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Óscar Tulio Lizcano empieza su recuperación al lado de su familia. A Martha, la barquerita, la mujer con la que se casó hace 34 años, le dedicó todos los poemas que escribió en cautiverio

LIBERACIÓN.

El rehén y su secuestrador

La increíble historia de Óscar Tulio Lizcano, el político caldense al que las Farc se llevaron hace ocho años y que se fugó de la mano de su verdugo.

1 de noviembre de 2008

Por el resto de días y noches que la vida les otorgue, Óscar Tulio Lizcano y Wilson Bueno Largo estarán unidos. En la selva fueron verdugo y víctima, ahora se deben la vida mutuamente. Sin Wilson, Óscar no sale del secuestro. Sin Óscar, Wilson no tiene futuro.

La libertad que hoy los une nació en unas tardes de ajedrez hace seis meses cuando a 'Isaza' lo nombraron comandante de la columna que tenía secuestrado a Lizcano. Antes, era sólo un guerrillero más con quien tomaba, si acaso, una taza de café. Una vez al mando, el guerrero recién ascendido se compadeció del prisionero. Le parecía que lo mantenían muy alejado, que no hablaban con él y sabía que necesitaba ayuda. Entonces, antes de que el sol se llevara la luz del día, se sentaban frente a un tablero roído por la humedad y avanzaban con peones, torres y caballos. En medio de una y otra movida empezaron a contarse historias.

Lizcano se enteró de que ese hombre, al que la guerra le había quitado el ojo izquierdo, era paisano suyo. La familia vivía en Riosucio y la mamá conocía la trayectoria del político, lo admiraba y ella se lo había contado a su hijo subversivo. Por esto, el aprecio que ni el mismo Lizcano advertía de parte del joven. Una vez le había dado instrucciones: "Cucho no se despegue de mí, que en caso de un tiroteo con el Ejército, yo lo cubro". Pero lejos de su mente estaba pensar que de su mano encontraría la libertad.

El sábado 25 de octubre, 'Isaza' simuló un juego para contarle la idea del escape. En efecto, 'Isaza' alistó todos los detalles: la guardia, la ruta y la hora de salida. En la huida Lizcano descubrió lo inteligente y habilidoso que era el guerrillero para cuidar cada uno de sus pasos. No en vano llevaba 12 años en las Farc: "Borraba rastros, no dejaba que pisara piedras con las botas mojadas, debía caminar sobre sus huellas y se percataba de no quebrar ramas", recuerda.

Esos tres días de fuga acentuaron los rasgos de dolor en el rostro de Óscar Tulio. Ahora dice que fueron los más difíciles de su larguísimo cautiverio. Tal vez porque están muy recientes y porque los vivió intensamente. O eran los últimos de su vida, o los primeros de su renacer. Muchas veces sintió desfallecer, "Dormía en una caleta que él me hacía para protegerme de tiroteos o esquirlas de granada; caminábamos en las noches y sólo comíamos cogollo de palma, no había más". 'Isaza' confiaba en lograr su objetivo.

Y por eso lo cargó cuando los pies de su 'cucho' se hincharon hasta el dolor, no le permitió dormir para no perder tiempo. Sabía que no tenían comida y a pesar de eso evitó cualquier contacto con la población civil, pues temían que cualquier campesino fuera un miliciano. Así llegaron a un caserío donde vieron un campamento del Ejército y se arriesgaron. Salieron a la orilla del río e irónicamente duraron hora y media intentando que los uniformados les prestaran atención. No valía que Lizcano gritara su apellido con el hilo de voz que le quedaba. Entonces 'Isaza' decidió mostrar los dos fusiles y las granadas que llevaba encima. Era un riesgo, pero con ello lograron el interés de los militares. "Durante el viaje en la canoa que nos pasó el río me repitió muchas veces: 'Cucho no me vaya a abandonar porque me matan'".

A 'Isaza' no lo mataron y a Óscar Tulio ya su familia lo tiene de regreso. Ambos ahora son libres. Aunque para 'Isaza' la cárcel aún no está descartada, su opción de salvar al secuestrado lo benefició con promesas de irse a Francia. Sin embargo, los juristas aún analizan su situación. Lizcano le prometió que él se encargará de que le cumplan. Ahora él es su guardián.

El inicio de la infamia

En Riosucio, Caldas, empezó el secuestro de 3.000 días que confinó a la infamia al reconocido político conservador, y en ese mismo municipio se fraguó su libertad. El 5 de agosto de 2000, el representante a la Cámara se encontraba en una vereda de su pueblo natal buscando votantes para su candidato a la Alcaldía. Durante el recorrido fue abordado por un grupo de guerrilleros, quienes sin reparo le gritaron, "Usted está retenido y queda para el intercambio humanitario". A partir de ese momento su destino estaba echado. La selva sería su hogar; las caminatas diarias, su ejercicio, y el hambre el único plato. Permaneció seis meses con otros cinco secuestrados, quienes rápidamente volvieron a la libertad tras pagar el rescate. Sólo volvió a saber de ellos cuando a través de la radio enviaban mensajes.

Lizcano siempre estuvo en las selvas de San Antonio de Chamí, Risaralda, en límites con Chocó; poco lo movían y en los primeros tiempos, aunque no eran manjares, comía tres veces al día. Pero todo cambió con el gobierno de Álvaro Uribe y su política de seguridad democrática. Empezaron las operaciones militares, el racionamiento de comida, los desplazamientos repentinos y el cambio de guerrilleros que lo custodiaban. Era tal el acoso, que en ocho años que permaneció en poder de las Farc conoció a 17 comandantes.

Curiosamente, Lizcano temía que Uribe llegara al poder. Así se lo hizo saber a su esposa, Martha Arango, en una de las cuatro pruebas de supervivencia que logró enviarle, "Si lo eligen presidente las posibilidades de salir de aquí son muy pocas". Hoy cree en la reelección de Uribe y asegura que "es un hombre honrado con sus ideas".

Lizcano dejará la política. Lo tiene claro y decidido. Ese campo se lo deja a su hijo Mauricio de 32 años de edad y actual representante a la Cámara por el partido de La U. Lo suyo en adelante será la academia, la lectura, escribir poemas y recuperar el tiempo perdido con su familia.

Durante todo el cautiverio Lizcano convivió con la muerte. La comisión guerrillera en la que estuvo vivió muchas tragedias. Fue testigo de un fusilamiento, un suicidio, el poder de las minas y la voracidad de los ríos de Chocó; en sus aguas cuatro guerrilleros murieron ahogados. Continuamente debieron traspasar campos minados. "Para sobrevivir había que caminar siempre en fila india". Las condiciones infrahumanas de su cautiverio invitaban a dejar de vivir. Pero jamás pensó en ese camino, pese a que uno de los guerrilleros le mostró cómo transitarlo: "Una noche uno de ellos se acercó, se despidió y me dijo 'viejo, cuídese, usted va a salir', y al rato lo sacaron de su cambuche envenenado con cianuro. Tenía una crisis amorosa". Tampoco olvida a Álex, el joven subversivo que tras cuatro años de secuestro le propuso fugarse. "Por miedo no le creí; a la mañana siguiente lo descubrieron en la huida y lo fusilaron. Tuvo mala suerte, se encontró con una columna guerrillera a la que le lanzó una granada que no explotó". También recuerda con horror la noche en que despertó en medio de ráfagas de un helicóptero del Ejército que atacaba otras caletas a 200 metros de la suya. "Para esquivar las balas debía esconderme tras un árbol grande y girar a medida que lo hacía el helicóptero".

Y como si necesitara de más, las malas noticias del país se sumaban a su agonía. La primera fue el asesinato de su amigo Orlando Sierra, director del diario La Patria de Manizales, "Lloré mucho y me descompuse tanto, que tiré el radio". Después, la del secuestro de su hijo menor, Juan Carlos, ocurrido en 2006 por el EPL en Risaralda, "Eso fue una tragedia porque sabía que aunque se pagara la extorsión, ellos lo matarían, pero gracias a Dios el Ejército lo rescató". Una noticia que, además de mortificarlo, afectó su propio cautiverio fue la muerte de la 'Cacica' Consuelo Araújo, "A partir de ese día me encadenaban a los árboles". Luego vino la noticia sobre la muerte de los diputados del Valle. "Se sumó otro miedo, el de encontrarnos con paramilitares o reductos del ELN que transitaban por la zona. No podía borrar de mi mente que me pasara lo mismo".

Su cuerpo maltratado no aguantaba más; todas las noches sufría escalofríos electrizantes. Las caminatas eran infinitas, empezaban a las 5 de la mañana y culminaban a las 4 de la tarde y la escasez de alimentos era la regla. La guerrilla sólo le daba agua con sal y en las mejores épocas comió lentejas duras, ratones, mico, oso perezoso y cogollo de palma, "Vomité mucho; para ingerirlos debía taparme la nariz porque el olor era hediondo". Contrajo cuanta enfermedad anida en la selva, él mismo se atendió médicamente e incluso recetó a varios insurgentes, "aprendí leyendo un vademécum".

En libertad ha ido contando detalles de su secuestro, pero en especial uno de ellos conmocionó al mundo. Su cautiverio era tan estricto, que no le permitían hablar con sus captores y ante la necesidad de mantener activa su mente, creó 10 amigos imaginarios. Los hizo con ramas a las que le colgó hojas de cuaderno con caras y nombres. Su apego a esos amigos era tan evidente, que algunos guerrilleros lo tildaron de loco. "Eran los nombres de mis alumnos en la universidad. Les dictaba clases de filosofía e historia. Me apoyé mucho en el programa radial de Diana Uribe, el cual regrababa en tres casetes que tenía".

En la selva siempre estuvo conectado con la realidad colombiana, gracias a la radio. Vivió con temor el ataque al campamento de 'Raúl Reyes' y el asesinato de 'Ríos'. "Tras la liberación de Gloria Polanco y otros tres secuestrados, en febrero de este año, me llegó una carta del comandante Rubí Morro, en la que me decía que yo era el próximo, pero todo se vino al piso con lo de 'Reyes'". Por ser un convencido de una salida negociada al conflicto es que siempre creyó en los buenos oficios del presidente venezolano, Hugo Chávez, y la senadora Piedad Córdoba. En cautiverio sus esperanzas de libertad se reanimaron cuando supo sobre la muerte de 'Manuel Marulanda', "recibí el hecho como un ciclo natural del ser humano, pero sabía que en el fondo él era una piedra para el acuerdo humanitario".

Óscar Tulio Lizcano es un sobreviviente más. La recuperación física vendrá de la mano de los médicos que lo curarán de la desnutrición, deshidratación, paludismo cerebral, leishmaniasis, leptospirosis, infecciones urinarias, digestivas y anemia que lo aquejan. Tiene 62 años, todavía muchos para vivir.

La familia Lizcano descansa en una finca en las afueras de Cali. 'Isaza' está en una guarnición militar en Pereira. Se piensan mutuamente. Uno imagina cómo será Francia y si en verdad llegará allí algún día. Y el otro piensa en sus poesías, las que le sirvieron para vivir, convencido de que al menos una cosa buena tuvo el secuestro, y es que se lo llevaron como político y regresó como poeta.