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EL PETARDO

Aunque la temporada taurina de Cali fue una de las peores de los últimos tiempos, se ha convertido en la más importante de América.

7 de febrero de 1994

LOS AFICIONADOS A LA Fiesta Brava dicen que nunca hay una corrida de toros totalmente mala. Pero a veces se equivocan de cabo a rabo, como en la pasada Feria de Cali. En efecto, el ciclo de corridas que se realizó el fin de año en la capital del Valle es uno de los más flojos que se recuerden en los últimos tiempos. El público llegó a sentir tanto aburrimiento en la plaza que se llegó el día -31 de diciembre- en que protestó airadamente: le dio la espalda al ruedo mientras en lo alto del tendido de sol se levantaba una pancarta que decía "rechazamos los malos encierros para Cali", y pidió a gritos la renuncia de la junta directiva de la empresa organizadora. Fue una de las más fuertes broncas en la historia de la tauromaquia colombiana.
Esa tarde la presentación de los toros de Vistahermosa propició el escándalo. Era un encierro sin pitones y, encima, manso. Sin embargo, la copa no se rebosó sólo por la falta de trapío de los toros, al parecer consentido por la Junta Técnica, sino porque desde cuando se inició la temporada, el 26 de diciembre, la afición no había visto una corrida redonda. Unicamente destellos. Si había un toro bravo en el ruedo faltaba un torero de clase. Y viceversa.
El día de la inauguración de la temporada, el encierro de Icuasuco resultó manso y bronco para las muletas de 'Gitanillo de América', César Camacho y Manuel Díaz 'El Cordobés', quien no pudo hacer su show. Al día siguiente, seis toros encastados de Clara Sierra hicieron sudar a Manuel Caballero y Javier Vásquez, y pasar trabajos a José Gómez 'Dinastía', que con el segundo de la tarde debió batir el récord de descabellos -28-, pero que al al quinto, le cortó la primera oreja de la feria. El día de los Inocentes, el turno fue para la corrida de Fuentelapeña, en la que Ortega Cano recibió una oreja toreando con ganas, pero de lejos, a un toro dulce; César Rincón lidió dos ejemplares complicados, y 'Joselillo' desperdició la fijeza y el recorrido del sexto, aunque acabó por cortarle una oreja. El 29 de diciembre las cosas cambiaron un poco. Un encierro de Achury Viejo, que apenas cumplió en varas, descubrió lo frío que es 'Joselito' y lo torpe y tesonero que es Camacho; pero puso boca abajo a la plaza cuando a 'Jesulín de Ubrique' le salió un toro pastueño con el que cuajó una faena ojedista que incluyó muletazos en forma de ocho, dando la salida contraria, como de toreo bufo.
Al otro día comenzaron a complicarse las cosas. Un cartel de lujo que traía a Ortega Cano, César Rincón y Enrique Ponce sufrió con una mansada de Ambaló y llevó a los tendidos a ofender al ganadero Pepe Estela -¡ganadero pícaro!, gritaban-. Es más: al terminar la corrida, luego de una faena técnica y corajuda de Rincón, a quien le concedieron una oreja, el descontento se salió del ruedo. En aquel instante revivió la polémica sobre si quienes venden sus encierros deben sentarse o no en la junta directiva de la Plaza de Toros de Cali S.A. (actualmente lo hacen Abraham Domínguez, propietario de Fuentelapeña, y Luis Fernando Castro, dueño de Guachicono, así como José María y Eduardo Estela, hijos de Pepe Estela. El último de éstos preside la empresa). Y fue precisamente en momentos en que estaba al rojo vivo la controversia cuando vino la corrida del 31, en la que Enrique Ponce, 'Jesulín' y 'Dinastía' fueron testigos mudos de la forma como la gente se pasaba de mano en mano la pancarta, desde los tendidos altos hasta la barrera de sombra, para conducirla al palco de las directivas. Peor tarde, imposible, pues, aparte de los pitoncitos de los de Vistahermosa y de que un toro se partió un cuerno y otro una pezuña, hubo que devolver dos más, uno por haberse escobillado y otro por manso.
En adelante los ánimos se aplacaron. El primero de enero salió una escalera de Guachicono. Se corrió el toro más pesado en la historia de la plaza caleña -628 kilos- que le tocó a un 'Joselillo' más decoroso, pero que no le exprimió los muletazos que tenía. También actuaron 'Joselito', que abrevió porque no le sirvieron los toros, y 'El Cordobés', cuyo espectáculo del salto de la rana y el violín, después de que el tercero de la tarde le rompió la mejilla con la pala del pitón, enloqueció a la plaza. El 2 de enero hubo una corrida promedio: aceptable encierro de Achury Viejo y un solo trofeo para Rincón. Ortega Cano perdió las orejas por un metisaca en mal sitio y 'Joselito' volvió a toparse con toros imposibles.
Y cuando todo el mundo esperaba lo peor, pues la llamada Corrida del Toro no cuenta con muchos seguidores, la feria trató de componerse. Los toros de José Joaquín Quintero se entregaron al caballo y permitieron que dos de los seis toreros se sacaran el clavo: 'Joselito' y Javier Vásquez. El primero ligó una faena con desmayo pero sin hondura para dos orejas un tanto excesivas. En cambio, Vásquez puso su carne en el asador. Cortó una oreja tras una actuación semejante a aquella que lo convirtió en el triunfador de Madrid en 1993. Faena de raza, de torero aguerrido.
El 4 de enero finalizaba el serial con otro festejo de primera línea en el papel: mano a mano Rincón-Ponce con toros de Guachicono. Otra corrida de expectación, pero, por fortuna, contra lo que dice el dicho, no de decepción. Sacando las uñas como un maletilla, Rincón citó de lejos y con la muleta adelantada a un toro que le buscaba las ingles, y logró cortarle una oreja. A su segundo, luego de someterlo, le arrancó las dos. Y con su tercero escuchó ovación. Pero de paso obligó a Ponce a mostrar la soberbia de quien es número uno en las estadísticas. El valenciano le cortó una oreja a su bondadoso primero, pasó en blanco en su segundo y al sexto, el último de la temporada caleña, le robó otra oreja, esta vez sí embraguetándose y aun haciendo desplantes de rodillas. Mano a mano de primerísimas figuras, de toreros que no ceden.
Cerrado el ciclo taurino, con sus encierros mansos, sus toreros desganados, su corrida impresentable y su polémica en torno de los ganaderos-empresarios, promovida en parte por Ernesto González Caicedo, hoy ganadero y antes también ganadero-empresario (su interés parece ir hasta evitar sospechas en la negociación de los encierros), lo cierto es que la Feria de Cali se ha convertido en los últimos años en la más importante del continente. Algunos cronistas sobresalientes de España, como Manolo Molés, Vicente Zabala y Fernando Fernández Román, la han bautizado, incluso a pesar del bache de 1993, "la San Isidro de América". Y no se equivocan si se tiene en cuenta que esa plaza es la que más corridas en serie presenta en Colombia -10-, la de boletería más barata, la que más utilidades produce -tiene vendida la totalidad de los abonos desde abril- y la que ha entregado obras de beneficencia por una mayor cantidad de dinero -casi tres mil millones de pesos- por intermedio de la Fundación Plaza de Toros de Cali. Además, la empresa caleña administra hoy las plazas de Popayán, Palmira y Armenia, erigiéndose como la más poderosa del país.
No obstante, es saludable que las directivas examinen lo sucedido para evitar que se repita. Fijar posición frente a la polémica, pedirle al Alcalde de Cali que le apriete las clavijas a la Junta Técnica y analizar todavía más las ganaderías. Aunque, como decía el padre de los Dominguín, "de toros no saben sino las vacas. Y no todas".