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EL REVOLCON PAISA

Objetivos de izquierda, soluciones de derecha: la extraña y exitosa revolución de Alvaro Uribe Vélez en Antioquia.

PLINIO APULEYO
18 de agosto de 1997

Bajo el tranquilo zumbido de los rotores del helicóptero se despliega en la viva luz del mediodía el escarpado paisaje de Antioquia. Viéndolo, uno piensa en una ano gigantesca que hubiese arrugado las montañas como si fuesen de papel. Entre ellas, serpenteando, corre la cinta amarilla del Cauca. La sombra del helicóptero pasa veloz por sus orillas. Luego, trepa por la cordillera. De pronto, acunado por las montañas, aparece un pueblo: Jericó. El gobernador Uribe Vélez, con una pequeña comitiva, desciende hacia la plaza por la misma calle donde vive el obispo. Las casas con puertas y ventanas pintadas de colores vivos, los balcones desbordantes de flores, las calles limpias y adoquinadas, la plaza con árboles y las fachadas que parecen tomadas de un grabado de la belle époque, todo hace pensar en un pueblo de Suiza o de Toscana y no de Colombia. Por algo se le llama a Jericó la Atenas del suroeste antioqueño. Pequeño, en mangas de camisa, con un sombrero blanco y una ruana liviana al hombro, Uribe no parece un gobernador sino un muchacho que se hubiese disfrazado de campesino antioqueño para una representación escolar. A los 45 años sigue teniendo cara de niño; pero no de cualquier niño, sino de aquel, de ojos diáfanos, que acaba de hacer su primera comunión y todavía tiene en la mano el cirio y la cinta de seda. Diga lo que diga, lo dice con tal aire de inocencia, mirando a su interlocutor con unos rectos ojos amarillos, que uno le cree. Ahí está su fuerza. En una película de Hollywood, aunque fuese un malvado, le darían el papel del bueno.En la enorme iglesia de ladrillo que se alza frente a la plaza lo esperan cientos de habitantes del pueblo. Vienen al llamado consejo comunal. Están sentados en taburetes y bancas dispuestas a lo ancho y largo de la vasta nave. La pantalla gigante que cubre el altar, las pantallas adicionales suspendidas en cada columna, la gran mesa que han ocupado el gobernador y sus secretarios, el micrófono, los reflectores, el atril, las banderas, hacen pensar en una sala de conferencias. Y lo que vamos a ver no se parece ni a un mitin político, ni a una ceremonia oficial, ni mucho menos a una misa. Es más bien la reunión de un gerente con sus ejecutivos y los accionistas de su empresa. Nadie echa discursos. El alcalde, Rafael Arteaga (conservador de la corriente de Valencia Cossio), presenta un informe de su gestión en un video técnicamente impecable que es difundido por una cadena local de televisión: Telejericó. Así, mientras el arroz se cuece en las cocinas, los habitantes del pueblo ven desfilar en la pantalla imágenes y cifras relacionadas con los programas prioritarios trazados para todos los municipios por el gobernador.Tampoco el gobernador pierde el tiempo en discursos como no lo perdería el presidente de una compañía cuando visita una sucursal. De pie en un atril, frente al micrófono, Uribe empieza a tomar cuentas sobre los programas de su gobierno. Y a lo largo de tres horas, con la participación de los habitantes del pueblo allí presentes, que intervienen con sus observaciones o reparos, los representantes de cada programa explican lo que se ha logrado en el último año. Lo hacen puntualmente, sin leer nada ni agregar a lo dicho un gramo de retórica. Cifras y objetivos cumplidos, sólo eso. Y una vez más uno tiene la impresión, oyéndolos, de vivir la materialización de un sueño imposible: un país que está poniendo al fin un pie en el desarrollo.
Harvard en Jericó
Cifras, objetivos. La representante del SAT (Sistema para llevar educación a los muchachos del campo), el alcalde, los religiosos que dirigen los establecimientos educativos locales y el director del Politécnico confirman que el pueblo ha logrado ya la cobertura escolar total hasta noveno grado. El 89 por ciento de los alumnos de la Normal quieren manejar computadores. Hay en el pueblo ya 10 líneas de Internet, lo cual, explica el gobernador, permitirá a los estudiantes de Jericó entrar a la biblioteca, no sólo de la Universidad de Antioquia sino también a la de Harvard y a la del Instituto Tecnológico de Massachussets. Otro programa: capacitación para el trabajo. La directora, una mujer morena, de blusa roja y con largos zarcillos plateados que le tiemblan mientras habla ante el micrófono, explica que en el pueblo se han montado ya seis talleres con un total de 96 alumnos: ebanistería, modistería, ropa interior, decoración, peluquería y manualidades. ¿Problemas? Faltan una lijadora eléctrica y una reparación de la casa donde funcionan los talleres, "que está a punto de caérsenos encima". Risas. Los secretarios del gobernador toman nota. Cubierto el plan educativo se pasa revista a otra prioridad: la financiación de la economía popular, es decir, al comercio y a la industria que puedan desarrollarse en el pueblo. Es una manera de subsanar los descalabros de una Caja Agraria burocratizada e infiltrada de clientelismo. Una mujer joven, bonita, de lentes, vestida con un sobrio traje negro _otra ejecutiva: la gerente del Banco Comunitario_ acude para dar su informe: entre captaciones y aportes el banco, constituido con un capital semilla de 40 millones dado por el departamento, tiene ya en Jericó 825 socios, ha recibido más de 1.000 millones de pesos y otorgado 400 créditos por 650 millones, en parte para vivienda y en parte como capital de trabajo para microempresas recientemente creadas. El gobernador quiere saber ahora qué es lo bueno y qué es lo malo del banco. Lo bueno _le responden_ es la agilidad en los préstamos; lo malo, los altos intereses. Se entabla entonces una viva discusión, en la que participan el gobernador, la gerente y los ahorradores presentes en la iglesia, para estudiar la posibilidad, de acuerdo con las nuevas condiciones del mercado financiero, de cambiar la tasa fija del 36 por ciento por una tasa movible con referencia al DTS. El programa de salud es explicado por el director del hospital, un médico alto, de barbas, parecido a Enrique Peñalosa, que confirma las cifras del gobernador: en Jericó hay 3.784 afiliados al régimen subsidiado de salud de los 5.983 que pertenecen a los estratos uno y dos, el universo más pobre y vulnerable. Dos EPS privadas, luego de hacer una campaña de afiliación en el pueblo, tienen un contrato con el municipio y pagan por los servicios de sus afiliados al hospital. La atención al usuario ha sufrido un cambio de 180 grados. No hay colas ni demoras y los servicios se han descentralizado de suerte que un médico, una enfermera y un servicio de farmacia se trasladan cada miércoles a dos veredas para atender a los pacientes. A fines de año el cubrimiento será del ciento por ciento: todos los pobres de Jericó quedarán protegidos por el Estado. Finalmente se pasa en la última hora del consejo a los capítulos relacionados con la construcción de cuatro placas polideportivas, la recreación, la defensa del medio ambiente, la banda municipal, la culminación de la red telefónica (un total de 2.048 líneas digitales a fines de año) y la terminación de la carretera Jericó -La Cascada- Jamaica-Tarso, que el pueblo esperaba desde la época ya remota en que los automóviles habían sustituido a las recuas de mulas. Ahora, citado a esta curiosa asamblea municipal, el contratista asegura, en medio de una salva de aplausos, que quedará concluida en febrero. Después de un siglo de promesas incumplidas nadie lo hubiese creído hace dos años. Las notas vibrantes del Himno Antioqueño, que todos los habitantes del pueblo congregados en la iglesia cantan en coro, ponen fin al consejo Comunal. Y de este modo, cuando el helicóptero se alza sobre los tejados de Jericó, a la una de la tarde de un día lleno de sol, uno tiene la impresión de haber asistido a un hecho excepcional: no sólo al salto dado por un municipio colombiano a niveles de desarrollo nunca antes vistos, sino también al cambio de una gestión de corte clientelista por otra, nueva, efectiva, empresarial. ¿Un milagro? Tal vez sería el caso de hablar, por fin, de algo más terrenal pero no menos sorprendente: una revolución.

Cifras espectaculares
Una revolución pacífica cuyo laboratorio experimental ha sido el departamento de Antioquia, pues lo visto en Jericó se reproduce, con modalidades locales, en todo el ámbito del departamento. Iguales prioridades, idénticos programas. Cada fin de semana el mismo helicóptero amarillo lleva al gobernador y a varios asesores y secretarios suyos a otras poblaciones refundidas en la arrugada geografía antioqueña para asistir a un consejo comunal. Y entre semana el ritmo es aún más intenso, con un consejo de seguridad que se inicia a las siete de la mañana y un balance de las labores del día que ocurre cuando ya ha caído la noche sobre Medellín y el activo panal de la Alpujarra.Toda revolución se define como la brusca sustitución de una realidad por otra totalmente opuesta. Y este es el caso. ¿En qué consiste? Según Uribe, en la demolición del Estado burocrático _nada menos que el que hemos tenido desde siempre, tal vez desde los tiempos de Felipe II, en Colombia_ para crear lo que él llama Estado comunitario. Se trata, en otras palabras, de invertir menos en burocracia y más en educación, salud, financiación de la economía popular, capacitación para el trabajo, obras públicas, mantenimiento de las carreteras e inclusive en el campo de la seguridad ciudadana, en la creación de las explosivas Convivir. ¿Revolución neoliberal? Tampoco, dice Uribe, porque en su modelo _ese modelo en que ha pensado él siempre, desde jovencito, desde antes de pisar los verdes prados de Harvard e hilvanar sus primeras frases en inglés_ existe lo que llama una cláusula social. En ese modelo el Estado no renuncia a la protección a los más pobres, a educarlos, curarlos y asegurarles empleo, pero con sistemas nada estatistas; más bien cercanos a los del sector privado. En otras palabras, para simplificar, su originalidad consiste, según decía alguien, en perseguir los objetivos de la izquierda con métodos que son propios de la derecha o del neoliberalismo. Todo un experimento, sí.Y según las cifras y los resultados obtenidos hasta ahora, exitoso. Ciento dos mil nuevos cupos escolares creados sin nombrar un solo maestro estatal. Quince mil nuevos cupos universitarios. Treinta y seis talleres de capacitación profesional _de los 50 previstos para fines de este año_ ya funcionando con maquinaria de alta tecnología en zonas rurales. Treinta y cinco bancos cooperativos en otros tantos municipios. Novecientos cuarenta y cinco mil pobres afiliados al régimen subsidiado de salud por contrato con EPS privadas. Ochocientos cincuenta y siete kilómetros de carreteras en proceso de pavimentación: un número igual a los que se han pavimentado en el resto del país y el doble de los que, con fondos del departamento, se pavimentaron en Antioquia a todo lo largo de su historia. Las cifras son espectaculares y lo serán aún más cuando la mayoría de los objetivos propuestos queden logrados el 31 de diciembre de este año.
Grandes tijeras
La pregunta que cualquiera se hace es esta: ¿Cómo, con qué recursos ha logrado Uribe Vélez un balance no visto en ningún otro departamento ni en ninguna otra época del país en un lapso de dos años? Pues bien, la respuesta podría quedar simbolizada en un par de grandes tijeras. Con ellas, al llegar a la gobernación luego de ganar por un estrechísimo margen de 4.800 votos, Uribe se dedicó a podar severamente el gasto público que antes se comía más del 70 por ciento del presupuesto departamental, dejando para inversión sólo un escuálido 22 por ciento.Poda drástica, casi brutal, impensable en un político y, sobre todo, en un político de suaves modales y en apariencia incapaz de matar una mosca. Uribe encontró en la Alpujarra 14.000 cargos. Hoy no pasan de 5.600. Se acabaron las cuotas políticas, las recomendaciones, las filigranas de una gobernabilidad que ha consistido siempre en darle a cada grupo político su tajada burocrática. Las compras del departamento, otra feria de derroches, que en 1994 ascendían a 10.000 millones de pesos, se habían reducido, en abril de este año, a la cifra muy puritana de 318 millones: sólo lo indispensable. Una poda igual sufrieron los rubros de vigilancia, aseo, viáticos, sobrerremuneraciones y el parque automotor. La gobernación disponía de 409 vehículos que le costaban al mes la suma astronómica de 1.036 millones de pesos. Hoy sólo tiene 145 automóviles propios y 70 alquilados que le cuestan la tercera parte. ¿Protestas, descontentos? Los hubo, desde luego. Pero, según Uribe Vélez, estos despidos (más de 8.000 en la sola planta de la gobernación) liberaron recursos que permitieron crear en el sector productivo 24.000 empleos directos. Y luego, para amortiguar el golpe, se extendieron toda clase de colchones. No hubo sólo las indemnizaciones previstas por la ley y planes de capacitación para readaptar a los despedidos al mercado laboral, sino algo más importante: a muchos de ellos se les invitó a que organizaran entidades cooperativas con las cuales el departamento suscribió contratos de servicios. Es algo así como una fórmula thatcheriana aplicada a Antioquia: la de convertir a abúlicos funcionarios, luego del duro golpe de un despido, en empresarios y contratistas. Así, los choferes que antes buscaban acumular horas extras y descuidaban sus vehículos terminaron siendo propietarios de los mismos y alquilándoselos a la gobernación. Un complejo turístico, mal administrado por el departamento, el de Lagos de Porce, fue cedido a jubilados y trabajadores para que lo convirtieran en un club. Instructoras de una escuela de enfermería, en Santafé de Antioquia, dejaron de ser funcionarias para formar una entidad pedagógica cooperativa administrada por ellas con éxito. De esta manera, creando cooperativas o reubicando empleados en los hospitales, el personal de planta de la Secretaría de Salud pasó de 3.700 funcionarios a sólo 350. Pero fue algo más que una poda severa: una verdadera reinvención de la administración departamental en la que todo el juego habitual de relaciones y jerarquías fue sustituido por otro. Desapareció la estructura vertical de director, subdirector, secretario, subsecretario, jefe de división, jefe de sección o de grupo. La propia palabra jefe fue abolida. Y en su reemplazo sólo quedaron directores o gerentes de proyectos, cada uno apoyado en un comité coordinador y en un comité operativo. Una vez más: el esquema de una empresa privada y no el tradicional de una entidad pública. Los concursos reemplazaron las recomendaciones y el rendimiento fue la única pauta de evaluación aceptada.

Adiós al Estado ejecutor

Otro tipo de Estado, pues, otro tipo de estructura, pero también otras funciones. Y es en este punto en el cual aparece el perfil más interesante de la revolución antioqueña. Como en Chile o en la Gran Bretaña que dejó la Thatcher, desaparece el Estado ejecutor que siempre hemos tenido para trasladarle a la comunidad estas responsabilidades, reservándose un papel de promotor, asesor y coordinador. ¿Un ejemplo? La educación. La meta de crear 100.000 nuevos cupos educativos se hizo sin nombrar un solo maestro más sino mediante el sistema, revolucionario en el país, de subsidiar la demanda y no la oferta, pagando 29.000 pesos al mes por cada alumno a entidades privadas, religiosas o cooperativas y transfiriéndoles en comodato locales públicos. Fue, desde luego, un rudo golpe para la burocracia pedagógica. La seccional antioqueña de Fecode puso el grito en el cielo. Alegando que la ley general de educación no permite este modelo, organizó un paro que duró 20 días y que terminó levantando por falta de apoyo en la propia población, que mira sus ventajas y no las del sindicato.Igual procedimiento con los bancos comunitarios y con los programas de salud. A los primeros, el departamento suministra los estudios técnicos y un capital semilla y el municipio los locales en comodato. Lo demás es gestión de la propia comunidad que se asocia a ellos y los administra con tanto éxito, por cierto, que están dejando sin oficio a la Caja Agraria. Las cifras lo dicen: 45.000 asociados y captaciones que superan los 16.000 millones de pesos y 8.269 créditos por 15.969 millones. La relación de estos bancos con la comunidad es ágil y personalizada y se están convirtiendo en el lubricante de un gran número de pequeñas empresas locales. El programa de salud, que este año cubrirá a un millón de pobres en Antioquia, ha sido puesto en manos de EPS privadas y empresas solidarias de salud. Estas actúan competitivamente. Llegan a los pueblos, despliegan pasacalles y reparten propaganda buscando el mayor número de afiliados de los estratos uno y dos. De esta manera la relación con los usuarios ha cambiado. Los pobres, que antes hacían desesperanzadas colas frente a un burocratizado Seguro Social, hoy se ven cortejados por empresas de salud cuyos contratos con el municipio dependen del número de inscritos. Ahora las juntas comunales de usuarios hacen sentir su voz en los hospitales rurales.
El mismo procedimiento ha producido un cambio espectacular en las obras públicas departamentales. La inflación burocrática (había 1.850 empleados), los talleres donde se pudría la maquinaria por mal uso y falta de repuestos, los viáticos ruinosos, las sobrerremuneraciones, las vías llenas de huecos, han desaparecido. Empresas comunitarias se hacen cargo ahora del mantenimiento de las carreteras por contrato con el departamento, el cual les facilita maquinaria y les paga al año 2.700.000 pesos por kilómetro reparado y mantenido en buena forma. Es una buena inversión por la eficiencia del resultado. Pero, además, un ahorro, pues cada trabajador oficial, entre sueldos, viáticos y horas extras, costaba 900.000 pesos mensuales.No es extraño que con todas las economías obtenidas de esta manera Antioquia esté empeñado en el plan vial más ambicioso que se haya visto en el país: túneles de nueve kilómetros, 460 puentes ya terminados (más de los que se han construido en toda la Nación), entre ellos uno de 1.200 metros sobre el Cauca construido en tiempo récord, y seis grandes megaproyectos: la conexión interoceánica, la conexión Aburrá-Oriente, la conexión Aburrá Occidente, la carretera marginal del Cauca, la vía Bello-Hatillo y los telesféricos Argelia-Aquitania y el de los Embalses. La realización de este plan vial, ya en marcha, hará de Antioquia un eje vial vital en las comunicaciones sur y norte, oriente y occidente de Colombia.
Las Convivir
De todo este vertiginoso programa de Uribe Vélez lo único que ha focalizado hasta el momento la atención de los medios de comunicación y del colombiano raso son las Convivir. ¿Autodefensas? ¿Paramilitares? ¿Algo necesario y positivo o un nuevo agente armado para echarle gasolina al fuego? Todo esto se dice y nada está claro. Y sin embargo...Sin embargo las Convivir entran con mucha naturalidad en el esquema de Estado comunitario que se desarrolla en Antioquia. Si la comunidad se organiza y juega un papel nunca antes jugado en programas como la educación, la salud o la capacitación, la seguridad también es un asunto en el cual le corresponde intervenir. Urabá y muchos pueblos del norte y del sureste antioqueño están en la mira de la guerrilla. Secuestros, asaltos, asesinatos, milicias, camiones incendiados oscurecen un panorama que, de otro modo, resultaría cargado de luminosas promesas.

¿Qué hacer?
Las Convivir no se entienden sino se reconoce una triste realidad: la guerrilla puede estar en todas partes, lista para dar un zarpazo, mientras que soldados y policías, venidos de Boyacá o de Nariño, se mueven inseguros en tierra extraña. No saben en quién confiar y en quién no. Su labor preventiva o sus acciones de inteligencia son prácticamenete nulas. En estas condiciones, quien mejor puede prestarles un servicio y protegerse a sí misma es la población. Tal es la idea de base que ha inspirado la creación en Antioquia de 71 Convivir. Hay 14 en formación y se espera que para fin de año todos los 125 municipios tengan la suya. ¿Qué hacen? Esencialmente una cosa: cuidar el entorno. Si un asociado, por ejemplo, ve dos hombres a la orilla del Cauca con atarrayas demasiado nuevas, informa de inmediato: podrían ser guerrilleros, no pescadores. En Rionegro, bonita zona salpicada de pinos y residencias campestres, 200 asociados a las Convivir protegen la zona. Cada uno, por medio de un radio portátil tan grande como un teléfono celular, puede comunicarse con una central a cualquier hora del día o de la noche. La central tiene a su vez contacto de radio directo con el Ejército y la Policía y con un vehículo que circula permanentemente por los alrededores. Basta la menor señal de alarma para que todos los asociados acudan, con más celeridad que la Policía, al lugar de donde provino. Los asociados pueden portar armas de defensa personal. De esta manera los secuestros han disminuido en un 70 por ciento. No hay, desde luego, relación alguna de estas actividades con las que en otras zonas del país desarrollan los llamados grupos paramilitares o autodefensas. Las Convivir tienen personería jurídica y sus miembros están comprometidos a respaldar la campaña de la gobernación llamada de "neutralidad activa". De hecho, no se les ha visto comprometidos en combate alguno con la guerrilla. Se han convertido, sí, en un muro de contención para aquella y en una fuente de vivos recelos para las ONG internacionales. Uribe Vélez y su activo secretario de Gobierno, Pedro Juan Moreno, las defienden a capa y espada. Por ello mismo reciben de la guerrilla constantes amenazas de muerte. Una cosa es cierta: la mayoría de los antioqueños, desde los arrieros hasta los empresarios, parece contenta con el experimento adelantado por su gobernador y no aceptaría de buen grado que se regresara al viejo modelo político. Los trapos rojos o azules, los gritos de balcón, las promesas populistas, las cuotas y recomendaciones del clientelismo, las colas y las intrigas en los pasillos de la gobernación, todo eso empieza a verse como cosa del pasado. Tal vez Uribe Vélez logró darle no sólo a su tierra sino al país un anticipo alentador de lo que podría ser Colombia en el siglo XXI, si el Estado cambiase de cara.