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EL SARTEN POR EL MANGO

Surge el barquismo como fuerza parlamentaria y hábilmente se toma el Congreso.

25 de agosto de 1986

Nunca como en esta oportunidad los días previos al cambio de gobierno se habían caracterizado tanto por falta de protagonismo del Presidente electo. A menos de 15 días de la posesión de Virgilio Barco, todo el mundo era noticia menos él. Senadores, aspirantes a ministerios, directivos de los partidos tradicionales y de los minoritarios y hasta uno que otro funcionario saliente han aparecido más en la prensa de estos días que el nuevo Mandatario.
Esto, lejos de generar resistencias o antipatías hacia Barco, ha contribuido a aumentar el aura de misterio que él ha convertido en su mejor arma. En estos días nadie lo ha visto nadie se ha entrevistado con él; inclusive muchos de los que se consideran fijos confiesan que no han tenido contacto aún con el Presidente y que lo único que parece estar en claro es que todo lo que se diga es pura especulación alrededor de lo que puede ser un gabinete ministerial.
Y mientras Barco sigue haciendo gala de lo que se podría llamar "el discreto encanto de lo misterioso" sus copartidarios, en especial los congresistas, decidieron la semana pasada copar el espacio dejado por el nuevo Mandatario y protagonizar una serie de episodios que empezaron a aclarar lo que será el panorama político para los próximos meses.
Sin embargo, si la figura de Barco estaba ausente, políticamente se estaba consolidando en el Congreso en una forma inesperada. Con la elección del presidente de la Cámara y la reelección del contralor, el barquismo, hasta ayer casi inexistente, quedó firmemente establecido como una fuerza política con peso específico dentro del Congreso. Esto es algo que nunca logró Belisario Betancur a pesar de su arraigo popular y de su éxito permanente en los sondeos de opinión.
Hace un año no existía prácticamente el barquismo como corriente dentro del Partido Liberal. La candidatura Barco, más que impuesta por el empuje de sus seguidores, surgió como un paraguas de la clase política y del establecimiento liberal frente al embate galanista.
Inicialmente Barco contó con unos pocos parlamentarios barquistas que se podían contar con los dedos de las manos (entre ellos Eduardo Mestre Sarmiento y Rodolfo González García, el contralor) y con el apoyo de Turbay. En esa sociedad Barco parecía ser el socio minoritario y se pensaba que terminaría siendo manipulado por Turbay.
A partir del 9 de marzo, con la avalancha liberal, las cosas dieron un giro de 180 grados. Barco se convirtió en una figura que generaba manifestaciones enormes y entusiasmo entre las multitudes. La elección presidencial del 25 de mayo, en un margen que superó las cifras de las más optimistas, le dieron a Barco un espacio de maniobra del cual no disponía unos pocos meses antes e hicieron que el triunfo no fuera solamente de Partido Liberal, sino también una gran victoria personal. Pero a pesar de todo, el barquismo como corriente política dentro del partido, no tenía peso específico ni ascendiente propio dentro del Parlamento. La elección del presidente de la Cámara, demuestra que todo esto cambió.
Surgieron tres aspirantes a la presidencia de la Cámara: Julio César Turbay Quintero, César Pérez García, vicepresidente saliente y Román Gómez Ovalle, senador de la Guajira, quien hace 4 años colaboró significativamente con la candidatura a la Contraloría de Rodolfo González García (uno de los pocos parlamentarios barquistas de esa época) y quien se podría considerar barquista por eliminación ya que nunca ha estado firmemente identificado con ninguna de las corrientes tradicionales del oficialismo liberal: turbayismo, lopismo, o llerismo.
Tanto el contralor Rodolfo González García, como el senador Eduardo Mestre, quien para muchos de los parlamentarios es el virtual ministro de Gobierno del próximo régimen, apoyaron la candidatura de Román Gómez Ovalle, la cual salió triunfante sobre las de César Pérez y Julio César Turbay Quintero. Este último terminó dándole su respaldo en cumplimiento de un pacto al que habían llegado en la recta final, en el sentido de que el que tuviera "menos votos" retiraría su candidatura y apoyaría la del otro.
El triunfo de Gómez Ovalle hizo que la reelección del contralor, que entre otras cosas no había estado nunca en duda, fuera mucho más expedita de lo anticipado y a los cuatro días era un hecho, después de la protesta del Partido Conservador y del retiro de esta bancada del Salón Elíptico. Con esta reelección quedó además en claro que el liberalismo no está dispuesto a aceptar las condiciones que ponía Pastrana para su "oposición reflexiva". Y no lo está porque son muchos los oficialistas que no se muestran muy seguros de que al liberalismo le resulte beneficioso. Ellos prefieren, y al parecer el presidente Barco también, que le entreguen tres carteras a ese partido para que quede al menos un poco comprometido con lo que se viene, que no es precisamente un camino de rosas. Más importante que el número de ministerios que se le otorgaría a los conservadores, era quiénes iban a ser las personas que los ocuparían, pues se rumoraba que Barco iba a nombrar sin consultar con las directivas de ese partido.
Con el poder que tiene la presidencia de la Cámara para el manejo de los debates y del Parlamento en general, y con el poder que ejerce la Contraloría sobre los parlamentarios a través de la cuota burocrática que puede distribuir, el barquismo, inexistente en el Parlamento hace una semana, tiene hoy la sartén por el mango. Los dos artífices y ejes de este súbito fenómeno son Eduardo Mestre y Rodolfo González.
De esta manera, Barco es el primer Presidente en muchos años que tiene todas las cartas en la mano: la opinión pública, el partido y el Congreso. ¿Qué irá a hacer con este poder? Es la gran incógnita en este momento.