su destino en el Ejército colombiano. En ese momento, dice, "tenía la convicción de que era mi turno de ponerme las botas".

Con las botas puestas

Mientras miles de bachilleres inventan todo tipo de mentiras y excusas para no ser alistados en las Fuerzas Armadas, Böhn intentó ocultar que era bachiller para poder incorporarse al Ejército como soldado regular. En un comienzo su estratagema dio resultado y fue alistado en Barranquilla como raso en el Batallón Nariño.

Pero la dicha no le duró mucho. Sus comandantes descubrieron su treta. Contrainteligencia comenzó a investigarlo para determinar si era un infiltrado de la guerrilla y si en realidad tenía nacionalidad colombiana. Al final se dieron cuenta de que sólo era un joven entusiasmado con la milicia. Lo inscribieron como bachiller para que prestara servicio un año y decidieron aprovechar sus dotes de políglota. Lo enviaron al Batallón Colombia, que hace parte de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas en el Sinaí. Durante su misión en esa región aprendió hebreo y obtuvo dos medallas: una de las Naciones Unidas por deber cumplido y otra del Batallón por haber triunfado en una competencia de atletismo, en la que participaron representantes de todos los ejércitos presentes en la zona.

A su regreso a Colombia el soldado Böhn recibió la baja reglamentaria. Pero no quería irse. Un oficial le dijo que, si realmente estaba interesado en seguir y dispuesto a hacer el sacrificio, se inscribiera como soldado voluntario. Eso hizo y, después de la etapa de reentrenamiento, fue asignado a una unidad en el sur de Bolívar. Hace cinco meses ingresó, por voluntad propia, a las Fuerzas Especiales, una unidad de élite en la que recibió formación de comando y de paracaidista. Los demás comandos lo bautizaron 'El Gringo' porque todavía se le enredan las palabras en español. Este hecho, su marcada cortesía militar y su gusto por el brócoli y la zanahoria son las únicas cosas que lo diferencian de los demás soldados. Salvo estos pequeños detalles, Böhn es uno más. No es el más alto ni el más fornido de su destacamento. Y cuando está de camuflado, con su equipo y su fusil M-16 preparados para el combate, pasa inadvertido entre los demás militares.

En el tiempo que lleva en el Ejército este soldado ha sido hostigado docenas de veces y ha participado en cinco combates fuertes. Nunca ha sufrido un rasguño aunque en dos ocasiones pensó que su fin estaba próximo. Su madre no entiende por qué corre ese riesgo, por qué insiste en poner su vida en peligro. El le había dicho que iba a estar sólo por un tiempo, mientras aportaba su granito de arena en la defensa de las instituciones de su patria. Ella se quedó a esperar su baja, pero el tiempo pasó y pasó y Böhn siguió metido de cabeza en el Ejército. Hace un mes ella se fue a París a visitar a otro de sus hijos. No pudo hacer nada contra esa vocación tan fuerte de él que lo hace decir: "Este es mi hogar, mi casa en este momento". Ahora su hijo mayor, ese soldado que no sueña con ser un héroe pero sí con servirle a su país hasta la muerte si es necesario, el que dejó atrás una novia en el extranjero y un hogar en el que tenía toda la tranquilidad con la que podía soñar, quiere ser oficial del Ejército en el que casi no puede entrar.