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El 'reality' de Bogotá

SEMANA analiza el primer debate de los candidatos a la Alcaldía de Bogotá y califica a sus protagonistas.

11 de diciembre de 1980

Si hubiera que encontrarle un ganador al debate de los candidatos a la Alcaldía, organizado por El Tiempo, Citytv y SEMANA, habría que decir que ese ganador fue Bogotá. Porque todos dejaron la impresión de haberse preparado a fondo y haber hecho con juicio la tarea. Cuando llegaron, los candidatos fueron recibidos en la calle por sus seguidores, instalados a la entrada del edificio de Citytv. Mientras tanto, adentro, todo estaba preparado para un duelo político de pesos pesados. El escenario estaba repartido para que pudieran verse unos a otros. Julio Sánchez, el rey de la radio pero no de la televisión, debutaba como moderador de debates. Los tres periodistas eran Darío Restrepo, director de Citytv; Alejandro Santos, director de SEMANA, y Rodrigo Pardo, subdirector de El Tiempo. En un pacto casi sin precedentes se acordó que no habría reglas de juego rígidas. Una especie de máscara contra máscara en la cual todo valdría.

Así, sin "dones" ni "doctores", Lucho, Eduardo, Jaime, María Emma, Miguel y Juan comenzaron el debate. Y los bogotanos los pudieron ver midiéndose en los temas más variados. Todos mostraron su conocimiento de la ciudad y su capacidad para manejar cifras sobre la economía local. Todos repitieron los lugares comunes políticamente correctos, como la necesidad de modernizar Bogotá y darle prioridad a lo social. Este mismo consenso se vio en algunos puntos concretos, como el desarme ciudadano y la idea de convertir en un parque público el Country Club de Bogotá. Teniendo en cuenta que no hay presupuesto para expropiar el Country y que la mitad de los presentes en el fondo de su corazón no son partidarios de expropiarlo, sorprende que ninguno hubiera tenido el valor de separarse del rebaño y afirmar que existen prioridades sociales para la ciudad mucho más importantes.

Las discrepancias no fueron mayores y se dieron principalmente sobre los impuestos al alumbrado público y los peajes a la entrada de la capital. Juan Lozano y María Emma dijeron que apoyan estas iniciativas si la plata al final le queda a la ciudad y la candidata criticó el proyecto de vivienda social de Eduardo Pizano por el tamaño de las viviendas propuestas. El se defendió diciendo que para una familia bogotana siempre será mejor vivir en una casa chiquita que en un cuarto. Sobre algunos otros puntos, como el tratamiento de los vendedores ambulantes, las basuras y el incremento de policías en las calles, también hubo discusión.

¿Crisis de identidad?

Como sucede con todos los debates políticos en televisión, lo importante no era tanto el contenido de lo que dijeran los candidatos sino la impresión que dejaran en los televidentes. En términos generales a todos les fue bien. La baraja de aspirantes es de muy buen nivel y, a diferencia de elecciones anteriores, a estas horas de la contienda nadie sabe quién va a ganar. Como en la mayoría de los puntos todos están de acuerdo, los esfuerzos de Julio Sánchez, de los periodistas y de los contrincantes entre sí era mostrar diferencias.

Se habló bastante de la falta de identidad política de los candidatos que provienen de partidos tradicionales pero que se lanzaron como independientes. Juan Lozano no pudo aclarar del todo la contradicción que hay entre su pretensión de ser independiente y su identificación política con Enrique Peñalosa. A Eduardo Pizano, 'candidato ciudadano', le pasó lo mismo cuando Miguel Ricaurte le recordó que habían estado juntos en el Directorio Conservador buscando el apoyo de ese partido. Y a María Emma no le fue mejor. Cuando le preguntaron si era liberal, gavirista, samperista o serpista, terminó diciendo que ella era funcionaria pública de profesión y que eso no la identificaba con ningún grupo político. Para muchos la respuesta estaba trillada y la pregunta también.

A Jaime Castro y a Miguel Ricaurte les tocó cargar con el honor que cuesta ser candidato oficial de un partido tradicional hoy en día. Ante la moda del independentismo, los dos se jugaron la carta de la legitimidad partidista. A Ricaurte le tocó contestar la pregunta ofensiva de Darío Restrepo sobre si todavía existía el Partido Conservador en Colombia. La respondió bien pero era una pregunta fuera de contexto que el moderador debió haber neutralizado. A Lucho Garzón le preguntaron sobre su falta de experiencia en el manejo de presupuestos grandes y sobre la viabilidad de una candidatura de origen sindicalista. Se defendió elogiando la calidad de su equipo y afirmando que era muy raro que los sindicalistas fuera malos cuando estaban con él, pero fueran buenos cuando estaban con Jaime Castro, cuya campaña incluye al sucesor de Garzón en la presidencia de la CUT.

¿Quien gano?

A la hora de hacer el balance no es fácil decir quién ganó y quién perdió.

A diferencia del que tuvo lugar esa mañana en la Universidad de la Sabana, donde hubo un consenso de que Eduardo Pizano barrió a sus rivales, en el enfrentamiento vespertino no hubo knock-outs. Todos estuvieron bastante bien y con momentos de brillantez individual. Por lo tanto habría que juzgar los resultados no en términos absolutos sino frente a las expectativas. En ese contexto, generalmente le va mal a los punteros y bien a los desconocidos, y precisamente eso sucedió.

Juan Lozano, con la camiseta amarilla, fue objeto de ataques por parte de todo el pelotón. Y le hicieron mella. A la mayoría de las preguntas contestó con ideas generales que no pudo concretar fácilmente y en algunos momentos Jaime Castro lo puso contra la pared en forma embarazosa. Paradójicamente su identificación con Peñalosa, que sin duda alguna es su mejor activo, se está convirtiendo simultáneamente en su mayor pasivo. Por el contrario, para Miguel Ricaurte, a quien los televidentes no conocían, el sólo hecho de mostrar un calibre intelectual y una facilidad de expresión comparables con los de figuras nacionales de larga trayectoria, fue una excelente presentación en sociedad.

A Eduardo Pizano le fue bien, pero la agilidad del formato no le permitió lucirse tanto como en sus exposiciones programáticas de la mañana. Jaime Castro demostró su calidad de estadista y de gran conocedor de la ciudad. Sus críticos dicen que tiene que modernizar su estilo, lo cual no es fácil cuando su perfil es el de un veterano con experiencia fiel a su partido. María Emma, sin duda alguna, fue una de las ganadoras. Carismática, desenvuelta y bien preparada, causó una buena impresión. Sin embargo asumió un riesgo político considerable al dejarles saber a cientos de miles de televidentes que de no ser candidata apoyaría a Lucho Garzón. Con esto quemó las naves con el partidismo tradicional, que fue donde hizo su carrera. Lucho también fue un gran ganador. Como siempre, apareció como el menos libreteado de todos los candidatos. Su espontaneidad y sus apuntes siempre caen bien y reflejan una enorme seguridad en sí mismo. Con el apoyo público de María Emma se sacó un Baloto que no esperaba. La mayoría de los observadores coinciden en que los próximos días se acortará la distancia entre él y Juan Lozano.

Lo que tuvo de inusual el debate del jueves de la semana pasada es que no fue un ladrillo. Casi todos los debates políticos son acartonados y aburridos. Invariablemente están por debajo de las expectativas. Eso no pasó con este. Hubo ping pong de ideas y argumentos y carcajadas. Los tres periodistas estuvieron a la altura de las circunstancias. Julio Sánchez se fajó y sus aptitudes como entrevistador y su agilidad se tradujeron en un programa de televisión útil y ameno al cual se le podría criticar que duró media hora más de lo que tocaba.