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EL PRIMERO, ¿Y EL ULTIMO?

A Colombia nunca había venido una estrella del mundo musical como Luciano Pavarotti, y por cuenta de los impuestos puede que no vengan más.

20 de febrero de 1995

LOS COLOMBIANOS SUElen creer que el negocio del espectáculo es la danza de los millones. Y la confirmación de ello es el próximo concierto en Bogotá del tenor Luciano Pavarotti. Con boletas de 250.000 pesos agotadas desde tres meses antes del evento, el despliegue publicitario que ha tenido, el patrocinio de la empresa privada y sólo el 20 por ciento de boletería disponible, no es de extrañar que la gente piense que las ganancias de los organizadores van a ser millonarias y que ser empresario en Colombia es un camino fácil para hacerse rico.
Pero la realidad es muy distinta. Casos como el concierto dePavarotti -en el cual las ganancias pueden ascender a un millón de dólares- son irrepetibles. Al fin y al cabo se trata de uno de los artistas más importantes del mundo musical, y era de esperarse que su presentación tuviera semejante acogida. Pero Pavarotti es una excepción. Si bien algunos de los espectáculos realizados en Colombia en los últimos dos o tres años han tenido éxito y han dejado jugosas utilidades -como sucedió en los casos de Gloria Estefan y de UB40, son muchos los que han representado grandes descalabros financieros. Fuentes cercanas al mundo del espectáculo aseguran que algunos de los shows de artistas internacionales que tuvieron lugar en 1994 dejaron pérdidas que -oscilan entre los 80 y los 100 millones de pesos por evento. El espectáculo es un mundo de alto riesgo, y la mayoría de quienes tratan de incursionar por primera vez en esa esfera terminan vendiendo la casa para pagar deudas.
En todas partes del mundo el público es impredecible y los empresarios manejan variables que ellos no controlan, como el clima. Pero el caso colombiano es particular; primero porque el problema de la inseguridad hace que las estrellas internacionales duden mucho antes de arriesgarse a presentarse en el país o cobren seguros millonarios. Pero, sobre todo, porque las leyes y reglamentaciones parecen estar diseñadas para que los colombianos no puedan ver teatro y conciertos de calidad. Los trámites necesarios para obtener los permisos que requiere una presentación artística son infinitos, y, como quedó demostrado el año pasado con la presentación de Eros Ramazzotti. el cumplimiento de estos requisitos no garantiza que el espectáculo pueda llevarse a cabo. En esa ocasión, una acción de tutela interpuesta por los vecinos impidió la presentación del cantante italiano en el estadio y las utilidades que los empresarios habían logrado con la venta de las boletas se fueron en devolverle al público el dinero que había pagado.
Pero mucho más allá de los trámites y de la eventualidad de un incidente legal, lo que verdaderamente hace difícil la vida a los empresarios y cada Vez más remotas las posibilidades de que lleguen a Colombia más y mejores artistas es el problema de los impuestos. Por cuenta de las leyes nacionales y de las normas municipales, el 50 por ciento de la boletería de cualquier espectáculo artístico debe ir a las arcas del Estado o de sus organismos. Un evento, ya sea musical o teatral, debe pagar 10 por ciento del valor de las entradas a Coldeportes, otro 10 por ciento al municipio, de 10 a 15 por ciento de arriendo del establecimiento, 7 por ciento a Sayco y 14 por ciento de IVA. En resumidas cuentas, la mitad de la boletería debe bastar para pagar al artista, cancelar sus impuestos y costos de giros de dinero, pagar los gastos de viaje y estadía, cubrir los costos de logística, alquiler de equipos, publicidad y, además, dejar una utilidad. Por cuenta de los gravámenes. el punto de equilibrio del negocio se sitúa entre 75 y 80 por ciento de la boletería. En otras palabras, vender el 70 por ciento de las boletas -lo cual podría ser considerado un éxito moderado en otras partes-, en Colombia haría que el empresario perdiera dinero.
La situación es bien diferente en otros países. En los más avanzados no sólo los espectáculos artísticos están en su mayoría exentos de impuestos. sino que en algunos casos el Estado presta las instalaciones. En el caso del patrocinio, las sumas que las empresas y la industria dedican al fomento de este tipo de eventos son deducibles de los impuestos. En Colombia, por el contrario este patrocinio -vital para los espectáculos- hace parte de los gastos de publicidad de las empresas. Las exenciones de impuestos sólo son posibles para las funciones dirigidas a los niños y tras estudio de una comisión, para algunos conciertos de música culta. Curiosamente el fútbol y otros encuentros deportivos no deben pagar IVA, pero las presentaciones musicales y el teatro no sólo cancelan este gravamen, sino que además deben destinar el 10 por ciento de la boletería para el apoyo del deporte.
Por todas estas razones, y a pesar del éxito de la presentación de Pavarotti, es probable que los pocos empresarios que han logrado mantenerse en el medio se vean en dificultades para continuar trayendo artistas internacionales. Y esto resulta irónico, no sólo porque sucedería cuando por fin en Colombia se están comenzando a ver espectáculos de calidad, sino porque es absurdo que un país que trata de crear ministerios para la difusión del arte y la cultura, y en el cual los presupuestos para montar obras y espectáculos son sumamente bajos, el Estado cierre las puertas o, por lo menos, dificulte las iniciativas de la empresa privada. sin la cual no los habría, ni buenos, ni malos.

PAVAROTTI SUPERSTAR
DESDE cuando hizo su debut en 1963 cobrando 50 dólares, mucha ha sido la gloria -y el dinero- que ha llovido sobre Luciano Pavarotti. Convertido en un fenómeno vocal en menos de 10 años como intérprete, el italiano es considerado por muchos críticos como el más grande tenor después de Caruso.
Sin embargo aunque le reconocen su talento para cantar agudos y su carisma para llegarle al público al corazón, también hay quienes lo consideran, más que un prodigio un producto de la publicidad.
Y la verdad es que la ésta ha hecho gran parte de la obra de Pavarotti. Su fama de superstar comenzó a comienzos de los 70, cuando cantó en el Metropolitan Opera House, de Nueva York, La hija del regimiento. Los nueve Do de pecho con que finaliza el acto enloquecieron al público. Tanto que los organizadores decidieron repetir el recital para la televisión, con una audiencia de 6 millones de telespectadores. Sólo hacía falta un recital multitudinario, que se dio poco después en el Central Park de Nueva York, donde por primera vez un tenor logró atraer la atención de 300.000 personas.
De ahí a cobrar cifras astronómicas sólo hubo un paso. A comienzos de los 80 cobraba 100.000 dólares por recital. Hoy canta dos horas por un millón de dólares. El carisma de Pavarotti, pero también el montaje publicitario alrededor de su figura, lograron el milagro de los super recitales al aire libre, algo que no pocos críticos le achacan. Al respecto, el crítico del New York Time; Peter Davis, dijo en una columna que Pavarotti ya no era un cantante sino un fenómeno de los medios de comunicación. Algo que comparte gran parte de la crítica, que está de acuerdo en que si no fuera por la publicidad y la televisión Pavarotti no habría sido tan grande.
En todo caso algo debe tener para llenar, él solo, estadios enteros...