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La pianista Teresita Gómez fue adoptada por los porteros de Bellas Artes, en Medellín, cuando era una bebé y solo hasta los 18 años conoció la verdad. | Foto: Pablo Monsalve

EL PODER DE LAS RAZAS

"Uno aprende a ser negro"

A sus 73 años Teresita Gómez, una de las pianistas más destacadas del país, habla sin resentimiento de los repetidos episodios de racismo que tuvo que enfrentar por elegir una profesión que era exclusiva para las elites.

18 de junio de 2016

SEMANA: Usted creció en un entorno de gente blanca muy adinerada, y eso hizo que descubriera el racismo siendo muy niña. ¿Cómo fue eso?

TERESITA GÓMEZ: Creo que empecé a preguntar por qué era negra a los 4 años. Mis papás adoptivos, que eran los porteros de Bellas Artes (en Medellín), y todos en mi entorno, eran blancos. Siempre me respondían con evasivas; mi mamá decía que había tomado tinta china y que me había teñido. Además había un misterio con mi adopción, entonces se cuidaban de informarme. Hoy sé que mi madre biológica era negra, y de mi papá tengo indicios de que era blanco y músico.

SEMANA: Y, además, eligió un instrumento que en ese momento era casi exclusivo de las elites…

T.G.: Cuando muy niña decidí que iba a ser pianista y mi mamá me dijo: “no, eso no es para negras”. La conciencia de ser negra me vino con la música. En ese momento (años cincuenta) no había muchos pianistas negros clásicos. Incluso todavía son pocos.

SEMANA: ¿Cuál fue el primer acto discriminatorio que recuerda?

T.G.: A nivel musical yo empecé sola, practicando al escondido por las noches en Bellas Artes, y cuando me descubrieron me apoyaron y me becaron. Los problemas empezaron cuando quise aplicar a becas en Europa; ser negra era un impedimento. Y a nivel social me refugié en la música. Tocaba el piano para la alta sociedad, pero si quería relacionarme con ellos de otra manera aparecían las barreras. Descubrí eso pronto y me cuidé mucho. Uno aprende a ser negro: crea defensas, es más cauteloso. O al menos yo lo hice así por miedo al rechazo. Pero nunca fui resentida.

SEMANA: ¿Cómo responde a un acto discriminatorio?

T.G.: No respondo. En algún momento la persona que me está agrediendo se dará cuenta de que el color, la religión o la orientación sexual, no cambian el ser interior. El alma, el espíritu, no tiene raza y el mundo ha ido entendiendo eso.

SEMANA: Dicen que los actos racistas son inconscientes la mayoría de veces. ¿Cree eso?

T.G.: Sí. Es algo demasiado arraigado que uno no logra dilucidar. En mi caso, el rechazo racional nunca fue violento. Cuando era niña no tuve que padecer el bullying que viven los niños hoy en los colegios. La discriminación fue sutil.

SEMANA: Por ejemplo…

T.G.: Sacarme de una piscina que porque ahí no se podían bañar negros. Y nunca aprendí a nadar. No se me ocurrió volverme a meter a una piscina.

SEMANA: Pero ese es un acto muy violento…

T.G.: Sí, ese pedacito fue fuerte. O no invitarme a las fiestas de primeras comuniones. Yo me ponía a llorar en la puerta y mi mamá me entraba. Bueno, una que otra compañera me invitaba pero a mí ya me daba miedo ir.

SEMANA: ¿Y siendo adulta?

T.G.: En el amor. Me tocó resistir el rechazo de las familias de algunas parejas. Hubo una historia muy importante que no pudo ser porque yo era negra; y yo fui la que me retiré. El amor cuando no es aceptado por la familia se vuelve una tragedia, un obstáculo que muy pocas veces se puede saltar.

SEMANA: ¿Cómo logró blindarse contra el resentimiento?

T.G.: Primero, renuncié a la Iglesia católica cuando descubrí que ahí estaba el mayor racismo. Mi papá quería matricularme en el colegio de las carmelitas, que me fascinaba, y no pude entrar porque era negra. Desde eso no volví a misa. Pero uno no se puede quedar resentido toda la vida, también me he encontrado con gente maravillosa en la Iglesia católica que no piensa así.

SEMANA: Entonces se dedicó a hacer su propia búsqueda espiritual…

T.G.: Yo soy muy mística, he tenido una búsqueda interna muy grande. Así me llegaron mensajes como el del gran maestro Paramahansa Yogananda, que alguna vez dijo: “Yo no sé por qué a la gente le extraña tanto cuando Dios se viste de oscuro”. Yo tampoco entiendo por qué es tan difícil aceptar todos los colores, los sabores, la diversidad, que es lo que hace de este mundo maravilloso.

SEMANA: ¿Cree que eso la blindó?

T.G.: Sí. Tanto el yoga como el budismo. Uno tiene que transmutar todo el odio, las rabias, los resentimientos, porque si no carga unos saldos muy pesados; no se puede dejar inundar por toda esa maleza. Ahí está el trabajo de toda la vida