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En el Parque Nacional Natural Serranía Chiribiquete se encuentran pinturas rupestres que reflejan las formas de vida de indígenas que habitaron ese territorio hace por lo menos 20.000 años. | Foto: Álvaro Gaviria.

EL PODER DE LAS RAZAS

Los sobrevivientes

En Colombia existen por lo menos 86 comunidades indígenas que hablan 65 lenguas diferentes. Esta es su historia, desde que arribaron a este territorio hace 15.000 años.

Carl Henrik Langebaek*
2 de julio de 2016

Los colombianos conocen muy poco, pero hablan mucho sobre los indígenas. Sobre ellos se han inventado toda clase de estereotipos, desde que son salvajes sin educación hasta que son caníbales perezosos. También se han visto como “sabios ambientales” desposeídos de toda tendencia a la violencia (“buenos salvajes” al fin y al cabo); y han sido reducidos a “obstáculos para el desarrollo” o ensalzados a “esperanza de la humanidad”. Ninguna de estas ideas resiste un análisis profundo, pero se arraigan en la mentalidad nacional sin remedio.

Entre las ideas más comunes está que los indios son “nuestros indios”. A partir del desarrollo de la mentalidad criolla americana, los descendientes de europeos inventaron la idea de que los pueblos autóctonos eran ‘suyos’. Los líderes de la independencia relacionaron su causa con la de los nativos que habían sido conquistados por los españoles (sus antepasados, por lo demás), se autoproclamaron víctimas de la conquista y defensores de los indios, aunque ninguno de ellos, Bolívar incluido, parece haber sido proclive a las causas de los indios de carne y hueso. De allí en adelante, y hasta nuestros días, los indígenas han sido “fuente de la nacionalidad” de otros. Hoy, por igual, batallones del Ejército, frentes guerrilleros y bloques paramilitares se han apropiado de nombres indígenas.

En 1492 existía una amplia diversidad de pueblos, una población abundante y un legado nada despreciable de más de 15.000 años de ocupación del territorio. Es probable que la cantidad de nativos rondara por los varios millones de habitantes, siendo el cálculo más optimista cercano a unos 7 millones, lo cual, aunque exagerado, desmiente la idea de un territorio prácticamente desocupado a la llegada de los españoles.

Se trata de gente que llegó en diferentes migraciones originadas en Asia, que entraron al continente a través de Norteamérica. Los pobladores originales se desplazaron inicialmente de norte a sur, pero luego también lo hicieron de sur a norte, de las tierras bajas a los Andes y viceversa. Esta historia explica por qué a la llegada de los españoles la población indígena ya era mestiza, producto de diversas mezclas no solo genéticas sino culturales.
Grupos numerosos ocuparon algunas partes del país como la cordillera Central, el Alto Magdalena, la sabana de Bogotá y la Sierra Nevada de Santa Marta. En otras regiones la presencia fue menor, como en la Amazonia, los Llanos Orientales y la costa Caribe. Algunos pueblos practicaron la agricultura intensiva; otros, una agricultura más móvil y unos más, la caza y la recolección.

En algunos casos, las poblaciones indígenas modificaron ampliamente los ecosistemas e incluso pudieron generar procesos de erosión y sobreexplotación de los suelos. En otros transformaron muy poco el paisaje. Esto se entiende por sus modelos de organización social: comunidades como la muisca de Boyacá y Cundinamarca, o la tayrona de la Sierra Nevada de Santa Marta, estaban jerarquizadas, mientras en otras casi ni existía la diferenciación social. En fin, más de 15.000 años de historia no habían transcurrido en vano: se habían desarrollado múltiples formas de adaptación al medio, y de relaciones económicas, políticas y sociales.

A la llegada de los españoles había una extraordinaria diversidad. Y ellos fueron conscientes de esto. En el siglo XV ninguno se atrevió a considerar que había encontrado un territorio ocupado por poblaciones homogéneas. No obstante, la Conquista precipitó cambios dramáticos que amenazaron esa diversidad. El primero de ellos fue el desastre demográfico: miles de indígenas murieron por las enfermedades introducidas desde el Viejo Mundo (Europa y África especialmente), y en menor medida por los conflictos bélicos y las formas de trabajo forzoso impuestas por los conquistadores.

El hecho es que en menos de 100 años su número se había reducido a una fracción. Pasarían siglos antes de que el territorio que hoy es Colombia se recuperara de ese desastre. Quizá solo a principios del siglo XX alcanzó el nivel de población que existía a comienzos del XVI. El mismo proceso disminuyó la diversidad biológica y cultural de la población. Algunas comunidades se extinguieron, otras se mezclaron entre sí y, en casi todas, el nivel de vida se redujo considerablemente.

La debacle que se inició en el siglo XVI implicó una alteración del paisaje sin precedentes. Enormes áreas antes dedicadas a cultivar quedaron cubiertas de bosques y pajonales o invadidas de ganado. Las sociedades se transformaron social y culturalmente de forma irreversible. Las estructuras de poder prehispánicas cambiaron por completo, las jerarquías tradicionales entraron en crisis: algunas se adaptaron al sistema español y otras colapsaron. En muchos casos comenzó un activo proceso de mestizaje con blancos y africanos. Poblaciones enteras fueron trasladadas o migraron voluntariamente a regiones menos expuestas a la colonización. Las dinámicas económicas también cambiaron, no solo por la llegada de actividades como la ganadería, sino por la imposición de nuevas formas de trabajo a disposición de la Corona, la estructura administrativa virreinal y la Iglesia.

No obstante, la población indígena sobrevivió. No solo en términos biológicos, a través del mestizaje, sino también en términos culturales. Los indígenas del país no son homogéneos: existe en ellos una enorme diversidad biológica, lingüística y cultural. Mantienen formas de ver el mundo, a las otras sociedades y a la naturaleza, muy diferentes entre sí pese a los estereotipos. El país tiene una población de cerca de 1.400.000 indígenas, distribuidos entre 86 pueblos (datos del gobierno) y 102 comunidades (según la Organización Nacional Indígena de Colombia, Onic).

Tienen un alto porcentaje de participación en los departamentos de Vaupés (más del 66 por ciento), Guainía (64 por ciento), La Guajira (45 por ciento), Vichada (45 por ciento) y Amazonas (43 por ciento). También son importantes en términos demográficos en el cauca (21,5 por ciento) y Putumayo (21 por ciento). Algunas poblaciones son, desde el punto de vista económico, campesinas, otras son urbanas y algunas se dedican al comercio. Cerca de 500.000 personas conservan 65 lenguas o dialectos nativos. Además, el 75 por ciento vive en zonas rurales.

Muchas comunidades han recuperado durante los últimos años cantidades considerables de tierra y tienen niveles de vida por encima de sus vecinos mestizos y afrocolombianos. Otras pierden cada vez más sus medios de subsistencia. Sobre el papel, cerca del 31 por ciento del territorio nacional es indígena, pero buena parte de esa tierra se concentra en áreas protegidas y son de gran susceptibilidad al cambio ambiental. Además buena parte de esas tierras son amenazadas permanentemente por la violencia de los grupos ilegales, incluyendo paramilitares y guerrilla, por el cultivo de plantas con las cuales se obtienen drogas ilícitas, o por la minería ilegal.

Ojalá los colombianos cuestionemos el derecho que nos ha asistido desde hace siglos de considerar nuestros a los indios. Ellos solo se pertenecen a sí mismos. Y ojalá también conozcamos mejor y apreciemos a esta importante población, como también a los grupos campesinos y urbanos que deberán jugar un papel fundamental al construir un mejor país.

*Antropólogo. Doctor en filosofía. Vicerrector académico de la Universidad de los Andes.